Presioné mi frente contra la mesa mientras esperaba a que Allan sirviera los hot cakes que estaba preparando para el desayuno.
Mi cuerpo se sintió pesado, había salido muy temprano de la cama gracias al tonto de Alex quien se le ocurrió discutir con Theo frente a mi puerta. Era domingo ... se suponía que tenía la oportunidad de dormir hasta las 11 am, para después irme al trabajo a eso de las 3 de la tarde; pero esos imbéciles solo han esperado a que el sol saliera, para perturbar la paz de las personas responsables que sí somos capaces de mantener un empleo.
—¿Qué tal el trabajo, cariño? —Preguntó papá, bajando el periódico que leía, para tomar un gran sorbo de su taza de café humeante.
—Fantástico —respondo, enderezándome nuevamente—. ¿Sabías que tus hijos se están turnando para ir a cuidar el que no se me ocurra hablar con ningún muchacho en la cafetería? —Fulmino con la mirada a Alex, quien me sonríe y se encoge de hombros.
Ayer por la tarde se había quedado todo mi turno en la cafetería, antes de la carrera, cuidando que Mason no se me acercara.
Idiota.
Papá esboza una sonrisa y niega con la cabeza.
—Eso suena como a tus hermanos oferta, levantando el periódico nuevamente.
—Tessa no termina de aceptar que nosotros nos preocupamos por ella oferta Allan, colocando el plato de hot cakes en el centro de la mesa. Tomó el tarro de la miel y los roció, provocando con ello que mi estómago rugiera.
—Les sería más fácil encerrarme en una torre como la chica del cuento, ¿No les parece? —Espeto, frunciendo el ceño.
—¿Por qué no habíamos pensado en eso antes? —Albert se frota la barbilla y yo le saco la lengua.
—¡Cállate, Albert!
—Sabes que te amo —sonríe y me guiña un ojo.
—Muchachos —papá baja el periódico y toma un hot cake—. Voy a estar en el turno de noche en el hospital durante un mes, ¿Creen que estarán bien?
—Podemos cuidarnos solos —contesta Theo, encogiéndose de hombros.
—Eso temía que dijeran —murmura papá, negando con la cabeza.
—¿No crees que somos los suficientemente responsables? —pregunta Alex esbozando una sonrisa.
—Temo que enserio vayan a encerrar a su hermana para impedirle que ponga un pie fuera de la casa —contestó levantando una ceja. Ruedo los ojos mientras que mis hermanos se echan a reír.
—Papá, si sabes que Tessa está mostrando interés en un bueno para nada, ¿Cierto? —Tomo un hot cake y se lo lanzo a Allan, dándole justamente en su rostro—. ¡Oye! La comida no se desperdicia —se queja mientras quita los restos del hot cake de su rostro.
Una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios, a la vez que apoyo mi espalda en el respaldar de la silla.
—¿Es cierto eso, Tessa? —cuestiona papá. Mantiene los bordes del periódico con fuerza entre sus dedos, mientras me observa con el ceño levemente fruncido sobre éste. Pongo los ojos en blanco y me dedico a tomar un largo sorbo de café.
—No es cierto. Pero los idiotas que tienes por hijos, tienden a exagerar todo. Deberías de conocerlos más que nadie, papito —me limito a contestar, fulminando a Allan con la mirada.
—Yo no he dicho nada, así que no me metas en ese paquete de idiotas, Tes —refunfuñó Theo desde el otro lado de la mesa—. Además, ¿No creen que ya Tessa tiene la edad suficiente para decidir sin que ustedes se la pasen ahuyentando a todos los pobres infelices que tratan de acercársele?
Levanto una ceja, mientras mis ojos grises, se posan en la mirada del mismo color que posee Theo... una chispa de emoción se encendió en mi interior, al escuchar la manera en la que trataba de defenderme, definitivamente no me había equivocado al elegirlo como mi Brown favorito.
—Tessa sigue siendo una niña. Y ese idiota se ve que no es ningún adolescente —intervino Alex, observando a mi padre en busca de aprobación.
Los ojos marrones de mi padre se desplazaron de Alex, a Allan, después hacia Albert y por último buscaron los míos, antes de dar un asentimiento.
—Hacen bien en cuidar a su hermana.
Y ahí la chispa de emoción que se había prendido en mi interior, se disipó con la misma rapidez con la que había llegado.
¿Por qué carajos no fui hija única? Al menos así mi madre no se hubiese ido.
—¿Sí saben lo que pasó en el muelle? —mi padre rompió con el silencio otra vez, viendo las noticias del periódico.
Intercambié una mirada con Alex, quien bajó su cabeza con nerviosismo.
—No puedo creer que hayan tantos padres irresponsables que no son capaces de mantener a sus hijos alejados de esa vida tan hostil, a como lo son las apuestas. Es una dicha tenerlos a ustedes como hijos —sacudió su cabeza, llevando la taza de café a sus labios mientras mis hermanos y yo luchábamos para no estallar en carcajadas frente a él.
(...)
—Hoy es el turno de Theo, tal parece —Trevor se apoyó en la ventanilla de pedidos, mientras nuestras miradas enfocaban a mi hermano al entrar al café.
—Alex y Albert tenían algo así como una doble cita, y Allan creo que se fue a acosar a Teresa; así que el guardaespaldas de hoy, es él —murmuré, dejando salir un suspiro de exasperación.
Odiaba que todos los días hubiese uno de ellos presente; solo llegaban, pedían una taza de café y luego se dedicaban a jugar con sus celulares hasta mi hora de salida. Aunque admitía que me gustaba más la presencia de Theo, él ni siquiera se molestaba en seguirme con la mirada, de hecho, la mayor parte del tiempo se la pasaba coqueteando con América.
—Llegó mi chico, yo me encargo —Mare me guiñó un ojo al pasar a mi lado para ir hacia donde Theo había tomado asiento. Sonreí y sacudí la cabeza, concentrándome nuevamente en mi libreta de pedidos.
—Anoche perdí 200 —le dije a Trevor, sin levantar la mirada—. Lo lamento, pero no podré apostarte en mucho tiempo.
—Las carreras se han vuelto muy peligrosas, Tes —su mano tomó mi barbilla y la levantó para que nuestras miradas se encontraran—. No quiero volver a verte ahí. Me odiaría si llegasen a atraparte.
Arquee una ceja y elevé mi barbilla, tratando de verme intimidante.
—¿Tú me lo prohibirás? No lo creo, amigo.
—Deja de ser tan testaruda, mujer —refunfuñó, apretando la mandíbula.
Me encogí de hombros mientras mordía mi labio inferior para evitar reírme.
—¿Y bien? ¿Acaso les estoy pagando para que pasen pegados a la ventanilla mientras hablan? —ambos volteamos los ojos al escuchar la voz de Robert provenir desde la puerta de la cocina.
El grandulón nos observaba con el ceño fruncido, mientras limpiaba sus manos llenas de harina en el delantal. Hice una mueca de asco ante ello; eso era insalubre, según el curso de manipulación de alimentos que había tomado porque él mismo me había obligado a hacerlo.
—Sí te das cuenta que solo está mi hermano, ¿Cierto? —espeté, retirándome de la ventanilla para ir por los productos de limpieza.
Dos horas después, tenía todas las mesas y el piso reluciente de limpio, había llevado café en cuatro ocasiones a dos mujeres con grandes sombreros que se habían sentado cerca del ventanal a compartir recuerdos de cuando sus maridos aun vivían y eran ricos.
Recogí sus tazas por cuarta vez y las llevé hacia el lavavajillas, tratando de ignorar un fuerte dolor que se había introducido en mi columna al pasar tanto tiempo inclinada sobre las mesas.
Mientras me dedicaba a encender el lavavajillas, un exquisito aroma inundó mis fosas nasales, el cual provenía desde el horno favorito de Robert. Me detuve un momento, observando hacia la puerta del armario de las provisiones, la cual estaba cerrada, lo que me daba a entender que el grandulón estaba haciendo inventario otra vez. Caminé casi de puntillas hasta el horno, y lo abrí suavemente, encontrándome con una bandeja llena de deliciosas galletas de chocolate.
Inhalé profundamente, tratando de drogarme con ese aroma espectacular, mordí mi labio con fuerza, tratando de suprimir la tentación de robar una de ellas. Mis dedos picaban ante la necesidad de obtener aunque solo fuese una... pero si el obsesivo de Robert me encontraba haciéndolo, iba a matarme.
—¿Por qué no simplemente tomas una? —di un respingo al escuchar una sexy voz masculina provenir desde la puerta.
Giré sobre mis talones, solo para encontrarme con una divertida mirada, acompañada de una irresistible sonrisa que comenzaba a dibujarse en los más apetecibles labios que había conocido.
Mierda... ¿Por qué no lo besaba y ya?
—¿Disculpa? —indagué, tratando de verme indiferente.
—Las galletas... toma una. Tu jefe no se dará cuenta.
—Eso es porque tú no lo conoces —voltee los ojos—. Él es capaz de contarlas, antes de introducirlas al horno.
—Bueno, entonces yo si tomaré una.
Mason caminó hacia mí. Se detuvo a escasos centímetros de mi cuerpo, mientras estiraba su mano, pasándola por mi costado para tomar una galleta. Su mirada no abandonó la mía en ningún instante, lo que provocó que mi boca se secara de la necesidad que sentía al terminar de acortar ese mínimo espacio que nos separaba. No perdí de vista cada uno de sus movimientos, de cómo fue capaz de morder una de las galletas de mi jefe, para después masticarla lentamente.
—Está buena —arguyó, acercando la otra mitad a mis labios, sonreí a boca cerrada, antes de tomar con mis dientes mi mayor tortura (aparte de los labios de Mason, claro)
Me fue inevitable no cerrar los ojos mientras degustaba del delicioso sabor que me ofrecía el chocolate.
—¿Compartimos otra? —indagó con aire divertido.
Abrí mis ojos de golpe, estirando mis manos hacia atrás para cerrar el horno.
—No. Robert se enfadará mucho si se da cuenta de ello.
Se encogió de hombros a la vez que retrocedía, lo que ocasionó que me sintiera vacía, ante su ausencia.
—¿Cómo es que Trevor te dejó pasar?
—Creo que le caigo bien —arrugó la nariz y sacudió su cabello rubio con su mano—. Veo que hay una puerta trasera, ¿Quieres salir a caminar un poco?
—Estoy trabajando.
—Entonces te espero a que termine tu turno.
—Ni siquiera te conozco.
—Soy Mason Rojas, tengo dos hermanos mayores, uno de ellos está casado y tiene unos mellizos que son lo más extraño que alguien puede llegar a conocer; he comenzado a recibir cursos en la universidad porque ya me cansé de ser un jodido inútil incapaz de terminar una carrera universitaria, odio el cigarrillo, me gusta el color verde... ¿Algo más que quieras saber para que aceptes salir conmigo?
Me obligué a cerrar mi boca, pues estaba a punto de sentir como los mosquitos iban a entrar en ella.
—No puedo salir contigo —argüí, pasando por su lado.
—Tus hermanos no me asustan, Tessa —habló tras de mí—. Y deberás de saber, que no pienso rendirme.