Sofía avanzó con cuidado en medio de la inmensa estancia hasta estar frente a su padre, al cual observo con respeto. Ella amaba a su padre y lo admiraba en ciertos aspectos, en cambio, en otros como el casarla a conveniencia le detestaba y aborrecía, esa era una lucha que llevaba en su interior día con día. Muchas veces pensó en revelarse en contra de ese mandato, sin embargo, fue criada para ser obediente y nunca tuvo el coraje suficiente para decir >.
En esta ocasión su corazón sufriría muchísimo puesto que era precisamente su compromiso el tema que había obligado a su padre a llamarla, y aquel desconocido en la sala era quien en un futuro no muy lejano sería su esposo. Sofía no contó con su fiesta de debutante, puesto que su mano había sido comprometida desde hacía mucho tiempo con un hombre diez años mayor que ella, cuando apenas abría los ojos al mundo y él contaba con diez años de edad.
—Padre, habéis solicitado mi presencia —dijo ella con respeto ignorando a las otras dos personas presentes.
—Sofía, hija mía, te he mandado a llamar porque deseo que conozcáis al fin a vuestro futuro señor —al escuchar esas palabras Sofía arrugo la cara como cuando mordía una cáscara amarga de naranja, que según su madre era excelente para eliminar toxinas de su cuerpo.
—Señorita Sofía, milady, es un honor y una gran placer al fin poderos ver vuestro hermoso rostro —la solemnidad de aquellas palabras la hicieron virar hacia su prometido—. Con todo respeto, estoy seguro de que los ángeles más hermosos del cielo siente envidia de su existencia porque ni siquiera la luna rivaliza con su belleza —el hombre que portaba el uniforme militar tomo la mano de Sofía y estampo un beso en ella.
Sofía no podía hablar, las palabras parecían haberse olvidado de ella. Sus ojos se movían de su mano sostenida por el hombre frente a ella a la cara del mismo, que ahora le sonreía cómplice, sin embargo, en lo profundo de sus ojos azules pudo destellar cuál negra y oscura era su alma.
—Parece que mi hija ha quedado impresionada —dijo el padre de la joven aliviando la tensión que se había formado en el ambiente—. Le pido humildemente, que le disculpe su falta, coronel —al fin Sofía reacciono, pero no se explicaba la actitud sumisa de su padre delante de otro hombre cuando él nunca se ha mostrado de esa manera.
—Confieso que prefiero oír la disculpa de boca de vuestra hija —anuncio el hombre dejando entrever la mano dura con la que disciplinaria a su esposa en adelante.
—Le pido disculpas, caballero —dijo la joven al verse convertida el tema de conversación—. Padre, si ya vosotros habéis decidido mi futuro no le veo el motivo al hecho de conocer a este señor, cuando mi opinión jamás será escuchada ni mi voz levantada en vuestra contra —a todos les sorprendió la forma en como hablaba la chica que siempre había sido dócil—. Os dejo para que continúes con los planes y solo me notifiquéis para estar lista el día y la hora —anuncio con intención de retirarse.
—Espero milady, que esa manera poco educada de contestar se quede en esta casa cuando os lleve conmigo, después de todo en este momento ya somos esposos, únicamente falta la ceremonia —Sofía escucho sus palabras antes de salir del despacho de su padre.
Sabía que cuando ese hombre se fuera su padre la reprendería, pero no le importaba únicamente quería subir a su alcoba para dejar salir todo el sufrimiento que esta situación le generaba. Ella no deseaba una boda arreglada, ella quería llegar al altar enamorada, y decir > ante Dios seguro de sus sentimientos.
Su doncella la vio entrar con el rostro manchado por las lágrimas que no se pudieron seguir conteniendo y empezaron a brotar desde que puso un pie en las escaleras, se lanzó a la cama llorando inconsolable mientras su doncella le procuraba cuidado habiéndose enterado por otro de los sirvientes de que iba todo aquello en el despacho del barón.
—Sufro contigo amiga mía —exclamo la joven doncella envolviendo entre sus brazos a su ama—. Escapaos, idos lejos de aquí con vuestro amigo y sé feliz —dijo sembrando la esperanza de poder ser feliz si se marchaba.
—Alice, necesito que vayáis y le contéis lo sucedido a Emiliano —pidió sollozante—. Deciros que estoy pronta a ejecutar cualquier plan que me ordene —dijo con la determinación de sus ojos.
—Juro que os ayudaré en todo lo que pueda —decreto la doncella poniéndose de pie para ir a cumplir la petición de su señora.
—Sé discreta Alice, por favor —dijo Sofía viéndola abrir la puerta—. Os suplico —y verdaderamente su mirada era de súplica, de sufrimiento y de esperanza.
Alice se manejó con discreción hasta llegar al jardín, donde diviso al joven amante cortando las rosas que había de colocar en los salones comúnmente frecuentados por la baronesa, quien tenía por capricho cambiarla dos veces al día para mantener fresca su fragancia. Simulo necesitar un arreglo para su señora, mientras le pedía verse en las caballerizas sin que nadie se diera cuenta, susurro que se trataba de Sofía con lo cual Emiliano no dudo en terminar su labor mucho más rápido para correr al punto de encuentro.
La doncella llevó las flores a la habitación de Sofía, a quien encontró dormida por lo que en silencio las puso en un de los jarrones siempre eran las rosas más hermosas y las mejor cuidadas las que decoraban la alcoba debido a que el mismo Emiliano se encargaba de que así fuera. En silencio salió de nuevo para ir a las caballerizas a contarle lo que había sucedido y la petición de su señora.
Tenía que ser cautelosa, si alguien la llegase a ver y fuese con el chisme al señor de la casa le traería gravísimos problemas, empezando por ser azotada. Las doncellas no podían tener amoríos con ningún otro sirviente sin el permiso de sus señores, quienes le concedían el permiso con la condición de respetar las reglas impuestas por ellos mismo para llevar a cabo el romance.
—¿Qué le ha sucedido a Sofía? —cuestiono Emiliano a penas vio llegar a Alice.
—Se trata de su compromiso, el novio ha venido a formalizar la palabra dada y a elegir la fecha para la ceremonia —dijo ella sin perder tiempo.
Y lo cierto es que no había tiempo para perder, tenía que ser diligente, si no la quería perder. Al haberse dado la palabra de compromiso y el novio haber pagado la dote que se le exigía por la novia, podía decirse que ya era suya, sin embargo, la iglesia les exigía una ceremonia eclesiástica. Obligando de esta manera a la clase alta a recibir la bendición de Dios y un acta de matrimonio en que la mujer tenía todas las de perder de igual manera.
—Ella os manda a decir que: le hagáis saber que planeáis para librarla de esa indeseable boda —Emiliano sonrió al darse cuenta de que el destino les daba una oportunidad.
—Alice, por favor dile que la espero mañana en nuestro lugar y allí le contaré lo que haremos —pidió haciendo una seña para que se callase.
La voz de otro de los sirvientes los alerto y los hizo esconderse aún más, sabían que todos buscaban la forma de agradar al dueño de la casa para poder recibir una recompensa y Emiliano no pensaba dejar que la piel de Alice fuese marcada por el látigo.
Sin pronunciar ni una sola palabra, Emiliano le señalo por donde salir a Alice mientras él se hacía cargo de distraer a los intrusos y que ella se marchara sin ser vista.
La doncella avanzó a paso rápido hasta llegar a los aposentos de su señora donde al cerrar la puerta tras de sí se recostó sobre esta con la respiración agitada por haber caminado tan rápido además de que traía los nervios de punta al ser casi descubierta en los establos con un sirviente.
—Habla. ¿Qué os dijo? —exigió Sofía apenas la vio recargada en la puerta.
La doncella fue interrumpida por la estruendosa voz enfadada del barón que irrumpió en los aposentos de Sofía. Su mirada era colérica, ambas se miraron con los ojos muy abiertos conociendo el motivo que el padre de Sofía tenía para estar allí.
Sofía tragó saliva al tiempo que observo a su doncella suplicando con la mirada que no la dejase sola, pero poco podían hacer al respecto, puesto que las órdenes de Barón nunca eran desobedecidas y quien se atrevía a retarlo se ganaba un castigo.
—¡Largo! —bramo sin apartar la mirada de su hija—. ¡Te he dado una orden! —grito esta vez al ver que Alice no se movió ni un centímetro.
No era que lo desafiara, sino más bien el miedo que le recorría la espina dorsal la mantenía congelada en el sitio, pocas veces había tenido que ver al padre de su amiga en ese estado, sin embargo, nunca tan de cerca. Sofía intervino entre ella y su padre y sacándola de su trance la condujo hacia afuera quedándose a solas con el barón.
—Padre, apelo a vuestro buen corazón para suplicaros que no castigues a mi doncella por no haberos obedecido, fue simplemente el miedo el que la paralizo —dijo ella defendiendo a su amiga aunque no creía que eso fuese suficiente.
—Suplicas compasión para un sirviente cuando tu misma no sabes como comportarte delante de los invitados —dijo el padre de Sofía aparentando tan fuerte los dientes que las venas de sus sienes parecían que iban a reventar en cualquier momento—. Es mejor que vayas recordando tus modales porque al caballero al que le acabas de hacer el desplante, será vuestro esposo y puede castigaros como considere conveniente —finalizo avanzando a paso lento hasta quedar a un paso de distancia de su hija.
—No me interesa hablar de un compromiso con el que no estoy contenta, pero que de igual forma acepto porque para eso fue que me criaron —el barón no se explicaba porque ella, su hija más dulce y sumisa se estaba comportando ahora de esa manera.
—Tal vez cinco latigazos a tu doncella te haga estar contenta con el compromiso —sentencio dando por terminada la conversación.
—Padre, os suplico castígame a mí —dijo cayendo de rodillas, Sofía no podía aceptar que su amiga pasase por aquello debido a su culpa.
—No hagáis que la cantidad de latigazos aumente —dijo y salió de la estancia.