Capítulo 10: Dudas

3352 Words
Anna frecuentaba mucho la casa. Desde el día del incidente en el bosque intentaba mantenerse cerca de mí. Yo, por otra parte, trataba de esquivarla tanto como podía pues sus ojos verdes me hacían pensar en la criatura del bosque. Erick me descubrió uno de esos días que mentí diciendo que estaba tomando un baño cuando en realidad me escondía tras el armario entre almohadas y cobijas. —Deberías sentirte avergonzada, Elizabeth —me reñía Erick apuntándome con el índice hacia el entrecejo—. Anna se ha preocupado por ti desde que te conoció. Hasta el día del ataque estaba sumamente alterada poco después que desapareciste. No se tranquilizó hasta que su hermano te llevó en brazos al hospital. Yo estaba con ella y te aseguro que de todos era la que más devastada estaba —terminó. —Hace menos de un mes no soportabas a Anna y ahora la defiendes —recordé, ante lo que el chico no hizo más que resoplar y sentarse en mi cama. —Tú has tenido pesadillas justo como yo —me dijo apoyando sus manos en sus mejillas—. Sabes lo aterradoras que pueden llegar a ser y llega un punto en el que no sabes qué es real y qué no lo es —me decía. —No tengo idea a lo que quieres llegar —me apresuré yo como siempre, pero con una recia mirada suya, comprendí que entendería su punto si guardaba silencio y le permitía explicarse. —Juraría que vi a Anna en uno de mis sueños antes de que ella y su hermano llegaran al pueblo —me confesó. —¿Qué quieres decir con “antes de que llegaran al pueblo”? —pregunté— ¿Acaso ellos no han vivido siempre en Valley City? La esposa de Jensen está enterrada en el cementerio, así que no veo por qué su tumba está aquí si ellos no eran de esta ciudad. —Quizás vivieron en Valley City antes —supuso Erick—. Si lo hicieron, yo no los conocí nunca, y no vivían en esa casa a las afueras del pueblo, pues en esa propiedad lo que había era una antigua construcción que destruyeron y remodelaron los Amell cuando se mudaron —me explicó. —¿Cuándo fue esto? —cada vez su relato me interesaba más. —Hace como dos años aproximadamente. —¿Y estabas asustado de ella por un sueño? —Fue demasiado escalofriante, Lizzy. Ni siquiera sabía de quién era el rostro en mis sueños y desperté entre gritos. Papá pensó que estaba recayendo en una de mis crisis nuevamente. Las crisis nerviosas de Erick eran extremadamente serias y si Richard, que no se inmutaba por nada, se había asustado por la reacción del chico ante una pesadilla, no podía imaginar la magnitud de esta. —¿Y cómo fue el sueño? —pregunté apoyándome en mis rodillas y tomando las manos de mi hermano. —Vi su rostro, pero había algo raro en sus ojos. —¿Sus ojos…? —Eran negros, Lizzy. Y no negros como los de cualquier persona, sino negros como si estuvieran vacíos, Su iris era de un rojo brillante y su cara… Tenía marcas en su rostro, como grietas en su piel grisácea. Parecía muerta, pero no lo estaba. Tragué en seco. Aquello que describía Erick era lo suficientemente tenebroso como para que yo también me estremeciera si veía a Anna. —¿Cómo sabes que no lo estaba? —presioné. —Porque estaba mordiendo mi cuello y destrozando mi espalda con sus uñas encajadas en mi piel. Cuando ella entró en la escuela al día siguiente y vi su rostro, terminé vomitando en el baño. Me repetí a mí mismo mil veces que solo era una coincidencia, o que había olvidado el rostro de la criatura de mis sueños y le había asignado el de Anna por error, pero hasta este día, esa pesadilla recurrente aparece con el mismo rostro de la chica y cuando la miro, todo lo que puedo ver es esa terrorífica imagen. Intenté no reaccionar de ninguna forma. No quería alterarlo ni mucho menos, pero su sueño se parecía demasiado al que yo había tenido con aquel bizarro ser en la bañera. —¿Por eso estás asustado de ella? ¿Y qué sucede con Sam? ¿Por qué dices que cuando lo ves a él, crees que me va a lastimar? —Todo lo que puedo ver cuando miro a Sam, son sus ojos, Lizzy. Sus ojos verdes… ¿Por qué había olvidado que Sam tenía los ojos verdes? Sus palabras me dejaron dudando y rememorando su rostro. ¿Cómo demonios mis cerebro había suprimido el hecho de que efectivamente los ojos jade del chico habían sido los que primeramente habían llamado mi atención? —De cualquier forma, yo solo te digo esto porque Anna y su hermano están abajo en la sala y son los únicos dos que han estado al pendiente de ti en todo momento —me dijo caminando hacia la puerta—. Y quizás deberías mostrar algo de agradecimiento al hombre que te salvó la vida. Era cierto que desde el incidente, todos aquellos que consideraba como cercanos a mí, habían estado un poco apartados y habían dejado de visitarme apenas días después del ataque. La atención constante sobre mí no me gustaba, pero la soledad extrema por la que estaba pasando en aquellos momentos tampoco era muy acogedora. Durante las primeras dos semanas que estuve en casa luego de que saliera del hospital, prácticamente todo el pueblo había ido a visitarme. Yo era la chica del valle que había sobrevivido a un ataque animal y a un asesino serial, como me llamaban las viejas alcahuetas que se pasaban las tardes enteras sentadas en el parque escuchando cada comentario inocente y convirtiéndolo en la comidilla del pueblo cuando se juntaban con sus amigas en los juegos de póquer los viernes en la noche. Todos los que iban a saber de mi salud, dejaban escapar un enorme chillido de temor al ver la herida y muchos abrían tanto sus ojos que temía que a alguno se les fueran a salir de sus órbitas. El asombro se debía a que los que habían sido atacados anteriormente en el valle no habían sobrevivido. Yo había sido la primera de una lista que se remontaba a cuatro años atrás y estaba encabezada por desconocidos, forasteros y algunos homicidas. —¿Elizabeth, puedo pasar? —preguntó desde afuera la voz aguda y tímida de Anna. Erick les había dicho que subieran a mi habitación. —Sí, por supuesto. Ya deben haber comenzado los exámenes este mes. ¿Has obtenido buenas notas? —decía yo mientras intentaba alisar las arrugas de la cobija mientras me metía en la cama, de forma que no le hablaba a la chica mirándola directamente. Temía imaginar sus fracciones como Erick las había descrito. —Excelentes, si me preguntas a mí —respondió apresuradamente una voz masculina que me caló hasta los huesos. Al levantar la vista rápidamente vi el reluciente y casi perfecto rostro de Jensen sonriendo mientras llevaba un paquete envuelto en un papel plateado y con un gran lazo rojo encima. Anna, por su parte había colocado junto a la cama un jarrón con unas flores de color violeta y de un aroma suave—. Mi hermana me dijo que te gustaban los chocolates así que decidí traerte estos. Las flores las eligió ella —dijo el joven sereno. Me obsequió los chocolates y se sentó en uno de los sillones que habían en mi habitación, el más próximo a la ventana mientras que Anna se dejó caer sobre el que estaba junto a mi cama. —La Sra. Shendfield me dijo que regresarás a la escuela dentro de dos semanas como mucho. Allá todos te extrañamos —dijo la chica y a continuación se mordió el labio cerrando los ojos con cierta molestia. —¿Por qué haces ese gesto tan a menudo? —pregunté curiosa. Anna se sonrojó y su rostro se tornó un poco más serio y avergonzado. Jensen dio respuesta a mi pregunta. —Es algo que hace desde que tiene uso de razón. Solo ocurre cuando está muy nerviosa. Nada especial —dijo sonriente—. Pero hablemos de ti: ¿cómo te encuentras? ¿Qué tal has estado en tu recuperación? —preguntó entrelazando sus dedos e inclinándose hacia delante en su asiento. —Bien. Las heridas están sanando rápido pero estoy muy segura de que quedará la cicatriz —dije quitando los vendajes de mi hombro. —¿Cicatriz? —repitió asombrada Anna mirando a Jensen. —Sí. Es una herida demasiado profunda. Sería ilógico pensar que hay alguna forma de que la piel regrese a como era antes —dijo el chico que caminó hacia mí haciéndole un gesto a Anna para que se tranquilizara. Ella estaba al borde del asiento y por el sudor que bañaba su rostro, podía saber que estaba incómoda por algo. Jensen miraba las suturas sobre la marca de la garra y descubrí una pequeña sonrisa en la comisura de sus labios que me dejó desconcertada. El hombre estaba atónito mirando la herida. Al acercarse a mí vi un colgante que se escondía entre la camisa y el suéter que llevaba. —¿Te gusta? —preguntó él al ver que me llamó la atención su dije redondo y achatado en forma de relicario. Lo abrió y me lo mostró. En el interior estaba la pequeña foto de una mujer... una que yo estaba segura de haber visto antes en algún momento de mi vida. Era de cabello n***o y de ojos color verde dorado, pero la foto tenía un tono amarilloso que era imposible distinguir muy bien sus fracciones. —El papel se ha mojado varias veces, por eso parece tan antiguo —explicó tan pronto la duda se levantó en mi cabeza. No sabía qué era más escalofriante, si la casualidad de que él anticipara siempre lo que quería preguntar o que respondiera con la naturalidad con la que lo hacía; justo como si no fuera nada extraordinario. —¿Ella era tu esposa? —pregunté con la voz entrecortada. El chico asintió con una tenue sonrisa. Anna, en cambio, asomaba su cabeza tras el muchacho con el rostro sorprendido. —Creo… creo que… Estoy segura que la he visto antes —dije aún sin apartar la mirada y obligándome a recordar ese rostro. —No lo creo. Ella murió hace mucho —dijo y sin darme tiempo a preguntarle el nombre salió de la habitación mirando el reloj y diciendo que se había hecho demasiado tarde para su compromiso en Bismarck. Anna intentó decirme algo, pero en cambió se quedó con la boca abierta y el dedo índice levantado por unos segundos y después se fue tras su hermano prácticamente en una carrera. Las semanas siguientes pasaron rápido y mis heridas estaban sanando correctamente a los ojos de los doctores que me trataban. Sin que me diera cuenta, ya estaba de vuelta en Valley City High School antes del final del mes. Desde que regresé a la escuela tuve que ponerme al día con los trabajos prácticos y las tareas extra clase que tenía atrasadas, por ese motivo tuve que comenzar a estudiar con Anna para adelantar el tiempo perdido. Además, el estudio se convirtió en una excusa para que ella viniera a la casa y me hablara más de Jensen, quien desde aquella tarde no fue más a visitarme. De vez en cuando yo también la visitaba a su casa, a veces nos pasábamos tardes enteras allá y mientras resolvíamos algunos ejercicios de Álgebra, veía a Jensen leyendo algún que otro libro en su salón a la vez que escuchábamos ruidos de pasos en los suelos de madera y risillas apretadas en las otras habitaciones que me dejaban saber que los hermanos Amell no vivían solos en aquella casa. —En verdad lees mucho —comenté junto al marco de la puerta de su despacho una noche mientras Anna preparaba unos pequeños aperitivos para recesar un poco del constante estudio. —Es solo un libro viejo y aburrido —respondió mirándome y levantando una ceja. —Sherlock Holmes no es aburrido en lo absoluto —le respondí al ver el título del libro—. El segundo tomo de la colección completa de sus aventuras es mi favorito —respondí nuevamente. Levantó la vista por completo y comenzó a mirarme con una cálida sonrisa, justo como si fuera un bicho raro o tuviera algo extraño en mi cara. Me sentí bastante incómoda. Intenté preguntarle el porqué de esa mirada pero no fue necesario, él simplemente lo respondió antes de que yo preguntara. —No hay muchos jóvenes en este tiempo a los que les interese una buena lectura —respondió. —Hablas como si no fueras de este tiempo —comenté. Él simplemente sonrió de medio lado y cerró el libro sobre sus piernas. —¿Cuál es tu relato favorito? —preguntó. Cada vez me recordaba más y más a Sam. —El sabueso de los Baskerville es sin duda una narración increíble —respondí ojeando un cuaderno en blanco que tenía sobre el escritorio. Acto seguido solté el libro porque vinieron a mi mente escenas imaginarias de aquel capítulo que se ligaban a la extraña realidad de mi accidente en el valle con la bizarra bestia. —¿Estás bien? —preguntó poniéndose de pie. Asentí y el hombre pasó por mi lado dándome unas palmaditas en el hombro derecho—. Estarás bien —dijo. Aquel gesto y la frase me parecieron familiares. Finalmente había recordado de donde conocía a la esposa de Jensen. Ella estuvo en el entierro de Emma, mi madre. Recordaba que también había hecho ese mismo gesto luego de que el ataúd comenzó a hundirse en la tierra. Mi hermano estaba a mi lado y me abrazó para que no llorara enfrente de los otros, pues siempre había sostenido que no se debía llorar en público, incluso cuando era un niño pequeño y tenía el corazón tan aplastado como el mío. Richard estaba demasiado lejos de nosotros como para siquiera vernos en aquel momento. Ella estaba cerca y puso sus manos en nuestros hombros dándonos palmaditas y diciéndonos que estaríamos bien. —¡Espera, Jensen! ¡Lo recuerdo ahora! —dije llamando la atención del hombre que ya cruzaba la puerta del despacho—. Creo que conocí a tu esposa hace nueve años atrás durante el entierro de mi madre. Ella hizo ese mismo gesto y nos dijo lo mismo a mi hermano y a mí. Era una mujer muy hermosa... Jensen se tornó como de piedra ante mi revelación y no demostró emoción alguna más que parpadear y fruncir un poco los labios. Apretó la mandíbula y trago fuerte. Después, simplemente se fue dejándome sentada en aquel sillón bastante confundida hasta que llegó Anna y comenzamos nuevamente a resolver ejercicios de Álgebra. Era la segunda vez que hacía lo mismo y su silencio constante comenzaba a sacarme de mis cabales. El estudio terminó temprano ese día por lo que no dudé en regresar caminando a la casa. Estaba atardeciendo y aún faltaba un poco para que anocheciera totalmente. Durante el camino centré mi mente en la reacción de Jensen pero siempre el pensamiento se desviaba cada vez que veía los árboles. Siempre pensaba que estaba de nuevo en el bosque con aquel animal detrás de mí, listo para asesinarme. Llegué a la casa y me dispuse a escribir en un viejo diario que tenía. Entré directo a mi cuarto, pues no me apetecía mucho cenar, y abrí la libreta desgastada con anotaciones y dibujos desproporcionados del animal del bosque. De pronto sentí un ruido en el techo, como si algo hubiera caído sobre las viejas tejas rojas. Asustada miré por la ventana solo para descubrir a Sam afuera congelándose de frío y con una extraña mirada en su rostro. —¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté mientras salía por la ventana y me quedaba a una distancia prudente de él. Con una mano, me sostenía del marco de madera mientras escondía el hombro herido con mi cuerpo. —Necesitaba venir. Supe lo que te sucedió y, en verdad, siento mucho no haber estado aquí —me dijo. Sus palabras eran bastante sinceras, pero escuchaba cierta culpabilidad. Lo invité a entrar. Hacía un frío infernal afuera. De seguro en pocos días comenzaría a nevar y era solo finales de octubre. —Pero Jensen me dijo que sí estabas aquí —recordé de inmediato—. Dijo que estabas con Lachlan en su casa. Él paso las manos por su rostro y desvió la mirada con algo de rabia mientras su aliento se condensaba y la punta de su nariz se enrojecía por el frío junto a sus mejillas. —Sí —asintió y rectificó su posición—. Estaba allí, pero me fui poco después que pasaron tú y tu hermano a por Anna. No quería salir porque sé que Lach diría algo para sacarme de mis cabales y ya estaba lo suficientemente molesto para esas alturas de la noche. Asentí ante una respuesta que no me tragué del todo y regresé adentro de mi habitación. Había demasiado frío afuera y mi cicatriz picaba como nunca. —Erick me dijo que Michael decidió quedarse unos días más en Bismark —dije mientras me sentaba en la cama y lo observaba a él afuera. Se acercó a la ventana y pidió permiso para entrar, ante lo que yo asentí con un breve movimiento de cabeza sin desviar mis ojos de él. ¿Y si no confías en él, por qué lo dejas entrar a tu cuarto? ¿Por qué la puerta está cerrada? ¿Por qué no me molesta que él esté aquí, pero en el fondo, realmente le tengo miedo? —No tenía ninguna idea de lo que te había sucedido. Le ofrecieron un contrato de trabajo allá y estaba considerando aceptarlo. De todas formas, yo me quedó aquí. Seguiré trabajando en la carpintería para tu papá —respondió. No se atrevía a mirarme a la cara y parecía que había presentido mi incomodidad pues se quedó sentado en el marco de madera, prácticamente con medio cuerpo afuera de la habitación. —Supongo que alegro por tu familia y en parte porque tengo a mi compañero de lecturas de regreso —comenté mostrando un poco de interés pero la preocupación en el rostro del muchacho me consternó—. Escucha, lo que sucedió en el bosque… pudo haber sido peor. Estoy bien ahora y eso es lo que importa. ¿No? —dije. —Lo sé, pero siento que pudiera haber hecho algo si solo… —decía mirando hacia el suelo, pero no terminó la frase, solo dejó escapar un suspiro y levantó su mirada hacia mí. Nunca me había fijado tanto en los ojos de Sam como en aquel momento. Recordaba que eran verdes, pero al verlos me estremecí. Últimamente me sucedía eso muy a menudo con Anna y con Jensen o con cualquiera que los tuviera de ese color porque me recordaban a la criatura. —¿Estás bien? —me preguntó acercándose un poco. No sabía qué responder, si decirle todos mis problemas de sueño o mis suposiciones acerca de aquella cosa del bosque. —Fue solo un ataque animal. Son normales en las cercanías del valle —mentí. —¿Segura? —continuaba presionando mientras se alejaba de mí. —Perfectamente —continuaba mintiendo y mi garganta me delató tragando en seco—. Quizás tengas que irte. No quiero problemas con tu novia. Sam no supo que más hacer o decir, no sabía si irse o quedarse, qué preguntarme o qué más hacer. Se sentía culpable por no haber estado allí después del ataque, pero algo de mí me decía bien claro que su culpabilidad se debía a algo más...
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