Los tres adultos se alejaron, y me quedé con mis hermanos, en silencio. Sabía que esa actitud era sólo una excusa para poder decidir si seguiríamos adelante con el juego, empleando el nuevo sistema de apuestas. Valeria estaba algo sonrojada y apretaba nerviosa su n***o cabello, atado formando una cola de caballo. Al parecer la idea no le gustaba mucho, pero no se animaba a decirlo. Tengo que admitir que a mí también me ponía un poco nerviosa el imaginar a mi familia desnudándose delante de mí. Fui un tanto prepotente porque Magnus me desafió, y yo no podía tolerar que ese troglodita me desafiara.
Cuando los tres adultos regresaron, vi que mi tío traía una pequeña mesa de madera plegable, en la que apoyaron varias botellas de vino, blanco, tinto y rosado. Yo no acostumbraba a tomar vino, pero también trajeron algunas gaseosas; para poder mezclarlo, y hacerlo más apetecible para mí y para Valeria. Los hombres de la familia solían tomarlo puro, y mi mamá acostumbraba variar.
―Bueno, vamos a jugar al “Strip Póker”, ―dijo Magda, con voz serena―. Si no hacemos eso, nos vamos a aburrir toda la noche, y nos vamos a terminar matando.
―¿Estás segura mamá?
―¡Qué bien! ―Exclamó Magnus, al mismo tiempo que yo hacía la pregunta.
―Si hija, puede ser divertido, y si alguno quiere abandonar, puede hacerlo en cualquier momento. No vamos a obligar a nadie hacer algo que no quiera. ―Eso me tranquilizó bastante―. La idea es divertirnos un rato y reírnos. Estamos en confianza, acá todos nos vimos en calzones alguna vez.
―Sí, por desgracia, ―dije―. Tengo algunos recuerdos de levantarme a la noche para ir al baño, que me van a atormentar toda la vida.
―Ey, eso fue un simple descuido, ―dijo mi tío Henry―. Pensé que estaban todos durmiendo…
A él lo había sorprendido desnudo de la cintura para abajo, por suerte alcanzó a taparse rápido con la remera; pero tuve que ver su culo desnudo mientras se alejaba de mí, caminando como un pingüino.
―Sí, ya sé, tío… pero no me refería sólo a eso. Creo que a todos me los crucé en situaciones más o menos similares.
―Claro, porque vos siempre te levantas a mear toda tapada, ―dijo Magnus.
Me sonrojé, recordé una noche de mucho calor en la que me levanté a hacer pis. Casi me muero de la vergüenza, y creo que a él le pasó lo mismo. Como yo comparto dormitorio con mi hermana menor, estoy acostumbrada a andar medio desnuda dentro de la pieza, y como era tarde supuse que nadie estaría despierto. Salí de mi pieza vistiendo una diminuta tanga, y nada más. Vi a mi hermano en el pasillo, caminando directamente hacia mí; pero en realidad él también iba al baño, igual que yo. Éste se encontraba justo entre mi dormitorio y el suyo. Él no me hizo ningún comentario, se quedó petrificado, mirándome las tetas, que se tambaleaban y estaban cubiertas por pequeñas gotas de sudor. Eso no se debía sólo al calor, sino que apenas unos segundos atrás estuve haciéndome tremenda paja… fue tan intensa que tuve miedo de despertar a mi hermanita. Tenía la concha toda mojada, y estoy segura de que Magnus se dio cuenta de eso, porque la tanga, que me cubría muy poco, tenía una gran mancha de humedad, justo debajo de mi concha. Él no tenía más ropa que su bóxer. Lo más vergonzoso de ese encuentro fue notar que mi hermano tuvo una erección, y no supo disimular para nada. Su gran bulto creció de manera inmediata. Podría haberme enojado con él, porque soy su hermana; pero también soy consciente que tengo un cuerpo que es capaz de excitar a muchos hombres, y posiblemente agarré a mi hermano desprevenido. Recuerdo que me quedé muda durante unos segundos, al igual que él. Nos miramos el uno al otro, con detenimiento y asombro. Cuando reaccioné le dije que yo pasaría primero al baño, porque no aguantaba más. Lo cual era cierto, después de llegar al orgasmo me entraron unas ganas increíbles de hacer pis. Él no se opuso. Entré al baño, hice mis necesidades, y cuando salí me volvió a sorprender. Él seguía allí, de pie en el pasillo. Sus ojos volvieron a recorrer toda mi anatomía, especialmente me miró las tetas, seguramente notó lo duro que tenía los pezones. Caminé de regreso a mi cuarto, y giré la cabeza para comprobar que me estaba mirando el culo descaradamente. Al entrar a mi dormitorio prendí la luz y me miré en un espejo, especialmente quería ver la parte de atrás. Me agaché un poquito, dándole la espalda, y me encontré con la tanga medio metida en mi concha, mis voluminosos labios vaginales parecían estar devorando la tela. Con razón Magnus me había mirado de esa forma. Desde esa noche no pude dejar de preguntarme si él se habría hecho una paja pensando en mí, o en alguna mujer muy parecida a mí. No habíamos vuelto a hablar del tema, hasta ahora; me sentí tan avergonzada que no supe qué contestarle. Por suerte papá intervino, para rescatarme.
―Bueno, che… dejen de pelear de una vez, y vamos a jugar, ―dijo―. A todos nos ha pasado alguna vez, la casa es chica y somos muchos.
Se repartieron las bebidas y se establecieron las reglas. Todos debíamos comenzar con la misma cantidad de prendas, se determinó seis, como el número apropiado. Conté la ropa que llevaba puesta: una remera roja, un pantalón azul marino bastante holgado, corpiño, bombacha, medias y zapatillas. Eso sumaba un total de seis, ya que las prendas en pares se contaban como una sola. Todas las mujeres teníamos la misma combinación de prendas, y los hombres, al no llevar corpiño, debieron ponerse gorros. Mi papá apareció con un sombrero de “guapo tanguero”; se veía totalmente ridículo, con su ropa informal, nos hizo reír mucho. Magnus optó por una gorra con visera que usaba con mucha frecuencia, demasiada frecuencia… ya estaba toda desteñida y olía a rata muerta. Mi tío se puso una boina le que tapaba la incipiente calva que estaba apareciendo en la cima de su cabeza.
Al comienzo todo parecía muy divertido. Era más importante no perder que ganar. El que recibía la peor mano de la partida debía quitarse una prenda de vestir. Para facilitar el juego, empleamos el método en el que recibíamos cinco cartas en la mano, y podíamos cambiar las que no nos gustaran, por cartas nuevas; pero esto sólo se podía hacer una vez por mano. Mi hermanita demostró que tenía mala suerte con las cartas, la preocupación se apoderó de su rostro. Perdió las zapatillas y las medias de forma consecutiva, intentó serenarse un poco, tomando un largo sorbo de vino mezclado con gaseosa. Yo también estaba tomando, pero lo hacía por puro gusto.
Mi mamá también perdió todo su calzado, y fue la primera de las mujeres en perder la blusa, quedando en corpiño; pero éste era grueso, y no transparentaba nada. Además todos la habíamos visto en bikini, y ésto era más o menos parecido.
En las siguientes manos, mi tío y mi hermano perdieron gran parte de su vestimenta, hasta quedar con tan solo el pantalón y el calzoncillo. Entre las veces que perdieron ellos, yo tuve mala suerte en dos ocasiones; quedé sin medias y zapatillas. El juego se fue poniendo cada vez más interesante, y la pérdida de prendas aumentaba el riesgo. Ya me podía imaginar que alguno de mis familiares quedaría completamente desnudo en cualquier momento. No quería ver eso, pero mucho menos quería ser yo la que perdiera; por eso me preocupaba por seleccionar bien mis cartas, al momento de hacer el cambio. Mientras jugábamos, nos estábamos metiendo, entre pecho y espalda, grandes cantidades de alcohol.
Me tocó perder una vez más, y mis grandes pechos quedaron sostenidos por un corpiño de encaje n***o. Si alguno miraba atentamente, tal vez podía notar cierta transparencia. Esto podría haberme preocupado, pero los primeros indicios de borrachera me ayudaron a no darle mayor importancia; además pretendía golpear a quien se atreviera a mirarme mucho.
Cuando le tocó el turno a Valeria de quitarse la blusa, dudó un momento; pero al ver cómo estábamos mi madre y yo, se animó a hacerlo. Sus pequeños pechos apenas ganaban volumen gracias a su corpiño color rosa. La desgracia de la pequeña no terminó allí, fue la primera en perder su pantalón. Su mala suerte me daba pena; o tal vez no era eso, ya estaba sospechando que Valeria no sabía jugar. Por la combinación de sus cartas, me daba la impresión de que arriesgaba mucho, con la esperanza de armar juegos difíciles, como escaleras y fulles.
Pensé que no se atrevería a despojarse de su pantalón, pero, contra todo pronóstico, se lo quitó sin ningún tipo de ceremonia. Tenía puesta una pequeña colaless, del mismo color que el corpiño. Me sorprendió ver lo bien que esta colaless resaltaba sus blancas y redondas nalgas, a tal punto que hasta mi propio padre se sonrojó al verlas. Nadie la miró más de un segundo, para no ponerla incómoda; de todas formas no era muy diferente al bikini que solía usar cuando estábamos en la pileta… aunque este atuendo era un poco más chico.
Supuse que la trágica suerte de Valeria mejoraría para la siguiente mano, pero volvió a perder, mostrando una espantosa combinación de cartas. ¿Qué carajo había querido armar? La pequeña quedó petrificada, no podía perder otra cosa que su ropa interior. Un incómodo silencio se apoderó de la sala.
Todos sabíamos que apostábamos la ropa y que, probablemente, alguno de nosotros quedaría desnudo; pero creo que a nadie se le cruzó por la cabeza que la primera podía ser Valeria. Yo ni siquiera creí que llegaría a verla en ropa interior.
―Pago una prenda, para la próxima vez que me toque perder, ―dijo mi madre, en un valiente acto para que mi hermana tomara un poco de confianza.
A pesar de que aún llevaba puesto su pantalón, se quitó el corpiño. Dos grandes melones, coronados con pezones marrones, rebotaron ante nuestros ojos. Mi hermanita sonrió, agradeciendo el gesto. Al parecer, ver que su mamá mostraba las tetas sin ningún pudor, le dio coraje. Llevó las manos a su espalda y desprendió el corpiño, enseñándonos un par de pequeñas tetitas, con pezones rosados. Noté que mi hermano tragaba saliva al verla, estuve a punto de darle un codazo, pero eso sólo humillaría a Valeria.
Cuando a Magnus le llegó el turno de perder su pantalón, estuve a punto de burlarme de él. Pero quedé sorprendida. Primero: porque él no puso ninguna objeción, se lo bajó sin protestar. Segundo: por lo mucho que se marcaba su bulto, en la tela del bóxer. Para colmo la mesa era transparente, y al tenerlo sentado a mi lado, era imposible no mirar. Supuse que al chico se le estaba poniendo un poquito dura al ver tantas tetas, aunque éstas fueran las de su madre y hermanas.
La siguiente en perder fue Magdalena, como ya había pagado prenda no tuvo que desvestirse; pero en la siguiente mano, las cartas se rieron de ella. A sus cuarenta y tres años, mi madre aún conserva parte de su figura juvenil; aunque está algo más caderona, y su cola creció un poco, porque acumuló algunos kilos extras. Al bajarse el pantalón, nos mostró una linda bombachita blanca de encaje. Algunos pelitos asomaban por la tela, y su vulva se marcaba muy bien. Para mí, la imagen fue un tanto impactante; pero no tanto como cuando mi padre tuvo que quedarse sólo en slip. Tenía un bulto aún mayor que el de Magnus, y sus piernas eran peludas. Para colmo él estaba sentado a mi izquierda, bastaba con mirar la mesa para encontrarme con dos paquetes llenos de masculinidad. Me estaba poniendo un poco nerviosa. Aunque Valeria parecía estar mucho peor que yo, no dejaba de estrujarse los dedos, o de tirar de su cabello; creí que se quedaría calva en cualquier momento. Tomé algo de vino, para calmarme, y mi mamá volvió a llenar el vaso de mi hermanita; que era una de las que más tomaba.
Intentábamos tomarnos todo con mucho humor, hacíamos constantes chistes, para romper un poco esa capa de hielo familiar que había en el ambiente.
―¿Papá? ―Preguntó, Magnus―. ¿Quién fue el ciruja que te donó ese bóxer? Está todo lleno de agujeros. No sabía que tu situación económica era tan lamentable.
Nos reímos, tal vez exagerando un poco.
―Pensar que yo le compré un montón de bóxers nuevos, ―dijo mi mamá―; pero él sigue usando los que ya no sirven ni para trapo.
―Es que éstos me traen suerte, ―dijo mi papá.
―¿Suerte en qué? ―Le preguntó Magda―. Porque con las mujeres seguro que no, cada vez que te veo con eso puesto, me dan ganas de hacerme lesbiana.
―Hermana, ―dijo Henry―. Vos podrías hacerte lesbiana en cualquier momento, no hace falta que esperes a ver la decadencia de tu marido. Con esos dos melones, conseguirías a cualquier mujer que patee un poquito para el otro lado. Eso si es que no se asustan… porque da la impresión de que en cualquier momento revientan, como globos llenos de agua.
―¿Estás diciendo que tengo mucha teta? ―Dijo mi mamá, haciendo saltar sus grande melones.
―Pará un poquito, tarada. ―Se atajó mi tío―. Van a explotar, y me vas a arrancar un ojo con un pezón.
Una vez más estallamos en risas. Era obvio que nuestra “alegría” estaba más causada por el alcohol, que por el nivel de los chistes de mi hermano y mi tío. Yo estaba muy nerviosa, y reírme era una buena manera de contrarrestar eso. Seguramente para Valeria funcionaba igual, la chica se estaba riendo hasta las lágrimas.
Me di cuenta de que mi tío Henry estaba sentado en una posición por la que cualquier hombre heterosexual se sentiría privilegiado. A su izquierda tenía a mi hermanita, y a la derecha, rebotando, estaban los grandes pechos de mi madre.
Perdí una ronda, por culpa de una escalera que nunca apareció. Estaba muy confiada, me faltaba solamente un ocho de trébol. Más bronca me dio ver que mi hermano tenía uno de esos en su mano. Era mi turno de quitarme el pantalón. Cuando lo hice, me sorprendí a mí misma. Creí que tenía puesto un calzón de abuela, pero en el último segundo recordé que ya me había puesto una diminuta tanga negra, que dejaba en total evidencia que mi pubis estaba completamente depilado.