En la casa de la familia Evanson se respiraba un clima festivo. Nacho preparaba abundante asado navideño con la ayuda de su hijo Magnus. El muchacho atendía a los consejos de su padre sobre cómo regular el fuego y no acelerar demasiado el proceso de cocción de la carne. Por el calor de las brasas y los 32° C del verano del litoral argentino se vieron obligados a quitarse las camisas. El sudor hacía brillar sus torsos marcados y trabajados por años de cargar ladrillos en obras de construcción.
Dos personitas curiosas de cabellos dorados los miraban desde el balcón trasero de la casa contigua: Barbarita y Javi. Los hermanos se hacían comentarios por lo bajo. Ambos habían disfrutado de la potencia masculina de esos dos hombres y fantaseaban con hacerlo otra vez.
La atención de Barbarita fue
