Víctor Recosté mi cabeza a la puerta mientras los gemidos de Gabriela inundaban el aire, podía escucharla desde dentro, gemía con fuerza, decía algunas palabras, pero lo más caliente eran sus gemidos. ¿Cómo era que Russell podía hacerla gemir así? Pensé que no lo haría, que era una grandísima idiota, pero allí estaba, complaciendo a su esposo. Y es que, incluso si ella no quería pasaría de todos modos, lo más sensato era hacerlo por las buenas. —Víctor— susurró Cleo a mi lado—. ¿Nos vamos ya? —Ve delante, ya te alcanzo. —¿Te espero en tu habitación? —Nos vemos en tu habitación. —De lo contrario querría quedarse a dormir en la mía y yo no buscaba mimos, solo sexo. Mientras Cleo desaparecía, permanecí pegado a la puerta, mi mano sujetaba el pomo, mi pene se hinchaba y ella… continu