En los días siguientes la situación empeoró en gran medida. Magnus ya no tenía miramientos de dónde y cuándo se masturbaba, lo hacía a cualquier hora y en cualquier lugar, lo único que había conseguido con mis regaños era hacerlo acabar en una servilleta de papel y que cuidara los muebles y la alfombra. A mí me ponía sumamente incómoda verlo haciendo eso. Pasó el tiempo. Un día estábamos como de costumbre mirando televisión y él se sentó al lado mío en el sofá, a los 20 minutos sacó su v***a y comenzó a tocarse. Ya me había acostumbrado a que lo haga, a veces lo miraba de reojo. Lo cierto es que con su terapia de shock me había curado de espanto. Hasta me estaba pareciendo normal verlo masturbándose. Pasaron unos minutos y vi que seguía tocándola con ganas pero no se le paraba. — ¿Te pas