Gabriela No sabía cuándo amanecería, solo sabía que tenía que salir de aquí, conseguir un teléfono, llamar a Jackie, decirle lo que estaba pasando e ir juntas a la policía para denunciar a ese hombre y a todo el maldito hospital. Russell Brown, ese maldito hombre creía que yo me convertiría en su proyecto, ¡pero eso jamás! No sería su juguete, no sería el objeto de sus perversos deseos. Prefería estar muerta, pero no muerta por cosas que él me hiciera. Me dejó un miedo terrible y sabía que tenía que salir de aquí antes de que él apareciera de nuevo. La quietud de la madrugada me envolvía, un manto de silencio apenas perturbado por el ocasional susurro de pasos lejanos o el murmullo de voces a través de las paredes del hospital. En ese silencio, una determinación feroz se apoderó de