Capítulo 18

1677 Words
Orión Volví a despertar solo en la celda, sin tener noción de cuántos días habían pasado desde mi última consciencia. Mis brazos colgaban inmóviles de las cadenas de plata, y la ausencia del bullicioso enlace mental con Ciro me indicó su silenciosa angustia al no poder actuar en este momento. Con Ciro fuera de escena, mis heridas demoraban más en curarse. Lentamente, bajé la vista a mi cuerpo para evaluar los daños. Mi pecho estaba marcado por cortes circulares, heridas peculiares que resonaban con la forma característica de mordidas. La sensación punzante de dolor se mezcló con la impotencia mientras observaba las marcas que narraban una historia en mi cuerpo la cual no recordaba. —Alfa... —escuché la voz de alguien que no conocía, una melodía suave y cargada de temor. —Agua —susurré con la escasa fuerza que me quedaba. Una figura juvenil, apenas una niña de unos catorce años, emergió frente a mí. Su piel bronceada resaltaba sus ojos color oliva, y su corto cabello castaño claro enmarcaba un rostro que denotaba preocupación. Se acercó con cautela, sosteniendo con manos temblorosas un poco de agua. —Tómelo con calma, Alfa. Han pasado días desde la última... —comenzó a decir la niña, pero no le di tiempo de terminar la frase. Mis instintos me impulsaron a tomar el agua con voracidad, sintiendo el líquido fresco aliviar la sequedad que consumía mi garganta. —Es suficiente, Alfa —intervino la niña retirando el agua de mi alcance. No pude pasar por alto el respeto que impregnaba sus palabras al referirse a mi título. —¿Quién eres? —pregunté con un poco más de fuerza, necesitando respuestas en medio de la confusión. —Yo soy... —sus palabras se vieron interrumpidas por un ruido grave que la llenó de terror. Sin dudar, la niña salió corriendo del lugar, dejándome con la incertidumbre y la sensación de que algo oscuro se movía sobre nosotros. Quedé nuevamente solo, y si no fuera por la sensación de calma en mi garganta, a raíz del agua, podría haber dicho que la presencia de la niña había sido una alucinación. Escuché pasos acercándose a la celda, dos pares de zapatos resonando en el suelo húmedo, junto con un sonido de arrastre. La puerta se abrió de golpe, revelando la silueta de tres hombres. Mis ojos se abrieron como platos cuando reconocí la cara que me miraba. —Alfa Orión... —La voz, llena de dolor y sorpresa, me paralizó. —Tú, tú no puedes estar aquí —logré articular. —No es como que tenga mucha opción ahora... —me respondió, mientras los guardias lo ataban de manos con cadenas, manteniéndonos a una distancia en la que no podíamos acercarnos. La tensión en el aire era palpable, y la sorpresa de ver a alguien que no esperaba en esas circunstancias aumentó mi confusión. Los guardias, imbuidos de una furia desmedida, descargaron su violencia sobre él, cuyos gritos llenaron la mazmorra. La contundencia de sus golpes resonaba en el aire, y la tensión se palpaba incluso en las paredes húmedas que nos rodeaban. Cada sonido de hueso quebrándose era un eco siniestro en el sórdido calabozo. Mientras observaba el tormento de uno de mis lobos, mi cuerpo aún se recuperaba del reciente castigo que me habían infligido. Cada respiración era un esfuerzo, y el sabor metálico de la sangre en mi boca se mezclaba con la angustia en el aire. Las lágrimas se acumulaban en mis ojos, no solo por el dolor físico, sino también por la impotencia de la situación. Cerré los ojos con fuerza, intentando bloquear el sonido de los golpes y el olor acre de la sangre que impregnaba la celda. La desesperación se apoderaba de mí, y mi mente luchaba contra la oscuridad que amenazaba con consumirme. Sus gritos de cesaron abruptamente, sumiéndome en un silencio tenso. Mis ojos se abrieron con cautela, y la figura maltratada de mi hombre yacía inmóvil en el suelo. Su rostro, contorsionado por el dolor, estaba decorado con rastros de sangre. Una ola de náuseas se apoderó de mí al presenciar el resultado de la violencia desmedida. En ese momento, los guardias, sintiéndose victoriosos, se volvieron hacia mí con una mirada cruel. Cada uno de sus movimientos estaba impregnado de un sadismo que me hacía temblar. Unas risas siniestras resonaron en la mazmorra, aumentando mi sensación de vulnerabilidad. Con torpeza, intenté ponerme de pie, pero el dolor me envolvía como una soga. Mi rostro reflejaba la agonía física y emocional que experimentaba. Mi ceño fruncido denotaba la determinación de no ceder ante ellos, a pesar de la debilidad que me embargaba. Los guardias, en su deleite por la violencia experimentada, salieron de la celda con pasos triunfantes. La puerta se cerró con un estruendo, dejándonos solos en la oscuridad. Mi cuerpo temblaba, no solo por el dolor físico, sino por la incertidumbre de lo que vendría a continuación. La única compañía era el eco de los gemidos ahogados y la sensación de opresión que llenaba la mazmorra. —Ella no ha parado de buscarte —susurró, como si la mera mención de esa búsqueda le arrancara un pedazo de alma. —Ha ido tan profundo que se ha perdido en ella misma. Las palabras de mi guerrero resonaron en la penumbra de la celda, cargadas de una tristeza palpable. Su voz, áspera y quebrada, atravesó el aire denso, revelando el tormento que lo consumía. Levanté la mirada, encontrando sus ojos desgastados por la fatiga y la desesperación. La penumbra apenas permitía distinguir sus rasgos, pero su presencia hablaba por sí sola. La revelación de mi guerrero sobre la intensidad de la búsqueda de Octavia me golpeó como una oleada cálida en medio de la oscuridad de este lugar. Un destello de felicidad se encendió en mi pecho, iluminando el abismo que había amenazado con devorarme. —¿Ella me está buscando? —pregunté, incapaz de contener la sorpresa y la alegría en mi voz. La idea de que ella, mi compañera, hubiera emprendido la tarea de buscarme con determinación y valentía infundió un nuevo sentido de propósito. Mi guerrero asintió lentamente, sus ojos reflejando una mezcla de emociones que iban más allá de las palabras. Era como si la intensidad de la búsqueda hubiera dejado una marca indeleble en su propia alma, conectándolo con la travesía de Octavia de una manera que solo los que compartían experiencias similares podían entender. —Es gracioso que ella me tenga que rescatar a mí... —añadí con una risa suave y autocrítica. La ironía no escapaba a la situación; sin embargo, la sensación de ser buscado y anhelado por la persona que amaba superaba cualquier otra consideración. El eco de mi propia risa resonó en las paredes frías de la celda, creando un contraste con la gravedad de la situación. A pesar de la oscuridad que nos rodeaba, la chispa de esperanza que Octavia representaba iluminaba incluso los rincones más sombríos de mi realidad. —No lo entiendes, Alfa. Ella ya no es la misma —advirtió mi guerrero con una urgencia que atrapó mi atención de inmediato. Sus palabras colisionaron con la esperanza que acababa de nacer en mi pecho, amenazando con extinguirla. —¿Qué dices? —pregunté, sintiendo la urgencia tomar forma en mi propio ser. El pulso se aceleró, y una sensación de inquietud se apoderó de mí. Necesitaba entender, necesitaba saber qué había sucedido en mi ausencia para cambiar tan drásticamente el curso de Octavia. El guerrero se reclinó contra las barras de la celda, su mirada reflejando el peso de la verdad que llevaba consigo. Era como si la realidad que estaba a punto de revelar fuera más pesada de lo que sus hombros podían soportar. —Ella... ya no sabemos quién es... —concluyó, y su voz resonó como un lamento. La realidad de esas palabras se abrió paso en mi consciencia, sumergiéndome en un océano de incertidumbre y preocupación. La mujer que tanto amaba, mi compañera, estaba atrapada en una batalla interna, y no sabía cuál sería el resultado. La desesperación me envolvía como una sombra, oscureciendo cualquier pensamiento lógico que pudiera haber quedado en mi mente. Mis manos, aún atadas, se cerraron en puños, y la urgencia de salir de esa celda y encontrar a Octavia se apoderó de mí. —Tengo que salir de aquí, tengo que encontrarla... —mi voz sonó llena de determinación, pero también cargada de angustia. Cada fibra de mi ser estaba comprometida con la idea de reunirme con Octavia, de enfrentar lo que sea que la hubiera transformado de esa manera. Mi guerrero me miró, compartiendo mi preocupación. Sabía que no podía ignorar la gravedad de la situación, y sus ojos reflejaban una mezcla de comprensión y tristeza. —Alfa, no será fácil. Samuel tiene planes para ella, y no son nada buenos. Además, no estás en condiciones de enfrentarlo ahora —advirtió, señalando las evidentes secuelas físicas de mi encierro. A pesar de sus palabras, mi determinación no flaqueó. Las cadenas que me sujetaban no solo eran físicas; también eran las ataduras de la incertidumbre y la preocupación. Pero en ese momento, la fuerza impulsora detrás de mi voluntad era Octavia. No importaba cuánto tiempo hubiera pasado, cuánto hubiera cambiado ella o el mundo a su alrededor. Estaba dispuesto a enfrentar cualquier obstáculo para encontrarla y, si era posible, traerla de vuelta a la luz. La sorpresa se apoderó de mí al escuchar la voz de la joven que momentos antes me había proporcionado agua. Miré hacia ella, encontrando sus ojos llenos de determinación y lealtad. —Y yo te ayudaré, mi hermana me odiaría sino lo hiciera... mi lealtad es con ella —dijo con firmeza. Su voz resonó con la fuerza de una promesa, y me di cuenta de que no estaba solo en esta lucha. La joven, con sus propias razones y motivaciones, estaba dispuesta a unirse a mí en mi búsqueda desesperada. Primero, tendría que salir de esta celda junto a mi guerrero.
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