Capítulo 23: Lazos de Sangre

2608 Words
Jensen me llevó a casa y en el camino solo me acompañó un silencio sepulcral por su parte. Solamente me habló para decirme que Anna se quedaría conmigo esa noche por mi propio bien. —Yo también estaré afuera toda la noche —me dijo despidiéndose de mí en el porche—. Y, por favor, no permitas que lo peor de Sam te haga crear una imagen completamente equivocada de él o del resto de nosotros. Sammy no es él mismo en noches de luna llena y poco a poco descubrirás que tú tampoco lo eres. —De la forma en la que yo lo veo, hoy ha sido más él mismo que todos estos meses atrás, Jensen —sentencié y el rubio no hizo siquiera por objetar mi posición. No era realmente mi noche y quizás todo aquello tenía que suceder para que el espejismo se desvaneciera frente a mis ojos. Anna y Erick me esperaban en mi habitación para contarme todo lo sucedido en la mascarada a la que me había ausentado, pero la realidad era que no estaba de humor para nada. Solo quería dormir y dejar que el sol saliera a la mañana siguiente para aclarar mi mente de aquella neblina de furia. —Si no puedes dormir, estaré a tu lado —me tranquilizó Anna—. Sé que las primeras lunas pueden ser difíciles. La de los cabellos oscuros había preparado su improvisada cama junto a la mía y podía sentir cada una de mis emociones, incluso si ni siquiera yo era consciente de la mitad. —Lachlan dijo que no me voy a convertir en eso que es Sam —recordé. Intentaba buscarle una respuesta a todo, pero mi mente no podía asimilarlo todo al ritmo tan veloz en el que los eventos y las confesiones se movían a mi alrededor—. Pero Sam dijo que por algún motivo estoy ligada a él… y no entiendo… no puedo… —creí que iba a romperme, pero Anna me tomó de las manos y explicó todo cuanto pudo con una agradecida claridad. —Lizzy, los cambiaformas como Sam no pueden convertir a un humano por una mordida o un rasguño —me decía—. Nadie sobrevive a un ataque de un hombre lobo, porque ellos no se detienen cuando están nublados por la luna. Los vampiros y los profundos somos conscientes de nuestros actos, pero los cambiaformas no lo son. El solo hecho de que Sam pudo detenerse por un instante aquella noche es tremendamente significativo, aunque no represente mucho para ti ahora. —Tienes razón —repuse—. No significa nada. —Él y yo estamos ligados a ti, porque ambos probamos tu sangre… y eso tiene consecuencias para nosotros —rememoró—. Tanto Sam como yo estamos vinculados por un lazo irrompible. Justo como tú y tu hermano lo están. —¿Entonces estoy obligada a sentir todo lo que ustedes sientan? —No siempre, pero sucederá si estoy pensando en ti, por ejemplo. Si mi mente viaja a tu persona, podrás acceder a mí —me advirtió. Si encontraba molesto que Jensen hurgara en mi cabeza, no sabía si podía soportar el hecho de que otras dos personas tuvieran acceso a mí—. Pero el vínculo funciona en ambos sentidos. Si piensas en Sam, verás a Sam y él puede verte a ti. Solo él. Momentos de tu pasado y tu presente serán compartidos con él y conmigo si nos permites entrar. Ya el dolor de cabeza comenzaba a tornarse infernal y no podía resistirlo más. —Va a ser demasiado difícil… —En luna llena o luna nueva, mucho más —dijo—, porque todo se magnifica para él, así que te aconsejo siempre estar cerca de uno de nosotros si no puedes soportarlo, pero tampoco puedes desentenderte de Sammuel. Como mismo yo voy a verme obligada a compartir mis secretos contigo, también lo va a hacer él. Lo último que necesitamos es una guerra entre ustedes dos. Perfecto, tenía que bloquear a Sam de mi cabeza y justamente era todo lo contrario lo que quería hacer. Parecía que cada vez que cerraba los ojos, su rostro estaba frente al mío y regresaba al justo momento de nuestra discusión en el cuarto de Lachlan. La conversación completa resonaba en mi mente hasta que otra imagen se alzó en ella y no pude evitar querer mirar mucho más allá. Sam estaba bajo la ducha. El agua caliente bañaba su espalda desnuda mientras escondía su rostro entre los brazos. El cabello como de ébano caía sobre su cuello y la tinta de los tatuajes parecía brillar sobre su piel. Levantó la mirada y regresó sus ojos verdes a la ducha. Pasó los dedos entre su cabello y exhaló en una súplica silenciosa para calmar su frustración. La toalla blanca delineaba a la perfección su fina cintura y mientras se secaba el cabello y lo recogía en un moño bajo, su reflejo en el espejo parecía mirarme directamente a mí, incluso si yo no estaba presente realmente. ¿Acaso él me sentía allí? ¿Estaba pensando en mí? Se coló en una cómoda pijama a cuadros azules y un maxi pulóver ancho y se dejó caer sobre su cama. Cerró los ojos, pero le fue imposible conciliar el sueño y terminó dando vueltas sobre el colchón y tirando la sudada camiseta al suelo en un ataque de rabia. Regresó a sentarse apoyando su cuerpo en el espaldar de la cama y, buscando a tientas los espejuelos sobre su mesa de noche, se propuso leer un libro hasta que unos toques en su puerta lo hicieron desconcentrarse por completo. —¿Sam? ¿Estás ahí? —llamó una voz femenina que sonaba extrañamente familiar a mis oídos y al escucharla el chico dudó por un momento si atenderla o ignorarla—. Creo que necesitamos hablar… Caí entonces en el por qué aquella voz se me hacía tan familiar cuando Sammuel abrió la puerta. Era mi voz. Afuera de su habitación era yo quien estaba pidiéndole hablar y me quedé tan conmocionada por la visión, que no pude hacer otra cosa que apoyarme en una silla para no desfallecer por la irreal apariencia. Anna me había dicho que con frecuencia vería imágenes del pasado y presente de Sam como resultado del vínculo, pero aquella definitivamente no encajaba dentro de ninguna de esas categorías y ver el futuro no era todavía una opción. —Dijiste que necesitabas hablar —repuso Sam aún en la puerta—. Entonces habla. Su tono era seco y rudo. Totalmente lo opuesto a lo que me había dejado ver en los primeros días de conocerlo, donde se mostró como todo un caballero. Supuse entonces que su interés por mantenerme cerca lo obligó a actuar de aquella forma tan engalanada y fue, en última instancia, lo que me llevó a crearme esa imagen suya tan alejada de la realidad. —¿Puedo al menos entrar? —preguntó aquella versión de mí, y nuevamente el chico se mostró un tanto escéptico ante el pedido de esa Elizabeth pero levantó uno de sus brazos sin moverse un centímetro para que ella pudiera pasar por debajo de él. Sam la detalló de arriba abajo estrechando sus ojos y sonrió un instante cuando ella estuvo de espaldas a él en medio de su habitación. Vestía con una ropa de dormir que realmente yo nunca hubiera llevado: una bata roja a medio muslo y unas descalzadas a juego. —¿Y bien? —presionó él después de cerrar la puerta y cruzarse de brazos frente a ella—. ¿Qué quieres? —Lo siento —habló ella bajando su mirada al suelo con una timidez que no era para nada acorde a como era yo—. No puedo lidiar con todo esto. Sam asintió ladeando su cabeza y frunciendo sus labios. De alguna manera estaba disfrutando la rendición de aquella persona como si fueran las mía propia y no había otra cosa que me enfureciera más que creerme capaz de ser tan dócil ante él. —¿Y qué quieres que haga? —preguntó de forma áspera, pero con su ego por las nubes mientras se acercaba a aquella que se parecía a mí. —Necesito… —divagó ella y pareció otra vez caer presa de algún recelo, pues volvió a apartar la mirada antes de terminar la frase—. Necesito saber si fuiste real cuando te conocí, o solo estabas haciendo un papel —inquirió ella. Algo de crédito tenía que darle: su duda, también era la mía—. ¿Puede ser todo entre tú y yo como lo era antes? Sam sonrió con algo de saña y apartó la vista de ella. Respiró profundo y todo su rostro se tornó tan severo que parecía que quería despedazarla en aquel mismo instante. —Nada es lo mismo para ti o para mí ahora —sentenció y poco a poco se fue acercando a ella. La chica no pudo hacer otra cosa que retroceder a medida que él avanzaba y al toparse con la pared a sus espaldas, le dirigió una mirada a Sam que iba desde el deseo absoluto hasta el más crudo terror. —No hagas algo de lo que te puedas arrepentir después —le suplicaba ella. Y otro error más: yo no imploraba por nada—. Sammuel, por favor… Ella intentó hablar, pero enmudeció cuando él la tomó de los brazos y los llevó por encima de su cabeza. La retuvo con fuerza a la pared para que no pudiera moverse mientras su bata desahogada se abría y dejaba ver un sostén n***o demasiado provocativo. —Tengo curiosidad —dijo él acercando su boca al oído de ella y haciéndome a mí tragar en seco. Una de sus manos estaba en el cuello de ella y lentamente bajó hasta su busto abriendo toda la bata de dormir y dejándola en ropa interior—. Ahora que estás aquí y llevando eso ¿pensabas que está charada iba a funcionar para hacerme caer por ti… Helena? La respiración agitada de la chica se paralizó por un momento y en su lugar una sonrisa maquiavélica inundó su rostro. Cuando Sam se alejó de ella, finalmente la pelirroja mostró su verdadero rostro pues al parecer, no había podido engañar al chico ni un solo segundo de su sobreactuada imitación y un barato hechizo de bruja para parecerse a mí. —Dime, Sammy, ¿qué me delató? —preguntó mostrándole al de cabello n***o su cuerpo únicamente cubierto por una pequeña lencería cuando dejó caer la bata al suelo—. ¿Acaso fui demasiado lanzada? Tu princesita jamás hubiera ido a por ti primero —dijo—. Es demasiado orgullosa. —Y tú tienes tan poco orgullo que me buscas todas las noches después que te pedí expresamente que lo dejáramos —arremetió él regresando a su libro con un tono aburrido—. Te delató todo, Helena. Y Elizabeth hace rato regresó a su casa. —Lo sé —ella se dejó caer sobre su cama con un tono juguetón en su voz. No iba a dejarlo tranquilo—. Solo quería jugar… y ver tu reacción. —¿Mi reacción? —se extrañó Sam—. ¿Por qué reaccionaría? La mirada de Helena se tornó coqueta y alzando su ceja le hizo darse cuenta que todo el juego previo lo había puesto bastante duro debajo de la pijama. —Creo que reaccionaste mejor de lo que yo hubiera querido —dijo ella entrecerrando los ojos y él se pasó su lengua por los labios—. ¿Tengo que rogar para que me des algo de eso? Quería irme. Definitivamente no soportaba estar en aquel lugar y verlo a él de aquella forma. No así y no con ella. Intenté abrir la puerta de la habitación para salir pero me fue imposible. —Estás atrapada —habló él mirándome expresamente a mí. Sabía que yo estaba ahí y no iba a detenerse ni un momento. Sus ojos verdes no se escapaban de los míos incluso si aquella chica estaba a su lado besando todo su cuello y metiendo sus manos en la abultada pijama, queriendo sentir todo de él. ¡Solo piensa en otra cosa, joder! me exigía a mí misma, pero Sam solo reía y chasqueaba su lengua por encima del hombro de Helena sin dejar de mirarme un solo segundo. Intenté darles la espalda, pero fue peor. Su reflejo se miraba a la perfección en el cristal de la ventana. Parecía que iba a tener un ataque de pánico. Mi respiración iba en aumento y sentía el rubor golpear mis mejillas mientras lo miraba a él sonreír mientras arqueaba el cuello cerrando los ojos al placer. —¡Mierda! —exclamé pero me llevé las manos a mi boca de inmediato. Si ella me escuchaba, estaba muerta. Sam negó con la cabeza. Nadie podía escucharme, solo él. Ella iba a por lo que quería sin lugar a dudas y el pelinegro estaba bastante excitado para esas alturas del juego. Intentaba calmarse mordiendo sus labios, pero la erección era notable en su entrepierna, y cuando la pelirroja se sentó sobre él, Sam no pudo hacer otra cosa que ceder completamente a sus deseos. Las manos del chico abarcaban casi toda la cintura de la pelirroja. Él quitó su sostén en un solo movimiento y lo tiró al otro lado de la cama. La besaba con una fuerza descomunal y enredaba su cabello en sus manos como para obligarla a hacer lo que él quisiera, pero cada vez que mordía sus hombros, levantaba sus ojos e iban directo a mí. —Estás demasiado caliente como para haberme dicho que lo dejamos hace solo unos días —presionó Helena y Sam parecía que no iba a tolerar que ella le interrumpiera—. ¿Qué harías si yo no estuviera aquí? —Cállate —riñó él en calidad de orden con un tono gutural que me hizo tragar en seco. Sam la acostó sobre la cama en un rudo movimiento que hizo a la pelirroja quejarse. Él era absoluto. No era para nada delicado con ella, pero a Helena parecía gustarle, pues disfrutaba de sus posesivos gestos con una sonrisa maliciosa en la cara. Quizás se había acostumbrado a ellos o, como yo, estaba demasiado embriagada por la forma en la que él la envolvía como para chistar siquiera. Los músculos de la espalda de Sam se tensaban y relajaban mientras se acomodaba sobre ella, toda abierta de piernas y reclamando una invasión de su parte. Él aún llevaba la pijama a cuadros y su trasero redondeado destacaba por encima de la ropa junto a sus definidos muslos. —Quítate ese trozo de tela ya —jadeó ella y el trigueño sonrió ante su urgencia—. Te necesito completo... Helena estaba fuera de control y Sam se regodeaba con sus gemidos. Joder, no. No quiero ver esto... Él se salió de la cama y se dirigió a mi lado. ¿Qué demonios? ¿Qué hacía? —Todo esto es tu culpa —me habló al oído pasando por detrás de mí y rozando mi espalda con su pecho—. Recuérdalo mañana. No quería verlo, y definitivamente no quería dejar que él me viera; toda ruborizada, con la temperatura por las nubes y sin una gota de saliva en la boca mientras él regresaba a la cama completamente desnudo y reclamaba el cuerpo de Helena como suyo.
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