Capítulo 13: Cuando las Pesadillas se Vuelven Realidad

1756 Words
Otra vez aparecía ese nombre en mi vida. Estaba tan harta de él que la rabia me corroía por dentro. Quería correr tanto como mis pies pudieran, gritar tan alto como mi garganta permitiera y deshacerme de todas aquellas cosas que estaban sucediendo en mi cabeza y en mi vida. Esa ciudad se había convertido en un infierno por causa de aquel nombre y la figura de aquella niña de blanco que acechaba en los sueños míos y de mi hermano. Me fui sola a casa. Estaba confundida y necesitaba algo de calma. Caminar siempre me había ayudado a poner en una línea recta mis pensamientos, así que decidí marcharme sin decirle nada al resto de los chicos, solo a Erick, quien estaba tan absorto en la música que ni siquiera me escuchó. Era casi la 1:00 de la mañana cuando me fui a casa, así que lo más prudente era caminar por la avenida principal que era la más alumbrada y céntrica. No fue el camino más corto a casa pero sí el más seguro; al menos eso pensé yo, pero como siempre, me equivoqué. Cerca de la fiesta se encontraban unos muchachos de último año. No noté que me estaban siguiendo hasta dentro de un rato. Primero creí que solo regresaban a sus respectivas casas, pero después escuché bien sus intenciones por sus palabras obscenas. Me vi a mí misma dentro de un nuevo lió, pero para mi suerte, o mi desgracia, Jensen apareció justo a tiempo para asustarlos un poco y hacer que se dieran la vuelta al instante. —Tienes una extraña predilección a meterte en líos —me sonrió mientras pasó un brazo sobre mí y miraba de reojo a los ebrios que se marchaban. —Y tú a estar siempre detrás de mí —dije sin esconder ningún indicio de sospecha en mi voz y zafándome de su brazo. —¿Por qué no avisaste que regresabas a casa? —preguntó. Estar con él no me hacía mucha gracia, pero era eso o tener a unos matones tras de mí diciendo groserías. —¿Por qué debería hacerlo? —le reté—. ¿Qué quieres de mí, Jensen? ¿Qué quieren todos ustedes de mí? Las palabras de Lachlan retumbaban en mi cabeza como el replicar de una campana y no había forma de terminar dudando de todos en aquel lugar. El miedo me hacía retraerme en mí misma. —De todas las personas de este pueblo, yo soy el único que no quiere nada de ti —me habló y nuevamente sus ojos me suplicaban que me tranquilizara. Eran como un bálsamo para el alma—. ¿Confías más en Lachlan que en mí? —Pensé que te habías ido —esquivé su pregunta un poco fría, pero para mis adentros me dije que no confiaba en nadie en lo absoluto. Él asintió como si estuviera escuchando lo que estaba pasando por mi cabeza. —No. Anna me pidió quedarme un poco más. No le puedo decir que no a mi hermana menor —respondió sin mencionar nuevamente a Lachlan. Notó mi incomodidad pero no le importó, en cambio siguió hablando. —La próxima semana daremos una cena de Acción de Gracias en nuestra casa. Estaba pensando en invitarte a ti y a tu hermano. Sé que tal vez quisieran pasar el día con Veronica y Richard, pero pueden considerarlo. Siempre serán bienvenidos en casa. —Pensaré en ello, pero creo que lo mejor será pasar ese día con mi familia —terminé. El resto del camino a casa fue muy silencioso. Cuando llegué, un poco cansada y con mil cosas en mi cabeza dando vueltas como un remolino en el océano, me quité aquel vestido y, con ropas cómodas, me dejé caer sobre la cama. Mirando el techo me puse a meditar y a darle un poco de sentido común a lo que sucedía. El cofre del collar estaba en la mesita de noche, lo que me recordó que no me podía quedar dormida con él por miedo a romperlo, así que me lo quité. Con el dije en la palma de mi mano dudé por unos segundos quitármela. Me gustaba tanto que no podía dejar de mirarla. Era tan perfecta que me parecía mentira que Jensen me la hubiera regalado sin más preocupación. Finalmente me la quité, pero gracias a mi natural torpeza el anillo se cayó y rodando por la alfombra fue a parar bajo el viejo armario. Luego de sobrados intentos fallidos para recuperarlo, finalmente lo conseguí. Tuve que limpiarlo y bajo la luz del baño fue cuando descubrí algo que nuevamente me dejó perpleja. Tenía una inscripción por dentro que decía: Alexandra + James. Luego, debajo de ella, había una más pequeña que mostraba un año: 1865. ¿Quiénes eran esas gentes? ¿Por qué Jensen tenía ese anillo y por qué era tan importante para él? Anna me dijo que pertenecían a su esposa pero, ¿Quién era James y porque aparecía el nombre de la niña que me perseguía en sueños? Las preguntas nuevamente aparecían por millón, pero esta vez no se iban a quedar sin respuestas. Deduje que ese era un anillo de matrimonio, así que con un poco de suerte podría tratarse de una reliquia familiar. Intenté buscarlo en Internet por todas las maneras posibles, pero no encontré nada. Se me ocurrió buscarlo entonces por los nombres de la pareja sin ninguna esperanza de que apareciera. Para mi sorpresa, apareció un artículo de un periódico local que cual hablaba de una tragedia ocurrida en noviembre de 1867 en Valley City. Abrí el artículo con un poco de miedo a lo que podría encontrar, pero la curiosidad se apoderaba por completo de mí. El periodista narraba la historia de una joven pareja de esposos. Se trataba de James Smallwood, un acaudalado hacendado de la zona, y Alexandra Udinov, una inmigrante ucraniana hija de una poderosa familia. El artículo comenzaba con una foto de la joven cuando esta tenía dieciséis años. Me detuve a observarla detalladamente y puedo decir que ella era de una inigualable belleza. En sus ojos se veía una sencillez y candidez digna de admiración. Posteriormente aparecía una foto de la joven con su familia cuando era una niña. La muchacha había nacido el 2 de abril de 1845 y murió el 11 de noviembre de 1867, tal como estaba escrito en la lápida del cementerio que encontré en mi primera visita junto a Sam a aquel lugar. Lo que vi en aquella foto no me impresionó en lo más mínimo; ya estaba curada de espanto, pero no pude dejar escapar un pequeño grito que ahogué con mi mano en un intento de recobrar un poco del autocontrol que tuve en algún momento. Era la misma niña de mis sueños. Con la piel blanca, cubierta por el vestido de tul que acentuaba su infantil apariencia. El cabello n***o y los enormes ojos verdes parecían que cobraban vida más allá de la muerte y miraban mi alma del otro lado de la pantalla. Estaba confirmado: era ella la que había estado en mis pesadillas desde la primera vez que puse un pie dentro de aquel endemoniado pueblo. La única respuesta que necesitaba entonces era la conexión entre ella y yo. Intenté leer el artículo para saber el tema y si encontraba algo que la relacionara a ella con mi familia. Lo cierto era que, según aquel escrito, la joven había fallecido con tan solo veintitrés años cuando se encontraba en casa de su esposo, mientras este estaba de viaje de negocios por Europa. También se afirmaba que por esos días en aquella casa se encontraba de paso un hombre llamado William Donovic, uno de los más poderosos empresarios ingleses de aquellos tiempos. Las especulaciones de la prensa amarilla señalaban a Donovic como el asesino, pero nunca se pudo demostrar nada. Pocos días después, el presunto culpable desapareció por completo y el esposo de Alexandra se suicidó en su propia casa en el aniversario del asesinato. Era sin duda un caso terriblemente complicado y una historia impactante. La muerte de dos personas en tan poco tiempo y en circunstancias tan adversas era digna de lástima, pero no había nada que los conectara a ellos y a mí. Busqué entonces al infame William Donovic y encontré una foto tomada en 1860. Era un hombre de fracciones muy masculinas, pero a la vez extremadamente finas. Sin duda, atractivo y un tanto misterioso. No se podía distinguir el verdadero color de sus ojos porque era una foto antigua, desgastada y tomada en blanco y n***o, pero eran de algún color claro. Su cabello era algo rubio oscuro y lacio, que llevaba en una larga cola de caballo que caía sobre su hombro. Para mi sorpresa era joven, aparentaba no más de veintiséis años y por su sonrisa pícara y su mirada penetrante, él conocía a la perfección su atractivo y sabía como explotarlo. Su fachada, sin embargo, no me engañaba. Saqué mis propias conclusiones y mi sentencia fue a favor de James y su esposa. Decidí entonces buscar la foto de ese muchacho y, dada la gran controversia que existía en aquel caso, a lo mejor encontraba alguna información. El artículo que trataba de él tenía la foto al final por “un problema de espacio”, según señalaba el autor. Comencé a leer y descubrí que era acaudalado gracias a la fortuna que heredó de su padre a la hora de su muerte. Era descendiente de una familia inglesa y contaba con una hermana mayor llamada Margaret, casada con un banquero norteamericano y una menor llamada Joanne. Había nacido el 7 de noviembre de 1841 y murió el 25 de enero de 1868, un año después del asesinato de su esposa. Descubrí que el matrimonio contaba con una hija de solo seis meses a la muerte de su madre. Su nombre era Isabelle Smallwood. Isabelle… Alexandra… El caso cada vez se hacía más familiar. Jensen dijo que me parecía a Isabelle. ¿Cuál es la relación de él con estas gentes? ¿Por qué sabe de ellas si hace más de medio siglo que vivieron y murieron? ¿Cómo es posible que tuviera conocimiento de esto, ya que ni siquiera son familia? Pensé un poco más alterada. Todas mis preguntas obtuvieron sus respuestas cuando observé la foto del difunto esposo. No pude hacer más que cerrar la laptop aterrorizada y temblando me caí al suelo. James Smallwood era Jensen Amell.
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