Al otro día, después de darme un baño refrescante, me estaba poniendo una diminuta tanga cuando recordé la apuesta que había hecho con Valeria y me dio la impresión de que la había perdido. Aún no sabía exactamente por qué, pero imaginaba que tenía que ver con Darío y las clases de gimnasia. —Che, Valeria —le dije, sin molestarme en cubrir mis tetas. Ella estaba recostada en su cama, mirando algo en su celular. —¿Qué pasa? —preguntó sin apartar la vista de la pantalla. —¿Qué pasó con la apuesta que hicimos? —Todavía quedan unos días… —¿Segura? Porque me parece que ya perdí. Ella bajó el teléfono y miró con una sonrisa pícara. —Puede ser. No iba a decirte nada hasta que pasara el fin de semana; pero creo que ya podés abrir el sobre. Caminé hasta la mesita de luz, abrí el cajón y