Diversión Familiar

1789 Words
Las cartas se deslizaron por la superficie de la mesa de vidrio, y las miradas aprovecharon para ir más allá, aprovechando la transparencia. No podía culpar a nadie, yo era víctima del mismo efecto. Es muy difícil tener a alguien desnudo sentado cerca tuyo, y no estar mirándole los genitales. Es una atracción casi magnética. Tenía la mirada perdida en los carnosos labios de la velluda concha de Magda, mi madre; y cada vez que apartaba la vista, me encontraba con el pene de mi hermano. Y si no miraba éste, tenía el bulto de mi padre, justo a mi izquierda, marcándose en su bóxer. Para colmo ellos estaban sentados tan cerca de mí, que hubiera podido agarrarles la v***a sólo con estirar un poco la mano. Pero no es que quisiera hacer eso… claro que no. Estaba preocupada, porque la única prenda de vestir que me quedaba era la tanga, que a duras penas cubría mi sexo… pero al menos era mejor que nada. Miré mis cartas, eran horribles. Tanto que decidí cambiar las cinco. No fue una buena idea, las que me tocaron después eran igual de terribles. Como si hubiera tenido la clarividencia de adivinar quién perdería, me tocó despojarme de mi diminuta tanga. Que mi papá y mi mamá se hubieran desnudado sin hacer mucho teatro, me era indiferente. Lo que realmente me molestaba era que Magnus hubiera afrontado la sanción con tanta valentía. No podía ser menos que él, debía demostrar seguridad. Me puse de pie, y me desnudé frente a mi familia. Tiré la tanga lejos, sabiendo que no podría ponérmela hasta que el juego terminase. Magnus se quedó mirando mi depilada concha con labios más pequeños que los de mi madre, y un monte de Venus bien definido. ―Cuidado que esta sí muerde, ―le dije, y todos estallaron en risas. A Valeria pareció causarle más gracia de lo normal, no sabía si reaccionaba así por el alcohol o por los nervios. Mi hermanita parecía un poco más tranquila porque llevaba varias rondas sin perder. En cambio mi tío y mi papá tuvieron algo de mala suerte no les quedó más alternativas que mostrarnos lo que les colgaba entre las piernas. Primero fue el turno de mi tío, él tenía el pene más pequeño de los tres hombres presentes; aunque sólo por un poco. Quien me dejó sumamente impactada, fue Nacho… no podía creer la trompa de elefante que tenía mi padre entre las piernas. ―Magdalena, ¿Vos te casaste con Nacho porque lo viste meando? ―Preguntó mi tío, haciéndonos reír a todos. ―No, me casé con él porque lo descubrí masturbándose. ―Nos quedamos boquiabiertos―. Es cierto. Fue en un campamento que hicimos hace muchos años, cuando todavía éramos amigos. El señor no tuvo mejor idea que meterse en mi carpa a sacudirse el ganso. Tal vez pensó que ahí nadie lo vería, porque todos estaban cerca del río, pero yo volví porque quería dormir, y lo que vi me quitó el sueño. ―¡Papá, no te creía capaz de eso! ―Grité. La situación me divertía, y por extraño que parezca, no me incomodaba imaginar a mi padre haciéndose una paja. Eso seguramente se debía a todo el vino con gaseosa que había tomado. ―Fue el mejor error de mi vida hija, mirá lo que conseguí gracias a eso, ―dijo, acariciando la pierna izquierda de Magda, muy cerca de su vulva―. Además, en mi defensa, tengo que decir que tu madre no es de las que gritan y salen corriendo en esas situaciones, sino de las que dicen: “Yo te ayudo”. ―¡Apa! ―Exclamó Valeria. Dio la impresión de que quería decir algo, pero cuando todos la miraron, cerró la boca y agachó la cabeza. ―Lo que Valeria quiere decir, ―aclaré―, es que no se imaginaba que mamá fuera tan puta. Todos se rieron. Sentí una gran ola de calor en mi entrepierna imaginando a mi madre montándose sobre esa gran v***a, y tuve que esforzarme para apartar esas imágenes de mi cabeza. ―Bueno, che, ―dijo Magda―. Tampoco es que sea tan ligerita… lo que pasa es que Nacho me gustaba mucho, desde hacía tiempo. No iba a desperdiciar esa oportunidad. ―¿Y qué fue, exactamente, lo que hiciste para ayudarlo? ―Quiso saber Henry. ―Eso no se los voy a decir. Mi papá hizo un gesto de mímica, simbolizando que Magda que le había chupado la v***a. Mi mamá se sonrojó y escondió la cabeza entre las manos, mientras el resto nos reíamos. A excepción de mi hermanita, todos ya estábamos completamente desnudos, y ahora comenzaba una nueva etapa en el juego, la cual me asustaba un poco. Se repartieron nuevamente las cartas, y me tranquilicé al ver que recibí dos ases; era difícil que mi mano fuera la peor. El que se llevó las peores cartas fue mi papá, y mi mamá se coronó con un póker de dieces. Como Nacho ya estaba completamente desnudo, debía someterse a un desafío. Mi mamá, por ser la ganadora, debía decidir qué desafío poner a su marido. ―Tiene que ser algo bueno mamá, ―le dijo Magnus―. Algo que lo avergüence. ―A mi madre pareció agradarle la idea, porque se puso a pensar con un dedo en su barbilla y una linda sonrisa; como si fuera el villano de una serie de dibujos animados. ―¡Ya sé! ―Exclamó, luego de unos segundos―. Viene muy bien con la historia de la carpa. ―¡Ay, no! ―Dijo mi papá. ―Sip... Tenés que tocártela, ―dijo por fin, yo abrí grande los ojos y la quedé mirando. ¿De verdad quería que mi papá se tocara el pene delante de sus hijas? Me pareció que el juego había llegado demasiado lejos, y pasó justo lo que yo temía; al parecer los desafíos tendrían connotaciones sexuales. ¿Acaso qué imaginaba, que lo haría bailar bajo la lluvia? No era una mala idea, pero no encajaba con la definición de Strip Póker. Éste era un juego s****l, y ya me estaba pareciendo una locura que hayamos propuesto jugarlo en familia. ―¡Qué mala que sos Magda! ¿Durante cuánto tiempo tengo que hacerlo? Al parecer estaba dispuesto a llevar a cabo el vergonzoso desafío. Ella meditó unos segundos, y se fue a buscar algo a un mueble de la sala, mostrándonos su culo respingón, y la concha apretada por debajo de las nalgas. Regresó con un cronómetro, que a veces usaba a veces cuando salía a trotar. A ella le gustaba hacer ejercicio, y ese era uno de los principales motivos de que mantuviera una buena figura. Aunque todavía le quedaban tres o cuatro kilos por perder. ―Dos minutos, ―dijo. Con eso quedó establecido el tiempo para la mayoría de los desafíos. Mi madre sonreía de forma extraña ¿la pondría cachonda toda esta situación? Debía ser así, no encontraba otra explicación para que obligara a su marido a hacer semejante cosa delante de nosotros. Mi padre corrió su silla hacia atrás y se agarró el paquete con la mano izquierda, ya que él es zurdo. Magdalena puso en marcha el cronómetro y todos nos quedamos mirando cómo lo hacía. Se tocaba despacio, subiendo y bajando la mano por su pene, haciendo que su prepucio cubriera el glande y luego lo dejara a la vista una vez más; me sorprendió ver que su pene no cambiaba de tamaño. ―Nacho, ―dijo mi tío―. ¿Me vas a decir que en todos estos años no aprendiste a hacerte una paja? ¿Así fue como conquistaste a mi hermana? Noté que Valeria se ruborizaba, pero sonreía y tenía la mirada fija en el pene de su padre. Magnus se ría a carcajadas, debía estar borracho. Hasta mis padres sonrieron. Al parecer la única que estaba preocupada era yo. Me daba impresión ver a mi padre haciendo algo que yo jamás imaginé que él haría. Aunque bueno, es algo absurdo de mi parte pensar eso. Si yo me hago la paja, ¿qué impide que él también se la haga? Es sólo que, como hija, no me gusta pensar en esas cosas. La burla de Henry lo obligó a tocarse con más de ímpetu. Deslizó su prepucio, tapando la cabeza del pene, y volvió a bajarlo; lo hizo varias veces. Su m*****o fue ganando tamaño de a poco, yo miraba fijamente su aparato, pero en cuanto levanté la vista, me pareció que él estaba mirando directamente hacia mi v****a. Yo tenía las piernas algo separadas, instintivamente quise cerrarlas, pero me reprimí, porque todos notarían mi repentina acción. Además no podía estar completamente segura de que estuviera mirándome. Cuando los dos minutos pasaron, mi madre dejó el cronómetro sobre la mesa, y mi tío se encargó de repartir las cartas; nadie dijo nada sobre lo ocurrido, como si nunca hubiera pasado. Jugamos otra mano, y una fea combinación de números bajos hizo perder a mi papá, otra vez. Tiró las cartas sobre la mesa simulando enojo, pero en realidad se lo tomaba con gracia. Esta vez le tocó a mi hermano plantear el desafío. Como él no es de pensar mucho, casi enseguida dijo: ―Chupale un pezón a mamá. ―Bueno, ―contestó Nacho, encogiéndose de hombros―. No es algo que no haya hecho antes. ―Es cierto Magnus, es un tanto aburrido tu desafío. ―Me sorprendió que mi mamá dijera eso, pero vi sus ojos un tanto vidriosos por tomar tanto alcohol, y supe que ese era un factor importante en su queja. ―Pero si se habrá hecho como mil pajas, ―se defendió Magnus―; y vos le pediste que se toque. ―Sí, pero él nunca lo había hecho frente a todos ustedes, ―dijo mi mamá―. Chuparme un pezón es menos vergonzoso, es un retroceso. ¿Así que ella pretendía que los desafíos fueran cada vez peores? No quería quedar como una cobarde, pero ya me estaba planteando seriamente dejar el juego. Sin embargo me imaginaba que no todos dejarían de jugar… y más me molestaba que siguieran hacerlo sin estar yo presente. ―Entonces que le chupe un pezón a Gabriela. ―Propuso mi hermano, lo miré con cara de orto. Estuve a punto de decirle: “¿Y por qué no te chupa una tetilla a vos?”; pero me reprimí, porque estaba segura que este comentario molestaría a muchos.― ¿Son dos minutos, cierto? ―Preguntó Magnus, tomando el cronómetro.
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