GENEVIEVE
Mi despertador sonó a las 4:45 am y gemí.
Quité las sábanas de un puntapié y me senté en el borde de la cama a contemplar si este trabajo realmente valía la pena o si era una mierda total.
Entonces me recordé a mí misma que definitivamente necesitaba y quería este trabajo, así que me levanté, me estiré y caminé con los ojos borrosos hasta el baño y procedí a empezar mi rutina diaria.
*
Estaba a punto de pintarme los labios cuando empezó a sonar mi teléfono y por un momento pensé que era mi abuela y me emocioné al contarle lo de mi nuevo piso y mi nuevo trabajo...
Pero entonces recordé por qué estaba en Dallas y me dolió el corazón. Ella estaba en un lugar mejor y yo lo sabía... pero la echaba muchísimo de menos y deseaba tener de vuelta a mi mejor amiga.
Después de todo, no era como si pudiera llamar a mi ex novio, que casualmente seguía enamorado de mí, y contarle todo sobre mi sexy jefe...
Y entonces volví a pensar en el presente, en el teléfono que seguía sonando y en que eran las 6:26 de la mañana...
¿Quién podría estar levantado tan temprano, y mucho menos llamando a la gente?
Miré el identificador de llamadas y vi un número que no conocía, pero contesté de todos modos.
—¿Hola?
—Genevieve, buenos días. De camino al trabajo, tráeme un café: medio, tostado oscuro, con tres de azúcar y uno de crema. Te veré en 30 minutos—, me dijo con tono serio y colgó.
Pensé en guardar su número como “Dom dominante” y me reí entre dientes, pero decidí no hacerlo por si alguna vez lo veía. En su lugar, puse “Dominic Blader”. Sencillo y aburrido, todo lo que tenía la sensación de que él no era.
Fue inteligente por mi parte haberme despertado antes de lo necesario, supongo. Básicamente, estaba lista para irme, pero esa parada extra me haría recortar el tiempo.
*
Entré corriendo en la oficina a las 7:08 con dos cafés en un portabebidas en una mano y una bolsa de magdalenas en la otra.
—Buenos días, Dínora—, exclamé mientras me apresuraba a pasar junto a ella hacia el ascensor, intentando no tropezar con los tacones. No podía permitirme un percance de esa proporción en un día como aquel.
Estaba mirando el móvil con una mano y una taza de café en la otra, pero la oí murmurar un
—Buenos días.
Pulsé el botón del ascensor y, cuando por fin llegó, entré pulsando el número de mi planta.
—Paren el ascensor—, gritó alguien, así que metí mi bolsa de magdalenas entre las puertas, deteniéndolas antes de que se cerraran.
Jhonny entró corriendo en el ascensor y me dedicó una sonrisa:
—Buenos días, Gen. Supongo que la entrevista ha ido bien si estás aquí a las tantas de la mañana.
Me reí entre dientes y Jhonny pulsó el 12 en el panel del ascensor. Noté que sus mejillas estaban sonrojadas por el esfuerzo, pero sus ojos brillaban de emoción.
Carraspeó y se le cayó la sonrisa al mirarme las manos:
—¿Todo esto es para él?
Volví a ajustar el portabebidas en mi mano.
—Uh, no todo. No tuve tiempo de preparar el desayuno, así que la mitad de esto es mío. No me di cuenta de que esta mañana recibiría una llamada telefónica para tomar café antes de desayunar, así que llego tarde y tengo hambre—, le dije haciendo un mohín.
Se rio:
—Sí, probablemente sea la única llamada que te haga. Ahora ya conoces su pedido, así que esperará que lo recibas todas las mañanas—, miró su reloj y levantó las cejas, —Nueve minutos tarde... No es una muy buena impresión en tu primer día, si te soy sincero.
Resoplé y sonreí ante su sonrisa juguetona:
—¡Cállate! ¡No tenía ni idea de que me llamaría exigiéndome el mundo antes de las siete! Pero ahora lo sé mejor para que no vuelva a ocurrir.
Las puertas del ascensor se abrieron y salió con una risita y un gesto de la mano:
—Díselo al grandulón, no a mí. Nos vemos, Gen.
Igual que ayer, llegué a la planta 25, la voz me pidió el código, lo introduje, todo ello mientras hacía malabarismos con el portabebidas y la bolsa en una mano, debo añadir, se abrieron las puertas y me quedé tan asombrada como ayer, pero me recompuse rápidamente y salí corriendo por el pasillo.
Desde su escritorio, le oí decir:
—Buenos días, señorita Carson. Llega tarde, así que espero que, al menos, haya recibido bien mi pedido.
Al doblar la esquina, aminoré la marcha y seguí hasta su mesa.
Cuando llegué frente a él, con la cabeza gacha como de costumbre, dejé su taza de café sobre el escritorio y me aclaré la garganta.
—Siento, señor, haber llegado tarde, en mi defensa, no tenía ni idea de que llamaría. Pero mañana estaré más preparada... señor.
¿Acabas de cagarla en tu primer día?
¿Con suerte? No.
No dijo nada, se limitó a agachar la cabeza mientras repasaba los documentos de su mesa.
—Señor Blader—, pregunté, tirando de mi labio inferior entre los dientes.
—Dom—, dijo sin levantar la vista.
—Cierto, lo siento. ¿Dom?
—¿Hmm?— Seguía mirando sus papeles.
—¿Quiere una magdalena, señor? No he podido desayunar, así que he cogido unas cuantas...
Seguro que hasta los grandes y malos directores generales también necesitaban desayunar, ¿no?
Finalmente, levantó la cabeza y dijo:
—¿Ha traído chocolate?
Sonreí y metí la mano en la bolsa, sacando una magdalena de chocolate y una servilleta antes de colocarlas junto a su taza de café.
Cogió la magdalena, le dio un mordisco en la parte superior, evidentemente era de los que dejan lo peor para el final, y señaló hacia el otro lado de la habitación mientras se tapaba la boca parcialmente llena con una mano:
—Tu escritorio está allí. Necesito que revises todos mis correos electrónicos y configures mi agenda y mi calendario. Confío en que seas lo bastante competente para resolverlo...
Me di la vuelta y vi un escritorio de caoba un poco más pequeño donde ayer estaba su barra de licores. Ya lo había configurado con un ordenador, una impresora, un teléfono y un calendario.
—Sí, señor. Estoy segura de que puedo arreglármelas—, le contesté intentando no sonar sarcástica.
Me acerqué, dejé mis cosas en el escritorio y me senté en una silla. Al menos la silla era cómoda si tenía que pasar mucho tiempo con el culo apoyado en ella.
—Ah, ¿y Genevieve?
No me había dado cuenta de que me había seguido hasta mi escritorio ni de que casi me estaba tocando con lo cerca que estaba.
—Tu falda es un poco corta.
Mirando hacia abajo, vi que mi falda mostraba el broche donde mis medias hasta el muslo se conectaban a mi liguero. Jadeé y me bajé la falda, mientras me sonrojaba profusamente.
Encendí el ordenador para aliviar un poco mi vergüenza y finalmente reconocí que seguía a mi lado:
—Lo siento mucho, señor. No dejaré que vuelva a ocurrir.
Admití que intentaba que reaccionara con este atuendo como lo había hecho con el de ayer, pero creo que no me había dado cuenta de lo corta que era mi falda.
Me mordí la cara por mi estupidez.
—Está bien, Genevieve. Solo quería que lo supieras—, dijo mientras volvía a su escritorio.
La computadora se encendió y durante el resto de la mañana traté de distraerme de la idea de que Dominic había estado a pocos centímetros de mí esta mañana.
Y ahora él sabía básicamente lo que yo llevaba puesto debajo de este traje n***o de chaqueta y falda.
Probablemente, esté empalmado, soñando despierto con lo que hay debajo de tu capa exterior.
Ojalá.
Sacudí la cabeza y me puse a trabajar.
*
El resto del día transcurrió sin acontecimientos.
Dominic no me dirigió más de dos palabras, salvo para decirme:
—Buenas noches, señorita Carson, nos vemos temprano. No olvide el café... y la magdalena—, antes de marcharse.
Intentó disimularlo, pero capté la leve sonrisa antes de que su rostro se enfriara.
Decidí que mañana sería más movido.