CAPÍTULO CUATRO

2133 Words
CAPÍTULO CUATRO Lucio blandía la espada por encima de su cabeza, regocijándose por el modo en que destellaba con la luz del amanecer, en el instante antes en que mató al anciano que osó ponerse en su camino. A su alrededor, caían más plebeyos a manos de sus hombres: los que osaban resistirse y los que eran lo suficientemente estúpidos para estar en el lugar erróneo en el momento equivocado. Él sonreía mientras los gritos resonaban a su alrededor. Le gustaba cuando los campesinos intentaban luchar, porque esto solo daba a sus hombres una excusa para demostrarles lo débiles que eran en realidad comparados con sus superiores. ¿A cuántos había matado en saqueos como este? No se había molestado en llevar la cuenta. ¿Por qué tendría que prestar la mínima atención a los de su especie? Lucio miró a su alrededor mientras los campesinos empezaban a correr e hizo un gesto a unos cuantos de sus hombres. Echaron a correr tras ellos. Correr era casi mejor que luchar, porque existía la posibilidad de cazarlos como la presa que eran. “¿Su caballo, su alteza?” preguntó uno de sus hombres, que llevaba al semental de Lucio. Lucio negó con la cabeza. “Mi arco, creo”. El hombre asintió y le pasó a Lucio un elegante arco recurvo de ceniza blanca, mezclado con cuerno y endurecido con plata. Colocó una flecha, tiró la cuerda hacia atrás y la soltó. Lejos en la distancia, uno de los campesinos que corrían cayó al suelo. Ya no quedaba con quien luchar, pero aquello no significaba que hubieran acabado allí. Ni de lejos. Había descubierto que esconder campesinos podía ser tan divertido como correr o luchar con los que estaban en su camino. Existían muchas maneras de torturar a los que parecía que tenían oro y muchas maneras de ejecutar a los que podrían tener afinidad con los rebeldes. La rueda ardiente, la horca, el nudo corredizo… ¿qué tocaría hoy? Lucio hizo un gesto a dos de sus hombres para que empezaran a abrir puertas de una patada. De vez en cuando, le gustaba quemar a los que se escondían, pero las casas tenían más valor que los campesinos. Una mujer salió corriendo y Lucio la cogió, arrojándola con indiferencia hacia uno de los esclavistas que les había dado por seguirlos como hacen las gaviotas con los barcos de pesca. Entró sigilosamente en le templo de la aldea. El sacerdote ya estaba en el suelo, sujetándose la nariz rota, mientras los hombres de Lucio reunían adornos de oro y plata en un saco. Una mujer con la sotana de una sacerdotisa se encaró a él. Lucio se fijó en un destello de cabello rubio que escapaba por debajo de su hábito, un incuestionable parecido en rasgos que hizo que se detuviera. “No puede hacer esto”, insistió la mujer. “¡Somos un templo!” Lucio la agarró y apartó la capucha de su sotana para mirarla. No era el doble de Estefanía –ninguna mujer de baja cuna podría serlo- pero estaba lo suficientemente cerca para serle de valor por un rato. Al menos hasta que se aburriera. “Me envía tu rey”, dijo Lucio. “¡No intentes decirme lo que no puedo hacer!” Demasiadas personas lo habían intentado durante su vida. Habían intentado ponerle límites, cuando él era la única persona en el Imperio que no debería tener límites. Sus padres lo intentaron, pero él sería rey un día. Sería el rey, a pesar de lo que había encontrado en la biblioteca cuando el viejo Cosmas pensó que era demasiado estúpido para entenderlo. Thanos aprendería cuál era su lugar. Lucio agarró fuerte con su mano el pelo de la sacerdotisa. Estefanía también aprendería cuál era su lugar. ¿Cómo se atrevía a casarse con Thanos así, como si fuera el príncipe deseado? No, Lucio encontraría la manera de compensarlo. Separaría a Thanos y a Estefanía con la misma facilidad que partía las cabezas de aquellos que iban a él. Pediría a Estefanía en matrimonio, tanto porque era de Thanos como porque sería el adorno perfecto para alguien de su rango. La disfrutaría y, hasta entonces, la sacerdotisa que había atrapado sería una sustituta apta. La tiró hacia uno de sus hombres para que la vigilara y salió a ver qué otras diversiones encontraba en la aldea. Una vez fuera, vio a dos de sus hombres atando a uno de los aldeanos que había echado a correr a un árbol, con los brazos en cruz. “¿Por qué habéis dejado a este con vida?” preguntó Lucio. Uno de ellos sonrió. “Ahora Tor me estaba contando algo que hacen los norteños. Lo llaman el Águila de la Sangre”. A Lucio le gustó cómo sonaba. Estaba a punto de preguntar de qué se trataba cuando escuchó el grito de uno de los centinelas, que estaban allí para vigilar si venían los rebeldes. Lucio miró a su alrededor, pero en lugar de una muchedumbre de escoria común, vio una sola figura cabalgando en una silla de montar probablemente del tamaño de la suya. Lucio reconoció la armadura al instante. “Thanos”, dijo. Chasqueó sus dedos. “Bien, parece que el día de hoy va a resultar más interesante de lo que pensaba. Tráeme mi arco otra vez”. *** Thanos espoleó a su caballo para que fuera hacia delante cuando vio a Lucio y lo que su hermanastro estaba haciendo. Cualquier duda que le quedase por haber dejado atrás a Estefanía se quemó en el calor de su ira al ver a los campesinos muertos, a los esclavistas, al hombre atado a un árbol. Vio que Lucio daba un paso y levantaba un arco. Por un instante, Thanos no podía creer que lo hiciera, pero ¿por qué no? Lucio había intentado matarlo antes. Vio que la flecha salía volando y levantó el escudo justo a tiempo. La punta golpeó la parte exterior metálica de su escudo antes de rebotar. Le siguió una segunda y, esta vez, lo perforó, deteniéndose a solo unos centímetros de la cara de Thanos. Thanos obligó a su caballo a marchar cuando una tercera flecha pasó zumbando por su lado. Vio que Lucio y sus hombres iban cayendo mientras él escoraba a través del lugar donde ellos estaban. Se dio la vuelta y desenfundó su espada, justo cuando Lucio consiguió ponerse de pie. Thanos colocó la espada contra el corazón de Lucio. “Detén esto ahora, Lucio. No permitiré que mates a nadie más de nuestro pueblo”. “¿Nuestro pueblo?” replicó Lucio. “Ellos son mi pueblo, Thanos. Mío para hacer lo que quiera con él. Deja que te lo demuestre”. Thanos vio que desenfundaba su espada e iba hacia el hombre que estaba atado al árbol. Thanos se dio cuenta de lo que iba a hacer su hermanastro y puso a su caballo en movimiento una vez más. “Detenedlo”, ordenó Lucio. Sus hombres obedecieron de un salto. Uno fue hacia Thanos, apuntando con una lanza hacia su cara. Thanos la paró con su escudo, cortando la punta del arma con sus espada y, a continuación, dando una patada al hombre que se cayó despatarrado. Dio una puñalada cuando otro corrió hacia él, clavándola en el hombro de la cota de malla del hombre y sacando la espada de nuevo. Se forzó a ir hacia delante, a través de la presión de sus contrincantes. Lucio todavía se dirigía hacia la víctima que había elegido. Thanos blandió su espada hacia uno de los matones de Lucio y fue a toda prisa hacia delante mientras Lucio echaba su espada hacia atrás. A duras penas Thanos consiguió interponer su escudo cuando el golpe sonó a metal contra metal. Lucio agarró su escudo. “Eres predecible, Thanos”, dijo. “La compasión siempre fue tu debilidad”. Empujó tan fuerte que tiró a Thanos de la silla. Rodó a tiempo para evitar un golpe de espada y se quitó las correas del escudo del brazo. Cogió su espada con las dos manos mientras los hombres de Lucio se acercaban de nuevo. Vio que su caballo se alejaba corriendo, pero aquello significaba que ahora no tenía la ventaja de la altura. “Matadlo”, dijo Lucio. “Daremos la culpa a los rebeldes”. “Eres bueno intentándolo, ¿eh?” replicó Thanos. “Qué lástima que no se te de nada bien acabar la faena”. Entonces uno de los hombres de Lucio fue a toda velocidad hacia él blandiendo una maza con clavos. Thanos se puso dentro del arco del golpe, cortó en diagonal y después dio vueltas con su espada estirada para mantener a los otros a raya. Entonces se metieron rápidamente, como si supieran que ninguno de ellos podía esperar derrotar a Thanos uno a uno. Thanos lo vio y se puso de espaldas a la pared de la casa más cercana para que sus contrincantes no pudieran rodearlo. Ahora había tres hombres cerca de él, uno con un hacha, uno con una espada corta y uno con una espada curvada en forma de hoz. Thanos mantenía su espada cerca mientras los vigilaba, no quería dar a ninguno de los mercenarios una oportunidad de enredarse con su espada el tiempo suficiente para que los otros se colaran. El que estaba a la derecha de Thanos intentó una estocada con su espada corta. Thanos la paró en parte, sintiendo cómo rebotaba en su armadura. El instinto le hizo dar la vuelta y tirarse al suelo, justo a tiempo para que el hacha del de la izquierda le pasara por encima. Thanos dio un golpe de espada a la altura del tobillo para hacer caer al matón, después dio la vuelta a su espada y dio un golpe hacia atrás, escuchando un grito cuando se encontró con el primer hombre. El de la espada curvada atacó con más cautela. “¡Atácalo! ¡Mátalo!” ordenó Lucio, claramente impaciente. “¡Oh, yo mismo lo haré!” Thanos se defendió cuando el príncipe se unió a la lucha. Dudaba sobre lo que Lucio hubiera hecho si no hubiera habido otro hombre allí para ayudarlo y quizás había más que estaban de camino. En realidad, lo único que debía hacer Lucio era retrasar las cosas y Thanos se encontraría altamente sobrepasado en número. Por eso Thanos no esperó. En cambio, atacó. Lanzó golpe tras golpe, alternando entre Lucio y el matón que Lucio había traído con él, siguiendo un ritmo. Entonces, de repente, se detuvo. El que empuñaba la hoz se quedó atacando al aire. Thanos lanzó un golpe al vacío y la cabeza del hombre salió volando. En un instante estaba sobre Lucio, espada contra espada. Lucio le intentó dar una patada, pero Thanos esquivó el golpe apartándose hacia un lado y alargando el brazo por encima de la guarda de la espada de Lucio hasta poner la mano sobre el mango. Thanos tiró hacia arriba y arrancó la espada de las manos de Lucio y, a continuación, dio un golpe hacia un lado. Su espada rebotó contra la pechera de Lucio. Lucio sacó un puñal y Thanos cambió el agarre de su espada, blandió por lo bajo con la punta de la empuñadura para que la guarda se enganchara en la rodilla de Lucio. Empujó y Lucio cayó. Thanos le tiró el puñal de la mano con una patada con una fuerza aplastante. “Dime otra vez que la compasión es mi debilidad”, dijo Thanos, levantando la punta de su espada hacia el cuello de Lucio. “No lo harías”, dijo Lucio. “Solo intentas asustarme”. “¿Asustarte?” dijo Thanos. “Si pensara que asustarte funcionaría, te hubiera asustado hasta dejarte medio muerto hace años. No, voy a ir hasta el final”. “¿Hasta el final?” dijo Lucio. “Esto no tiene final, Thanos. “No hasta que yo haya ganado”. “Tendrías que esperar mucho tiempo para eso”, le aseguró Thanos. Levantó la espada. Debía hacerlo. Tenía que detener a Lucio. “¡Thanos!” Thanos echó un vistazo al escuchar la voz de Estefanía. Ante su sorpresa, vio que se acercaba, cabalgando sola a todo galope. Llevaba un vestido de montar que distaba mucho de sus habituales vestidos elegantes y, por el desaliñado estado en el que estaba, parecía que se lo había puesto corriendo. “¡Thanos, no!” gritó mientras se acercaba. Thanos agarró su espada con más fuerza. “Después de todo lo que ha hecho, ¿no crees que se lo merece?” “No se trata de lo que merece”, dijo Estefanía, desmontando mientras se acercaba. “Se trata de lo que tú mereces. Si lo matas, te matarán por ello. Así es como funciona y no te perderé de ese modo”. “Escúchala, Thanos”, dijo Lucio desde el suelo. “Cállate”, dijo Estefanía bruscamente. “¿O quieres provocarlo para que te mate?” “Debo detenerle”, dijo Thanos. “No de este modo”, insistió Estefanía. Thanos sintió la mano de ella sobre su brazo, apartándole la espada. “No de un modo en el que te puedan matar. Juraste ser mío por el resto de nuestras vidas. ¿De verdad era para tan poco tiempo?” “Estefanía…” empezó Thanos, pero ella no le dejó terminar. “¿Y qué sucede conmigo?” preguntó. “¿En qué peligro me encontraré si mi marido mata al heredero al trono? No, Thanos. Déjalo. Hazlo por mí”. Si se lo hubiera pedido otro, Puede que Thanos hubiera seguido adelante. Había demasiado en juego. Pero no podía poner en peligro a Estefanía. Clavó la espada en la tierra, a poco más de un centímetro de la cabeza de Lucio. Lucio ya estaba rodando por el suelo y salió corriendo en busca de un caballo. “¡Te arrepentirás!” gritó Lucio. “¡Prometo que te arrepentirás!”
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