GENEVIEVE —¿Cuándo piensas despertarte?—, me susurró al oído, su cálido pecho una enorme masa contra mi espalda, su brazo apretado alrededor de mi cintura. —¿No puedo quedarme en la cama contigo todo el día?—, le pregunté, cogiendo su mano y llevándomela a los labios mientras le dejaba un beso en la palma y luego entrelazaba nuestros dedos. —Tengo unas cuantas personas que me gustaría que conocieras—, sus palabras me recordaron a los invitados de la casa. Suspiré, deseando poder vivir en este momento para siempre, este dichoso estado de comodidad, amor y protección. Me besó el hombro: —Vamos, princesa. Vamos a prepararnos para el día y desayunaremos algo. No me digas que no tienes hambre. Mi estómago emitió el gruñido más fuerte que jamás había oído. —Ves—, bromeó, —te lo dije. Vo
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