—¡Ay! —desperté ante el ardor en mi cabeza. —Tranquila, ya estoy terminando, solo déjame poner esto. La enfermera que estaba ante mí, cubrió mi herida y al terminar procedió a guardar sus instrumentos y desechar las gasas teñidas de sangre. —¿Qué me pasó? —pregunté estando ya sentada. —Te diste un golpe muy fuerte, te he puesto tres puntos para cerrar el corte. Al apartarse de mí, vi mi reflejo en el vidrio del armario. —Oh, sí. Ya lo recuerdo —afirmé, tocando ligeramente el parche en mi frente. —Mejor no se lo toque, tal vez el corte no sea tan profundo, pero el golpe fue fuerte, la sangre no dejaba de brotar y su esposo estaba aterrado, casi se pelea con el personal para que usted reciba atención. —¿Mi esposo? No estoy casada. —Oh, perdone —sonrió—. Como vi al señor traerla en