La velada había concluido, los invitados se retiraron de uno a uno como no queriendo perderse ni el más mínimo detalle, las joyas que se exhibían regresaron a su habitual descanso mientras que Elizabeth esperaba en su habitación la llegada de su esposo, no le apetecía tener que pasar por momento tan bochornoso un intenso dolor de cabeza le hacía sufrir, sus ojos se lastimaban con la luz de las lámparas. Quería correr, ser libre como sus pensamientos, aunque ahora estos iban hacia un mismo lugar ya no tan desconocido. El conde de Oxford, no salía de su mente, había recordado el amor de Emiliano, la promesa de amarse, pero ahora ella faltaba a ese sagrado juramento estando casada. Como supuso, su esposo prefirió la compañía de una prostituta a la de ella, cosa que le aliviaba, no quería ten