Capitulo I

1819 Words
Mayfair, Londres 21 de febrero de 1729 Las risas amortiguadas por una mano se dejaban oír pese al bloqueo, mezcladas, con el sonido del riachuelo y el rozar de la seda en la hierba. Dos jóvenes enamorados, se paseaban a escondidas de la sociedad, tomados fuertemente de las manos mientras se juraban amor a cada mirada y a cada susurro. Sofía, aleteaba las pestañas como había aprendido en la escuela para señoritas de madam Eleonor Codrington, no había necesidad de hacerlo, puesto que su apuesto acompañante solo tenía ojos para ella, sin embargo, la coquetería es tan esencial como natural en una mujer. Ese día ella ansiaba ir más allá, conocer el sabor de lo prohibido, deseaba recibir su primer beso. Una osadía mal vista ante los ojos de una sociedad elitista como a la que ella pertenecía siendo hija del barón Mortimer, se esperaba de ella un comportamiento intachable de su parte, lo que se refería a la virtud y pureza de su cuerpo, alma y mente. No obstante, su corazón ya se había enamorado y no precisamente de su prometido sino de uno de los empleados de la casa, uno de los pocos que podían entrar en el palacio. Ambos se sintieron flechados en el mismo instante que sus miradas se cruzaron, el corazón les dio un vuelco a la par con solo mirarse. Unos ojos claros que se perdieron en el n***o de los ojos de Emiliano trastocando así, su existencia en un segundo nada más. Sintieron el impulso de acercarse, tomarse de las manos, pero estaba prohibido ella es la señorita de la casa y él es un simple sirviente sin títulos nobiliarios que le granjeen una posición social elevada. Además, la mano de Sofía se encuentra prometía a un hombre de valor y honor, un soldado de alto rango que ha recibido múltiples reconocimientos de su alteza el rey, el cual les ha prometido un condado al efectuarse la boda, un negocio beneficioso en todos los aspectos. —Tenemos que volver milady —dijo él sin deseos de dejarla ir, pero debía hacerlo por el bien de ella. La ilusión de ese día había llegado a su fin con esas simples palabras, como cada vez que se fugaba para poder estar con su enamorado, quien la esperaba sin falta todos los días, en el mismo lugar y a la misma hora, pese a que muchas veces a ella se le dificultaba acudir a la cita. —Sufro mucho cada vez que os digo hasta luego amigo mío —gimió ella con pesar. —Me decís amigo tuyo, cuando lo que deseo es escucharos decir amor mío, sin embargo, me conformo con que me dejéis llevar vuestra mano entrelazada a la mía —declaro con vehemencia en sus palabras al tiempo que elevaba a la altura de sus labios el lazo formado por ambas manos para dejar un beso en sus nudillos. —Amigo mío, ya en mi corazón os llamo amor mío y os juro por lo más sagrado que este sentimiento, que nunca habrá nada ni nadie que os quite ese título —confeso ella deteniendo el andar para voltear a verlo. —Amiga mía, sepa que la llamo de esta manera para ocultar el verdadero título que mi corazón le confiere —respondió él al tiempo que posaba su mano en la cintura de ella —. Ignoro vuestra presencia para no causaros problemas, pero ya este sentimiento empieza a exigir salir de su escondite —proclamo sin apartar la vista de sus ojos. Si alguien los llegase a ver de esa manera sería el fin para los amantes, muchas veces ya había sentido lo estrecho de aquella cintura en torno a sus manos, muchas veces, había tenido que alejarse para evitar besarla por miedo a que ella se asustase, pero esta vez era diferente lo podía ver en sus ojos. Esta vez era ella quien daba el paso, quien lo incentivaba a bajar su cara hacia la de ella mientras Sofía ponía en punta sus pies para acelerar el momento, al fin sus labios se tocaron con timidez y dulzura, un beso: casto inocente y arrollador. Emiliano sintió el retumbar en el pecho de Sofía al mismo tiempo que su propio corazón se aceleraba a un ritmo que desconocía y no supo definir cuál latía con más fuerza. En su mente visualizo el futuro junto a su amada, envueltos en una nube de felicidad, sin embargo, no se imaginó en ningún momento cuan difícil sería hacer de ese sueño una realidad. Lejos de ellos, pero lo suficientemente cerca como para observar sin ser visto el intercambio de caricias se encontraba alguien vigilando en silencio, con la única misión de llevar información a su superior, con una maliciosa sonrisa pensó en el caos que desataría cuando su señor se enterase. Emiliano y Sofía no sabían lo que un simple acto impulsado por el sentimiento que emergía desde sus corazones desataría en el orgullo herido de un hombre que deseaba para sí a la mujer que ahora juraba amor eterno a otro. El beso se detuvo cuando la exigencia de sus pulmones se hizo presente, jadeando y con las mejillas enrojecidas Sofía bajo la cabeza y sonrió con timidez por haber sido quien propiciara tal acto, ella amaba a Emiliano con todas sus fuerzas y es su deseo solo ser su esposa sin importar lo que dicten las normas de alta sociedad. A su vez, Emiliano creía que ese beso había sido todo lo que él había soñado; puro, inocente y sincero por demás. La fuerza de su amor se acrecentaba a pasos agigantados mientras su mente fraguaba un plan de fuga que les daría la libertad de amarse hasta la muerte si su amada estaba en disposición de huir con él hacia una vida humilde, pero repleta de amor y de todas las cosas que en su casa no podía tener debido a la etiqueta y el protocolo. —Amiga mía, tengo algo que os contaros, pero ahora es necesario que volvamos —dijo sintiendo el corazón estrujarse en su pecho. —¡Oh, amigo mío! Es doloroso, pero necesario por ahora —exclamo ella de esa forma tan teatral que había aprendido, pero que no dejaba de ser real el sentimiento expresado. —¡Juro por mi honor, que pronto estaremos juntos sin nadie que os diga que hacemos mal! —exclamo antes de emprender la marcha de retorno. Al llegar al palacio, la condujo directamente a los jardines por donde nadie se daría cuenta de que recién ella llegaba al sitio. Un banquillo debajo de un sauce llorón y rodeado por espesos arbustos que le insistió a su padre para que se lo mandase hacer era la coartada perfecta, cada vez que veía la oportunidad se retiraba a su lugar favorito en el jardín para dedicarse a la lectura pidiendo no ser molestada por nadie, sabía que no sospecharía de ella, puesto que había demostrado ser la hija perfecta, dócil y sumisa aceptando la santa voluntad de su padre en todo. Un hasta pronto y un último roce de labios casi imperceptible, les dejó un ligero cosquilleo en la piel. Sofía tomó asiento al tiempo que tomaba el libro que había dejado y el cual no pensaba terminar de leer nunca, entre agitada y acalorada lo abrió para leer su contenido, no obstante, su mente la obligaba a revivir en su piel todas las sensaciones que minutos atrás la habían hecho sentir un palpitar extraño y una inesperada húmeda en medio de sus piernas. No sabía lo que aquello significaba, pero se dijo así misma que debía ser producto del deseo que se despierta cuando el amor ata a dos corazones de la manera que el de ella está irremediablemente ligado al de Emiliano. Un sonoro suspiro escapó de sus labios acompañado de una sonrisa de felicidad, porque sus días se hacían perfectos sin importar cuan horrible haya sido al principio si al final podía pasar un tiempo al lado de su fiel amigo. —Señorita, disculpe que le moleste —escucho que decía su doncella favorita—. Su padre solicita su presencia —informo. —Estoy tan feliz, Alice —vocifero ella después de darse cuenta de quien era la persona que la interrumpía. Alice Campbell, una joven al igual que ella, pero nacida entre la servidumbre, educada para servir a su señora desde muy pequeña, se había convertido en la mejor amiga de Sofía, siendo su confidente y la única que conocía los verdaderos deseos de su corazón. De cabello rizado y n***o como el azabache al igual que sus ojos y las espesa cejas, de piel morena y contextura delicada, muy hermosa en su juventud, quería a su señora como a una hermana aunque sabía que era mucho aspirar a ese título, sin embargo, Sofía era amable y cariñosa con ella. Le debía lealtad y fidelidad, estaba dispuesta hacer todo lo que le fuera posible por ayudarla. —Estoy tan feliz por ti, Sofía —dijo contagiándose de su felicidad—. Pero ahora debes apresurarte, sabes que a vuestro padre no le gusta que lo hagáis esperar —dijo apremiando a la joven enamorada. —Tengo mucho que contaros o quizás sea poco, pero de lo que no cabe duda que es lo mejor que me ha pasado en la vida —declaro Sofía una vez se puso en marcha con su doncella a un lado. —Tuvo que haber sido algo verdaderamente increíble —susurro está ocultando una risilla. —Un beso —declaro paralizando a Alice—. Mi primer beso —dijo y se adentró al palacio dejando a una Alice muda y con la mano tapando el grito que pugnaba por salir desde lo profundo de su garganta. Sofía huyo del interrogatorio que sabía su amiga le haría, no era el momento de responder a todas sus preguntas primero debía atender el llamado de su padre, no se explicaba el motivo del mismo ni mucho menos el porqué se efectuaba en su despacho, debía de ser algo muy importante. Anuncio su llegada y espero en la antesala que se le permitiese entrar, seguida de su silenciosa doncella. Alice tomaba su postura humilde al estar en presencia de los señores de la casa manteniendo la mirada baja y el semblante sumiso. Las puertas fueron abiertas dándole paso y antes de que terminase siquiera de poner un pie dentro su padre, el barón Montimer desecho a la doncella enviándola a esperar a su hija en la recámara de la misma. A pesar de haberle molestado, Sofía se mantuvo en silencio y solo le hizo un asentimiento de cabeza casi imperceptible a su doncella para que obedeciera la orden de su padre. Se sorprendió al ver a un desconocido y a su madre presentes en la reunión, esta última sonría con orgullo y altivez.
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