Ariel me miró boquiabierto. Todo su juego de “macho dominante” se había desmoronado en un segundo. Al verlo allí, estático frente a mí, me di cuenta de que no era más que un muchacho asustado, como un pequeño cachorro abandonado en una noche lluviosa. Me debatí entre si debía dejarlo sufrir un poco más o ser piadosa con mi primo e intentar consolarlo. Como ya había tenido sexo con él me di cuenta de que mi cuota especial de mimos ya había sido entregada, podía dejarlo sufrir un poco. No me moví ni dije una sola palabra durante algunos tensos segundos; la historia que me había contado mi tía me volvía a la mente y me dejaba cierta amargura. Él tenía suerte de que ella no lo hubiera asesinado. Analía había hecho su mayor esfuerzo por suavizar lo ocurrido, al menos esa fue la impresión que