Capítulo 5: La Niña en el Cementerio

3334 Words
En aquel pueblo la rutina me estaba matando. Todos los días era lo mismo; me levantaba e iba a la cocina y no conseguía más que el silencio de Richard. De camino al instituto me acompañaba el silencio de Erick. Al llegar allí, me encontraba con Dylan, que quería hablar pero no lo hacía; solo se quedaba parado en una esquina mirándome sin articular palabra alguna. Anna me ponía nerviosa. Tenía lo que parecía ser un molesto tic nervioso que la hacía morderse los labios constantemente, como si se estuviera absteniendo de algo y aunque me distraía su natural habilidad para espantar a mis otros amigos, a veces era tan apartada y solitaria, que solo quería quedarme a su lado y no hablar de nada. Y luego, por contraposición, Katherine me tenía al borde de la locura con todos sus chismes y comidillas del pueblo que no me interesaban en lo absoluto. En cuanto a Sam, los encuentros "sorpresivos" aumentaron mucho más a medida que pasaban los días en aquel pueblo. Se convirtieron en prácticamente una cita; todos los días a las doce y media en la última mesa de la biblioteca nos encontrábamos para continuar la conversación que dejamos a medias el día anterior. Primeramente nuestros temas solo giraban en torno a libros, pero después, cuando nos conocimos un poco mejor hablábamos de otros asuntos de mayor importancia como objetivos en la vida y mi truncada relación familiar. Me encantaba hablar con él. Sam era una persona muy madura y consciente, a veces pensaba que era de otra época cuando me daba algunos consejos. Igual, tenía una manera muy singular de ver la vida y la muerte. Su manera de hablar y apreciar las cosas de este mundo me hacían reflexionar en mis puntos de vista y querer ver la vida desde su ángulo más optimista. Sin embargo, cada vez que alguna chica del colegio entraba a la biblioteca y me veía sentada a su lado, tragaban en seco o comenzaban a murmurar cosas que no podía escuchar. —¿Sabes lo que están diciendo? —me preguntó Sam cuando los susurros de una de ellas se hicieron más evidentes—. No tengo la más mínima idea —negué encogiéndome de hombros—. Pero presiento que no es de mí de quién hablan. —Tienes razón, es sobre mí —dijo y con solo dirigirles una recia mirada, las chicas cambiaron la vista y se dispusieron a hacer los deberes que tenían en frente en un temblor—. ¿Tienes clases en la tarde? —me preguntó de inmediato. —No, ¿por qué? —respondí mientras entregaba mi libro a la bibliotecaria, quien a cada rato me guardaba los más interesantes que encontraba. —Quiero que conozcas a unas personas importantes para mí y la razón de los cotilleos de la gente. Solo si estás bien con ello… —me habló con algo de nerviosismo en su voz. —Genial —dije—. Amo los secretos sucios de los demás —bromeé para aligerar el aire pesado que se respiraba en el ambiente—. Pero como pago por saber tu secreto, necesito que vengas a mi “maravillosa” fiesta de bienvenida. Katherine lleva dos semanas preparándola y creo que será extremadamente traumático para mí asistir sola. —Te tengo que dar algo de crédito, Elizabeth Shendfield —me dijo acercándose peligrosamente a mí. Quizás tanto que podía escuchar con claridad el latir de mi corazón—. Me vas a cobrar por decirte mis secretos —sonrió escondiendo uno de mis enrolados cabellos detrás de mi oreja en un delicado gesto—. Paso por ti a las 3:00 —me dijo y luego se marchó escondiendo las manos en los bolsillos de su desgastada chaqueta negra. Al llegar a la casa, Rick esperaba a Vero en el portal para ir a hacer las compras en la ciudad. En verdad, cuando supe que en la casa estábamos solo él y yo, traté de evitar esa charla preventiva que ya se veía venir. Mi relación con Richard estaba en total decadencia. Prendía de un hilo por ambas partes. Me apenaba decir que difícilmente lo llamaba papá. Me encerré en mi cuarto y en aquel silencio mortal me quedé dormida. No fue uno de los mejores sueños que tuve. Fue realmente una pesadilla y una de esas que son tan terribles y se sienten tan reales que el pecho duele aunque parecía estar completamente consciente de que se trataba de una extensión de mi imaginación. Yo corría y no sabía exactamente por qué razón, solo sabía que detrás de mí volaba un cuervo que me ensordecía con sus chillidos. Era como un bosque que, para aumentar mi terror, se parecía al valle de la ciudad. Entre los árboles aparecía entonces una niña, no muy pequeña, con el rostro borroso y con una larga cabellera oscura y crespa, con unos ojos enormes y verdes. Detrás de ella, la silueta de un hombre parecía divisarse, pero era demasiado borrosa como para poder siquiera reconocerlo. La pequeña me parecía familiar, sin embargo no podía distinguir quién era. La niña decía algo, murmuraba algo, pero no podía oír con claridad sus palabras, así que me detuve un segundo para entenderla. En ese mismo momento, cuando miré al frente, una inmensa cosa se abalanzó sobre mí. Digo cosa porque no pude identificar aquello que me atacó. En medio de las imágenes borrosas y horripilantes me desperté gracias a Erick que me avisaba que Sam me esperaba en el portal. —¿Qué te sucede? —me preguntó asustado. —Nada, solo un par de pesadillas —le respondí quitándole un poco de importancia al asunto para que Erick no se preocupara. Fue en vano el esfuerzo, él odiaba las pesadillas. Luego de que mamá murió estuvo casi un mes sin dormir porque decía que se le aparecía en sueños y le decía que fuera a jugar con ella. Erick nunca llegó a superarlo, incluso luego de tantos años, a veces le costaba conciliar el sueño. —Bueno —suspiró—, si te vuelve a suceder, sabes que estoy aquí al lado. Siempre puedes ir a dormir allá. —Gracias —le dije. Sabía lo difícil que era para él. —Fennigan está afuera —me dijo desde la puerta de la habitación—. Veo que no te importó mucho lo que te aconsejé con respecto a él. —Erick —le llamé antes de que saliera—, ¿por qué la gente le tiene miedo a Sam? ¿Por qué no quieres que hable con él? Mi hermano suspiró y caminó por mi habitación, asomándose a la ventana que estaba justo sobre el portal. —Los rumores son por su familia —me dijo—. Apuesto a que te lo contará pronto y preferirá que escuches la historia de su propia boca. —No lo comprendo —le hablé—. ¿No quieres que hable con él porque tiene un drama familiar? ¿Qué hay de las tragedias de nosotros? Solíamos ser los niños que perdieron a su madre en el accidente automovilístico más bizarro de toda la ciudad —recordé con total crudeza. —No es sobre eso, Lizzy —me dijo tomándome de las manos. Cuando mi hermano me hablaba así, lograba que un escalofrío recorriera mi espalda hasta la nuca tal y como si mil señales de peligro se levantaran por todos lados—. No sé cómo explicarlo, pero algo dentro de mí me dice que te van a herir muy pronto… —¿Un corazón roto, Erick? —No, Lizzy —negó él con una cruda mirada azul—. Hablo de que cuando lo veo a él, te veo a ti muerta. Cuando bajé, Sam notó mi exaltación. Varias veces en el camino me preguntó si estaba bien. Siempre le respondía que sí aunque aun no lograba asimilar las palabras de mi hermano. Me había dejado en tal estado de shock que no podía siquiera articular sonido alguno y mientras caminábamos, lo único que me preguntaba a mí misma era si había hecho lo correcto al ir con Sam a donde sea que me estuviera llevando. —Sabes que, a diferencia de lo que cree tu hermano de mí, no soy un asesino serial —me dijo Sam y sus palabras me parecieron tan bizarras que tuve que dejar escapar una risa nerviosa. —Eso es exactamente lo que un asesino serial diría —respondí—. Entonces, ¿a quién voy a conocer hoy? —pregunté desviando un poco la conversación. —A mi familia —me dijo y volví a escuchar las palabras de mi hermano en mi cabeza. —¡Oh! Erick me dijo que tenías un hermano pequeño. ¿Lucas es su nombre? —pregunté para no sacar a relucir el tema de los cotilleos de las personas. —En realidad quiero que conozcas a mi verdadera familia —me interrumpió. No comprendí qué quería decir con eso así que intenté preguntar. —¿Cómo…? —nuevamente me interrumpió, lo cual era bastante molesto. —Soy adoptado. Michael me acogió cuando yo tenía 15 años. Mi verdadera familia murió en un incendio cuando yo tenía 10 años. Yo fui el único que sobrevivió —me explicó. Sam era una persona fuerte, pero pude ver el dolor reflejado en sus ojos cuando hablaba de su familia, era como si se sintiera culpable, quizás solo por el simple hecho de haber sobrevivido—. Fue algo bizarro. Vivíamos en Black Lake cuando todo ocurrió, pero posiblemente toda Dakota del Norte conozca la historia —me hablaba mientras divisaba el cementerio de la ciudad a la distancia—. El fuego consumió la casa completa en cuestiones de minutos y solo yo pude escapar por una de las ventanas. Estuve deambulando por los bosques por cinco días hasta que finalmente me encontraron cerca del lago de Black Lake. La gente crea historias estúpidas de la nada y yo no recuerdo mucho de esos días, así que alguien que afirma que me encontró, dice que yo estaba comiendo carne de algún animal junto a una sirena de cabello n***o… Fue la cosa más absurda que pudieron haber inventado. En el hospital me declararon deshidratado y había bajado cerca de diez quilos por no comer nada más que hierbas en cinco días. Luego estuve 4 años en lugares de acogida hasta que finalmente regresé a Valley City y volví a ser el chico del bosque... Era impactante escuchar aquello de su boca. Si esa era su historia familiar, no podía culpar a los supersticiosos pueblerinos por estar incómodos alrededor de Sam, pero aún así no podía creer como Erick había cedido ante tal sinsentido. —Mi madre murió cuando yo tenía siete años, así que entiendo cómo funcionan los rumores en este endemoniado pueblo. Tampoco es muy fácil superar su muerte cuando tu padre te culpa por ello constantemente. —¿Por qué te culparía Richard por la muerte de Emma? —preguntó. —Ese día, Erick y yo íbamos sentados en los asientos traseros del auto. Veníamos del valle después de estar casi toda la tarde allí. Richard se quedó en la casa porque tenía un montón de trabajo acumulado. Mamá venía conduciendo y yo comencé con un ataque de asma terrible. Mi hermano estaba asustado y mi mamá trató de darme mi inhalador, pero el carro se volteó. Ella murió instantáneamente. Nos encontraron fuera del carro pero inconscientes. La policía asumió que mi hermano nos arrastró afuera y después perdió el conocimiento —expliqué. Rememorar no era nada fácil, pero supongo que era algo que debía hacer. Lo había guardado dentro de mí por demasiado tiempo y ya era momento de dejarlo salir—. La verdad es que ni Erick ni yo tenemos ningún recuerdo de cómo logramos salir del auto y mil historias justo como la tuya comenzaron a crearse alrededor de nosotros dos. —Este pueblo es famoso por sus historias. Lo que creo absurdo es que Rick te crea la responsable de un accidente —me dijo. Sus palabras me dieron un poco de paz, pero sabía que Richard nunca iba a poder perdonarme, y por supuesto, nunca estaría orgulloso de mí—. Desde que mi padre y yo lo conocemos, lo único que hace es hablar de Erick, Emma y de ti. La conversación se tornó cada vez más personal cuando llegamos al cementerio. No era mi lugar favorito, ni como quería pasar una tarde con Sam, pero aparentemente nuestros seres más queridos estaban en aquel lugar. Nos adentramos en él y entre las más desgastadas lápidas encontramos cuatro con el apellido Harden incrustado en bronce. —Te presento a John y Violet Harden, y a mis hermanos mayores, Arthur y Christian. —Un gusto… —sonreí. Estuvimos hablando hasta cerca de las cinco de la tarde. A esa hora, me dijo que ya era demasiado tarde y que sería mejor que me llevara a mi casa. —Prefiero quedarme un rato más. Aún no he tenido tiempo de visitar a mi madre —le dije. Me costó un poco convencerlo de que encontraría el camino de regreso por mí misma, pero al final me dejó sola y no de muy buena gana. La lápida de Emma tenía flores. Lirios, de hecho. Parecían frescos, lo cual me alivió un poco. Sabía al menos que mamá no estaba sola, y de seguro Richard o Erick la visitaban con regularidad en el cementerio. Una extraña sensación me hizo ponerme paranoica de repente, como si alguien estuviese observándome. Miré en todas las direcciones pero no vi nada fuera de lo normal, solo me acompañaba el permanente sonido del agua corriendo por el río, la oscura vista del antiguo cementerio unos varios metros detrás del nuevo y algunas personas visitando a sus seres queridos. A lo lejos se podían identificar las crudas lápidas que databan de principios del siglo pasado, una vista nada agradable para mis ojos, tan familiarizados con la mismísima muerte. Mirando alrededor descubrí que un cuervo n***o brillante estaba posado en la lápida de mi madre. En seguida me acordé del sueño y del pájaro que había chocado contra el cristal del ómnibus el día que llegaba a Valley City. —¡Vete! ¡Fuera! —comencé a espantarlo. —Los cuervos son inofensivos —dijo una voz que venía detrás de mí haciendo que diera un pequeño grito que no pude evitar. Rápidamente me volteé y pude ver a un muchacho, quizás de unos veintitantos años que en sus manos llevaba un ramo de lirios blancos, tales como los que tenía la tumba de Emma. El hombre, de tez blanca y unos profundos ojos verdes como el mismo pasto del cementerio, se quedó mirándome mientras yo, asustada como siempre, trataba de ordenar ideas en mi cabeza. Su cabello era rubio oscuro, corto a ras y con una incipiente barba que le daba un toque maduro y algo recio a su apuesto rostro. —Lo siento si te asusté —me dijo levantando su mano derecha en el aire. Llevaba una alianza matrimonial en su dedo anular—. El cementerio no es un buen lugar para hablarle a nadie de espaldas —sonrió cálidamente disculpándose también con las personas que se habían sobresaltado por mi grito—. Mi nombre es Jensen Amell —se presentó estrechándome la mano al ver que yo aún estaba un poco conmocionada por su abrupta presencia. —¿Amell? ¿Como Anna? —pregunté un poco sorprendida. —¿Anna? —Sonrió él nuevamente, y había algo en su sonrisa que me hacía tragar en seco—. Si le encanta molestar a los chicos en el instituto, es mi hermana menor. ¿La conoces? —preguntó. —Sí, estamos juntas en casi todas las clases —respondí con poco más de confianza—. Y realmente me cae bastante bien. —Eso te hace la única —bromeó—. Espera, creo que mi hermana me habló de ti antes. ¿Elizabeth, puede ser tu nombre? —preguntó sonriendo a lo que yo asentí de inmediato—. Realmente te pareces mucho a la chica nueva que como Annie describió. —Sí, soy yo: Elizabeth Shendfield —me presenté respondiendo a su saludo. Cuando nuestras manos se tocaron, una sensación extraña se apoderó de mí. Era como si lo conociera de toda la vida; como si de pronto, su rostro no fuera extraño, sino familiar para mí y pudiera confiar plenamente en él. —¿Te sucede algo? —Me preguntó con un tono consternado—. Estás muy pálida. —No es nada… parece que solo es que no me acabo de acostumbrar a este clima tan frío —mentí intentando recomponerme—. ¿Tienes familia aquí? —pregunté apuntándole hacia las flores que tenía entre sus manos—. No pude dejar de notar que los lirios que sostienes son iguales a los que están sobre la tumba mi madre. —Hay personas que no les gusta mucho venir por estos lugares; si bien por miedo, respeto o cualquier otra cosa. Solo vienen días señalados, pero ¿y el resto de los días, Elizabeth? Mi esposa murió hace ya un tiempo. Desapareció y ni siquiera pude recuperar su cuerpo. Suelo venir aquí a traerles flores a esas gentes que no tienen a nadie. Yo... Yo no sé por qué, pero cuando estoy aquí me siento un poco más en paz con su recuerdo, y conmigo mismo —me respondió mirando las flores, las que dejó en una lápida junto a la de mi madre. Me sentí terriblemente culpable al escuchar su historia. En la puerta de barrotes oxidados nos separamos. Él caminó hacia el Ford de color rojo que esperaba al otro lado de la calle mientras que yo continué caminando por la acera. Al salir del cementerio no podía pensar en otra cosa que no fuera en lo que había dicho sobre mi madre ¿Ya todos se habrían olvidado de ella? ¿Estaría sola en ese lugar? Me prometí a mí misma regresar cada domingo para visitarla y ¿quién sabe?, a lo mejor encontrarme con ese nuevo conocido. Verdaderamente no sabía por qué Jensen me daba una extraña sensación que no sabía distinguir si era del todo buena o mala. Caminando de vuelta a casa volví a ver algo en el cementerio. Extrañamente, la figura que vi caminar por entre las lápidas hacia el cementerio viejo por unos segundos, fue la de la niña de mis pesadillas. Estaba descalza mientras llevaba un vestido blanco y pude verla apuntándome hacia una de las lápidas del fondo del cementerio. No sabía qué hacer, si correr a toda prisa como en mis sueños o ir hacia ella y decirme más de mil veces que era solo mi mente confundida y cansada que me hacía jugar un mal rato. Decidí entonces ir a donde la había visto para saber qué estaba sucediendo con exactitud. La niña ya no estaba, pero en su lugar pude ver la tumba que estaba señalando. Era una muy antigua y gastada, el nombre prácticamente no se podía distinguir, lo único que se podía leer eran las primeras sus primeras dos letras y un trozo del apellido. En el suelo, junto a la tumba había un colosal ramo de rosas rojas frescas. La lápida estaba muy dañada y cuando me fijé en ella supe por qué. Tenía fecha de abril de 1845 a noviembre de 1867. El nombre del difunto era Al... Udinov o algo por el estilo y además decía que había nacido en Ucrania. Eso fue lo único que pude averiguar de esa extraña tumba y no tuve la menor idea del porque el interés de mi mente en enseñarme aquella lápida que no tenía nada que ver conmigo, aparentemente.
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