2-Esposa astuta

2545 Words
Después de presenciar aquella aberración con sus propios ojos, Annika se apresuró a regresar a su habitación, como si el mismo diablo le pisara los talones. Cerró la puerta con un golpe seco y echó el seguro antes de lanzarse hacia el baño, donde vació su estómago en el retrete. Varias arcadas más, hasta que su garganta quedó ardiendo y su cuerpo se tensó, dominado por la náusea. Se apoyó contra el lavabo, respirando con dificultad, mientras el pecho le hervía de angustia. —Maldito...—susurró, su voz temblorosa, llena de repulsión por lo que acababa de presenciar. —¡Maldito seas, Rainer!. Golpeó el lavabo con furia, la impotencia apoderándose de ella. No podía hacer nada. Ni siquiera huir parecía una opción viable. La sensación de estar atrapada la consumía, como un peso insoportable sobre su pecho. Salió del baño con el rostro demacrado por la rabia. Sin pensarlo, arrancó el vestido rojo que le habían impuesto y lo pisoteó, con furia, hasta que sus fuerzas se agotaron. Se desplomó en la cama, su cuerpo temblando, con las lágrimas al borde de los ojos, pero se negó a dejarlas caer. No por él, no por ese hombre tan despreciable. Antes morir que derramar una sola lágrima por alguien como Rainer. En busca de consuelo, apagó las luces y se envolvió en las mantas, abrazando el calor de la cama. Al menos, pensó, tenía ropa, comida, y cierta comodidad. Debía aprovecharlo mientras pudiera, antes de que ese hombre la redujera a nada, antes de que su vida se convirtiera en una jaula. Cerró los ojos, todavía furiosa, pero con una determinación férrea. Ya sabía lo que debía hacer con ese bastardo. *** El día después de casarse con Rainer no trajo ningún cambio. Todo seguía igual de hostil, como siempre. Ser la señora de la casa no resultaba muy distinto a ser una sirvienta de bajo rango, porque al parecer, la rubia amante de Rainer tenía el privilegio —o la desgracia— de ocupar su cama. —Esto es lo que hay —dijo la sirvienta de siempre, colocando la bandeja de comida sobre la mesita de noche en la habitación de Annika—. Rainer ha pedido que te trajeran el desayuno, como una pequeña muestra por haberte convertido en la señora Vogel. Las palabras de la mujer caían sobre Annika como un veneno, amargas y crueles. Annika, sin embargo, las ignoró. —Gracias —respondió, con una calma helada—. Parece que mi marido empieza a tener buenos detalles. La sirvienta levantó una ceja y torció una sonrisa cínica. —¿Ah, sí? —se burló—. Pensar eso solo demuestra lo poco que te valoras, después de haberme visto acostarme con tu supuesto esposo, justo frente a tus ojos. Annika esbozó una sonrisa burlesca. Una mínima mueca de indiferencia. —Las amantes son útiles solo cuando nadie más está disponible —dijo con frialdad, haciendo que la sonrisa de la rubia se desvaneciera de inmediato—. Disfruta de mi "marido", espero que te suban el sueldo por el esfuerzo de abrirle las piernas. El rostro de Lavinia se tornó rojo de furia. Sus puños se apretaron a los lados de su cuerpo, pero rápidamente se recompuso, forjando una sonrisa de victoria. —Respiras por la herida —dijo con desdén—. Estás muriéndote de celos por la humillación de anoche. No puedes soportar que una simple sirvienta te haya arrebatado la atención de Rainer. —Te lo regalo —suspiró Annika—. Ah, perdón, olvidé que Rainer no es un hombre a tu nivel. Estoy segura de que preferiría cortarse los huevos antes que presumir delante de la sociedad con una simple sirvienta. —Se puso de pie y, con desdén, miró a Lavinia por encima del hombro—. Si vas a seguir calentando su cama y ser su juguetita, hazlo bien y deja de ladrar. Ahora, lárgate. La sirvienta estuvo a punto de actuar por impulso, levantando la mano para abofetearla, pero logró mantener la compostura. En lugar de eso, esbozó una sonrisa forzada antes de salir de la habitación. Era mejor dejar pasar la provocación y hacerle la vida imposible en otro momento, que arriesgarse a perder el favor de Rainer por una simple rabieta. Annika, por su parte, rodó los ojos con fastidio antes de fijarse en la bandeja de comida sobre la mesita de noche. ¿Acaso eso era lo único que había? ¿Y Rainer se lo había enviado por algún tipo de consideración? Se echó a reír y negó con la cabeza. No parecía un desayuno lleno de buenas intenciones, sino más bien sobras, que rápidamente desechó en la basura. Prefería pasar hambre antes que tragar ese revoltijo de tripas. El resto del día lo pasó encerrada en su habitación, mirando por la ventana o hojeando un libro, sintiéndose más inútil que nunca. No tenía nada que hacer, y aunque su vida con sus padres no era menos tormentosa, al menos entonces no estaba atada a nadie ni soportaba el desprecio de los empleados. Era libre, a su manera. "Anuncio de Empleo" Se busca personal para limpieza y mantenimiento en mansión privada. Se requiere empleado/a de limpieza y mantenimiento para trabajar en una mansión privada de alto nivel. Las responsabilidades incluyen: •Limpieza general de las áreas comunes y privadas de la propiedad. •Mantenimiento de jardines y exteriores. •Conservación de muebles y objetos delicados. •Gestión de productos y suministros de limpieza especializados. Requisitos: •Experiencia en limpieza y mantenimiento en propiedades de alta gama. •Conocimiento de productos de limpieza de calidad. •Capacidad para trabajar de forma autónoma y con discreción. •Buen estado físico para labores de mantenimiento exterior. Ofrecemos: •Salario competitivo. •Alojamiento disponible si es necesario. •Ambiente de trabajo privado y exclusivo. Annika se incorporó en la cama con los ojos fijos en el número de contacto que aparecía bajo el anuncio. La emoción inicial de imaginarse trabajando para sí misma pronto se desvaneció, eclipsada por la realidad de su situación: estaba atada a un marido que no solo la mantenía relegada, sino que la trataba como una prisionera. Si tan solo pudiera trabajar... ese infierno sería más soportable. Un empleo, sin importar cuál fuera, sería una vía de escape. Desde pequeña, había aprendido a ser una ama de casa impecable, un legado que su madre se encargó de inculcarle con rigor. Pero aunque viviera rodeada de lujos, hacer algo por cuenta propia no disminuía su valor ni la hacía menos digna. Con cuidado, recortó el número del anuncio y lo guardó en un cajón. Mientras lo hacía, su mente ya buscaba estrategias para convencer a Rainer de que la dejara trabajar. Sabía que no sería fácil. Recién casados, él parecía decidido a controlar cada aspecto de su vida. Tendría que descubrir algún punto débil, si es que lo tenía, para abrirse camino hacia la libertad que tanto anhelaba. Escuchó a lo lejos el rugir de un motor. Annika saltó de la cama y se asomó a la ventana de su habitación, viendo el auto de Rainer entrar en los terrenos de la mansión. Su verdugo había llegado. Se apresuró al espejo, ajustándose la ropa: los mismos vestidos glamurosos de siempre, impregnados con ese insoportable aroma a otra mujer. Peinó su cabello rubio con rapidez y se roció un poco de perfume. Una vez lista, salió al salón para recibirlo. Cuando Rainer entró, la observó de pies a cabeza con una expresión que oscilaba entre la extrañeza y el escrutinio. ¿Estaba ella finalmente cumpliendo con el papel que él esperaba? Algo en su interior se revolvió. —Tenemos que hablar —dijo Annika, firme. Él frunció el ceño. —¿Acaso no ves que vengo de trabajar? —espetó con irritación, justo cuando Lavinia apareció para tomar su portafolio y quitarle el saco con un gesto deliberadamente coqueto—. Estoy cansado, más tarde. Rainer pasó junto a Annika con Lavinia siguiéndolo de cerca, pero ella no estaba dispuesta a rendirse. Lo alcanzó justo a tiempo, apartando a la sirvienta y sujetándolo por la manga de la camisa para detenerlo. —Por favor —le dijo en un tono bajo, suave, inusual en ella—. Solo dame un momento, Rainer. —¿No lo has escuchado? —interrumpió Lavinia, su voz cargada de recelo—. Necesita descansar. No seas desconsiderada. —Él es mi esposo, y tú una sirvienta —replicó Annika con acidez, logrando que Rainer se girara hacia ella, arqueando una ceja—. Quiero hablar con él a solas. —Ya te dijo que... —Largo —la cortó Rainer con frialdad—. Ahora. Lavinia giró hacia su jefe con una expresión triunfante, pero la sonrisa en sus labios se desvaneció al encontrar la mirada severa de Rainer, cargada de una orden inquebrantable. —Pero, Rainer... —Ahora —repitió él, con los dientes apretados y un tono que no admitía réplica. La sirvienta apretó la mandíbula, lanzando una última mirada llena de odio hacia Annika antes de inclinarse y retirarse en silencio. —Sígueme —ordenó Rainer, sin apartar la vista de Annika. Ella obedeció, siguiendo sus pasos escaleras arriba. Al llegar al despacho, Rainer abrió la puerta y esperó a que Annika entrara. Apenas cruzó el umbral, él cerró la puerta tras ellos, sus ojos clavados en ella, brillando con un destello de deseo contenido. —Bien, habla —exigió con un tono frío, cruzando los brazos—. Espero que seas breve. —Yo... —Annika le dio la espalda y cerró los ojos con fuerza— quiero que despidas a esa mujer. —¿Qué? Dudó antes de continuar, abriendo los ojos con una mezcla de incertidumbre y determinación. Nunca había sido buena para la seducción ni para hacerse la víctima. Se giró de nuevo hacia él, dejando ver una expresión cargada de dolor. —Lavinia, ¿no? —se acercó con pasos decididos— Tu sirvienta. Quiero que la despidas. Rainer frunció el ceño, claramente confundido. —¿Te has vuelto loca? ¿Ya olvidaste cuál es tu lugar aquí? —Soy tu esposa —quedó frente a él, con la mirada húmeda—. Te acostaste con ella en lo que debía ser nuestra noche de bodas. ¿Por qué no tienes un poco de consideración, si vamos a compartir esta vida juntos? Él la observó en silencio, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Había reproche en sus palabras, pero también algo más profundo. Por un instante, creyó que le importaba lo que había sucedido. Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro mientras acortaba la distancia entre ambos. —¿Estás celosa de Lavinia? —murmuró, con un tono burlón. Annika, sin delatar su satisfacción, mantuvo su postura—. ¿Te dolió verme con ella esa noche? ¿Es por eso que vienes con este reclamo? —Sí —admitió con determinación—. Ese lugar me pertenece, Rainer. Soy tu esposa. Rainer sintió una satisfacción inmensa. Siempre había creído que Annika era una mujer imperturbable, incapaz de mostrar debilidad. Por más que intentaba herirla, ella mantenía su actitud altiva, ignorando cada provocación. Pero ahora, ¿estaba finalmente admitiendo cuánto le dolía verlo con otra? —Lo siento, querida esposa —murmuró con tono triunfante—. Lavinia ha trabajado para mí durante años. Además... —tomó un mechón del cabello de Annika y lo rozó con sus labios—, ella cumple con lo que tú aún no has sido capaz de hacer. Te dije que dejaras de ser tan egoísta. —¿Entonces vas a seguir con ella? —preguntó Annika, apretando la mandíbula al ver cómo Rainer asentía. —Tuviste tu oportunidad —dijo mientras sujetaba su mentón y la obligaba a mirarlo—. Podrías haberlo tenido todo conmigo, pero elegiste rechazarme y darme la espalda. Huiste sabiendo perfectamente el acuerdo entre tu padre y yo. —Eso no justifica lo que haces —replicó, mordiéndose el labio inferior antes de continuar—. Yo... yo puedo hacer lo que quieras. Si deseas que esté en tu cama, lo haré. Pronunciar esas palabras le provocó una náusea que apenas logró contener. Su único consuelo era la esperanza de que su plan estuviera funcionando, que Rainer creyera en su supuesta fragilidad y en la necesidad de ganarse su atención. —No, ya es tarde para eso —respondió él con frialdad, soltándola mientras ella respiraba aliviada—. Cumplirás tu papel cuando yo lo decida. Por ahora, Lavinia es quien calienta mi cama. —Tu debes de estar de acuerdo ... —murmuró Annika, dejando entrever una expresión controlada —lo acabo de comprobar. —¿De qué estás hablando? —En este lugar me tratan como a una sirvienta más —respondió, mirándolo directamente mientras una lágrima, trabajada con esfuerzo, rodaba por su mejilla—. No me atienden como deberían, me miran con desprecio y susurran a mis espaldas. ¿Sabías que Lavinia incluso sugirió que buscara trabajo? Rainer, tú sabes de dónde vengo... Yo nunca... Annika no terminó la frase y bajó la mirada, dejando escapar un sollozo silencioso que no pasó desapercibido para Rainer. Una nueva oleada de satisfacción lo invadió. Sabía perfectamente que ella, acostumbrada a una vida de privilegios, debía considerar el trabajo una tortura, más aún cuando carecía de habilidades prácticas. Ser tratada con hostilidad por todos no era solo incómodo, sino un golpe directo a su orgullo. ¿Había estado reprimiendo todo aquello durante tanto tiempo? —Así que por eso quieres que la despida —murmuró Rainer, tomando su barbilla para alzarle el rostro y encontrarse con unos ojos enrojecidos por las lágrimas—. Ahora que estás sola, sin el respaldo de nadie, vienes a buscar mi atención como una zorra desesperada. ¿Crees que soy un idiota? Sabías perfectamente que no ibas a ser tratada como una reina aquí, Annika. No te lo has ganado. —¿Qué quieres decir? ¿Estás de acuerdo con esa mujer? —preguntó Annika, con un dejo de alarma en su voz—. No puedes hacer eso, Rainer, soy tu esposa, tienes el derecho de... —No tengo derecho a nada —la interrumpió con desprecio—. A partir de ahora, Annika, vas a valerte por ti misma. Busca un trabajo, porque de mí no recibirás ni un solo centavo. No me casé contigo para mantenerte. Solo cuando estés completamente a mis pies consideraré tener alguna indulgencia. Ahora, fuera de aquí. Annika intentó insistir entre lágrimas, pero Rainer perdió la paciencia y terminó echándola a la fuerza de su despacho. Al otro lado de la puerta, ella dejó de llorar y, tras recomponerse, secó las lágrimas fingidas mientras una media sonrisa se dibujaba en su rostro. Todo había salido exactamente como lo había planeado, y lo mejor era que apenas había tenido que esforzarse. Mientras tanto, Rainer, aún en su despacho, se sentía victorioso. Creía haber encontrado la debilidad de su esposa y estaba convencido de que pronto volvería suplicando, incapaz de enfrentar la realidad. No imaginaba lo astuta que podía ser Annika ni lo lejos que estaba de quebrarla.
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