Magdalena se puso de rodillas en el sillón y metió la cabeza entre mis piernas, como si fuera a chuparme la concha. Quedó en cuatro, ocupando todo el largo del sofá, por lo que Lourdes debía ponerse detrás de ella si quería cumplir con su objetivo. Ella se colocó en posición, se aferró al culo de mi madre y vi su lengua desaparecer entre esas nalgas. No necesitaba verla para entender lo que estaba haciendo. Además la cara de Magdalena me dejó bien en claro que estaba disfrutando. —Tengo que pedirte disculpas, Magda —dijo Lourdes luego de unos segundos—. Sé que te traté mal y te dije cosas de las que me arrepiento. Lo hice porque cuando te vi con poca ropa por primera vez, despertaste en mí muchos deseos lésbicos que creí que ya había reprimido. En realidad estaba enojada conmigo misma, p