Rubí estaba sentada en el sillón de su pequeño apartamento, perdida en pensamientos que la arrastraban a un pasado que parecía más lejano cada día. Los últimos días habían sido un torbellino de emociones y recuerdos que se mezclaban con una tristeza profunda. A pesar de todas las decepciones recientes, aún recordaba los momentos de dulzura que Eva, la única madre que había conocido, le había regalado cuando era niña. Recordaba las caricias en su cabello, las palabras de consuelo, el calor maternal que la hacía sentir segura… aunque ahora todo eso pareciera un eco lejano.
El sonido de la puerta abriéndose de golpe interrumpió sus pensamientos. Emily, su compañera de apartamento, entró con una energía arrolladora y una sonrisa radiante que contrastaba con la melancolía que envolvía a Rubí.
—¡Rubí, no sabes la noticia que tengo! —dijo Emily, casi sin poder contener su entusiasmo.
Rubí levantó la vista, sorprendida por la alegría de su amiga, y esbozó una leve sonrisa. Aunque su ánimo seguía bajo, ver a Emily tan emocionada lograba arrancarle un rastro de alivio.
—¿Qué pasa, Em? —preguntó, intentando sonar interesada.
—¡Conseguí una entrevista para un trabajo de niñera! —exclamó Emily, casi dando un salto de felicidad—. ¡Pero no es cualquier trabajo! Es para cuidar al sobrino de Marcus Santoro. ¡Imagínate! El hombre más poderoso de la ciudad. Dicen que el niño es… bueno, un poco difícil, pero también que es un trabajo bien remunerado.
Rubí sonrió con sinceridad esta vez. Le alegraba que su amiga estuviera encontrando una oportunidad, especialmente después de todo lo que habían pasado juntas. Emily siempre había sido un apoyo para ella, y ver que las cosas le iban bien le daba algo de consuelo.
—¡Eso suena increíble! —dijo Rubí, genuinamente feliz por ella—. Estoy segura de que harás un gran trabajo, Em.
Emily, sin embargo, no había terminado. Se acercó y tomó las manos de Rubí con una expresión traviesa en el rostro.
—Pero… quiero que vengas conmigo. Después de mi entrevista, podemos ir a buscar algo para ti. Anda, Rubí. Quizás salir un poco te haga bien, y nunca se sabe qué oportunidades puedes encontrar.
Rubí vaciló. No estaba segura de querer enfrentarse al mundo exterior tan pronto. Los recuerdos de la última vez que había intentado enfrentar su destino, solo para ser traicionada y abandonada por su propia familia, aún pesaban en su pecho. Pero Emily la miraba con esos ojos llenos de determinación, y la posibilidad de que su amiga realmente estuviera en lo cierto la hizo dudar.
Finalmente, suspiró y asintió, intentando mostrarse un poco más animada.
—Está bien, Em. Iré contigo —dijo, logrando que su amiga soltara un grito de alegría—. Pero solo estaré un par de horas.
Emily la abrazó con fuerza, agradecida. Luego, entre risas y conversaciones livianas, ambas hicieron planes para encontrarse en un par de horas e ir juntas a al Grupo Santoro. Mientras Rubí se preparaba, sentía un nerviosismo que no lograba explicarse del todo, como si una parte de ella presintiera que esta decisión la llevaría a un destino inesperado.
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Rubí estaba sentada en el borde del sillón, esperando a que Emily llegara para dirigirse juntas a la entrevista en el Grupo Santoro. Revisaba su reloj constantemente, mientras la impaciencia crecía. Cada segundo que pasaba hacía más evidente la ausencia de su amiga, hasta que finalmente, decidió llamarla.
—¡Emily! ¿Dónde estás? —preguntó Rubí, notando la respiración agitada de su amiga al otro lado de la línea.
La voz de Emily sonaba desesperada, y el estruendo de los claxon en el fondo hacía aún más difícil escucharla con claridad.
—¡Rubí! Ha habido un accidente enorme en la avenida principal, y estoy completamente atrapada en el tráfico. Todas las vías están bloqueadas, y no creo que pueda salir de aquí en mucho tiempo —explicó Emily, con frustración evidente en su voz.
Rubí se sintió mal por su amiga, sabiendo cuánto le había costado conseguir esa entrevista. Emily llevaba semanas buscando un trabajo que le permitiera crecer y ahorrar, y que aquel accidente arruinara su oportunidad era simplemente injusto.
—¿Entonces qué vas a hacer? —preguntó Rubí, ansiosa.
—¡Tienes que ir en mi lugar, Rubí! —dijo Emily de repente, con un tono de súplica.
Rubí abrió los ojos de par en par, incapaz de procesar la solicitud tan arriesgada de su amiga.
—¿Qué? ¡Emily, no puedo hacer eso! Ellos te esperan a ti, no a mí.
—Rubí, nadie me conoce ahí. Si te presentas como yo, no habrá problema. Mira, tú eres buena con los niños, ¡sé que podrías hacerlo! Además, es solo la entrevista. Si llego a pasar la primera fase, luego encontraré la forma de arreglar todo —insistió Emily.
Rubí dudó, mordiéndose el labio. La idea de suplantar a Emily le resultaba totalmente descabellada. Nunca se había visto en una situación tan complicada, y aunque entendía la desesperación de su amiga, aún no estaba convencida.
—Por favor, Rubí —insistió Emily—. Sabes cuánto necesito esta oportunidad. Además, estarías ayudando a ese niño que tanto la necesita. Eres la única persona en quien confío para hacer esto.
Rubí suspiró, insegura, pero las palabras de Emily comenzaron a hacer eco en su mente. Tal vez, después de todo, esta era una forma de ayudar a su amiga y al niño a la vez.
Finalmente, Rubí respiró hondo y aceptó.
—Está bien, Emily… lo haré por ti. Iré y me haré pasar por ti, pero solo esta vez —advirtió.
Emily soltó un suspiro de alivio y emoción al otro lado de la línea.
—¡Gracias, Rubí! Sabía que podía contar contigo. Te prometo que todo saldrá bien. Te debo una enorme.
Rubí cortó la llamada, con el corazón latiendo a mil por hora. Jamás había hecho algo así en su vida, y la idea de suplantar a alguien la llenaba de nervios. Sin embargo, decidió confiar en las palabras de su amiga y recordar que esto era solo para ayudarla.
Se preparó lo mejor que pudo, eligiendo un atuendo sencillo y profesional, y se miró al espejo antes de salir. Tenía que actuar con seguridad, tal y como lo haría Emily. Repasó mentalmente algunas respuestas, imaginando cómo reaccionaría su amiga en la entrevista.