Una loca mal agradecida

2310 Words
Conforme lo planificó, Altair dos días después abordó un avión con destino a Alemania. En su habilidad en el manejo de los medios digitales, logró arrendar un departamento tipo estudio en el Distrito Heilbronn, en el estado Baden- Wurtemberg, dado que al buscar referencias de escuelas de ballet clásico, consiguió cinco referenciales, lo que le animó en mantener la decisión de salir también de Rusia. Llegó entrada la noche, y agradeció haber sido previsiva de adelantar el arriendo desde la distancia, consiguió vuelo para una hora de salida un tanto atravesada, no en cuanto a la salida sino respecto de su arribo a Alemania pues como lo calculó, llegó en horas de la noche. Estando en el aeropuerto, marcó a su arrendataria para informar que iba en camino hacia la dirección indicada. Agotada abordó un auto del servicio de transporte privado a la salida, por lo que al consultar con el chofer el tiempo de recorrido se abandonó a recostar su cabeza en el espaldar al sentir el agotamiento abrazarla. De inmediato su pensamiento se fue a sus padres al imaginar la impresión que se llevarán al enterarse todo lo que ha hecho en menos de una semana, sin contar los riesgos a los que se ha visto expuesta. Sabe que ha sido una locura su actuar de los últimos días, pero los justifica como un mal necesario si de ir detrás de lo que más anhela vale la pena. —Well, I hope you have a pleasant stay, Miss Sánchez (Bueno, espero tenga una placentera estadía, señorita Sánchez) —le dijo la representante de la inmobiliaria—. Here I give you your keys (Aquí le hago entrega de sus llaves). Dicho esto, finalmente la mujer se marchó dejándola sola en el espacio que se convertiría en su hogar por una temporada. Mirando hacia la puerta que la mujer cerró a su espalda, Altair rogó que este lugar sea el definitivo, se sentía agotada de estar huyendo por situaciones que ella no ha buscado. Al día siguiente despertó cerca del mediodía, y luego de asearse se preparó algo ligero para desayunar, hasta había acordado con la inmobiliaria la necesidad de que la despensa y el refrigerador estuvieran llenos, lo que le ahorraría el desviar su atención de su objetivo principal. Sin tiempo para perder, comenzó a ubicar las direcciones de las escuelas de ballet, tomó notas e hizo llamadas para buscar información de su interés, concertó dos entrevistas pero para la siguiente semana, lo que la impacientó y al no lograr nada más para ese día, decidió salir a dar una vuelta y conocer lugares cercanos. Se entretuvo tanto en su paseo por la novedosa ciudad que no percibió la hora y cuando fue consciente de que era un poco tarde, habían pasado las horas de almuerzo de la merienda según su cultura venezolana, o las horas en las que su madre la acostumbró a comer y las rutinas que había adquirido en la escuela del Ballet de la Ópera de París. Por lo que decidió sentarse en un café frente al cual estaba pasando justo al advertir tal descuido. Pidió una mesa ubicada cerca de una terraza y alejada del transitar de las personas, admirada por el paisaje de esa ciudad se dedicó a comer con agrado y solo una voz masculina gruesa y tosca, la distrajo. —Yidris —la voz gritó en un perfecto español sin importarle el lugar. Lo que llamó la atención de la pequeña cabellos color zanahoria, pues desde que llegó a esa ciudad no se había topado con nadie que hablara sino alemán o inglés. Altair curiosa volteó en su silla para ver hacia atrás de ella por cuanto el dueño de esa voz se escuchaba enfadado al punto de que ella notó que no solo había atraído su atención si no también la de las otras personas a su alrededor. Es un hombre rubio extremadamente atractivo, ojos azules como el mar, estaba de frente a ella, es decir, mirando la espalda de Altair, y al girarse a ver quien estaba tan alterado se encontró de frente con sus ojos. Si bien él la observó, no prestó atención. —Yidris, ¿cómo es eso que no dejan trasladar a Jaden? —continuó reclamando el hombre rubio aumentando el tono de voz—. Si no tuviera que estar al frente de esto no me hubiera venido —tenía el rostro enrojecido del enojo tan grande que demostraba estar presentando—. Ya llamo al estupido del agente, o me responde tal como prometió o se las verá con las autoridades. «¡Wow!» Exclamó Altair en su mente y se giró al frente para no seguir de curiosa y fuera ella una más de los que se las tenga que ver con algún agente por estar mirando lo que no le interesaba. Retomó su comida con lentitud, al pendiente de lo que el hombre pudiera hacer. —Lewis —volvió a escuchar la voz detrás de ella con una fuerza al pronunciar el nombre que ella se tensó—. Acaban de informarme que no están permitiendo el traslado del cuerpo de mi hermano ¿en qué quedamos? ¿a qué estás jugando? Me vine confiando en tu palabra. Creí que al salir de la reunión podría ir directo a casa y presentarle a mi madre no solo la mala noticia del asesianto de Jaden sino que también le ahorraría la espera. Dime tu ¿qué hago? No me costará nada marcar el número que definirá el destino tuyo y el de otros —hizo una pausa por unos segundos—. Espero tu llamada. De repente, todo alrededor volvió a la normalidad. Por segundos no se escuchó la voz molesta, y solo cuando ella pidió el postre, de nuevo la voz volvió a hacerse sentir en sus sentidos. —Leslie, continúa organizando todo, llama a la empresa para las exequias, serán solo por horas —escuchó decir al hombre de ojos azules y esta vez más calmado pero en un tono de voz que ella le entendió a la perfección—. No quiero que mi madre sufra viéndolo metido allí. Sería demasiado aberrante para ella. Después de esto ella decidió no enfocar su atención en temas ajenos, ya de por sí lo que aparentemente traía al hombre rubío de mal genio era por el asesinato de alguien que parecia querer era un tema escabroso, al recordar que bastante tenía con los dos horribles hechos que tuvo que rpesenciar y que la obligarona salir huyendo, pensó que mejor era mantener distancia de situaicones simialres. Pidió la cuenta y le entregó a la mesera dos billetes, y se puso de pie dejándole el vuelto. Para evitar ver al hombre, porque no quería correr el riesgo de ser imprudente. Bueno, más de lo que ya había sido, se fue por otras mesas hasta salir del local. Al imaginar que podría regresar al departamento caminando, lo que le ayudaría a hacer la digestión y pasar el mal sabor de lo que escuchó y los recuerdo, sobre todo del hombre, casualmente rubio que vio morir sin poder haber hecho nada para evitarlo, lo que le dio cierta tristeza. Parada en la entrada del café acomodó su bolso en su hombro y se llevó la cabellera alborotada hacia atrás, respiró profundo y se encaminó en tranquilidad hacia el norte. Mientras tanto, adentro de la cafetería, Eiron admirado por la pequeña mujer que vio ahora de pie parada frente a la mesera captó por completo su atención, había visto su rostro, pero en su enojo no le dio importancia como sí lo hizo cuando se puso de pie. La siguió con la mirada hasta que se perdió en la salida, y solo hasta ese instante notó algo extraño en él. Decidió ignorarlo e imitó a la chica para pedir la cuenta y mientras se la llevaban llamó al chofer para que estuviera en la entrada apenas saliera. Le quedaban horas largas y complejas por delante. Afortunadamente había almorzado cuando recibió la llamada, si no, no hubiera probado bocado alguno. Estando a bordo de su automóvil pero en los asientos posteriores, Eiron iba totalmente distraído pensando en Jaden cuando este mientras se deslizaba por una avenida, y desde la distancia vio cuando dos chicos rodearon a la misma mujer que vio en la cafetería, por la actitud que percibió de ella supo en seguida que no eran sus amigos, mucho menos familiares. Sabiendo que debía hacer lo correcto, aunque no fuera algo que se le diera con facilidad, se sintió obligado a acudir en su auxilio. —Garret, detente —le ordenó al chofer. —¿Sucede algo señor? —le pregunta este. —Mira, esos tontos se están metiendo con esa chica —le dijo mirando en dirección a donde la chica hábilmente sacó algo de su bolso y lo apuntó hacia uno de los chicos. No esperó a que Garret detuviera del todo el auto, sino que apresurado con la mano en la parte baja de su cadera donde lleva siempre un arma que disimula con la chaqueta de su traje, a pasos agigantados se dirigió en su defensa, vio cómo el hombre al que ella apuntó un objeto que no pudo determinar de qué se pudiera tratar se agachó tapándose los ojos y gritando insultos en alemán. —Verdammter Elf (Maldita duende) —dijo molesto—. Du hast mich blind gemacht (me dejaste ciego). Al mismo tiempo el otro hombre, como un león, iba decidido a tomarla por el cabello. —Ich, Sie, würde darüber nachdenken, bevor ich diesen Fehler begehe (Yo tu, lo pensaria antes de cometer ese error) —le advirtió Eiron, sin importarle si tenía o no espectadores a su alrededor, apuntando a ambos hombres con su arma, —. Es könnte das Letzte sein, was Sie in Ihrem elenden Leben tun (Pudiera ser lo último que hagas en tu miserable vida) —agregó amenazante al tiempo que le hizo seña a Altair para que se moviera en su dirección. Insegura, Altair no supo qué hacer. Si antes estaba asustada y decidida a dejar a alguno de los dos o a ambos ciegos temporalmente con su única arma, un paralyser, se amilano al ver que su único mecanismo de defensa material se quedaba corto al lado de una Sig Sauer P290 9 mm, que es el modelo del arma que el rubio de ojos azules y malhumorado tiene en su mano. Eso la hizo dudar sobre cual de los tres hombres era peor. Recuerda haberle escuchado hablar y no es que hubiese demostrado ser muy sutil, para nada, y ahora verlo de esta manera pudiera ser el preámbulo a un hecho catastrófico para su corta existencia. Mirando el arma, en lugar de avanzar hacia él, Altair caminó en la dirección que venía tomando cuando los dos estúpido se interpusieron en su camino. —Mädchen (Chica) —escuchó que le gritó el rubio llamándola—. Hören Sie genau dort auf (Detente ahí) —le ordenó en otro grito brusco. Si él esperaba que esto surtiera algún efecto en Altair, se equivocó. Enfadado por lo que estima es una actitud infantil, cuando en realidad para Altair es una reacción de protección al no querer confiar ni siquiera en él ya que no lo conocía, Eiron le hizo seña al escolta para que atravesara el auto para cortarle el paso, justo cuando ella iba a cruzar una calle. Garret obedeció y aceleró sin pensar más que en obedecerle, deteniéndose a escasos centímetros de la pequeña mujer. —¡Ay! —Gritó Altair asustada—. Casi me mata, pedazo de imbécil, ¿Acaso es ciego? —Gritó nerviosa, con todos los cabellos en el rostro, enfadada golpeó el capó del auto. —Ciego no, solo obedece mi orden —le dijo Eiron, haciéndole paralizarse por unos segundos. Sin ninguna delicadeza típica de las mujeres coquetas, Altair se llevó los cabellos hacia atrás, estaba molesta—. ¡Hablas perfecto el español! —Exclamó Eiron mirándola de frente, admirado y sorprendido porque por sus facciones, el color de su piel y su cabello la asimilaba como una más de su país o de cualquier otra cultura. Por su tono supo que bien era su idioma natal o lo domina por años, como es su situación en el último supuesto—. Acaso, además de escuchar las conversaciones ajenas, mal agradecida ¿Estás loca? —la acusó también molesto al tiempo que guardó su arma en la parte baja de su espalda—. ¿Iba a cruzar sin ver a los lados? —No tengo por que darle explicaciones —le contestó la mujer de cabellos tentadores como los rayos del sol al comenzar a ocultarse cuando el amarillo y el naranja juegan con el azul del cielo. Eiron se sonrío, y kuego la miró serio. —Valiente la pequeña —le dijo a Garret—. Todavía la defiendo y mira lo que recibo —adujo adoptando una posición intimidante para muchos. Altair le torció los ojos y decidió seguir caminando. —Le aconsejo cuidarse en el futuro, eres una mujercita que llama mucho la atención, no deberías estar sola en las calles, te puede pasar algo —le advirtió Eiron mirándola fijamente mientras se alejaba sin decirle absolutamente nada. Altair avanzó apresurada lo que le daban sus piernas para alejarse de los dos hombres. —Gracias por salvarme de los estúpidos que casi dejo ciegos —le gritó la mujer cabellos color zanahoria desde la distancia sin molestarse en voltear a verlo. —Osada —concluyó el chofer. —Yo diría que es una loca mal agradecida —expresó Eiron y solo hasta que la vio perderse por la calle hacia abajo, recordó sus pendientes—. Vamos, estoy sobre la hora.
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