Capítulo 6: Todos los Marginados como Nosotros

4156 Words
—¿Cuántas veces te he explicado que es perfectamente adecuado llegar un poco tarde a tu propia fiesta? —me explicaba Katherine tirando abajo cada uno de los percheros con ropa colgado en mi angosto closet—. Lo inaceptable, sin embargo, es llegar cuando ya todo está a punto de terminar. Yo la escuchaba desde la bañera y lo único que quería hacer era sumergirme en el agua caliente hasta no oír nada más de su vana palabrería. No sabía de qué modo hacerle entender que ambas habíamos cambiado tanto desde que éramos pequeñas, que no teníamos nada en común, salvo un manojo de recuerdos. —¿Todavía no están listas? —escuché a Erick entrar en mi habitación—. En fin, mujeres —se quejó y finalmente me hundí en el agua con un ademán aburrido. Sin cerrar los ojos, veía el techo del baño desde un punto de vista diferente. Debajo del agua todo era siempre más pacífico, pero la calma se extinguió tan pronto comencé a ver lo que parecía ser sangre corriendo por las paredes. Lo verdaderamente extraño, sin embargo, fue que aunque intenté salirme del agua tan pronto como pude, la fuerza de unas manos jalando de mí hacia un fondo infinito, me impedían reincorporarme. Ya no se sentía como estar en un espacio confinado, sino que a medida que me hundían aquellas manos sin aparente dueño, el agua comenzaba a batir fría en mi espalda, la presión de la profundidad la sentía en mis oídos y un centenar de ojos dorados y negros me observaban en la oscuridad reinante de aquel océano que me obligaba a expulsar todo el aire de mis pulmones en un truncado intento por pedir ayuda. Las dos manos sobre mi cuerpo se convirtieron en doce en un segundo y sobre mí, vi a un ser que solo puedo describir como salido de mis más absurdas fantasías. Sí, tenía una cola de pez, pero distaba mucho de lo que cualquier otra persona pueda considerar como una sirena ordinaria. Su cabello era totalmente blanco y ondeaba en el agua junto a las algas negras con las que trenzaba alguno de sus mechones en los más complicados diseños. Tenía rasgaduras en forma de branquias en todo su alargado cuello y tanto su torso humano como su rostro estaba cubierto de unas pequeñas escamas tornasoles que reflejaban algo de luz en aquella inacabable oscuridad. La cola comenzaba desde la cintura y se tornaba de un color rojizo que se esparcía por todo el apéndice inferior de aquel ser como manchas sangrazas que terminaba en dos aplanadas aletas y la prolongación de su columna terminaba en una aguja de aproximadamente veinte centímetros de largo. Sus dedos terminaban en falanges filosas de color escarlata y en su espalda sobresalía una gran aleta dorsal de color n***o. Si su cuerpo ya era lo suficientemente bizarro como para describirlo siquiera, su rostro definitivamente no era de este mundo. En un conjunto, era precioso en todo el sentido de la palabra; perfectamente proporcionado dentro de sus particularidades. No había nariz, y sus ojos eran tan grandes como uno de mis puños. La boca estaba delineada por unos voluptuosos labios rojos que escondían unos prominentes colmillos y una dentadura igualmente filosa. —¡Sácala de ahí de inmediato! —escuché hablar a una voz masculina que no pude reconocer—. ¡Nemea la tiene! Antes de que pudiera asimilar el hecho de que estaba escuchando claramente las palabras de un hombre a pesar de estar debajo del agua, aquel ser me mordió el cuello y me atrapó con sus manos. Sentí su mordida como si fuera real. Nadie podía decirme que el dolor en mu cuello o en las costillas al sentir sus uñas atravesar mi piel era parte de mi imaginación. Que la sangre flotando en el agua era solo una ilusión de mi cabeza, pero, aparentemente fue justo eso lo que sucedió. Toda la ilusión desapareció en un instante y me encontré a mí misma aún sumergida en la bañadera de mi casa mientras las burbujas de aire que expulsaba mi boca en un intento por gritar, explotaban en la superficie, a solo unos centímetros de mi rostro. Los brazos de mi hermano me sacaron del agua y finamente pude respirar. —¡Elizabeth! ¿Qué demonios? —me gritó asustado al ver que mis dedos y labios tenían una tonalidad azul. Llevaba buen tiempo allí debajo, quizás mucho más del que imaginé. —Yo… yo… —me llevaba las manos a mi cuello donde había sentido la mordida de aquel ser, pero no había ningún tipo de marca. Tampoco había sangre en mis manos, y el punzante dolor fue desapareciendo a medida que caía en la realidad—. Me desmayé. Creo que me desmayé, Erick —balbuceaba intentando asimilar que todo había sido una mera ilusión. ¿Qué otra cosa puedo ser? —¿Cómo te puedes haber desmayado por casi diez minutos y no haberte ahogado? —hizo notar Katherine, quien miraba aterrada la escena. —Quizás solo fueron unos pocos segundos y gracias a Dios que entramos en el momento justo —asumió mi hermano e intentado recuperar la calma, le pidió a Katherine que me ayudara a salir de la tina mientras él esperaba afuera. Todavía tenía la incomodidad del agua en mi nariz y cada vez que cerraba los ojos, aquella figura aparecía frente a mí con entera disposición de clavar nuevamente sus dientes en mi cuello. No se había sentido como unos segundos, sino como diez minutos enteros y completamente plagados de agonía. —Llama a los que estén en el pub, Kat —habló Erick una vez la rubia me ayudó a sentar en la cama—. Nos quedaremos aquí esta noche —terminó en calidad de orden. —No —me negué de inmediato—. No quiero quedarme aquí, Erick. Necesitaba salir de aquella casa. Cada minuto que pasaba sola, las cosas en mi cabeza se iban enredando en una terrible pesadilla. Comenzaba a ver sombras donde no las había y ojos verdes observándome desde los árboles debajo del porche. Era agonizante el silencio y sentía que a cada segundo que transcurría en aquel lugar, mi mente se caía a pedazos. Mi hermano comprendió de inmediato a lo que me refería y asintió a mi pedido a pesar de los incesantes consejos de Katherine para que me tomara un sedante y me acostara a dormir. No hacía mucho tiempo atrás, era Erick el que estaba en mis zapatos y las constantes pesadillas le impedían dormir por noches enteras. —No pienso separarme de ti ni un minuto —me dijo tan pronto nos bajamos del carro en la entrada del Pub. Erick se había pasado todo el camino llevándose una mano al cuello, justo al lugar donde aquella criatura me había mordido, pero no quería preguntarle nada frente a Katherine, por lo que en cuanto ella entró al bar, tomé a mi hermano de las manos y lo encaré. —¿Tú también lo sentiste? —le pregunté apuntándole al cuello, pero él me esquivó con una mirada incómoda. —No tengo idea de lo que hablas. Parece que mi cuello se torció mientras intentaba sacarte de la bañera —se excusó. —No me mientas, Erick —presioné. —¡Entonces ¿qué quieres que te diga?! —exclamó de inmediato y parecía esconderse detrás de aquella cortina de mal temperamento porque no podía encontrarle una explicación a todo lo que estaba sucediendo. —¿Por qué entraste al baño? —continué preguntando. Nunca me daba por vencida con mi hermano y sabía que la única forma en la que él hablaría era presionando hasta que no pudiera más y me dijera la verdad. —Te estabas ahogando… —Tú dices que solo fueron solo unos segundos —le interrumpí de inmediato recordando sus propias palabras. —¡No fueron segundos y lo sabes! —Finalmente aceptó, pero se arrepintió tan pronto me vio asintiendo con una mirada recia—. No sé qué demonios sucedió, pero te juro que sentí que algo había mordido mi cuello y de inmediato corrí hasta ti. —Es una locura, lo sé —intenté calmarlo—. Pero nos sucede y no podemos negarlo, porque siento que me voy a volver loca si continúo creyendo que esto únicamente está en mi cabeza. No hablaba para tranquilizarlo a él, sino para intentar recuperar mi propia compostura y él lo notaba perfectamente, pues pasaba las manos por mis hombros en un esfuerzo por hacerme saber que él se sentía exactamente igual. —Quizás solo sea una cosa de mellizos —me dijo haciendo un ademán con los hombros, pero una silueta desconocida detrás de él respondió de inmediato ante sus palabras provocando un escalofrío que me estremeció por un segundo. —Si con esa mentira barata consigues engañarte a ti mismo, eres más estúpido de lo que un atleta se supone que sea —habló la voz masculina que se asomó detrás de nosotros. Erick rodó sus ojos en blancos y bufó un poco antes de darle la cara al desconocido que tenía una opinión bastante formada de mi hermano. —Te dije que no invitaras a Anna a esto —me susurró mirando al chico que finalmente me dejó ver su rostro—. Ahora vamos a tener que aguantar a todo el circo de chiflados. —¿Qué tiene que ver Anna con él? —pregunté, pero no recibí ningún tipo de respuesta. Él era alto y relativamente musculoso. Su piel era de un oscuro tono bronceado y llevaba el cabello n***o prácticamente rapado. Sus ojos eran rasgados, amplios; con unas largas pestañas azabaches y debajo de unas recias cejas negras. Eran de un color que no podía describir pues en la oscuridad parecían azules, pero a medida que las luces del Pub se reflejaban sobre ellos, iban tomando un bizarro tono verde. Los labios, voluptuosos y rojos, brindaban el toque de equilibrio perfecto en su rostro y nadie podía objetar que aquel chico llamaba la atención de cualquiera que pusiera sus ojos sobre él. Tenía un inmenso tatuaje en el cuello que parecía extenderse sobre su pecho y espalda, pero no lograba discernir bien de que se trataba. Parecían letras de un idioma que era completamente nuevo para mí, y sus elaborados diseños se entrelazaban con unos rústicos pictogramas que simulaban algún tipo de culto alrededor de una mujer con una corona de dos cuernos sobre su cabeza. —Quédate lejos de nosotros, Lachlan. No queremos problemas —le habló Erick mientras el irreverente personaje se acercaba cada vez más a nosotros. Sus ojos estaban clavados sobre mí y parecía tener toda la intención de remover a mi hermano de su camino si se interponía entre él y yo. Erick me bloqueaba con su cuerpo y yo me aferraba a su brazo derecho en un puro temblor, pero era incapaz de dejarle de mirarlo. ¿Acaso él no parpadeaba? —¿Qué quiere…? —pregunté en un susurro mientras mi respiración se agitaba y sentía claramente mi corazón saltar en mi pecho. La pesadilla del baño aún retumbaba en mi cabeza y el miedo se colaba por cada poro de mi piel, pero había algo mal con aquel tipo y no sabía lo que era. —Apestas a miedo, pequeñita —me habló él esgrimiendo una sonrisa en su rostro. Joder, sí es endemoniadamente apuesto, pensé de inmediato—. Apuesto a que no tuviste el baño más placentero hoy. Erick se estremeció al escucharlo y unas risas burlonas revoloteaban detrás de mí, pero no había nadie en aquel parking más que nosotros dos. ¿Qué diablos quería decir aquel chico? Sus ojos se apartaron de mí y se detuvo a unos pasos de nosotros. Su rostro se endureció y su mirada retadora se extinguió para dar paso a una cautelosa. Sus ojos fueron al suelo. Algo o alguien le estaba diciendo que se detuviera; justo como cuando un lobo solitario se encuentra con un león. Algo peor podía estar detrás de nosotros. ¿Había alguien detrás…? Como si una fuerza mayor me obligara a mirar a pesar de que todas las voces de mi mente me gritaban que no lo hiciera, mi rostro se volteó lentamente hasta que, por encima del hombro descubrí tres siluetas que me hicieron helarme hasta la médula. No había nada relativamente inusual en ellos, y fue efectivamente su familiaridad lo que me hizo sudar frío. Los conocía a los tres. Cruzada de brazos y con la cabeza ligeramente ladeada, Anna clavaba sus ojos en los de Lachlan como si pudiera matarlo en un instante. A su lado derecho, Jensen, su hermano mayor, quien había dejado una duradera impresión grabada en mi cerebro desde que lo conocí en el cementerio, estaba enfocado únicamente en mí y su mirada era tan hipnótica como aterradora. La sorpresa, sin embargo, vino cuando descubrí a Sam junto a los hermanos Amell. Con las manos en los bolsillos y esquivando mi mirada con todas sus fuerzas, el chico de cabello n***o recogido en un moño bajo levantó sus ojos solo cuando Lachlan dio un paso hacia nosotros y lo hizo detenerse al momento. —Quizás deberían entrar a la fiesta. Parece que Katherine y el resto de los invitados se están impacientando. Después de todo, llevamos esperando por ustedes una hora aproximadamente —habló Jensen con su natural tono taimado. Como si nada extraño estuviera sucediendo en aquel lugar—. ¿Erick? ¿Elizabeth? Anna los acompañará adentro —continuó haciendo un ademán con su mano y yo no podía dejar de mirar a Sam, quien parecía obligar a Lachlan a no levantar su vista del suelo. Anna intentó tomar a mi hermano del brazo para hacerlo entrar finalmente al Pub, pero Erick se soltó de su agarre con una innecesaria rabieta. Yo estaba tan conmocionada por las palabras del desconocido que lo único que quería era alejarme de cualquier drama que aquellos tres pudieran tener. —¡¿Qué diablos, Anna?! ¿Tenías que traer a todos los locos contigo?! —exclamó mi hermano entrando finalmente al bar—. Lizzy no necesita toda esta mierda —le dijo enfrentándose a la chica como si tuviera terror de ella. Conocía muy bien a Erick y su tendencia a gritarle a quien temía no era un secreto para mí como uno de sus tantos mecanismos de defensa. Lo que no lograba comprender era por qué un quatterback de metro ochenta podía estar tan intimidado por una escuálida chica de la mitad de su estatura. —Y tú. Te dije que te alejaras de Sammuel Fennigan —se dirigió a mí después tomándome por sorpresa. ¿Por qué estaba molesto conmigo? ¿Cuál era su absurda riña con Sam? ¿Qué diablos sucedía en aquel jodido lugar? —Calma, chico asustado —le habló una muchacha de cabello rojo ensortijado con unas plumas colgando de sus trenzas e intensos ojos azules—. Tomate una copa y trata de relajarte, Creo que lo necesitas desesperadamente y el bartender no revisa la identificación si pagas unos dólares de más. Además, con esa cara tan fruncida, pareces de 23 años —bromeaba ella tomando sorbos de un vaso repleto de whiskey con hielo. —¡Jódete, Hécate! —bufó Erick y salió disparado hacia la barra, donde lo esperaban Dylan y Kat. Anna dejó escapar una carcajada ante la cara de hastío que la pelirroja hizo cuando mi hermano la llamó de aquella forma. ¿Hécate? ¿Qué clase de nombre era ese? —Sé educada, Hécate. Preséntate ante la chica nueva —sugirió Anna divertida. Yo estaba lejos de estar cómoda y no quería ser abrumada con presentaciones que consideraba innecesarias. Lo único que quería saber era lo que estaba sucediendo afuera. —En primer lugar, mi nombre no es Hécate. Es Helena, pero hay un estúpido rumor en este pueblo por el que me llaman así. Supuestamente, soy bruja... y todas esas cosas de hacer pactos con no sé quién —me estrechó la mano con una sonrisa, pero a más pequeño roce, la vi tragar en seco y arreciar la mirada. —¿Quién era ese chico? ¿Lachlan? ¿Y de dónde conoces a Sam? —pregunté intentando no darle demasiada importancia al asunto. —¡Oh oh! —exclamó Helena—. Le dice Sam, no Sammuel… —hizo notar y escondió su cara divertida en el vaso de whiskey. Anna me puso las manos sobre los hombros y me llevó hacia una mesa, alejada del resto de los chicos que, supuestamente habían ido a aquel lugar como una fiesta de bienvenida para mí, cuando en realidad ni siquiera sabían quién era yo. —En primer lugar, me disculpo por Connan —dijo la pelinegra poniendo una taza de café caliente en mis manos y luego me explicó—. Su primer nombre es Connan. Lachlan es su apellido pero todos los llamamos así. Él puede ser un poco… intenso algunas veces, pero no es un mal chico. —Lo que ella quiere decir —interrumpió Helena—, es que Lachlan está medio loco y todavía estamos intentando reformarlo. Es lento hasta para adaptarse —explicó, pero la mirada recia de Anna la hizo callarse de inmediato. —¿”Estamos”? No entiendo nada… ¿qué está haciendo Jensen aquí? ¿Conoce a Sam también? —tenía más preguntas que ganas de estar en ese lugar. —En primer lugar, Elizabeth, cálmate y deja de darle vueltas a las cosas. No seas una paranoica como Erick —intentó calmarme Anna—. Y en segundo lugar, aparentemente tú también conoces a mi hermano y yo no tenía ni idea de eso. La puerta del Pub se abrió y el rubio se coló por ella acompañado de una fría brisa. Me regaló una tranquila sonrisa en su camino a nuestra mesa y antes de sentarse junto a su hermana, se quitó el abrigo gris cubierto de algunos cristales de hielo congelado. —Nos conocimos de la forma menos adecuada posible —dijo él. Yo era incapaz de hablar en su presencia. Había algo en él que me causaba una admiración total, pero a la misma vez, algo dentro de mí gritaba que caminara con cautela alrededor suyo... alrededor de todos en Valley City, realmente—. Estaba visitando a mi esposa en el cementerio y dejando algunas flores para las tumbas solitarias. —Mi romántico hermano mayor. ¿Todavía haces eso? —sonrió Anna. —Aparentemente, una de esas lápidas era la de la madre de Elizabeth y tuvimos una corta conversación —apuntó él volviendo sus ojos hacia mí. ¿Acaso yo iba a dejar de mirarlos en algún momento? —Qué afortunada casualidad —rió Helena arqueando una de sus cejas y haciendo que el cristal del vaso tintineara con los muchos anillos de plata en sus dedos. —De cualquier forma, no era mi intención interrumpir aquí. Solo pasaba de largo cuando vi a Lachlan con toda la intención de causar problemas —se excusó el rubio y se dispuso a marcharse dándole un beso a su hermana en la frente, pero antes de que se pusiera el abrigo nuevamente, Lachlan entró al Pub escoltado por Sam. El chico de piel morena se dirigió a nosotros y vi a mi hermano salir por la puerta trasera tan pronto como él entró. Había algo mal con Erick y demasiadas banderas rojas se alzaban en cada lugar. Jensen se puso de pie tan pronto vio al problemático muchacho como para dejarle saber bien su lugar. —Lo siento por lo de antes —se disculpó el de los tatuajes estrechándome una mano. Dudé en aceptar sus disculpas por un minuto, pero no pude negarme a la aparente honestidad que había en sus ojos. —No fue tan difícil, ¿no es cierto, Lach? —presionó Anna desde su asiento con una sonrisa en su rostro que hizo que el nuevo conocido resoplara, le quitara el vaso de whiskey de las manos a Helena y se bebiera de un sorbo lo que quedaba de él. Desde la puerta, Sam asintió y volvió afuera sin siquiera dirigirme una mirada. —¿Cuál es su problema? —resoplé molesta ante lo que Helena, hastiada de mi continuo preguntar, viró los ojos en blanco y habló con una marcada molestia. —¡Por la diosa, es la tercera vez que pregunta por Sammuel! ¿Pudieran responderle ya? —bufó la chica y se dirigió a la barra. Jensen tomó aquella como su marca para escabulliste y desaparecer de la mesa mientras Lachlan parecía haber encontrado un nuevo entrenamiento en observar el berrinche de Helena. —¿Son esos celos de ex lo que escucho salir de tu boca, H? —presionó Anna, quien era la experta en echar sal sobre las heridas. Sin embargo al escuchar su pregunta quedé helada en el lugar. ¿Helena era la ex de Sam? —¿Ex? —me asombré abriendo mis ojos como canicas ante sus palabras y Lachlan se echó a reír al saberse a punto de presenciar un típico drama de chicas. —Finalmente algo interesante esta noche —asumió el moreno. —No lo son… —me dijo Anna y golpeó el estómago de Lachlan de un codazo—. Es como algo intermitente y Sam le ha dejado saber cómo mil veces que no quiere nada con ella, pero digamos que Helena es insistente. La noche no había comenzado de la mejor manera y desde el incidente en el baño estaba demasiado agitada. No podía lidiar con ningún tipo de drama ese día y definitivamente no me apetecía estar en aquel lugar o rodeada de aquellas personas. Caí en cuenta, entonces, de que no conocía a ninguno de esos chicos y que, como siempre, me había dejado llevar muy rápido por gente con la que no tenía ningún tipo de confianza, comenzando con Sammuel Fennigan. —Tengo que irme —me excusé con Anna y fui a donde estaba a mi hermano a pedirle que me regresara a la casa. Él también se quería ir de ese lugar, y por su alivio al escuchar mi pedido, suponía que él tampoco se sentía cómodo entre sus propias amistades. Ni siquiera si todos se trataran de chicos a los que él conocía por mucho más tiempo o entre los que era claramente el líder. —No olvides la fogata el viernes —me dijo Katherine apartando el cabello de mi rostro detrás de mi oreja y dándole un coqueto beso en la mejilla a Erick, se despidió de nosotros afirmando que Dylan la acompañaría a casa más tarde. Al parecer algún chico había captado su atención y se disponía a hacer todo lo necesario para llevárselo a la cama. Desde la puerta, le dije adiós a Anna quien parecía de alguna forma afligida por el manojo de inconvenientes que tuvimos aquella noche, pero con una pequeña sonrisa le dejé saber que todo estaba bien entre nosotras. —Así que te lo dijeron —escuché a Sam cuando salí al parqueo, y dejándole saber a mi hermano que se adelantara, caminé hacia el chico de cabello n***o y las manos en los bolsillos que esperaba sentado en una de las ventanas clausuradas de aquel rustico Pub. —Estaré en el auto —dijo Erick no muy conforme y me dejó saber que estaría atento a todo lo que sucediera entre nosotros. Desde su asiento, lo podía observar y quizás escuchar todo. —¿Cómo sabes lo que me dijeron o me dejaron de decir, Sammuel? —pregunté encarando al chico. Por primera vez en toda la noche, el muchacho me miró a los ojos y aquello que reflejaba su iris verde era algo muy parecido al miedo. —Estabas allí adentro con Helena —respondió caminando hacia mí, pero se detuvo a unos pocos pasos de distancia mirando a mi hermano por encima de mi hombro—. No se necesita ser un adivino para saber que quizás ella dijo o insinuó algo que no es real. —Mira, Sam. No esta noche —hablé negando en un gesto al ver que Erick encendía y apagaba las luces de la camioneta para que no me detuviera mucho tiempo. Le di la espalda y me encaminé hacia el auto, pero antes de entrar, le corregí como tantas otras veces lo había hecho. —Helena no dijo nada —hablé—. Fue Anna y no estoy resentida por el hecho de que dijera algo acerca de ustedes dos. Mi molestia es porque creo que no te conozco en lo absoluto… y no creo que quiera darme la oportunidad de hacerlo.
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