A medida que le iba contando a mi hijo uno de mis más íntimos secretos, él no dejaba de mover sus dedos dentro y fuera de mi concha… sí, por fuera también. No se limitaba a penetrarme sino que también, esporádicamente, se tomaba la molestia de acariciar frenéticamente mi clítoris. Cada vez me resultaba más difícil resistir la tentación; de mi boca seguían escapando palabras imprudentes. ―Desde aquella vez siempre tuve ganas de que me montaran por el culo, pero nunca encontré un hombre que me inspirara la confianza suficiente como para pedírselo. Se debe sentir hermoso que te claven una buena v***a por atrás ―mi lengua furtiva escapó de mi boca por un segundo y fue directo a acariciar la punta del glande, recolectando así ese meloso líquido preseminal―. ¿Te imaginás metiéndosela por el cul