Orión Desperté sintiendo el reconfortante calor de un fuego cercano, un cambio bienvenido a la fría y oscura celda de la que había logrado escapar. Por un momento, en ese estado entre el sueño y la vigilia, casi creí que despertaría una vez más colgando de las cadenas en esa mazmorra sin esperanza. —Alfa, —dijo Robert, acercándose a mí con un cuenco humeante en la mano. —Aquí tiene algo caliente. —Gracias, —murmuré, aceptando el cuenco. El aroma del caldo caliente y sabroso me envolvió, y tomé un sorbo, dejando que el líquido reconfortante me devolviera un poco de fuerzas. —¿Cuánto tiempo he estado dormido? —pregunté, sintiendo la urgencia de ponerme al día con todo lo que había sucedido. —Unas cuantas horas, —respondió Heider, apareciendo detrás de Robert. Su voz sonaba aliviada pero