Capítulo 9: Alexandra a través del espejo

1350 Words
Doce días habían pasado desde el ataque de aquella cosa. Me sentía un poco más aliviada físicamente, pero los terrores nocturnos no habían menguado. Me había recuperado de la operación con una rapidez fascinante y las heridas comenzaban a cicatrizar a un ritmo más rápido de lo común, pero por precaución, se decidió dejarme el tejido cubierto por apósitos esterilizados para evitar cualquier tipo de infección. Por supuesto, los dolores en el brazo no cesaban, mucho menos en aquellos momentos en los que comenzaba a caer el invierno. Quería regresar a mi casa, pero no me atraía la idea de encontrarme con la cara de Richard, siempre fruncida cada vez que me dirigía una mirada rencorosa. El solo hecho de verlo me daba fatiga. Solamente se apareció por el hospital una tarde dos días antes de me dieran de alta. Ese fue todo el tiempo que dedicó a ir a ver a su única hija. En fin, era más importante el trabajo que yo. Vero trataba de poner excusas cada vez que me visitaba en el hospital, pero verdaderamente no me interesaban; su actitud no tenía justificación de ningún tipo. Sam tampoco fue a visitarme al hospital ninguno de los días que estuve internada en recuperación por la cirugía. Según me dijo Erick, su padre llamó a Rick diciéndole que se demorarían unas semanas en volver a la ciudad, de manera que no regresarían más hasta fin de mes. Su despedida en el techo de mi casa, me supo algo amarga y aunque sabía que era imposible que él pudiera hacer algo por mí, pensaba que quizás recibiría como mínimo un mensaje de texto de su parte o algo parecido. Sin embargo, lo único que recibí fue un indiferente tratamiento silencioso. La tarde que me dieron de alta Erick y Anna me llevaron a casa. Ella estaba mucho más seria de lo normal. Estaba nerviosa y parecía que su habilidad para sacar de quicio a Erick se había esfumado. No dejó salir ningún comentario sarcástico en todo el camino hacia la casa y su silencio era completamente inusual e incómodo para mí. Solía decir que lo que me sucedió en el bosque había sido su culpa. Realmente era un poco absurdo pensar que ella hubiese podido ayudarme en algo, pero continuaba insistiendo en ello. Cuando llegamos a la casa decidí dormir un rato. Las camas del hospital eran extremadamente incómodas y no veía la hora de tener una plácida y larga siesta en mi propio colchón. Nada más cerré los ojos, las imágenes del ataque regresaron a mi cabeza. Tuve que abrirlos inmediatamente porque creí que estaba sucediendo otra vez. Era frustrante despertar con esas pesadillas a cada instante ni sentirme segura en ningún lugar o con ninguna persona. Desistí de mi idea de descansar y en cambio me puse a organizar mi cuarto para ocuparme un poco. Era sabido que podía dormir mucho mejor si estaba cansada. En esos días que había estado en el hospital parecía que un volcán había arrasado con mi habitación. Erick dormía allí por las noches. Lo supe porque sus cuadernos de dibujo estaban sobre mi cama y eso no era una cosa que él dejara en cualquier lugar. Eran su tesoro personal. Tenía allí retratos de mamá, dibujos míos, y algún que otro paisaje del valle. Recuerdo que aquel día del accidente donde murió Emma, Erick había decidido pintar el lago. Ese dibujo lo dejó a medias. Nunca lo terminó porque el solo verlo era un dolor insoportable para él. Siempre sintió una culpa inmensa porque decía que él que pidió ir al bosque a pintar y, si no lo hubiese querido ir, a lo mejor mamá aún estuviera viva. Comencé entonces a hojear los dibujos. Eran preciosos y se podía observar cómo, con el tiempo, se hacían cada vez mejores. El últimos de sus cuadernos estaba todo roto y desastrado. Algunas páginas estaban arrancadas o llenas de pintura negra tratando de cubrir el boceto original. Erick no era así, cuidaba mucho sus dibujos. No fue hasta que vi nuevamente la carátula azul que me di cuenta que en ese había dibujado todas las pesadillas que tuvo cuando era pequeño. El psicólogo que nos atendió tras la muerte de mamá le dio la estúpida idea a mi hermano de dibujar todo lo que recordaba de esos sueños. La furia con la que había tratado aquel cuaderno me rompió el corazón. Él sufrió mucho, quizás más que yo, cuando Emma murió. No pude evitar dejar escapar unas lágrimas mientras veía aquel desastre. Cerré el cuaderno con un movimiento brusco pues era el reflejo de sus temores y sus más íntimas necesidades de afecto maternal. Toda su roña y su ira tenían su origen en ese momento. Ese era su verdadero miedo: la soledad en la que se vio envuelto cuando perdió a su madre, lo que él más quería en este mundo. Supongo que tuvo la necesidad de recordar esos cuadernos y esa soledad cuando se vio en la encrucijada de casi perderme a mí también. Al cerrarlo, un papel doblado cayó sobre el suelo. Era el único de los dibujos de aquel libro que no estaba completamente arruinado. La curiosidad de verlo se transformó en terror cuando descubrí la imagen que contenía aquel papel: era la niña. La niña que yo veía en mis pesadillas. Erick también la vio luego de la muerte de mamá. ¿Qué demonios estaba sucediendo en esa casa… en esa ciudad? ¿Qué estaba sucediéndonos a mi hermano y a mí…? Dejé caer el papel al suelo inmediatamente y al mirar hacia el frente la vi en el espejo, mirándome como solía hacerlo con aquellos enormes ojos verdes clavados en mí. Aquella imagen me hizo gritar espantosamente. Mi cabeza me estaba matando, mis instintos me traicionaban y no sabía que era real y que sólo un producto de mis miedos. Erick salió corriendo a mi grito y, abrazándome, me hizo sentarme en el suelo junto a él. —¿Qué te sucedió? ¿Por qué estás así? —me preguntaba a la vez que me quitaba las lágrimas de mi rostro y amenazaba con comenzar a llorar. —Yo… yo… tuve una muy mala impresión. No lo sé… tuve una pesadilla —respondí igual de traumatizada—. ¿Quién es ella? —pregunté señalándole el dibujo tirado sobre la alfombra. —No lo sé. Era la niña que soñaba cuando era pequeño. Al principio creí que eras tú porque te le parecías mucho en aquel entonces, pero después me di cuenta que era alguien más —me dijo. Era cierto, la primera vez que la vi, me pareció tan familiar porque era casi idéntica a mí cuando tenía unos ocho años, pero parecía bizarro que estuviera mirando a una versión más joven de mí misma. —¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes esa que no soy yo? —pregunté teniendo una esperanza de que él y yo no hubiéramos soñado con lo mismo. Aunque imaginarme a mí misma como una niña pequeña y con apariencia de muerta es algo escalofriante y tenebrosa; tal idea era un poco más tranquilizante que si fuera alguien totalmente extraño que no tiene ninguna relación conmigo. —En los primeros sueños todo iba bien. Yo jugaba con ella, incluso la llamaba por tu nombre, creí que estaba jugando contigo. Pero después me dijo que no se llamaba Elizabeth, que su nombre era Alexandra y que no era de aquí. Ella aparecía noche tras noche y los sueños nunca se repetían, era como una cadena de sucesos; uno tras otro sin cesar —respondió. ¿Alexandra? La primera vez que fui al cementerio esa niña me indicó la lápida de una persona con un nombre parecido. Al principio pensé que era un hombre, pero como la lápida estaba borrosa, no se veía bien todo el nombre… Alexandra Udinov, recordé, pero ¿qué tenía que ver esa niña conmigo o con Erick? ¿Por qué a nosotros? Cuando levanté la vista, la niña aún estaba allí mirándome desde el otro lado del espejo.
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