Ahora se abría la puerta y... sí es ella ahí está, Dios mío es perfecta, morena, media melena, pelo ondulado, ojos como la miel, nariz respingona, pero con personalidad, boca jugosa, orejas pequeñas y pegadas a la cabeza, esas dos perlas de pendientes, la camisa blanca medio abierta, enseñando el canalillo, justo lo necesario, esas curvas que se adivinaban debajo de su traje-chaqueta eran simplemente la locura de la planta veintisiete. Tenía siempre la piel de un color tostado maravilloso, no sé dónde tomaría los rayos, pero seguro que era en un sitio carísimo y exclusivo, no en el gimnasio de la empresa no. Sus manos, perfectamente hidratadas, las uñas siempre con la manicura francesa, no eran ni largas ni cortas, estaban en su punto exacto. ¿Y las piernas? Qué decir de ellas, tenían el punto perfecto, bien tonificadas, moldeadas a la perfección, no se observaba ni el menor atisbo de bello en ellas, terminaba en unos pies planificadamente calzados siempre por unos zapatos de tacón.
Por supuesto inmediatamente que ella entraba, se hacía un silencio absoluto de fascinación. Ella lo sabía claro, si no de qué...
—B: Buenos días a todos los presentes. — dijo con esa voz delicada pero firme que siempre tiene. Buenos días rezaban todas las cabezas de la mesa. ¿Empezamos?
Y así se comienza una reunión más de viernes siempre la misma lata no llega el dinero..., hay que esforzarse más..., un poco más de imaginación, etc, etc... Una vez terminada ésta, esperábamos todos a salir en tromba detrás de Beatriz, nada como el espectáculo de su trasero duro y redondo yendo de un lado al otro, haciendo balancear nuestras cabezas al ritmo que ella marcaba, pero hoy...
—B: ¿Julio Mendoza? —
Yo no sabía dónde meterme, todas las cabezas giraron hacia mí, observándome con envidia.
—J: Sí, soy yo. —
—B: Preséntate después en mi despacho, tengo una proposición que hacerte. —
Ni que decir tiene que todo el mundo empezó a murmurar acerca de la suerte que tenía, que así cualquiera, etc, etc... Yo todo sonrisas.
—J: Muy bien. —
Efectivamente salimos todos detrás de Beatriz, las costumbres no había que romperlas.
— Julio machote, ¡vaya suerte! — me dijo Mario
—J: si quieres te dejo el cartucho del otro día Mario, para cartucho el mío, ja, ja, ja. —
Me acerqué hasta la máquina del café, pedí uno bien cargadito. Me lo tomé y dirigí mis pasos hasta el despacho de Beatriz. Justo enfrente estaba su secretaria, Sonia.
— S: Buenos días Julio. —
—J: Buenos días Sonia, bonita. ¿Está tu jefa? —
—S: Claro, espera un segundo. — Pulsó el interfono —¿Sí? — respondió Beatriz desde el otro lado. —Está aquí Don Julio Mendoza. —
—B: Hazle pasar. Pasa bonito. Gracias. —
Abrí la puerta del despacho y allí estaba ella, sentada en la silla detrás de la mesa... pero no me miraba. —Siéntate — me dijo sin dirigir su mirada hacia mí.
—J: Muy bien. — Ella seguía sin mirarme estaba como hipnotizada mirando hacia el fondo de la habitación, yo me giré para mirar hacia allí pero no vi nada. Pasados unos segundos, ella pareció volver en sí.
—B: Perdona pero estaba probando el último producto de nuestra línea sensorial. —
—J: ¿Cómo? —
—B: Sí, ja, ja, no te preocupes son unas lentillas especiales espera, pruébalas. — Me acercó un estuche plástico — son como lentillas normales, no te preocupes, colócatelas. —
—J: Ya, pero es que nunca he usado. —
—B: ¿De verdad? ¡Qué suerte! —
—B: yo sin lentillas sería un desastre, como un topo, ja, ja. —
Algún fallo tenía que tener. Se puso en pie y se acercó a mí con el estuche en la mano, abrió éste y deslizó una de ellas en su dedo índice derecho, me abrió el párpado derecho y me la puso, realizó el mismo movimiento con la otra lentilla y el ojo siguiente. Cuando se acercó, olí su fragancia, era un olor especial... muy rico, como ella misma. Volvió a su silla y me dijo:
—B: Relájate, como si fueras en el ascensor. —
—J: Pero es que. —
—B: SShh... Calla, relájate. —
—J: Ya, pero es que... ¿No sabes? No, en el ascensor soy incapaz de relajarme, me lo has recordado y entonces... es peor. —
—B: Está bien, tranquilo, no te preocupes cierra las ojos, empieza a contar de diez a cero y respiras al ritmo que vas contando. —
Hice lo que ella me indicó, cerré los ojos y empecé a contar: Diez - inspiración Nueve - expiración Ocho - inspiración Siete - expiración Seis - inspiración Cinco - expiración Cuatro - inspiración.
—B: Muy bien, así, tranquilo. — la oí acercarse y un suave susurrar de tela caer en el enmoquetado suelo. Tres - expiración —Eso es. — me dijo. Escuché su voz justo a la altura de mi cintura y sentí como sus dedos abrían la hebilla del cinturón, abría los botones del pantalón y con sus manos sacaba mi pene, ni que decir tiene que la erección fue instantánea, un segundo más tarde, sentí la suavidad de su lengua suavemente por la base de mi glande, poco a poco fue metiéndoselo en la boca, sentí su paladar acariciando todo lo largo de mi herramienta. Dos - inspiración. Ella sacó mi pene de su boca y dijo: —Uno, explosión. —
Y efectivamente, así fue, llegué a un orgasmo fenomenal. Abrí los ojos e iba a abrazar a Beatriz para besarla por todas partes, cuando me encontré que ella seguía sentada en su silla detrás de la mesa. Inmediatamente, dirigí la mirada hacia los pantalones, pero estaba todo en orden, salvo por la tremenda erección que tenía.
— ¿Y bien? — me preguntó con media sonrisa en la cara.
—J: ¿Bien? ¿De qué? —
—B: ¿Qué te pareció? —
—J: Pues no sé, la verdad que no sé, me he quedado un poco... —
—B: ¿A medias? —
—J: A medias, a medias, no, pero sí un poco desilusionado. —
—B: ¿Qué has sentido exactamente? — preguntó sin malicia
—J: ¿Cómo? —
—B: La sensación que has tenido buena, mala, regular, real, irreal... —
—J: Que quieres que te diga, ¿qué función deben desemplear estas lentillas? Felicidad. —
—B: ¿Perdón? Lo que hacen estas lentillas es reflejar un pensamiento o una idea muy fuertemente en nuestro córtex, haciendo que todo lo que sintamos parezca completamente real ¿Qué has vivido? —
—J: No te lo puedo explicar. —
—B: ¿Es algo muy personal? —
—J: La verdad es que sí. — Ya estaba empezando a recomponerme, maldita sea, — ¿sólo lo he visto yo? — pregunté.
—B: Todos los datos impresos en tu córtex son recogidos por un ordenador, estos son grabados en cartuchos y posteriormente recuperables para volverlos a reproducir. —
—J: ¿CÓMO? Ya, ¿esta sesión ha sido grabada? —
—B: Por supuesto, aquí tienes tu cartucho. — me lo entregó y yo inmediatamente lo introduje en mi bolsillo. La conversación giró hacia temas profesionales y no volvimos a hablar de las puñeteras lentillas hasta el final. Entonces, me regaló el par que yo había utilizado. — Hasta pronto. — dijo Sí, —hasta pronto. — eso espero.
Cuando salí de su despacho sentí un gran alivio, porque me encontraba como encerrado.
—S: Hasta luego bonito. —
—J: ¿Eh? ¡Ah, sí! Hasta luego, Sonia, preciosa. —
Me fui a mi despacho y ya me esperaba un corrillo de curiosos de noticias frescas... o calientes, según se mire. Les di a todos con la puerta en las narices y seguí con mi jornada habitual. A las once cuarenta y cinco me dirigí al gimnasio mareo en ascensor hasta la planta treinta y seis. Me machaqué un poco y fui a la piscina. No sé cuántos largos hice, pero cuando salí de allí estaba como nuevo, con un hambre feroz. Comí una porquería de esas ultra-rápidas y bajé al despacho a terminar. Tenía ganas de ir a casa.