Me sorprendió que mi madre accediera, pero tampoco me pareció algo tan grave, al fin y al cabo ella estaba intentando mantener el buen ambiente del juego. Sin perder el tiempo, Magnus puso sus pesadas manos sobre las grandes tetas y las apretó suavemente, de verdad parecían globos llenos de agua. Los rítmicos movimientos de Magnus provocaron que la punta de su dura v***a quedara apretada contra la vulva de mi mamá; el desafío del baile ya no me parecía tan inocente como al principio. Mi asombro creció cuando la v****a de mi madre pareció abrirse para que el glande quedara suavemente posado en su centro viscoso. Si bien no entró nada, el pene estaba peligrosamente cerca de ella. Se me aceleró el pulso y me pregunté qué sentiría Magdalena al ser arrimada de esa forma por su único hijo varón. Mi mayor duda era si ella lo estaba tolerando sólo para no arruinar el juego, o directamente no le preocupaba.
Creí que mi madre se apartaría, pero no lo hizo. El resto de mi familia acompañaba el bailecito con las palmas, pero claramente que no sabían sobre lo que estaba ocurriendo detrás, la única que podía verlo era yo. La v***a se fue untando con ese abundante fluido femenino, y el muy desgraciado inició un lento vaivén con su pelvis haciendo que su aparato se deslizara de abajo hacia arriba entre los voluptuosos labios vaginales. No sé cuántos minutos llevaban transcurridos hasta entonces, pero pero sabía que aún quedaba bastante tiempo. Mi madre se inclinó un poco hacia adelante levantando más la cola, sus grandes nalgas se abrieron y pude verle el asterisco. Noté que el glande ya no estaba a la vista, y un escalofrío cruzó mi cuerpo, pero no podía asegurar si éste se había perdido entre los carnosos labios de mi madre o había entrado. De pronto lo vi apareciendo de nuevo, pero con un rápido deslizamiento llegó hasta el ano. Fue el mismo Magnus quien obligó a Magda agacharse un poco más, sin dejar de sobarle las tetas, que ahora se balanceaban bajo el torso de mi madre. Me pareció que Magnus ejercía presión con su v***a. Era obvio que no estaba entrando, pero el culo de mi madre parecía hundirse ante la presión. Ella empezó a menear las caderas de la misma forma en que lo hacía yo cuando salía a bailar, y quería provocar a alguien. Con el meneo, la v***a bajó y volvió a posicionarse en la concha, ésta vez no tuve ninguna duda, el glande se perdió en el interior de ese agujero rosado. Mi madre giró la cabeza, y me sorprendió mirando directamente a esa leve penetración. Sonrió, y por su gesto me dio la impresión de que decía: “Sé lo que está pasando, pero no me importa”. Su cadera seguía moviéndose de un lado a otro, y el glande continuaba enganchado en ese agujero. Si Magnus lo hubiera querido, le hubiera bastado con empujar un poco hacia adelante, para lograr una penetración mucho más profunda. Cuando mi hermano retrocedió un poco, su glande volvió a aparecer, pero sólo para avanzar una vez más contra el culo de mi madre. Ésta vez la presión fue mayor, lo sé porque Magda giró una vez más la cabeza hacia atrás, como si quisiera ver lo que estaba ocurriendo, y un leve gesto de dolor apareció en su rostro. Había desaparecido la mitad del glande, y podía ver el agujero del culo de mi madre envolviendo la parte que había entrado.
Por fin sonó el pitido del cronómetro indicando que el tiempo se había terminado. Mi hermano se apartó de inmediato regresando a su silla. Por unos segundos pude ver que lo que antes era un apretado y cerrado culo, ahora formaba una pequeña argolla levemente abierta. Mis manos temblaron, esto era demasiado. Pero sabía que el juego no finalizaría.
―¿Qué te pareció el baile mamá? ―Preguntó Magnus, mientras ella regresaba a su silla.
―Bastante zarpadito. ―Seguramente los demás habrán pensado que se refería a la sobada de tetas, pero yo sabía que se refería a las insolentes arrimadas―. Pero te doy la prueba como superada.
Cuando me levanté de la silla, para arrimarme otra vez a la mesa, vi que el cuero del tapizado estaba todo mojado, producto de mis propios jugos vaginales. Tenía ganas de buscar una servilleta de papel, limpiar la silla y secarme la rajita, pero eso me pondría en evidencia; así que me senté sin más, y miré las nuevas cartas que aguardaban por mí. Ni siquiera presté atención, tomé varios sorbos de vino, en un intento por serenarme. Me olvidé por completo del juego durante el transcurso de esa mano, y eso me llevó a perder.
―¡Al fin, nena! Pensé que no ibas a perder más, ―dijo Valeria. No me había dado cuenta, pero desde que quedé completamente desnuda no había perdido ni una sola vez. Mi hermana era la que debía decir mi castigo. La vi muy concentrada en su decisión, posiblemente no sabía qué decir; imaginé que en su cabecita estaba buscando algún castigo leve y poco s****l. Después de meditar un rato dijo―. Tocásela a papá.
Me dejó sorprendida. Por un momento pensé que la pequeña tendría piedad de mí, pero este castigo me parecía a la altura de lo que había ocurrido entre Magnus y mi mamá. ¿Me habrá pedido que hiciera eso por seguirle la corriente a los demás, y no quedar como una ingenua?
―Tiene que ser por cinco minutos. ―Agregó Magdalena―. Dos minutos para los desafíos es muy poco tiempo. Además imagino que cuando Valeria dijo que se la toques a tu padre, no se refería exactamente a que dejes la mano quieta al agarrársela… ¿o me equivoco? ―Valeria soltó una risita nerviosa, cubriéndose la boca. Se puso toda roja―. Bueno, Gabriela, ya sabés qué tenés que hacer. Yo voy a tomar el tiempo.
No, ella no estaba loca, sólamente apelaba a la justicia, como era su costumbre. Una madre de tres hijos debe aprender a ser justa y equitativa, de lo contrario vivirá un infierno.
Sabía que no podía negarme, no podría ganar una discusión contra mi madre, así que acerqué la silla hacia mi papá, sin chistar. Tuve que juntar coraje para estirar la mano y agarrar semejante pedazo; cuando lo aferré entre mis dedos, no me atreví a moverlos. El tiempo corría y yo no hacía nada. Estaba petrificada sintiendo el palpitar de ese duro pene entre mis dedos.
―¡Hey, eso es trampa! ―Se quejó Magnus―. Que empiece otra vez, el tiempo que pasó no cuenta.
Lo miré con una ira asesina, quería estrangularlo, a pesar de que él no era quien había elegido mi desafío. Sin embargo me resultaba imposible enojarme con Valeria. Todos estuvieron de acuerdo en reiniciar el cronómetro, especialmente mi madre, que era la encargada de impartir justicia en la mesa.
Esta vez me vi obligada a mover la mano, de lo contrario nunca me permitirían soltarle la v***a a mi papá. Por más incómoda que me pareciera la situación, recorrí de arriba hacia abajo todo el tronco, presionando un poco su glande; intenté mantener buen ritmo a pesar de que moría de vergüenza. Me preguntaba si él estaba disfrutando de estos toqueteos o si sólo lo consideraba parte de un “inocente” juego. Nunca había masturbado a un hombre que tuviera un pene tan grande, y mi cuerpo comenzaba a recordar las sensaciones provocadas por aquel extraño de la discoteca. Mi concha se humedeció aún más de lo que estaba, casi como si estuviera deseando tener adentro una v***a de ese tamaño. Sin darme cuenta, mi mano comenzó a moverse más rápido, casi como la vez que masturbé a mi novio, sólo que en esta ocasión tenía mucho más de dónde agarrar. Apenas escuché el pitido salvador del cronómetro, la solté. Noté mi palma un poco viscosa. No lo podía creer, tenía líquido preseminal de mi propio padre, en toda la mano. Disimuladamente me lo limpié sobre la pierna, y el juego continuó.
En esta nueva ronda estuve aún más nerviosa. No podía permitirme perder otra vez, los desafíos se estaban volviendo peligrosamente sexuales, y no quería verme otra vez en la misma situación. Debía prestar atención a las cartas que recibía, y buscar la mejor combinación posible. Cuando vi aparecer dos “Jotas” me quedé un poco más tranquila, tal vez no me hicieran ganar la partida, pero era difícil que fuera la peor mano de la mesa.
Nuevamente ganó la más pequeña, y mi madre quedó en último lugar. En un principio pensé que Valeria había sido un poco severa conmigo, pero lo que dijo después, me demostró que había sido muy compasiva:
―Chupásela a papá ―le dijo, a mi madre y mis ojos quedaron grandes como platos.
¿Qué le pasa por la cabeza a esta chica? Es un misterio que nunca pude resolver.
―Pero eso ya lo hice muchas veces ―afirmó Magda.
Esa respuesta también me dejó helada. Sí, admito que tal vez imaginé que mi mamá podría chuparle la v***a a mi papá; pero esas son cosas que, apenas se meten en mi mente, las descarto, como si se tratase de un mal sueño. El confirmarlo, por boca de mi propia madre, hacía que ese mal sueño se volviera una realidad.
―Pero nosotros nunca lo vimos. ―El argumento de Valeria era muy bueno, debía reconocerle eso.
―Es inteligente la chiquita, ―dijo mi tío, frotándose las manos―. Por fin algo de acción.
Si todo lo que ocurrió antes mi tío no lo consideraba “acción”, entonces no sé cómo lo catalogaría.
Quería creer que Magda se negaría, diciendo algo como: “Está bien que el juego sea algo picarón, pero tampoco tenemos que llegar a actos tan sexualmente explícitos”. Pero sabía que me mentía a mí misma al pensar eso.
En cuanto vi a mi madre arrodillándose en el suelo, tuve que tomar un largo trago de vino tinto; estaba puro y caliente, pero no me importó. Sin mucho preámbulo ella agarró el falo de mi padre y se lo introdujo casi completo en la boca, como seguramente lo había hecho en más de una ocasión. Jamás había imaginado a mi mamá como una talentosa petera, pero sus gruesos labios se desenvolvieron con gran habilidad. Subió y bajó la cabeza con un ritmo creciente. Evidentemente el alcohol había nublado un poco sus inhibiciones, y la llevaban a actuar como si estuvieran solos en su cuarto. Llegó a tragar entera toda la v***a de mi papá, yo la observaba atentamente, intentando aprender de sus movimientos. Si bien no soy una santa, nunca hice sexo oral a nadie, porque me daba un poco de asco; pero en ese momento me pareció algo muy natural y hasta placentero, especialmente al ver las expresiones en la cara de mi padre. Sus negras cejas se arquearon y sus ojos se cerraron con fuerza, mientras acariciaba el cabello de su esposa; esa imagen me produjo morbo. ¿Así eran ellos siempre en la intimidad? ¿Cuántas veces mi madre había estado en esa misma posición, comiéndole la v***a, prácticamente como si fuera una actriz porno? Cabía la posibilidad de que Magda estuviera exagerando, para impresionarnos; pero dudaba que fuera así.
Los cinco minutos finalizaron repentinamente, hasta me pareció poco tiempo. Aplaudimos a mi madre por su excelente mamada, la v***a de mi padre estaba más dura y gorda que nunca, y de ésta goteaba saliva.
Mi tío Henry comenzó a repartir las cartas. No me tocó nada bueno.
Debo admitir que, a pesar de que el juego se estuviera tornando cada vez más picante, ya no me molestaba tanto como antes. Me daba algo de morbo y curiosidad, y podía sentir un intenso calor en mi desnuda v****a. Horas antes no lo hubiera podido creer, pero ya podía decir que no tenía ningún problema en estar desnuda frente a mi familia, más aún sabiendo que ellos estaban en las mismas condiciones. Hasta lo veía como un acto natural, éramos familia, convivimos juntos, ¿qué problema había si nos veíamos desnudos de vez en cuando? Estaba empezando a considerar que ésto nos haría forjar una relación de mayor confianza. Como me estaba acostumbrando, ni siquiera intentaba cerrar las piernas ni cubrir mis tetas con los brazos. Al fin y al cabo es una concha, y todos los presentes (especialmente las mujeres) vieron una más de una vez. No me molestaba que supieran cómo era mi concha, de la cual estaba orgullosa, porque me gustaba mucho.
Magnus me miraba a cada rato; pero no podía culparlo, en realidad él se fijaba a todas las mujeres presentes, y yo misma me quedé mirando su dura v***a más de una vez. Es una actitud que no se puede evitar.
Al parecer Valeria pensaba igual que yo, la vi tomando un trago de vino con gaseosa y noté que tenía las piernas bastante separadas. La silla estaba toda pegoteada por sus flujos y varios hilitos se formaban entre su delicada concha y el tapizado.
Por estar ensimismada en mis pensamientos volví a perder y esta vez fue Nacho el encargado de pensar mi desafío.
―Hacele una “turca” a tu tío. ―Lo miré confundida.