Capítulo 38

1129 Words
Octavia Con cautela, asomé la cabeza para inspeccionar el entorno, buscando cualquier indicio de un lugar seguro. Pero entonces, un chillido agudo y penetrante resonó en el aire, un sonido tan intenso que pareció vibrar en cada uno de mis huesos. El grito provenía de algún lugar encima de nosotros. Levanté la vista, escudriñando las ramas y las siluetas oscuras que se recortaban contra el cielo nocturno. Mi corazón latía con fuerza, cada latido como un eco del grito que acabábamos de escuchar. —¿Qué fue eso? —preguntó Lucien, su voz baja y alerta. —No lo sé, pero no me gusta, —respondí, sintiendo una oleada de miedo mezclada con la urgencia de encontrar un refugio. El sonido había sido tan inhumano, tan lleno de amenaza, que cada instinto me decía que debíamos escondernos. Nos pusimos en marcha nuevamente, nuestros pasos rápidos y silenciosos en el suelo del bosque. El ambiente se sentía cargado, como si cada árbol y cada sombra ocultara un peligro desconocido. De repente, una figura enorme se deslizó de las sombras de los árboles, moviéndose con una agilidad sorprendente para su tamaño. Era el Umbra Bestial, su figura fantasmal más aterradora bajo la tenue luz de la luna. Su presencia era como una manifestación de todas nuestras pesadillas. —¡Corre! —grité, tomando a Lucien de la mano y tirando de él. Nos lanzamos a una carrera frenética, zigzagueando entre los árboles y los arbustos, tratando de poner tanta distancia como fuera posible entre nosotros y la criatura. El Umbra nos seguía, su rugido resonando en el aire, una cacofonía de furia y hambre. Sabía que nuestras posibilidades de escapar eran escasas, pero no podíamos rendirnos. No ahora, no después de todo lo que habíamos pasado. Después de lo que parecieron horas pero que solo fueron minutos, vimos una formación rocosa que se elevaba ante nosotros. —¡Ahí! —señalé, esperando que nos ofreciera algún tipo de protección. Nos dirigimos hacia ese lugar, cada aliento un esfuerzo, cada paso una lucha contra el agotamiento y el miedo. El Umbra Bestial estaba cerca, demasiado cerca, pero no podíamos detenernos. El chillido se repitió, más cerca esta vez, y en un instante, una criatura enorme y aterradora apareció volando sobre nosotros. Su piel pálida y fría emitía un brillo gélido, como si una luz helada emanara de su interior. Sus ojos eran dos esferas de un azul helado y penetrante, una mirada fría que contrastaba con su piel oscura y rugosa. Las extremidades del demonio estaban cubiertas de escamas de hielo que crujían con cada movimiento. Sus garras, afiladas como cuchillas, prometían cortar la roca y congelar a sus víctimas con un simple toque. Las alas negras y membranosas se extendían majestuosamente, dominando el cielo. Nos tiramos al suelo instintivamente, cubriendo nuestras cabezas con las manos, mientras la criatura pasaba sobre nosotros con una velocidad impresionante. —¿¡En serio!? —gritó Lucien, con una mezcla de incredulidad y exasperación. —¿Un maldito Frostsombra? ¿No puede aparecer un Boscorro pequeño? Levanté la vista para mirarlo, frunciendo el ceño ante su comentario. —Tendrás que decirme qué son esas cosas, más tarde, —dije, aun tratando de procesar la aparición del monstruoso demonio. Lucien me levantó del suelo y me empujó hacia una pared de tierra, buscando algo de cobertura. Observamos, horrorizados, cómo el Frostsombra se lanzaba sobre el Umbra Bestial. La batalla entre las dos criaturas fue breve pero brutal. El Umbra luchó por liberarse, pero el agarre del demonio era implacable. En un abrir y cerrar de ojos, el Frostsombra desgarró el cuerpo del Umbra en dos, derramando su sangre sobre nosotros en una lluvia escarlata. El espectáculo era grotesco y violento. Me quedé allí, pegada a la pared de tierra, sintiendo la sangre del Umbra salpicar sobre mi piel y mi ropa. La realidad de nuestro peligro nunca había sido tan clara. Lucien me miró, sus ojos reflejando la misma mezcla de miedo y asombro que sentía yo. —Necesitamos salir de aquí, —dijo, su voz temblorosa. —Ahora. Asentí, sabiendo que tenía razón. No había tiempo para asimilar lo que acabábamos de presenciar. Cada segundo que nos demoráramos aumentaba el riesgo de enfrentarnos a otro peligro igual de mortal. Rápidamente, reanudamos nuestra carrera, alejándonos del lugar de la batalla entre las criaturas. El Frostsombra y el Umbra Bestial eran solo dos de los muchos peligros que podíamos encontrar en nuestro camino. —¿Esa cosa nos salvó? —pregunté, aún con el corazón acelerado por la reciente huida. Lucien, caminando delante de mí, respondió en un tono sombrío. —No, cielo, esa cosa solo tenía ganas de matar algo. Debemos haber parecido insignificantes en comparación con el Umbra, —murmuró. La respuesta me dejó inquieta. —¿Qué son esas cosas? —pregunté, deseando entender mejor a las criaturas que habitaban este mundo. —El Frostsombra es un demonio de las montañas heladas, —explicó Lucien, su voz reflejando un conocimiento nacido de la experiencia. —¿Y el Boscorro? —pregunté, recordando el nombre que Lucien había mencionado antes. —El Boscorro es menos temible, más una molestia que una amenaza real, —continuó. Asentí, tratando de asimilar la información. —Entonces, ¿el Frostsombra es el verdadero peligro aquí? Lucien asintió. —Exactamente. Es un guardián de secretos antiguos y tesoros ocultos en las montañas. Su presencia es una advertencia para quienes se atreven a desafiarlo. —Mierda, ¿cómo es que no conocía todo esto? —me lamenté, sintiéndome frustrada y vulnerable por estar tan poco preparada para estos desafíos. —Te lo dije, cielo, es peligroso aquí fuera, y cuánto más nos acerquemos a las Tierras Sagradas, peor será, —dijo Lucien, deteniéndose un momento para darse la vuelta y mirarme directamente a los ojos. Su mirada transmitía una mezcla de preocupación y seriedad. A pesar de mi miedo y de la incertidumbre que sentía, había una certeza que ardía dentro de mí, inquebrantable. —Lo vale, Lucien. Orión vale cada maldito desafío, —dije con firmeza, mordiendo cada palabra. Mi determinación era clara, alimentada por el amor y la lealtad que sentía hacia mi compañero. Lucien me miró un momento más, como si evaluara la sinceridad y la fortaleza detrás de mis palabras. Finalmente, asintió, una señal de respeto y entendimiento. —Entonces sigamos adelante, —dijo, retomando la marcha. Reanudamos nuestro camino a través del terreno difícil, cada uno sumido en sus propios pensamientos. La presencia de criaturas como el Frostsombra y el Boscorro era un recordatorio constante de los peligros que nos rodeaban, pero también reforzaba mi resolución. Estaba dispuesta a enfrentar cualquier obstáculo, a superar cualquier desafío para encontrar a Orión y traerlo de vuelta a salvo.
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