Llegando a mi casa, sintiéndome un completo idiota, no dejé de pensar en esa adolescente que me había volado la cabeza. Me pregunté quién se comía a ese manjar. Quién metía mano por debajo de esa pollerita a cuadros, que estaba achicada, hasta casi convertirse en una minifalda. Porque no me cabían dudas de que alguien lo hacía. Me rehusaba a pensar que cogía con chicos de su edad. Una chica con ese cuerpo tendría decenas de hombres hechos y derechos que se morían de ganas de penetrarla. Ella tendría de dónde elegir. Supuse que era alguien sumamente precoz, pero que sin embargo tendría muchas cosas por aprender. Me imaginé siendo su profesor en la cama. fantaseé con meter mano en esos muslos carnosos y en esas turgentes nalgas. Pasó casi un año hasta que empecé a salir con Daniela. La cono