GENEVIEVE —¿Cómo te sientes?—, me susurró al oído. Suspiré: —Contenta. —Yo también. Esto es tan tranquilo y relajante—, pude oír la sonrisa en su voz. —Pero se vuelve aburrido enseguida—, suspiré mientras me apartaba para mirarle. Él sonrió: —Sujétame los hombros, gatita. Estaba nerviosa por lo que quería, había un brillo de picardía en sus ojos y no sabía cómo tomármelo. Hice lo que me dijo: —Ahora, papá se preocupa por ti y solo quiere que estés feliz y contenta, pero si la pequeña Gatita dice que se aburre, entonces tendremos que arreglarlo, ¿no? Arqueé una ceja, esperando lo peor, pero entonces sentí que me empujaba los muslos hacia arriba y, antes de que pudiera reaccionar, fui lanzada por los aires y chapoteé en el agua. Cuando salí a flote, jadeé e inmediatamente pasé a