Capítulo 11: Halloween

3155 Words
Estaba corriendo. Fatigada miraba hacia atrás de vez en vez para asegurarme de que nadie me venía persiguiendo. Caí varias veces a causa de las raíces de los árboles que se levantaban del suelo del bosque. Rápidamente miré hacia adelante y para mi sorpresa vi a Jensen. Estaba allí, vestido de n***o como solía hacerlo siempre y mirándome serenamente. Sus ojos me inspiraban confianza y un poco de paz, así que me detuve sintiéndome a salvo a su lado. Caminé unos pocos metros hacía él. Extendió su mano hacía mí y con algo de recelo, tomé la flor sangrante de entre sus dedos. —Solo rosas rojas para nuestra señora de negro... —habló mientras yo observaba como la sangre que brotaba de aquella flor se disipaba y mostraba unos blancos e inmaculados pétalos. No levanté la vista de la rosa. Su magnificencia no me lo permitía, pero al hacerlo, vi el rostro de Jensen transformarse en algo que no era natural e inmediatamente se abalanzó sobre mí. Su ceño ers como el de aquel animal en el bosque, pero aún continuaba siendo humano... Los ojos rojos, como infectados de sangre, la piel pálida y fría como muerto que yace en su tumba por más de un siglo y aquellos grandes y feroces dientes que atravesaban mi garganta bebiéndose toda la vida que había en mí. Eso era Jensen y eso vi mientras drenaba la sangre de mis venas y clavaba sus uñas filosas en la cicatriz que se ponderaba en mi hombro izquierdo. La campana de la escuela sonó dejándome saber que el turno de clases había terminado. Solo fue un sueño, pensé aliviada. Era de esperarse que mis ojos se apagaran con una abismal facilidad en cualquier lugar, pues solo dormía unas pocas horas en todo el día a causa de esas pesadillas que iban y venían con el objetivo de amargarme la existencia. Gracias al cielo, la hora del almuerzo ya había llegado. Con un poco de sueño y un desesperante dolor en la espalda por haberme quedado dormida sobre un pupitre en la clase de Biología, Anna me llevó a almorzar a pesar de mis ruegos. Éramos solo ella y yo esa tarde, pues Katherine estaba cumpliendo su parte como organizadora del concurso de disfraces que se realizaría por la noche en el Valley Pub. Cada año se celebraba Halloween allí. Era, según Dylan, la mejor fiesta de Valley City y la más popular por el caso de las extrañas historias que rodeaban el lugar. —¿De qué irás vestida? —preguntó Anna. Su emoción por esa fiesta en particular era bastante curiosa pues generalmente, no mostraba mucho entusiasmo para nada que tuviera que tuviera que ver con algún evento. —No pienso ir —respondí un poco apenada por decepcionarla. —¿Por qué no? —preguntó con una expresión en su rostro que me rompió el corazón. —Creo que con la cantidad de pesadillas que he tenido últimamente, no me va a hacer bien ir a una fiesta donde todo el mundo va a estar vestido de escalofriantes monstruos. El punto de Halloween en adolescentes es lucir sexys o asustar a los otros. No estoy interesada en la primera opción y no creo que soporte mucho más de la segunda —le explicaba a la chica que solamente me escuchaba hablar negando con su cabeza a todas las palabras que decía. —Si no enfrentas tus propios miedos, querida mía, eres mucho menos extraordinaria de lo que yo creía —me dijo sin tapujos—. Solo son personas que quieren ser algo más por una noche. Incluso si estuvieras en la misma habitación que eso que te atacó en el bosque —habló apuntándome a la cicatriz del hombro escondida bajo capas de ropa—, enfréntalo. Tú sobreviviste y él se detuvo. ¿Sabes lo tremendamente inusual que eso es? —¿Él? —pregunté de inmediato al escucharla referirse al monstruo por aquel pronombre—. Dijiste que él se detuvo. —Es una forma de hablar, Lizzy —rectificó sin darle mucha importancia a lo que había dicho—. Y por cierto, ¿qué tiene de malo ser sexy? —rió. —Soy la chica más antisexy del mundo. —Ay, por favor, Elizabeth —dijo rodando los ojos en blanco con una mueca graciosa en el rostro—. Solo necesitas el disfraz adecuado y, por suerte para ti, tengo miles. —El espíritu de Katherine se apoderó de ti —bromeé abriendo mis ojos efusivamente para mostrar mi total desacuerdo con la idea de ser la muñequita de porcelana de la chica. Bastante tenía con ser el maniquí de la rubia—. Además, no me apetece vestirme de conejita playboy este año —dije y recogí mis libros de la mesa para regresar a clases. —¡Oh, por Dios! ¡Habló la puritana! —bromeó ella corriendo detrás de mí por los pasillos. —¡Hey! No soy puritana. Pasé por una máquina expendedora y compré un agua carbonatada, pues disfrutaba la sensación carrascosa que dejaban las burbujas de gas en mi garganta y no dejaba de ser refrescante nunca. Era de las pocas cosas que me recordaban al calor de California. —Y por lo que puedo oler, no eres tampoco una virgen —dijo ella con total naturalidad mientras yo me ahogaba con un sorbo del agua. Dejé la botella dentro de mi casillero para recuperar el aire mientras ella soltaba una carcajada ante mi reacción. —¡¿Qué demonios, Anna…?! —exclamé con los ojos fuera de mis órbitas y dirigiéndole una mirada de reclamo total para que fuera un poco más discreta. —Así que supuse correctamente —levantó una ceja y sonrió con aire altanero—. Me alegra saber que no he perdido el don. ¿Quién era? ¿Cómo era él? ¿Cómo fue…? —No pienso contarte nada —sentencié sacando las libretas de apuntes para el próximo turno. Cuando recordé que compartía todo el horario con Anna, supe que no me dejaría tranquila en todo el día. —No importa, me lo contarás todo esta tarde cuando vayas a mi casa a buscar tu disfraz —se encogió de hombros, segura de conseguir la historia completa en algún momento—. Porque definitivamente irás a Halloween. —Solo te pido no ir de enfermera o mucama —le supliqué con un toque de sarcasmo. —Tranquila. Tus tabúes con esos disfraces están sellados. El tema de este año es Criaturas de la Noche y he pensado en ir como vampiras, pues no hay nada más sexy que una b***h boss chupasangre —me dijo tapándose los oídos al escuchar el timbre que anunciaba el término de la hora de almuerzo—. El año pasado dedicaron Halloween en el Pub a las Brujas de Salem y la referencia cultural de todos en cuanto a brujos fue tan lejos en la historia como Harry Potter. Fue extremadamente divertido ver a todo el mundo en su modo obsesivo con Sombreros Seleccionadores, Nimbus 2000 y la mayoría estaba con las togas de Gryffindor y Slytherin. —me dijo riendo estrepitosamente—. Helena fue la única que se atrevió a ir de Hécate y se pasó toda la fiesta hablando de la diosa de las brujas. De ahí su sobrenombre… —Y te imagino a ti siendo la excepción de toda regla y presentarte como Sarah Osborne —dije recordando a una de las condenadas reales de los juicios. —¡En lo absoluto, Lizzy! —exclamó un poco orgullosa de su propia elección—. Fui como una Revenclaw. Es mi casa favorita y está demasiado subestimada. No pude evitar dejar escapar una carcajada que me acompañó hasta que el profesor hizo su entrada en el aula. Algo tenía que reconocer: Anna tenía una personalidad única y por momentos era tan expresiva como una estatua de mármol y en otros, solo era una chica de diecisiete años disfrutando el mundo a su alrededor. Ella estaba tan emocionada que me recordó a mí misma cuando era pequeña. Mi hermano y yo íbamos vestidos todos los años de los más bizarros monstruos o reproducíamos looks de nuestras películas favoritas. Siempre innovávamos con nuestros disfraces, y era el evento del año para nosotros dos. Solía encantarme Halloween. Era una excusa para hacerle bromas a mi abuela o para llenar el jardín del vecino de papel sanitario cuando se negaba a darme caramelos. Era el mejor día de mi vida; uno en el que pretendía ser alguien más, una persona más importante que yo misma. Supongo que siempre me gustó ser más que solo Elizabeth, la hermana gemela de Erick. Ese día yo era Elizabeth Báthory, la Condesa Sangrienta. Era un poco terrorífico evocar a aquella mujer que cometió los asesinatos más atroces, pero ese era el espíritu de Halloween: aterrorizar a todo el mundo con historias tenebrosas, ¿y qué más horripilante que la historia verdadera de la condesa de Hungría que tomaba baños de sangre para preservar su belleza? Anna no paraba de reírse cuando le conté todas esas historias de mi niñez mientras buscábamos en su armario unos trajes adecuados para la fiesta, aunque me negué a darle la historia que realmente quería. —No puedo imaginarme a ustedes dos vestidos así —decía aún ruborizada de tanto reírse. —Mi hermano siempre iba de Drácula. Creo que mamá incluso tuvo de deshacerse de aquel traje porque Erick lo utilizaba a todas horas desde el día que lo compró. Era bastante gracioso. Además, a mí me costaba muchísimo caminar con esos vestidos, pero me encantaba vestirme de La Condesa porque eso siempre asustaba a mi hermano. Recuerdo que teníamos esa estúpida riña acerca de quién de los dos personajes era el más sanguinario —comenté riendo. —Realmente, hay otra historia de una vampira un poco más despiadada que la Condesa Báthory. Era Raina Novotná —comentó sonriendo de medio lado. Nunca había escuchado ese nombre o ninguna referencia acerca de esa mujer en ninguno de los libros que había leído. —No me suena —comenté extrañada. Los vampiros eran invenciones de los escritores y en ningún libro se hablaba de ella—. ¿Quién fue?— pregunté interesadísima en el tema. —Se ha dicho que fue la causante de la Masacre de Znojmo; en mayo de 1919. Se describió en los anales de historia como el más extraño de los acontecimientos. El pueblo de Znojmo se acostó con 400 habitantes perfectamente saludables y el sol los descubrió a la mañana siguiente a casi todos desangrados —me contó. Se escuchaba cierta fascinación en la voz pero después esto, su tono se volvió nervioso—. Te debo estar asustando —me dijo. —Sí, de hecho estoy un poco aterrorizada ahora mismo pero ese es el espíritu de Halloween, ¿no es cierto? —contesté. En ese mismo momento encontré el traje adecuado para ir a la fiesta. Era un vestido de aquellos que se usaban en los 1800s. Tenía un corsé de color rojo vino mientras que la cola caía en n***o con destellos y bordados en un brillante hilo escarlata, formando los más complicados patrones. Era perfecto y con nivel de detalles que era arte puro. Tenía bordados en piedras en las mangas de malla y las sayuelas que aportaban el volumen debajo del apretado corpiño, parecían completamente auténticas. Anna cambió la expresión de su rostro cuando me vio fascinada con aquel vestido. Estaba totalmente sorprendida, pero después me agarró por una mano y me llevó en una carrera a la habitación de Jensen. Él no estaba allí, al parecer estaba atendiendo sus negocios en Bismarck. —¿Qué estamos haciendo aquí? –pregunté susurrando porque estaba nerviosísima de entrar así en la habitación de Jensen. Era tan sobria y mono cromática como él, más no era para nada aburrida. Tenía colecciones de arte en colores neutros y estantes llenos de libros. La cama de un impecable blanco y las paredes grises me dejaban saber su preferencia por la tendencia minimalista. Anna comenzó a hurgar entre sus cosas y yo salí de la habitación tan pronto cuando ella me soltó. No quería tener nada que ver con aquella invasión de la privacidad de su hermano. Todo en lo que podía pensar era que si yo le hacía eso a Erick, seguro me llevaba una bronca en la que no nos reconciliaríamos en meses. Revisó las gavetas de sus mesas junto a la cama, su tocador en el baño y el clóset hasta que encontró un pequeño cofre plateado que salió a mostrarme. —Esto es lo que buscamos. Sabía que él lo guardaba por alguna parte. —No quiero tener nada que ver con esto —dije levantando las manos en el aire, pero ella me ignoró y abrió la alhaja. Dentro, en un cojín de terciopelo n***o, unas joyas de plata y rubíes robaban toda la atención de los grabados del cofre. Un anillo de plata de mujer con forma de un rosal y un collar cuyo dije era una rosa de rubíes como pétalos. —Estos son a juego con ese vestido —me dijo entregándome el cofre en la mano. No podía aceptarlos. Eran de Jensen y si los guardaba con tanto apego era señal de que eran extremadamente importantes para él. De seguro pertenecían a su esposa. —No voy a tocarlos. No puedo ni siquiera ponérmelos por un segundo —negué, pero mis ojos no podían despegarse de las joyas—. Deben ser muy importantes para él —dije indignada. —Lo son, pero no le importará que tú los uses. Estoy segura que le encantará la idea —me dijo. Anna estaba completamente de acuerdo con el hecho de que su hermano tenía que seguir con su vida, pero para mí, esa no era la forma correcta. Rápidamente salí de esa habitación. Tomé el vestido y le pedí que me llevara a mi casa. Al llegar, Katherine ponía todo su esfuerzo en halagar a Veronica y suavizarla para que, entre ambas, convencieran a Richard para que nos dejara ir a mi hermano y a mí al Valley Pub. Vero fue la encargada de arreglarme el cabello. Según ella, un poco ondulado y en un estilizado moño sería perfecto para usarlo con ese vestido, pero la realidad fue que, sin importar las copiosas cantidades de laca que usara, el moño terminaba deshaciéndose, por lo que opté por llevar mi cabello n***o a medio recoger. Mientras tanto Kat intentaba maquillar a Erick tan fiel a Nosferatu como fue posible, pero le puso tanta base blanca que parecía un verdadero muerto viviente y lo único que resaltaban eran sus profundas ojeras azulosas. Alrededor de las nueve de la noche ya estábamos listos para ir al Valley Pub, pero Dylan aún no había llegado así que tuvimos que esperar un poco más. Estaba en mi cuarto dándome los últimos toques antes de irnos cuando sentí el golpe sobre el tejado. —Creo que tu “amigo” vino a hacerte una visita —bromeó Kat y se escondió en el baño donde, por supuesto, esperaría con la oreja detrás de la puerta. Pensé que era Sam, así que respiré profundo y salí lo más rápido que pude, pero no es una hazaña muy simple abrirse paso por una ventana con un vestido de aquella envergadura. Para mi sorpresa no era Sam en el tejado esa vez, era Jensen quien se apareció con el cofre de plata entre sus manos. —¿Qué tiene la gente de este pueblo con los tejados? —pregunté irónicamente mientras me reía. Jensen se quedó perplejo cuando me vio. Parecía como si estuviera buscando las palabras con las que expresarse, pero no pudo—. ¿Está tan mal? —pregunté confundida por su reacción. Ni en medio de un cementerio, el rubio de ojos verdes se había quedado tan paralizado como en aquel momento. —Nunca —sonrió cálidamente él—. Te ves preciosa, Lizzy. Jensen nunca me había llamado así, pero en sus labios, mi nombre se sentía correcto. —Anna me contó lo que sucedió —me dijo aclarándose la garganta. —Lo siento. Sé que estuvo muy mal de nuestra parte irrumpir en tu cuarto y registrar tus cosas —lo interrumpí disculpándome por mi comportamiento esa tarde. —No fue tu culpa. Además mi hermana tiene completa libertad para entrar en mi habitación. No tenemos secretos el uno con el otro. Demasiados años siendo únicamente nosotros dos contra el mundo logran que finalmente las disputas familiares se resuelvan. No me malentiendas; hubo un tiempo en el que ella me odiaba —respondió añadiendo un poco de humor al tono de la conversación—. De todas maneras, entiendo que Anna quiera que comience una vida nueva y que trate de superar lo que sucedió. Quizás ella tiene razón y lo mejor sea olvidarme para siempre de mi pasado y para ello tengo que deshacerme de todo lo que me pueda hacer recordarla a ella —dijo mirando el cofre que tenía entre sus manos. Luego me lo entregó diciendo que el collar se vería mejor en mí que en una gaveta guardado y oliendo a polvo. Pude notar por un segundo que Jensen tenía en su mano izquierda un anillo que era como el del cofre pero en vez de rosas, tenía espinas. —Anillo de bodas, ¿no es cierto? —apunté. Asintió y sonrió. —No te preocupes. No lo llevaré más. —Entonces, ¿disculpas aceptadas? —le dije extendiéndole la mano. —No hay ninguna disculpa que pedir pero, sí. Estás disculpada si aceptas el collar y el anillo como regalos míos —dijo dándome la mano. Yo asentí con una sonrisa mientras él se quitaba su alianza y la guardaba en uno de los bolsillos de su sobretodo n***o. —¿No vas a estar en el Pub? —pregunté antes de que se fuera. —Sí, iré con Anna. —Pero no estás vestido aún y la fiesta comenzará dentro de poco —dije, pues llevaba su natural combinación de abrigos de grueso poliéster gris y su sobretodo n***o, con una bufanda escarlata cayendo sobre su pecho. —Ya estoy vestido —dijo levantándose la chaqueta y mirándose a sí mismo con un toque gracioso en el rostro—. ¿No me reconoces? —me preguntó, pero yo negué completamente perdida—. Triste, solo e increíblemente bien parecido… Soy un vampiro del siglo XXI —bromeó y luego se fue tirándose del techo. Entre él y Sam me iban a provocar un infarto uno de esos días si continuaban utilizando el tejado de mi casa como escalera principal para llegar a mi cuarto.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD