Karina se encontraba sentada mientras abrazaba sus piernas en uno de los grandes closets de la casa. Se había encerrado allí precisamente para no ser encontrada por su prometido, a quien escuchó llamarla centenares de veces y se paseaba una y otra vez por el mismo lugar sin atinar su paradero. Aún así ella no se atrevía a salir en ese estado tan deplorable. Estaba esperando a que las cosas se enfriaran un poco, pero sus emociones no se lo dejaban nada fácil.
No podía salir de aquella mezcla de enojo, tristeza e impotencia a causa del estado de Abel y de su violenta respuesta. Las lágrimas no paraban de salir y la opresión en el pecho le taladraba el corazón, se lo estrujaba sin darle un descanso para respirar, por lo cual hasta jalar aire le provocaba dolor.
Sus ojos y nariz estaban enrojecidos, sus párpados superiores hinchados, sus mejillas húmedas, y llenas del rímel y delineador que antes marcaban a la perfección el contorno de sus párpados y pestañas; en ese momento era un desastre descomunal. Con lo que detestaba verse desaliñada frente a Abel; se culpaba por “boca floja”.
Ella comenzó a pensar que no debió comenzar a hablar de más cuando sabía lo dolido que él estaba todavía. A penas habían pasado dos semanas desde el trágico accidente, era normal que él hubiera reaccionado así ¿Cómo pudo ser tan descuidada con su lengua? En definitiva aquel detalle era algo en lo que estaba trabajando duro; no podía seguir siendo así de hablantina.
Luego del sermón interno que se dio, Karina comenzó a sentir que Abel ya no estaba por los alrededores. Había pasado ya mucho rato desde que la había llamado. Pronto los pensamientos con miles de posibilidades se agolpaban todos casi al mismo tiempo en la mente de Karina:
«¿Le habrá pasado algo? ¿Y si se enojó tanto, que me dejó aquí sola? O peor... ¿Y si piensa que yo me fui por mi lado y él me va a dejar aquí encerrada? ¡No podré soportarlo, ojalá que no haya sido así! Necesito ir a ver ahora mismo»
Karina se levantó lo más rápido que sus piernas se lo permitían, ya que al haber estado mucho tiempo en una misma posición, había ocasionado que la circulación se le cortara y eso le provocaba una sensación punzante en ellas, como si estuviera caminando sobre y a través de espinas; esa sensación era muy dolorosa y costaba que la dejara en paz.
Caminando despacio, Karina llegó al baño del primer nivel. Era enorme y lujoso, bastante equipado con un tocador y cortinas de tela para la ducha muy bonitas con estampados floreados. El lavamanos funcionaba a la perfección y en la pared, justo arriba se hallaba un espejo grande con orillas doradas.
Dejó de embobarse con la casa y se dispuso a lavarse la cara. Prefería verse desmaquillada y no con el rímel, el delineador y el rubor haciendo estragos en su cara; parecía un payaso a su parecer.
Cuando terminó de enjabonarse bien, cuidando de retirar todo lo que pudiera del maquillaje, y tratando de no mojar su ondulado cabello castaño, encendió el chorro y se enjuagó; pero mientras tenía los ojos cerrados sintió una presencia extraña. Era como si alguien estuviera parado justo detrás de ella, observándola.
El miedo el oprimió el pecho y sintió que el jabón tardaba más de lo normal en retirarse de su piel. Por más que quisiera apurarse y voltear a ver, simplemente no podía. Su corazón comenzó a latir muy fuerte hasta que al fin pudo abrir los ojos y notó que no había nadie allí con ella.
Rápido se secó y salió casi corriendo del interior del cuarto de baño. Las secuelas del miedo aun seguían haciendo estragos en Karina, pero intentó respirar hondo para calmarse. Vaya que aquella sensación fue de lo más bizarra. No quiso pensar más en ello y pronto se dirigió a la ventana de la sala para comprobar lo que más le interesaba; que el auto de Abel siguiera allí parqueado.
En efecto, el alma le volvió al cuerpo y pudo respirar con tranquilidad, cuando vio el vehículo rojo allí, en el mismo lugar donde su prometido lo había dejado para ambos bajarse a ver la casa. Karina volteó a ver hacia dentro y se dispuso a buscar a Abel. Necesitaba arreglar aquel pequeño pero gran malentendido de hace rato.
—¿Abel? —llamó en un hilo de voz, para verificar si él le contestaba—. ¿Abel, dónde estás? Necesito que hablemos —Las respuestas de él no llegaban.
Karina dejó de rondar los pasillos del primer piso. Era evidente que ya le hubiera respondido si Abel se encontrara allí. Se dispuso a subir las gradas acaracoladas mientras seguía repitiendo el nombre de su prometido, aún sin recibir ninguna respuesta, ni positiva ni negativa. Las ansias iban llenando las emociones de ella; la vibra misteriosa que se había formado desde que se separaron era algo que la inquietaba sobremanera.
Cuando llegó al inicio del corredor que daba con todas las habitaciones de arriba, Karina no tuvo que darle muchas vueltas al asunto para deducir en dónde se encontraba Abel. Aquella escalera que daba con el ático estaba desplegada; posiblemente era la respuesta que necesitaba. Lo tenía casi claro: de seguro él había pensado que ella se había escondido allí, era lo más lógico de pensar.
No quiso esperar un segundo más y se dirigió con paso firme hacia las escaleras de madera desplegables. Cuando llegó, se agarró de los extremos para poder subir con mucha precaución; sabía que a veces sus torpezas le hacían malas pasadas, así que prefería prevenir que lamentar después.
Mientras subía, Karina llamó a Abel una vez más y se le hizo tan extraño que no le respondiera; aunque, pensándolo bien, a lo mejor él aún se encontraba enojado, aquella idea era la que más lógica tenía para ella. No le dio más vueltas al asunto, más bien terminó de subir y al asomar su cabeza en ese lugar cayó en la cuenta que él en efecto estaba allí.
Ella no podía ver el rostro de Abel, pero vaya que reconocía su alta y esbelta figura que por cierto, le encantaba y le robaba el aliento tan solo de verlo. Al parecer él no notó su presencia porque ni se inmutó. Seguía allí dándole la espalda y por lo visto algo había captado toda su atención.
—Abel... —musitó con inseguridad—. Al fin te encuentro, bebé. Me tenías preocupada, ya no escuché tu voz y me alarmé —decía mientras terminaba de subir, pero él no la volteó a ver.
Karina comenzaba a desesperarse al no obtener respuestas y la claridad no era mucha en ese lugar. Su corazón latió rápido y por inercia, ella tomó del brazo a Abel para que la volteara a ver mientras intentaba ver su rostro.
Su expresión era relajada y fija en algún punto de ese desván. Karina frunció el ceño y se atrevió a pasar su mano frente a los orbes chocolate que tanto amaba. Ese movimiento al parecer lo había hecho despabilar; ella juraría que estaba como en una especie de transe del que salió en ese mismo instante.
—Al fin despiertas Abel, ni siquiera notaste que acabo de llegar aquí a tu lado ¿Me podrías explicar qué te pasa? —Karina trató de sonar tranquila, pero era evidente que era lo contrario lo que sentía.
—¿Eh, de qué hablas Karina? Tú ni siquiera ruido hiciste. Me acabas de dar un susto tremendo —respondió Abel mientras se sobaba las sienes.
—No es cierto... Te estuve llamando desde que estaba el primer nivel —aclaró para que le creyera.
—Por cierto, cariño —dijo Abel, mientras la agarraba por los hombros— ¿Dónde estabas metida? Yo era el que te andaba buscando por todas partes y no estabas. Necesitaba decirte algo importante —añadió con pesar.
—Yo... me sentí fatal con la forma en que me hablaste y no pude evitar esconderme para que no me vieras llorar, pero...
—No digas más, por favor —Abel posó la yema de su índice en los rosados labios de Karina—. Yo... en serio te debo una gran disculpa. En ningún momento debí hablarte así. Me arrepiento tanto y no volverá a pasar.
—Pero, no fue del todo tu culpa, Abel —respondió Karina—. Yo no debí decir tantos comentarios fuera de lugar. Perdóname tú también, por favor.
Los labios de Abel colisionaron con los de Karina y ella por inercia cerró sus ojos. Ambos entreabrieron sus bocas para profundizar más el beso y así estuvieron unos segundos. Abel suspiró y en medio del beso comenzó a acariciar la cintura de su prometida. De inmediato una de sus traviesas manos comenzó a bajar para acariciar el trasero de ella, lo cual a Karina no le disgustó para nada, sino todo lo contrario.
Ambas respiraciones comenzaban a sonar por todo el lugar, pero pesar de que aquel beso estaba siendo fantástico, algo le incomodaba a Karina, así que ella se separó con suavidad, dejando a Abel con las ganas de que aquello avanzara hacia el siguiente paso.
—Supongo que esta es la disculpa definitiva —dijo Karina con una sonrisa de picardía.
Abel se acercó y rozó sus labios en el lóbulo de la oreja de Karina, para comenzar a hablarle:
—Sabes que me gusta disculparme de la mejor manera posible, mi amor —ronroneó en su oído y la hizo estremecer de pies a cabeza.
—Y vaya que sabes cómo se hace —susurró y lo abrazó por el cuello para luego verlo a los ojos—. Solo me ha quedado una duda muy grande...
—¿Cuál será? Dila sin miedo —inquirió Abel, sin dejar de contemplar los ojos celestes de ella.
—¿Qué era lo que te tenía tan entretenido aquí, que ni siquiera notaste mi presencia? —Karina lanzó la pregunta que la tenía más que curiosa, desconcertada.
Por alguna razón aquella pregunta lo hacía sentir nervioso porque... ¿Cómo le diría a su prometida que, aquel lienzo de la bella mujer parecía estarle sonriendo, sin que ella luego quisiera ponerle una camisa de fuerza y llevarlo al manicomio? Vaya que estaba en problemas.