Hice lo que él ordenó, estaba en llamas. Me puse de rodillas en el borde de la cama, apoyé mi cara contra el colchón y me abrí las nalgas con las manos. —Haceme el orto —le supliqué. Ariel se me acercó por detrás y sin darme tregua, me clavó el glande en el ano. Curiosamente, no me dolió, sino todo lo contrario, fue sumamente placentero. Luego retiró su m*****o, lo humedeció con más saliva y volvió a clavarme la punta. Solté un bufido, le pedí que me la metiera más adentro y así lo hizo. Poco a poco, embestida tras embestida, me la fue enterrando toda en el culo. Cuando empezó a metérmela con fuerza sentí un poco de dolor, pero éste se disipó rápidamente, dejando que el placer tomara su lugar. —Así, montame como a una yegua —le dije. Él me sujetó del cabello obligándome a levantar la