Capítulo 6

3458 Words
Pasamos las siguientes cuatro horas sacando libros de los estantes, organizando con cuáles papá se iba a quedar, cuales me quedaría yo y cuales íbamos a donar. La abuela se apareció en varias ocasiones, pero se le aguaban los ojos cuando pasaba más de media hora allí dentro. —La divina comedia, siempre quise leer este libro— lo tomé del librero y cayeron algunas fotos, me agache para cogerlas, las fui viendo una a una—¿Papá? —¿Sí? — me acerque a donde estaba revisando algunos libros. Le mostré las fotos. —¿Sabes quiénes son? — se quedó viendo las fotos fijamente, me quito una de la mano. —Este se parece a papá de niño, son sus mismos ojos. — señaló a un niño de ojos azules. —Nadie sacó esos ojos. Aunque la tía Lali tiene unos hermosos ojos. —Solo Karen. —nos quedamos viendo las fotos. —Este es papá y el tío Abraham. Deberíamos preguntarle a mi madre si reconoce a algunas de estas personas. —Casi todas las fotos parecían sacadas de otra época, no reconocía los lugares. —El abuelo era muy guapo— mire a mi padre, él sonrío y las arrugas que tenía alrededor de sus ojos se hicieron presente. —Tú también lo eres, papá. —Cuando era pequeña pensaba que estaba enamorada de mi padre, pero mi mamá me explicó que así se siente quererlo. —Gracias, cariño. Papá nos heredó su nariz, su oreja y su sonrisa. —Todo lo demás lo sacaste de la abuela— asintió. —Siempre me sentí orgulloso de parecerme tanto a mi madre. —He visto sus fotos de joven, parecía sacada de un catálogo de modelos. — papá se rió a carcajadas. —Tú tampoco te quedas atrás— me pasó el dorso de su mano por la mejilla— de seguro tienes a medio Madrid detrás de ti. —Qué va— él me miró entornando los ojos. —Tu mamá me comento algo respecto a ti mudándote con un chico— de lo único que no hablaba con mi padre era de chicos, sexo, y bueno, dolores menstruales, para eso tenía a mi madre, a Remy y a la abuela. —¡Papá! — sentí como las mejillas se me sonrojaban. —¿Ya se lo dijiste? — el corazón me palpitaba con fuerza en el pecho, porque entendí que se estaba refiriendo a Martin. —¿Por qué me preguntas eso? —Porque es obvio que te quiere y tú a él, y si vas a mudarte con otro chico es porque vas en serio. —No me voy a mudar con Sebas. —se quedó mirándome fijamente. — él me lo propuso antes de que volviera, dijo que me esperaría, pero yo… — era algo incomodo hablar con papá de esto, me tragué el nudo de la garganta.— yo siempre he estado enamorada de Martin, Sebas era… el intermedio, alguien con quien estar para intentar olvidar. —Eso nunca funciona, cariño— me dio un fuerte abrazo— no es bueno usar a las personas así, te lo digo por experiencia propia— yo no sabía mucho sobre la relación de mi padre y mi madre, cuando pequeña tenía mucha curiosidad sobre por qué no estaban juntos y se lo pregunté a él una vez y me explico de una forma confusa que en muchos casos querer no es igual que amar y que no elegimos a quien amar— ¿Y dónde fuiste anoche? – abrí la boca. —No es la primera vez que te escapas para ir a verlo. —¡Ay, no! — me safe de sus brazos, tomé las fotografías y salí del estudio. Su risa me persiguió hasta que estuve en la terraza. La abuela se quedó mirando las fotos, suspiraba en las que aparecía su difunto esposo. —Era tan guapo—la mire fijamente, estaba sonriendo, pero las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. —¿Lo querías mucho? —Mi niña— me palpo la rodilla con cariño— uno puede querer a muchos hombres a lo largo de su vida, recuerda esto: los hombres van y vienen, pero siempre hay uno que se queda, por más que se haya ido físicamente, su espíritu se queda contigo, su recuerdo, su sonrisa, el tono de su voz, la mirada que te daba a ti y a nadie más, la forma de tocarte. Todo es diferente— se limpió las mejillas antes de continuar hablando— puede que tengas sexo con varios hombres, pero solo con uno puedes hacer el amor realmente. —¡Ay, abuela! —sentía que las mejillas se me estaban calentando. Mamá me había dicho cosas parecidas también, porque una vez le pregunte que se sentía que un hombre al que amabas te besara, porque en esos tiempos no podía dejar de fantasear con que Martin me besara. Ella me confesó que se había enamorado dos veces, una de ellas fue de mi padre, al que sigue queriendo, pero que lo suyo nunca podía ser, porque él había amado a la misma mujer toda su vida. La otra vez que se enamoró fue de Daniel, me contó que con él sentía cosas que nunca había experimentado jamás. Y que es, justo ahí, cuando estás en brazos de esa persona, que te das cuenta de que es el amor de tu vida. —No vengas a hacerte la inocente conmigo, muchachita— se rió a carcajadas— que te he visto como miras al pobre de Martin, si él fuera comida, ya lo hubieras devorado— agradecí que solo papá estuviera en casa y que no escucho eso, o alguno de mis hermanos— pero no te preocupes, yo miraba de la misma madera a tu abuelo y él me miraba a mí de esa forma y cuando estábamos juntos nada más importaba —apoye mi cabeza en su hombro. —¿Abuela? — Tomé su mano entre la mía. —¿Sí, princesa? —No quiero que nada malo te pase. Porque entonces habré perdido a la única abuela que me queda. —¡Oh, cariño! Todos tenemos que morir algún día, yo ya he vivido mucho y sueño, que, si realmente existe otra vida después de la muerte, me reencuentre con mis padres, con tu abuela, con el amor de mi vida y con tu tío. Solo te pido que me prometas algo— bajo bastante la voz— que si algo me pasa, vas a cuidar mucho de tu papá ¿sí? Él sigue sin llevar bien esto del duelo— asentí, porque vi lo que lo destrozó la muerte de los abuelos, no podía imaginarme que sería de él sin su madre. Martin y mis hermanos llegaron justo a la hora de comida, nos robábamos miradas todo el rato que estuvimos allí sentados, donde mis hermanos no dejaron de hablar y discutir entre ellos sobre algún videojuego que querían, tirándole indirectas a papá para que se lo comprara, aunque él disimulaba muy bien. Dan entraba a su segundo año de la universidad en septiembre, estudiaba arquitectura, era demasiado bueno en eso, me gustaba verlo crear sus diseños y sus maquetas. Lucas acababa de ser aceptado en una universidad en Estados Unidos para estudiar mecatrónica, así que se marcharía al final del verano. Remy se encontraba en New York por trabajo, tenía una galería de arte y había ido a unas exposiciones de algunos de sus artistas, de paso estaba organizando todo para que cuando mi hermanito se fuera estuviera cómodo. Yo no quería que se fuera, no por mí, sino por mi otro hermano, porque ellos no eran familia de sangre, no llevaban los mismos apellidos, pero se habían criado juntos toda su vida y sé que cuando llegué el momento de su separación lo iban a sufrir mucho. Porque eran familia, a veces, parecía que los hermanos eran ellos y que yo era una mera espectadora en su relación. Martin me espero a que me cambiara de ropa, tomó mi vieja mochila y la llenó de cosas, que, según él, íbamos a necesitar: botellas de agua, galletas, barras energizantes. Estaba nerviosa, para donde él pretendía llevarme, de adolescente solíamos hacer esto, irnos solos a caminar por horas, a ver que encontrábamos. Casualmente, debajo de los pantalones me puse un bikini y creo que eso era lo que me traía tan nerviosa, él nunca me ha visto en traje de baño y con poca ropa, porque a mí me daba demasiada vergüenza que la gente me miraba, porque nunca me miraban a mí, miraban el exceso de grasa en mi estómago, mis muslos grandes, mis senos copa D, mis brazos. Y, aunque me sometí a cirugías y a dietas estrictas, continuaba siendo una mujer de talla grande. Que se avergonzaba de su cuerpo por más libras que rebaje en los últimos cuatro años. Solo era cometer el mínimo error, dejar de tomar mis medicamentos que mantenían mis hormonas controladas para que todo se vaya al carajo, para que la ansiedad me azotará, mis ganas infinitas de comer aparecieran y las libras volverían. —Hey— levanté la vista, él iba unos pasos por delante de mí, me tendió su mano y la acepté. —No te quedes atrás— asentí, me encontré con sus ojos oscuros y me puse a su lado. Entrelazamos nuestros dedos, el calor que emanaba de su mano me reconforto. Me llevó calle abajo, más allá de donde estaba su vieja casa, cruzamos el río y él tuvo que ayudarme para que la corriente no me llevará. Los tenis me pesaban por el exceso de agua en ellos. Casi una hora después nos sentamos en el pasto para que yo pudiera beber agua y descansar. —¿Vas a matarme y tirar mi cadáver por ahí? — estaba jadeando, me pasé el dorso del brazo por la frente para quitarme el sudor. Él se rió a carcajadas, se acostó poniendo sus brazos como almohada. Se veía radiante, su piel estaba acostumbrada al sol y al calor, su cabello estaba perfectamente envuelto en un chongo en lo alto de su cabeza, el mío estaba pegado a mi nuca y mi rostro. Respire hondo cuando una fuerte brisa me flageló el rostro. —No podría hacer eso, Arturo me perseguiría por siempre, no tendría donde esconderme. —lo mire de reojo, su rostro estaba completamente serio, tenía los ojos cerrados. Quise asomarme y besarlo. —Es hora de seguir, o no llegaremos. —¿Ya? — se puso en pie de pocos movimientos y me ayudó a levantarme, tomó la mochila del suelo y se la colgó en la espalda. Había pasado un mes cuando mi bisabuelo me descubrió regresando de su casa, tan solo 30 días desde la primera vez que lo vi, lo sé porque conté cada día, cada canción que le mostré en esas horas, me espero hasta que cruzara el alambre, con sus manos en sus caderas y dándome esa mirada seria que me decía que estaba en problemas. Me tragué el nudo de la garganta. —¿Dónde estabas, jovencita? — dijo muy serio, me quedé mirando el sucio de mis tenis– ¿Y qué llevas en esa mochila? —Te lo diré si no le dices a nadie.— utilice mi vocecita de niña tierna que siempre me sacaba de problemas. —No estás en posición de negociar. — levante la cabeza rápidamente. —Abuelo— gemí, estaba a punto de echarme a llorar. Él se agachó, puso sus manos bajo mi mentón y me hizo mirarlo. —Ahora habla— solté la correa de mi mochila y me lancé a abrazarlo, antes de ponerme a llorar. —Lo siento, lo siento, pero no se lo digas a nadie— hablaba entre las lágrimas, él me abrazó con fuerza. —¿Qué es lo que ha pasado? — me alejo para verme a la cara, me limpio las mejillas. —Es que yo… conocí a un niño que vive casi en el río, vive solo con su mamá que está muy enferma— le hice señas con mis manos de como la madre de Martin tenía el pecho inflado— no puede pararse de la cama y él tiene que cuidarla siempre, no puede ir a la escuela porque no la puede dejar sola, no tiene a nadie más y siempre voy y le llevo comida y lo ayudó a que aprenda a leer y a escribir. Es muy inteligente— gruñí, porque, aunque sea yo la que le estuviera enseñando, él aprendía todo demasiado rápido. —¿Por qué te enojas? —la expresión de su rostro era una mezcla entre divertido y asustado. —Porque es muy inteligente, más que yo, aprendió a multiplicar a la primera y a mí me tomó varios meses— él abuelo Gustavo sonrío y volvió a limpiarme las mejillas. — él debería de estar en la escuela, es más inteligente que todos mis compañeros, yo tendría con quien competir en las ferias de ciencias. —Mírame, mi princesa hermosa. Es muy lindo lo que estás haciendo por tu amigo, pero no puedes simplemente desaparecer ¿Qué crees que pasaría si alguien notara tu ausencia? Nos preocuparíamos mucho— asentí varias veces— no se lo diré a tus padres ni a tu abuela, pero prométeme que jamás volverás a salir de la casa sin avisar. —Lo prometo. — se lo prometí, pero cruzaba los dedos sin que él se diera cuenta. El abuelo me dio la mano y caminé junto a él. A la tarde siguiente me estaba esperando cerca del límite de su propiedad, llevaba una bolsa plástica con él y me pidió que le enseñara donde vivía Martin, cuando llegamos a su casa vi como estuvo a punto de llorar, Lobo siempre estaba haciendo tareas del hogar cuando iba a visitarlo, haciéndole de comer a su madre, limpiando la casa. Mi abuelito se presentó, le pasó la bolsa donde había ropa limpia, comida y cosas de aseo. Martin no quería aceptarlo, por lo que él abuelo me pidió que saliera de la casa unos minutos y se quedó hablando con él. Cuando me dejaron entrar en la casa otra vez, Martin había aceptado las cosas que le trajo el abuelo, entendí que el problema era yo. Esa misma semana los abuelos llevaron a la mamá de Martin al hospital y estuvo allí por mucho tiempo. —Llegamos— estaba sin aire, cuando al fin terminamos de subir la montaña— respira hondo— él se puso detrás de mí— cierra los ojos y escucha— hice lo que me pidió y allí arriba no se escuchaba nada, pero todo a la vez, el aire que entraba a mis pulmones era cálido, la brisa fresca. Si me concentraba el sonido del río me llegaba, las aves a lo lejos. — esto es vida— sentí su aliento en mi cuello y todo el cuerpo me tembló. Me gire para poder mirarlo, era la primera vez que sus ojos no mostraban tristeza, le puse las manos en las mejillas y baje su cabeza hasta juntar nuestros labios. Él me envolvió en un abrazo mientras nuestras bocas se devoraban, todo mi cuerpo se quemaba por dentro, por él. Porque quería que me siguiera besando de esa forma, que deslizara sus manos por mi cintura. —Gracias por traerme aquí— susurre sobre sus labios antes de volverlo a besar. —Vamos, te mostraré donde nace el río. — entrelazo sus dedos con los míos y caminamos unos cinco minutos. El río allí era más cristalino, había una pequeña cascada y no tenía tanta corriente, me quité los zapatos a lo que él dejaba la mochila en el suelo, sin darme cuenta me había quitado la ropa, quedándome en bikini delante suyo, las mejillas se me calentaron, él estaba de espaldas, por lo que no se percataba de mí desnude, me arrepentí de inmediato y quise volver a ponerme la ropa. —¿Vas a meterte al agua? — se giró y vi cómo se le nublaron los ojos— Vaya— susurro, se quedó paralizado mirándome. —No me mires así— me cubrí como pude con las manos. Su mirada me daba miedo. —¿Por qué? — se acercó a mí despacio. —Me da vergüenza— se quitó su camiseta negra y la tiró a un lado, luego se quitó los pantalones de chándal, quedándose en boxes— voy a meterme al agua y me girare para no mirarte. —Gracias— me dio una última mirada antes de ir hacía el agua. —Vamos, Leia no seas una cobarde, tú puedes. Es Martin. Me repetí la misma frase varias veces para darme valor— solo hazlo— me susurre para que él no me oyera, apreté los ojos, él seguía de espaldas cuando al fin entre en el agua. —Ya puedes girarte— me sumergí hasta los hombros. —¿Por qué tienes vergüenza delante de mí? — me apartó unos mechones de cabello de la cara. —Porque no sé qué vas a pensar al verme. —era estupido pensar siquiera en eso. —Voy a pensar lo mismo que he pensado de ti desde la primera vez que te vi. —¿Y qué piensas de mí? — sentí sus manos en mi cintura por debajo del agua, atrayéndola más cerca de él, hasta que envolví mis piernas a su alrededor. —Que eres un ángel que Dios me envió para cuidarme— las mejillas se me calentaron. Me agarre a su cuello para sostenerme mejor. —¿En serio piensas eso? —sonreí sin mostrar mis dientes. —Sí, eras la cosita más hermosa que había visto en mi vida. Con esas mejillas sonrojadas, con tu melena rizada— sus dedos húmedos me tocaron por la mejilla, dibujando trazos sobre mi piel. Se me cortó la respiración. —Tú siempre has sido un enigma para mí— le acaricié el cabello de la nuca. Nos quedamos en silencio un momento, un minuto que sintió como una eternidad mientras nos mirábamos fijamente y nuestras manos tocaban todo a su paso. No sé quién se movió primero, pero en cuestión de segundos nos estábamos besando. Sus manos se deslizaron por mi espalda hasta llegar al cierre del brasier de mi traje de baño, con delicadeza lo soltó, luego el que estaba atado en mi cuello y creí que me iba a morir en aquel momento de los nervios. Con Sebas nunca se sentía así, cada vez que estábamos juntos era con las luces apagadas, en completa oscuridad para que yo pudiera sentirme cómoda. Nunca me veía en ropa interior o nos bañábamos juntos. Martin se alejó de mis labios y me beso en la mejilla, para bajar por mi cuello, sostuvo la prenda con su mano izquierda para que el río no se la llevara, se levantó para que mis pechos estuviesen fuera del agua, cerré los ojos con fuerza cuando sus labios me besaron sobre el tatuaje de mi hombro. Jadee al darme cuenta de que estaba excitado. Muy excitado. —Lobo— susurré, él no me respondió, continuó besándome sobre mi piel. —Tienes la piel muy suave— susurro, sus dientes atraparon un poco de mi piel y grité por la sorpresa, luego me beso y siguió besándome, entre mis senos, por mis pezones. La respiración se me entrecortaba, su lengua jugueteó con mis pezones. Baje mi mano derecha entre nuestros cuerpos para poder tocarlo— maldición— gruño cuando pude tener mi mano bajo sus boxes, alrededor de su erección, intente hacer lo mejor que pude, moviendo mi mano arriba y abajo. Me dio a agarrar mi sostén—sostente bien— dijo, me mordí el labio, con mi mano izquierda me aferré a su cuello y agarré el sostén entre mis dedos. También deslizó su mano por entre nuestros cuerpos, en mi vientre, debajo de las bragas, contuve el aliento hasta que sus dedos me tocaron el clítoris, dejando salir un suspiro al su lengua volver a saborear mi piel. Estuvimos acariciándonos por un largo rato, a veces sus labios buscaban los míos y ahogábamos nuestros gemidos, le mordí el labio inferior cuando me corrí, apretando mis piernas a su alrededor. —Lobo— susurré sin aliento. Él se corrió segundos después en mi mano, escondió su rostro en la curva de mi cuello y nos quedamos allí por un rato, recuperándonos de eso que acabamos de hacer. De esa intimidad que por primera vez compartimos.
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