Después de compartir el almuerzo y que los chiquitines salieran al jardín a jugar con el resto de sus primos, Paula aprovechó para acercarse a ellos. —Hola, no puedo creer que sean hijos de mi amiga Luciana y que esté viva —comentó con la voz débil—, ella y yo nos quisimos mucho, vivíamos juntas. Dafne y Mike, dejaron de comer su helado, se miraron entre ellos, fruncieron el ceño. —¿Eres la misma Paula que tenía una enfermedad incurable? —cuestionó Dafne. Paula suspiró profundo, asintió. —Sí, soy la misma. —Pero mi mamá cree que te moriste, te recuerda con tristeza, eras su única amiga, ahora solo tiene a doña Caridad para contarle sus penas —comentó Mike. Paula se aclaró la garganta, apretó los labios. —Es una larga historia, que espero poder compartirla con su mamá, me mu