Valery la miró paralizada, y luego su vista se desvió hacia las ancianas, quienes escuchaban las acusaciones con cara de circunstancia. Seguramente las había reconocido, al igual que ella. Las hermanas eran unas solteronas adictas al juego de azar, y recordaba que la mayor no veía con claridad y la otra prácticamente estaba sorda. Eran las hermanas mayores del marqués de Richmond, y por lo tanto, tías del conde. Un grito airado brotó de su garganta, y se giró hacia su acompañante, que inmóvil la miraba apenado. —No es lo que cree, milady, no tengo nada que… —La sonora bofetada que Valery le propinó silenció su explicación. Temblando de rabia, Valery se bajó de la fuente, tomó con precipitación sus prendas, y salió corriendo del lugar. El conde se bajó también, a la vez que blasfemaba