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Después de mi divorcio

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Blurb

Joana estaba casada con un hombre cruel y machista, que la dejó por su madre y le pidió el divorcio, ella decide empezar de cero su vida asi que se va a otra ciudad y empieza a trabajar de secretaria para una importante empresa, pero no contaba con que la vida le daría una segunda oportunidad en el amor cuando conoció al jefe de la empresa el billonario Hector Black quien se ve atraído por ella en el primer momento y entonces la empieza a introducir en el mundo del placer y de los intensos juegos que pueden descubrir juntos, sin embargo su exesposo no está de acuerdo en verla feliz y decide buscarla para recuperarla.

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1: El accidente del ascensor
CAPITULO 1: EL ACCIDENTE DEL ASCENSOR Estoy ordenando unos documentos, suena el teléfono y soltando un suspiro lo atiendo. Realmente estoy agotada. —Despacho de la señora Matilda Klein. Le atiende su secretaria, la señorita Clare, ¿en qué puedo ayudarlo? —Buenos días, señorita Clare —responde una voz profunda de hombre que logra erizarme la piel—. Soy Hector Black. Busco a la señorita Klein. Al reconocer aquel nombre, se me va la respiración. —Un momento, señor Black. Mi jefa al escuchar como lo llamé deja lo que hace y levanta su teléfono transfiriéndose la llamada ella misma mientras dice con una encantadora sonrisa en los labios: —Hector… ¡qué alegría saber de ti! —hace un pequeño silencio y continúa diciendo—: Por supuesto, por supuesto. ¡Ah! Pero ¿ya llegaste al aeropuerto? —Entonces se ríe y susurra—: Por supuesto, Hector. A las dos te espero en recepción para comer. Después de decir eso, cuelga y me mira. —Johana apartame una cita para la peluquería en 20 minutos. Luego, reserva para las 2 con 30 en el restaurante de Santander. Me apresuro a hacer todo lo que me dice para que no se enfade, ella no carga nada de paciencia. Ella 3 minutos más tarde sale de la oficina como una bala y regresa una hora despues con su cabello espectacular y con el maquillaje recién colocado. Cuando faltan 10 minutos para las 2 con 30, mi jefa se me acerca. —Johana, ya puedes ir a almorzar. Estaré con el señor Black. Si a las cinco no he regresado y necesitas algo, llámame a mi teléfono. Ella se va sin decir nada más y suspiro aliviada de tener mi momento a solas, mi estomago gruñe de hambre. Me suelto el pelo y me quito los lentes. Así me siento más libre. Recojo mis cosas y me dirijo hacia el ascensor, ser secretaria es un trabajo duro; más duro de lo que hacen ver las novelas. Veo como el ascensor se para en varias pisos antes de llegar al mío; el 16, me subo con varias personas que solo he visto por cruces, solo espero a que llegue rápido a la planta baja cuando de repente, entre el piso 4 y 3, el ascensor se detiene de forma estridente sobresaltándonos a todos. Joder. Se encienden las luces rojas de emergencia y una de las de fotocopiadora, se pone a gritar despavorida. —¡Ay, Joder nos vamos a morir! —Calmate —replico—. De seguro se fue la luz, en un momento encienden la planta eléctrica. —¿Y cuánto va a tardar? —me refuta. Quisiera saberlo también. —Pues no lo sé —respondo—. Pero si te pones nerviosa es peor. Así que respira y ya verás que saldremos rápido. Realmente tenía esperanzas. Pero casi media hora después, la luz de emergencia sigue encendida y no solo la de la fotocopiadora sino varias chicas de empaquetado, entran en desesperación. Ahora soy yo la que empieza a desesperarse un poco. Mi respiración se agita, empieza a entrarme calor y me muerdo los labios nerviosa. No quiero morir si este ascensor se cae. Sé que no debería pensar en estas cosas. Me recojo el pelo en un moño improvisado con el mismo cabello. Saco mi botella de agua y bebo un poco, luego la paso para que todas las que conozco puedan calmarse mientras intento hacer temas de conversación divertidos, encuentro caramelos de cereza y los reparto para amortiguar el hambre. Pero mi intento de distracción dura poco porque mi calor me atosiga. ODIO EL CALOR. En ese momento, uno de los hombres que se mantenían callado apoyado de las paredes del ascensor se acerca a mí. —¿Estás bien? Sin mirarlo respondo. —¡Uf! ¿con este calor quien? —Los que viven en la Antártida. —responde. Me rio un poco por su respuesta, me volteo hacia él para hacerle frente encontrándome con su chaqueta gris. Vaya que es alto y huele muy bien, es un perfume costoso. Uhm,¿por qué está tan cerca de mí? Inmediatamente doy un paso hacia atrás para mirar su rostro. Desde luego, es muy alto, mi cabeza no roza ni su cuello. Su cabello es rubio, joven y con ojos claros. No se me hace nada familiar, nunca lo había visto, noto que él me observa esperando una respuesta y le susurro para que solo él me oiga: —Entre tú y yo, prefiero el frio que el calor, más aun si siento que me voy a morir aquí, joder me va a dar un patatús. —¿Un patatús? —replica sin comprender. —Sí… —¿Qué es un patatús? ¿Como no va a saber que es un patatús? —Es una forma de decir que voy a enloquecer, que me desmayo de forma exagerada, la última vez que me dio un patatús fue cuando encontré a mi mejor amiga follándose a mi exesposo en mi cama, ya la segunda vez encontré a mi mamá con él —me doy cuenta de que estoy diciendo cosas de más y agrego:— Tengo caramelos de cerezas ¿Quieres? Él parece algo sorprendido por lo que confesé y responde: —Gracias. Le doy uno pero él en vez de comérselo me lo da a mí, titubeo pero entonces solo abro la boca y él me lo mete. ¿Era una indirecta para que me callara? No estaba segura. Pero en venganza, tomo otro caramelo de cereza y entonces yo se lo meto a la boca, él parece entretenido cuando lo acepta, no sé si estamos coqueteando o solo es un juego de nervios del ascensor. Miro a las chicas de la compañía, ellas siguen entrando en caos nerviosas. No quiero que la ansiedad se vuelva a apoderar de mi así que intento entablar conversación con este hombre para desviar mi atención. —¿Eres nuevo aquí? —pregunto. —No. El ascensor se mueve un poco, todos nos asustamos, yo realmente pensé que se iba a caer así que me tomo del brazo del hombre que acabo de conocer, después me entero de lo que hago y lo suelto. —Perdón… lo siento —dije apenada. —No pasa nada. —dice él con simpleza. Siento que el calor empieza a atacarme otra vez, el sudor pasando por mi cuello irritando mi piel que de seguro me sale una erupción porque me empieza a picar. De repente noto que el desconocido saca un pañuelo y me seca el cuello. Me tenso. —Calma —me sigue diciendo el desconocido mientras pasa la suave tela por mi cuello, está más cerca que antes y entonces aparta un poco la tela para soplar. Cierro los ojos al sentir muy bien como se siente su aliento fresco, todo mi cuerpo entra en calor. ¿Hace cuanto que no sentía este calor interno? Creo que nunca lo sentí, ni siquiera cuando estuve casada. Aprieto las piernas y sin poder evitarlo suelto un jadeo. Abro los ojos ¿Pero qué estoy haciendo? Me tapo el cuello con mi mano e intento decir cualquier cosa. —Mira que tengo un hambre, iba a ir a comer y ahora no me va a quedar tiempo cuando salgamos de aquí. —Supongo que tu jefe entenderá la situación y entenderá que llegues tarde esta vez. Me rio de lo absurdo que suena eso, es que de seguro que no sabe quien es Matilda Klein; mi jefa. —Supones muy mal. De repente noto que lleva un acento extraño al decir las palabras en español y pregunto: —Por tu acento, noto que no eres de acá… —Berlín. Alemania, no se me hace raro, después de todo esta empresa es una extensión de una empresa alemana, siempre hay de estos alemanes caminando por los pasillos. Sin poder evitarlo le digo: —Viva la cerveza. Él se mantiene sereno y se encoge de hombros diciendo: —No bebo cerveza. ¿Que no bebía cerveza? Si los alemanes prácticamente inventaron la cerveza. —¡¿No?! —replico sorprendida. —No. Sorprendida de que un alemán no beba cerveza, digo entre dientes: —Pues no sabes lo que te pierdes. Lo veo de reojo sonreír un poco y se inclina hacia mí para susurrar a mi oído: —Mejor es un buen vino, que se disfruta lentamente y con clase —me susurra. Se me eriza la piel sin comprender por qué y nuevamente entro en un intenso calor. Él se separa yéndose a una esquina opuesta, ¿le molestaría que le dijera lo de la cerveza? Uhm, realmente no le presto más atención, solo pienso en que tengo hambre y se me agota la hora de comida. De repente, las luces de emergencia se apagan y cambian a unas blancas, el ascensor hace un pequeño temblor y vuelve a funcionar. Suspiro de alivio al igual que todos cuando comienzan a murmurar agradecimientos a Dios, de repente con curiosidad veo al hombre que se me ha acercado antes y noto que él me observa. Tiemblo. Se ve mucho más sexy con ese aire confiado y a la vez de relajación y seriedad, no es feo, es de hecho muy guapo. Siento mi rostro enrojecer, no puedo creer que le metí un caramelo a la boca. Locuras de un patatús en el ascensor, eso es todo. Cuando el ascensor llega a planta baja y se abren las puertas todas las del personas salen atropellándose en busca de un suelo firme. Yo apenas salgo me sorprendo de ver a Matilda Klein; mi jefa, pero ella no me mira a mí, ella ve a algo más allá de mí. —¡Hector que alivio! —dice ella—. Cuando ya estaba en el restaurante vi tu mensaje de que estabas encerrado, ¿Estás bien? —Sí —responde esa voz profunda del desconocido que había hablado conmigo sólo unos minutos atrás. Me quedo en shock. Hector. Hector Black. El almuerzo con mi jefa. Es el dueño de la compañía a la que le he metido un caramelo de cereza a la boca. Me niego a volver a mirarlo, solo me dispongo a huir de aquí. Cuando de repente alguien me agarra del brazo y escucho que dice: —Gracias por el caramelo… ¿como te llamas? —Johana —responde mi jefa Matilda—. Es mi secretaria. Tiemblo observando a Hector Black, él afirma con la cabeza mirándome con una leve sonrisa. —Entonces eres Johana Clare —dice. Recuerdo la llamada donde lo atendí. —Sí —respondo queriendo que me trague la tierra. Mi jefa lo toma del brazo ya harta de que yo sea el centro de atencion. —¿Vamos a comer, Hector? Ya es tarde. Él me suelta yo aún sin poder moverme lo observo irse, y él antes de salir por la puerta principal voltea a mirarme, tiemblo sin saber por qué.

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