Capítulo 05| "Soy una Brown"

2609 Words
Las sirenas continuaban escuchándose a escasos metros de distancia, oía maldiciones salir de las bocas de varios de los chicos que han sido arrestados; la luz de una linterna pasó cerca de mi rostro, así que la persona que aún continuaba tapándome la boca, me presionó más contra su pecho mientras retrocedía aún más hacia el callejón. Su respiración se estrellaba contra mi cuello, haciéndome estar aún más inmóvil. Estaba asustada. Quería gritar para que alguien viniera a ayudarme, pero no podía; mis manos estaban inmóviles, y mi boca estaba aplastada por su mano. Las patrullas poco a poco se fueron alejando, dejándome en un horroroso silencio con mi captor. ¿Ahora que seguía? De pronto, la imagen de tres posibles respuestas a esa pregunta, vinieron a mi mente. a)  Sería violada y luego abandonada. b)  Sería violada y asesinada. c)  Las dos anteriores. —¿Qué estás haciendo aquí? —Me preguntó mi captor al oído antes de liberarme. Dejé salir el aire que tenía reprimido en los pulmones al escuchar esa voz. —¿Qué estás haciendo tú aquí? Me giré hacia él, pero el oscuro callejón no me dejaba ver más que una enorme sombra negra cerniéndose sobre mí. —No me cambies de tema, niñita. ¿Crees que este es un lugar para una niña como tú? —¿Lo dice alguien quien es solo cuatro años mayor? —¿No vas a contestarme?  Llevé ambas manos a mi cadera y gruñí de exasperación. Quería golpearlo, sin importar que fue el chico que se había convertido en mi crush en tan pocos días. —Es algo que a usted no debería importarle, Sr. Rojas. —Mason ... solo dime Mason —gruñó, tomándome por el codo y haciéndome avanzar. Me detuve bruscamente, negándome a caminar. —Camina, Tessa. Voy a sacarte de aquí, ellos volverán —espetó, jalándome nuevamente hacia adelante. —¿Por qué debería de ir con usted? —¿En serio vas a discutir conmigo en este momento? —Habló, abriendo sus brazos con notoria frustración—. ¿Dónde están tus hermanos? —A salvo —me limité a contestar mientras lo seguía. —¿Eres siempre así de terca? —Soy una Brown —dije encogiéndome de hombros—, eso viene en el paquete. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus carnosos y apetecibles labios cuando estuvimos directamente bajo una farola. Sacudió su cabeza y suspiró, continuando con su camino a paso rápido. Me era difícil poder seguirle el paso, pues mis pies descalzos dolían con cada paso que daba ante las piedrecillas que se incrustaban en ellos, incluso ya comenzaba a cojear, deseando poder ponerme los zapatos nuevamente, pero al parecer alguien tenía prisa, pues no dejaba de ver hacia todos lados mientras continuaba caminando a paso rápido hacia un auto n***o al otro lado de la calle. —Date prisa, Tessa. Llegarán pronto —arguyó, viéndome sobre su hombro. —¿Cómo lo sabes? —Pregunté, frunciendo el ceño. —Tal vez he estado en muchos más problemas que tú. Se detuvo a observar la manera en la que cojeaba; entonces caminó a paso rápido hacia mí y sin siquiera preguntarme se agachó, para después tomarme de las piernas y tirarme sobre su hombro como si fuese un saco de papas. —¡Oiga! ¿Qué carajos le pasa? —Me quejé, tratando de liberarme. —Si no te das prisa, es probable que incluso Hitler regrese de entre los muertos a buscarnos —se limitó a decir mientras caminaba conmigo a cuestas. —No está bien que un extraño cargue a una chica que acaba de conocer de esa manera —me burlé, apoyando mis codos en su... ¡Oh Dios!... Perfecta espalda. —En cuanto a eso... llevo exactamente 72 horas de haberte conocido; sé tu nombre, tu apellido, así como también lo mucho que sueles rodar los ojos frente a tus hermanos, o también que detestas los vestidos y te despreocupa lo que opine el resto de la gente sobre tu personalidad; o que juegas con tus dedos cuando estás nerviosa; así que sí, ya te conozco perfectamente —contestó sutilmente. Fruncí el ceño y negué con la cabeza aunque no pudiera verme. —¿Qué? —No me hagas repetirlo, Tessa.                                                     —¿Cómo es que sabes todo eso? —Porque sería raro seducirte, si no conociera esas pequeñas cosas de ti. Mi boca casi cayó al suelo y mis ojos casi se salieron de sus órbitas. ¿En serio había escuchado bien? ¿Tenía que ser tan directo? ¡Oh cielos! Retorcí mis dedos al comenzar a sentir una cierta incomodidad en mi estómago, era como si estuviese a punto de vomitar, pero luego se sintió como algo agradable; ¿Acaso eran esas las jodidas mariposas de las cuales había escuchado hablar durante tanto tiempo? Escuché una puerta abriéndose, luego Mason me colocó en el asiento. Sus ojos negros se encontraron con los míos cuando retrocedió hacia la puerta. Las esquinas de su boca se levantaron en una sonrisa mientras negaba con la cabeza y acomodaba un mechón de mi cabello que se había escapado de mi coleta, tras mi oreja. —Eres muy bonita para que te metas en problemas —arguyó, antes de retirarse y cerrar mi puerta para luego rodear el auto. No podía dirigir mi mirada hacia la suya; tan solo podía mantener mi vista al frente. Sentía mi rostro quemar de la vergüenza y no quería que notara mi sonrojo. Arrancó el auto y comenzó a conducir en completo silencio, me aferré al cinturón de seguridad, respirando pesadamente una y otra vez. No estaba bien compartir el auto con un chico que tenía un poco más de dos días de conocer. No era normal que ese mismo chico me confesara que quería seducirme, como si fuera lo más natural del mundo. Pero lo que era totalmente anormal, era que en verdad yo quería que lo hiciera. Apreté mis ojos, sin alejar mi cabeza de la ventana. Estaba volviéndome loca. —Hey —lo escuché decir. Volví la mirada hacia él, sonreía de medio lado y me observaba con una ceja arqueada. —¿No deberías mantener tu mirada en la calle? —Espeté. Levantó los hombros, sin inmutarse. —No me estás prestando atención. —¿Decías algo? —Sí. Pregunté que cuál es tu dirección. Negué con la cabeza, viendo hacia el frente. —No voy a dártela, puedes ser un asesino en serie que busca cómo asesinar a toda mi familia. —Hay posibilidades de que lo sea —rio, estirando su mano para encender la radio—. Pero está bien. Si no me la das, entonces te llevaré a mi casa. —Claro que no. —Tú decides —indicó, viendo hacia la calle nuevamente. Guardé silencio por varios minutos, hasta que llegamos al cruce que llevaba a mi vecindario. —Gira a la derecha —murmuré—. Es la última casa. Hizo lo que le pedí sin gesticular una sola palabra y después se detuvo frente a mi enorme casa blanca. Estaba rodeada por jardines al frente. Atrás estaba la piscina en la que solía apostar con mis hermanos de quién podía pasar más tiempo con la cabeza sumergida, o quien llegaba al otro lado en menor tiempo. Por mucho tiempo perdí contra Albert, hasta que comencé a salir de mi cama durante las noches para así poder practicar y ganarle, obteniendo resultados favorables. —Gracias por ayudarme —le sonreí, antes de abrir la puerta y escabullirme hacia mi casa. —Siempre será un placer —casi grité cuando habló cerca de mi oído. —¿Qué estás haciendo? —Llevándote hasta tu casa —respondió, caminando a mi lado. —¿Acaso estás demente? Mis hermanos están ahí —agarré su brazo, impidiéndole dar un solo paso más. —¿No te quedó claro que ellos no me asustan? —Mason... —Camina, bonita. No voy a irme hasta que estés dentro de esas cuatro paredes. Puse los ojos en blanco, terminando de llegar hasta las gradas del pórtico. —¿Tienes hermanos pequeños? —Preguntó, viendo hacia los columpios que estaban en el jardín. Sonreí y negué con la cabeza. Papá se negaba a quitarlas, decía que era el mejor recuerdo que tenía de nuestra niñez. Vernos pelear por ver quién podía mecerse más fuerte le divertía. Incluso Alex había ganado una vez, logró hacerlo tan fuerte, que sufrió doble quebradura en un brazo cuando aterrizó en el suelo después de salir volando, desde ese día, las apuestas en los columpios acabaron... al menos cuando papá estaba en casa. Sin duda alguna, fueron grandes momentos que nunca cambiaría ni por todo el oro del mundo. —No —contesté—. Eran nuestras. Toqué la puerta y esperé, ésta fue abierta un segundo después por Theo, quien me envolvió en sus brazos con un notorio alivio plasmado en su rostro. —Tes, hermanita. ¿Estás bien? —sostuvo mi rostro entre sus manos, buscando algún daño. Le sonreí, negando con la cabeza. —Estoy bien, Mason me ayudó. Theo observó a Mason y extendió su mano hacia él. —Gracias, estoy en deuda contigo. —No fue nada. —¿Todos están aquí? —cuestioné, viendo sobre su hombro. Escuchaba a Allan y Albert hablar en sus celulares con desesperación, fruncí el ceño como por quincuagésima vez en esa noche, mientras regresaba la mirada hacia Theo. —Es Alex... a él se lo llevaron en una patrulla después de que se devolvió a buscarte —me dijo con tristeza, bajando sus hombros.   —¡Mierda! ¿Y ahora? —Después de tratar de sobrevivir a la furia de nuestro padre cuando se dé cuenta que estábamos apostando otra vez, buscaremos la manera de liberarlo. Tragué saliva, respirando pesadamente. No quería siquiera imaginar a mi padre cuando llegara a casa y no encontrara a Alex. Esto iba a ponerse feo. Por no decir que se desataría la guerra de las galaxias con su furia. —Tal vez yo pueda ayudarlos a liberarlo —ambos observamos a Mason. Su mirada estaba fija en la pantalla de su teléfono mientras marcaba con gran velocidad—. Tengo un amigo que es policía, quizá él pueda hacer algo antes de que su padre se dé cuenta. Aún continuaba observándolo, al igual que lo hacía Theo. ¿En serio él estaba haciendo esto? ¿Era tan importante para él ayudar a esos chicos revoltosos? No conocía a nadie al menos a cien kilómetros a la redonda que quisiera ayudarnos. Mis hermanos se habían ganado la reputación de peleoneros con el transcurso de los años. Nadie los quería tener cerca, porque incluso los acusaban de delincuentes. ¿Por qué un desconocido ahora quería ayudarnos? —Te apuesto 20 dólares a que lo está haciendo porque quiere follarte —me susurró Theo, ganándose un pisotón de mi parte. —¡Hey! —se quejó. —Cierra la boca, idiota. Escuché pasos venir desde dentro. Allan ya se había dado cuenta de mi presencia. Se detuvo a mi lado, viendo con el ceño fruncido a Mason, mientras se alejaba por las gradas del pórtico para hablar por teléfono con mayor libertad. Me miró sin cambiar la mirada de ogro que tenía justo en ese momento. —¿Qué estás haciendo con ese idiota, Tessa? —Ese idiota está tratando de ayudar a tu hermano, tarado. —¿Ayudarlo? ¿Qué puede hacer ese hijo de puta por nosotros? ¡No se me apetece ser ayudado por ese imbécil! Puse los ojos en blanco, Allan podría comportarse como un niño berrinchudo cuando le daba la gana. No toleraba que hubiese un chico capaz de enfrentarse a él, pues tenía una gran facilidad al asustar a todo aquel que tratara de enfrentarlo. A veces trataba de imaginarlo siendo chef, quizás iba a golpear a todos los cocineros que lograran superarlo. —Deja de comportarte como un niñato resentido y déjate ayudar por una puta vez en la vida —le regañé.  El pelinegro cruzó los brazos a la altura de su pecho y refunfuñó palabras completamente inentendibles para mi oído. Reí y sacudí la cabeza. Era muy probable que acabase de mandarme a la mierda. —Listo —Mason subió las gradas del pórtico de dos en dos y se detuvo frente a mí—. Alex estará aquí en diez minutos. Las comisuras de mi boca se alzaron en una sonrisa, al igual que lo hacían las de él. En los próximos segundos me encontraba hundida nuevamente en ese par de piedras volcánicas que tenía por ojos. 72 horas de conocerlo... esas 72 horas se habían convertido en las mejores 72 horas de mi vida. —No pienses que voy a agradecerte por eso —gruñó Allan, interponiéndose entre los dos. Dejé escapar lentamente la respiración, al solo ver la enorme espalda de mi hermano. —No me importan tus gracias, amigo. Moví mi cuerpo, para poder verlo bajo del brazo de Allan. —Gracias —susurré. —Esas son las gracias que necesitaba —me guiñó un ojo y retrocedió. —Ahora lárgate —espetó Allan—. Y si te atreves a volver a acercarte a mi hermana, tendrás problemas conmigo. —Eres un mal niño, por eso ya no voy a presentarte al amigo que tenía reservado para ti. Theo se echó a reír descontroladamente, mientras las manos de Allan se apretaban en puños a sus costados. Entrelacé mi brazo con el suyo de inmediato, impidiéndole hacer cualquier movimiento idiota que fuese a mandarlo al hospital. —¡No soy gay, imbécil! —Si tú lo dices —Mason se encogió de hombros despreocupadamente. —Ahora voy a comenzar a dudar de tus verdaderos gustos sexuales, hermano —Albert se aclaró la garganta detrás de mí—. Digo... ya es la segunda vez que el rubiecito lo menciona. —Mason, soy Mason. No "rubiecito" —aclaró. —No, me gusta más rubiecito, hasta creo que te estoy haciendo un favor. El ambiente nuevamente se había puesto tenso entre nosotros. Theo, el Brown que no le gustaban las peleas, simplemente se giró y desapareció dentro de la casa; mientras que Allan y Albert intercambiaban miradas fulminantes con Mason. Muy en el fondo había guardado la esperanza de que pudieran llevarse bien en algún momento; pero ahora, esas esperanzas se habían ido a la basura. —Será mejor que te vayas, gracias por la ayuda —volví a decirle, tratando de hacer entrar a mis hermanos a la casa otra vez. —¿Trabajas mañana? Asentí con la cabeza. —Genial, mañana estaré ahí —me sonrió, haciendo que esos hermosos hoyuelos que poseía en sus mejillas se hundieran. Traté de no corresponder a su sonrisa, pero mis pobres intentos al no hacerlo se habían desvanecido, al encontrarme sonriéndole en respuesta. —Si lo haces, juro que... —la pronta amenaza por parte de Allan se había visto interrumpida por algo que llamó la atención de todos. Unas luces rojas iluminaron mi rostro, seguido del chillido de una sirena que resonó con fuerza en mis oídos. La patrulla se estacionó frente a mi casa, logrando que mis manos temblaran y que mi boca se secara. ¿Y si habían venido por nosotros? La puerta del copiloto se abrió, revelando a la otra copia de Allan y Albert, quien sonrió y comenzó a trotar hacia nosotros. Me fue inevitable no dejar salir un jadeo de alivio al sentir sus brazos estrujarme con fuerza. —Maldita sea, Tes. Vas a lograr matarme de un susto —gruñó mi hermano mayor, besando mi cabeza una y otra vez—. Nunca vuelvas a separarte de esa manera, j***r. Sonreí, apretando mis brazos a su alrededor. No comprendía que era lo que pasaba por la cabeza de ese chico. ¡Dios! Estuvo en prisión... ¿Y aun así seguía pensando en mí? —Me da gusto que estés aquí —le susurré. —Me trajeron en primera clase, hermanita —me pellizcó la nariz y se alejó. Observé a Mason intercambiar palabras con un chico joven uniformado, ambos se echaron a reír mientras chocaban sus puños. La mirada del chico se desvió, reparando en mis hermanos y yo. —Le debía un favor a Mason; la próxima vez que los encontremos en un lugar como ese, los encerraré a todos con todo el gusto —advirtió, señalándonos a todos. Sus ojos marrones se encontraron con los míos, mientras una traviesa sonrisa surcó sus labios. —Tenías razón, Rojas —indagó sin dejar de verme, antes de girarse y volver a caminar hacia la patrulla otra vez. Fruncí el ceño otra vez. ¿A qué carajos se refería con ello?
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