2. EL DUELO.

1464 Words
—Hija, abre los ojos —Emilia escuchaba perfectamente a su madre. Pero no quería abrir los ojos. Eso implicaba enfrentar la realidad y aún no estaba lista. —Mi niña han pasado 6 días, es hora de que... Pero entonces Emilia no dejo terminar de hablar a su mamá, se enderezó sobre la cama y con la mirada perdida articulo una simple pregunta, la misma de todas las mañanas. —¿Llamó? ¿Gabriel ya me llamo? —Emilia, hija —su madre Lorena, estaba comenzando a disgustarse, no podía creer que luego del humillante episodio su hija siguiera pensando en ese hombre. —Él no es así, ese no és Gabriel, algo debió sucederle. —Tienes que afrontar la realidad, hija. Lorena quería seguir discutiendo con su hija ahora que había logrado que la mujer articulará un par de palabras, sin embargo Emilia hizo lo de siempre, se puso de pie, bebió una taza de café, tomo una ducha, se cambio de pijama y volvió a la cama. No habían palabras que pudieran darle consuelo. Aunque tal vez lo que necesitaba Emilia no era consuelo, era venganza, tal vez ella solo quería saber de Gabriel para perdonarlo o terminar de odiarlo de una vez, tal vez por esa única razón ella guardaba la esperanza cada día de recibir una llamada y entender lo que pasó, aunque en las noches no quería entender nada y solamente quería verlo a arrastrándose por ella, reclamando por un poco de amor del que ella ya no le iba a dar nada. Poco a poco el corazón de la pobre se fue haciendo más y más duro, más amargo, más duro, más real. Ella estaba comprendiendo poco a poco que su vida finalmente no era lo que ella había pensado que sería, no estaba feliz, sentía que no merecía nada, que todo había sido una pesadilla, que ella nunca debió salir del barrio pobre en el que creció. Su autoestima bajaba cada vez más profundo si es que eso era posible. —¿Cómo sigue? —No quiere salir de la cama, es la misma rutina de todos los días —Lorena hablaba al teléfono y al otro lado de la líne estaba una muy preocupada Patricia. —Voy para allá. —No creo que sea lo correcto, verla se lo recordará a ella. —Pero tampoco puedo dejarla sola, ella simplemente no merece lo que le está sucediendo. —Lo sé, mi hija es muy buena, pero supongo que esto es una lección de la vida. —¿Lección? —Sí, creo que mi hija acaba de aprender que no debe confiar en gente como ustedes. —¿Cómo nosotros? —Ricos y adinerados a los que no les importan los sentimientos de las personas. —No le permito que... —No me tiene que dar permiso, solo le digo la realidad. De pronto el teléfono le fue arrebatado de las manos a Lorena con una violencia fulminante, Emilia estaba de pie tras su madre y con el teléfono en la mano, sus ojos menos inflamados y se había cambiado la pijama por unos jeans básicos y una camiseta blanca, soltó el aire contenido y se colgo el telefono a la oreja. —patricia, gracias por llamar, yo... Ya estoy mucho mejor. —Hija, querida Emilia, no tengo... —No, no tienes que. No fuiste tú, fue Gabriel, creo que ya espere lo suficiente por una disculpa, por una explicación, por una llamada, por algo y ahora me doy cuenta que nunca va a llegar. —¿Qué quieres decir? —Que debo volver a hacer mi vida y mi vida ya no está junto a él y tampoco... —Ni siquiera lo pienses Emilia, una cosa no tiene que ver con la otra. —Lo siento mucho, pero no puedo continuar trabajando para ustedes, Patricia. Yo... no podría volver a pisar las oficinas. —Lo que tienes lo conseguiste por tus propios medios, mi hijo solo... —No puedo. —Veámonos para almorzar y podremos conversar mejor. Hubo un silencio extraño para ambas, aceptar era resignarse a seguir sometida por la familia de gabriel y negarse era castigar a un inocente. Patricia era tan ignorante como ella sobre las razones de Gabriel. —¿A las 2 esta bien? —Es perfecto para mi, hija. Te espero en... —En tu restaurante favorito. —Si. Aquel restaurante era por tradición el favorito de Patricia, pues allí su amado esposo Emmanuel le había propuesto matrimonio, toda esa historia le recordó a Emilia que el que pudo ser su restaurante favorito sería ahora el peor lugar para comer sobre la faz de la tierra. Emilia le entregó el teléfono a su madre y le dio una mirada cargada de odio y rencor, no dijo nada, solamente bufo y camino hasta su habitación, con los pasos de su madre tras su espalda. —Hija, no puedes... —A partir de aquí no te metas, madre. Deja de hablar, deja de pensar, deja de decir, deja de intentar opinar sobre mi o mi vida, a partir de este momento no pretendas que me conoces, solo hazte a un lado. Lorena no podía creer lo que su hija le estaba diciendo, casi se veía más alta, más grande, su voz sonó con fuerza una que nunca antes le había visto, sin embargo esa fuerza fue la que le dio la esperanza de que Emilia saldría de ese duelo auto impuesto. Ese duelo que era más doloroso que el duelo de una persona que se va de verdad, ese duelo era el duelo por una persona que sigue viva y respirando, ese duelo por esa persona que sigue estando en algun lugar y que tu no puedes tener, esa persona que sigue su vida sin ti, porque tu ya no eres lo que está en sus planes, ese duelo que mata porque es el amor está muerto. Ese duelo que quema en el corazón, ese duelo que no es por muerte, es por abandono. Es por ese abandono de la persona con la que creíste que seguirías tu vida para siempre. Es un duelo por ausencia, es un duelo que no puedes explicar porque se siente culpa y se siente como víctima, simplemente sigues adelante y lo intentas. Eso era lo que iba a hacer Emilia, intentarlo hasta el cansancio. Ella no podía detenerse más. —Patricia —la saludo con su voz calmada de siempre. Y los ojos de Patricia recorrieron por completo a la chica, estaba visiblemente más delgada, un poco ojerosa, pero bien peinada, su ropa no era la elegante y formal de siempre, estaba más bien deportiva. —Hija, siéntate por favor. —Gracias. —¿Cómo te sientes hoy? —Mejor. —¿Mejor? —Bueno pues no puedo estar del todo bien aún, pero lo intento, supongo que tampoco podía dejar que mi vida se fuera entre una cama y una pijama. —Y tampoco puedes dejar de trabajar. —Patricia, no pienso discutir eso, hoy iré a llevar mi carta de renuncia. —Emilia, el trabajo no lo conseguiste por medio de Gabriel, lo hiciste por ti, por tu inteligencia, por tus capacidades, por tu merito, no puedes... —No quiero que se rían de mí, no quiero que piensen que soy la... —Entonces callaremos cualquier rumor, porque vas a trabajar no a un cotilleo de quinta categoría. —Entonces seguiré estando bajo la sombra de su apellido y eso es lo que no quiero, quiero que este horrible episodio de mi vida, pase y quiero volver a ser Emilia, no Emilia la prometida de Gabriel. —Y te prometo que yo me encargare de que así sea. —Es tu hijo. —Sí y cometió no solo un error, esto es un irrespeto a la credibilidad de nuestro apellido. —Sigue siendo tu hijo, Patricia, jamás te pediría que tomes partido en esto. —No tienes que hacerlo, mientras Gabriel no aparezca y de la cara, no respondo. —¿No se ha contactado contigo? —Con nadie, todo lo hace a través de su asistente, ese chico... —Es el novio de tu asistente. —Sí, pero ella tampoco sabe nada, ni siquiera sabe en donde están. —¿Y si algo le sucedió? —Patricia puso sus ojos en blanco, no podía creer la actitud de Emilia, aún preocupada después de todo lo que había pasado con Gabriel. —Mañana volverás a la empresa, te quiero en tu horario habitual y con tus lindos trajes, Emmanuel y yo habíamos considerado darte un cargo más alto allí así que eso será lo siguiente, si Gabriel no aparece, serás tu quien ocupe su lugar, finalmente eres la única capacitada para aquella plaza.
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