Que Empiece el Juego

2735 Words
Los truenos rugían y los relámpagos iluminaban la noche, con las primeras gotas de lluvia se fueron mis esperanzas de salir a bailar. El aguacero no me tomó por sorpresa, sabía que era cuestión de tiempo, pero no quería admitirlo; me aferraba a la absurda esperanza de que una ventisca salvadora ahuyentaría las nubes, justo antes de que comience a llover. Pero no ocurrió. Alrededor de las nueve de la noche todos mis planes para el sábado se diluyeron con el agua y se fueron por el desagüe. Las discusiones entre mi hermano Magnus y yo, suelen ser frecuentes, aunque casi siempre están causadas por una buena razón; sin embargo aquella noche, por la amargura que trajo la lluvia, estábamos hechos unas furias y bastaba la simple mirada del otro para provocar insultos o actitud desafiante. Sus planes también habían sido truncados por el mal clima. Magdalena, mi madre, tuvo que intervenir en más de una ocasión. Ella es el pilar anímico de la familia, hace tiempo que nos hubiéramos desmoronado, de no ser por ella; viviríamos sumidos en el caos y la anarquía total. Ante la amenaza de pasar el fin de semana encerrados en nuestros cuartos decidimos hacer una tregua. Ya tendríamos tiempo para solucionar nuestras diferencias, cuando estuviéramos solos. Por la astucia que me caracteriza, sabía que yo iba a ser la vencedora; especialmente si tenía tiempo de prepararme para ello. Magnus era un animal que sólo empleaba su fuerza bruta para solucionar cualquier inconveniente; si bien nunca llega a golpearme, tiene por costumbre apretar mis brazos, como si sus dedos fueran una tenaza, hasta hacerme gritar de dolor. Esta fuerza desmedida es producto de años de trabajo como albañil, junto a mi padre, quien es Maestro Mayor de Obra. Mi papá, Ignacio, alias Nacho, al ver que su único hijo varón, y el mayor de los tres, carecía por completo de aptitudes mentales, decidió darle empleo bajo su mando. Esto al menos le permite a Magnus ganarse la vida con un oficio digno. Como ya no podía pelear con mi hermano, me tiré en el sofá a contemplar el infinito. No tenía idea de qué haría durante el resto de la noche, y dormir no era una opción. Había dormido toda la tarde. ―¿Estás bien, Gabriela? ―Me preguntó mi hermanita, cuando me vio acurrucada en un sofá con los ojos inyectados de furia. ―Sí, Valeria, gracias. No te preocupes. ―Se sentó a mi lado, la envolví con un brazo. Valeria era la menor de los integrantes de la casa, con tan sólo dieciocho años y una personalidad de cristal, se había convertido en el recipiente de todos los mimos. A veces la veíamos tan frágil y delicada que nos costaba dejarla sola por más de una hora, aunque eso no ocurría con frecuencia. «En mi casa siempre hay gente», es una frase que nos acostumbramos a decir cada vez que alguien organizaba alguna reunión con amigos. A mí no me molestaba convivir con la mayor parte de mi familia; a excepción de Magnus, todos son buenas personas. Pero también tenemos nuestros límites, por lo que las discusiones suelen ser frecuentes. En cambio Valeria es un ser de paz, para que ella llegue al punto de discutir con alguien, seguramente esa persona había hecho algo muy malo. Ella nunca pelea con nadie, vive en su mundo y pide permiso para todo, como si fuera una molestia en su propia casa. ―Perdón, pero vamos a tener que suspender todo, no para de llover. Le había prometido que saldríamos juntas a bailar, sería la primera vez que pondría un pie en una discoteca para mayores de dieciocho. Si bien ella ya llevaba varios meses con esa edad, por nuestros estudios no habíamos tenido la oportunidad de salir juntas antes. Esta debía ser nuestra gran noche, y la lluvia había arruinado todo. ―No te hagas problema, hermana, será la semana que viene, o la próxima. ―Su voz era tan suave que uno debía guardar absoluto silencio para poder escucharla―. ¿Por qué peleabas con Magnus? ―Porque el muy boludo empezó a hacerme chistes por las tetas. Dijo que me pongo escote para que los hombres se me acerquen en el boliche, y me lleven a un telo. Mi mejor atributo, del cual estoy muy agradecida, son los grandes pechos que heredé de mi madre. Es cierto que cuando salgo a bailar me gustaba provocar usando escotes; pero eso no significa que vaya con intenciones de acostarme con un desconocido. Sexualmente soy mucho más reservada de lo que mi familia imagina; pero no es mucho decir, porque ellos deben imaginar que soy una puta. «Ser voluptuosa no es sinónimo de ser puta», suele decir mi mamá, quien tuvo que vivir toda su vida con un cuerpo tan llamativo como el mío. Tampoco es que yo sea una santa; puede que haya hecho algunas cosas para que ciertas personas piensen en mí como una puta. Pero no es la forma en la que suelo comportarme. Fueron pequeños deslices morales. ―¿Piensa que por mostrar un poco las tetas ya estás provocando? Se nota que no vio el pantalón que pensaba ponerme, ―dijo Valeria, sonriendo. ―¿Era muy ajustado? ―Sí, mucho. A papá le daría un ataque si me viera así. ―Seguramente te queda hermoso. Ella no tuvo la suerte de tener pechos muy desarrollados, sus tetitas son apenas pequeñas lomas en su pecho; pero la naturaleza no fue tan cruel con ella, y le entregó una carita angelical sumamente bella y, lo mejor de todo, un culo que obligaba a los hombres a voltear cuando la veían caminando. La desilusión estaba presente en la cara de todos los miembros de mi familia, ellos también tuvieron que cancelar sus planes, por culpa del aguacero. Mis padres pensaban ir a cenar a un lindo restaurante y Magnus tenía la fiesta de cumpleaños de un amigo. Hasta el sexto integrante de la casa, mi tío Henry, tenía planes para esa noche. Creo que él fue el más perjudicado de todos, ya que había conseguido una cita con una amiga de mi mamá, que es bastante linda, y se vio obligado a llamarla para cancelar todo. Él dijo que posiblemente no tuviera otra oportunidad con esta mujer, ella no era de las que esperaban por un hombre. Pero mi madre le dio palabras de aliento y le aseguró que ella convencería a su amiga para que Henry tenga una segunda oportunidad. Mi tío Henry es un hombre al que la mala suerte parece perseguirlo a todas partes. Para comenzar, le tocó ser el hermano mayor de mi mamá, lo cual no debe ser una tarea sencilla. Luego quedó viudo a la temprana edad de treinta y nueve años, cuando el cáncer de mama le arrebató a su mujer. Como si esto fuera poco, a los cuarenta y seis años quedó en bancarrota y perdió su casa. Sospechamos que esto se debió, principalmente, a la depresión que le causó perder a la mujer que amaba. Si es así, no lo culpo. Debe ser terrible querer tanto a alguien y saber que de un día a otro, ya no vas a volver a ver a esa persona, nunca más. Para que él no se hundiera aún más en la depresión, lo invitamos a vivir con nosotros, hace casi dos años. Intentamos que se sienta lo más cómodo posible, yo cedí mi cuarto para que él tuviera uno propio y me fui a dormir con Valeria. A pesar de que a veces podemos molestarnos con él por algún motivo típico de la convivencia, jamás le echaríamos en cara que esta no es su casa, es una regla tácita. Él vive con nosotros, es parte de la familia y por lo tanto tiene los mismos derechos que los demás. La casa es de todos por igual. Ninguno sabía en qué ocupar el resto de la noche del sábado. Comenzamos a deambular por la casa, estorbándonos unos a otros, e intercambiando miradas duras. Parecíamos tigres enjaulados, preparados para dar el primer zarpazo ante la menor provocación. Harta de la situación, mi madre nos reunió a todos en el living―comedor, que es la habitación más amplia de la casa, y nos dijo debíamos pensar en alguna actividad para no aburrirnos; porque la lluvia no iba a parar. Iniciamos nuestra propia lluvia de ideas. Mi papá propuso mirar películas, pero ya nos habíamos visto todas las que teníamos en la videoteca. Mi mamá sugirió jugar juegos de mesa, pero todos los que teníamos ya nos habían cansado. Eric dijo que podríamos hacer un torneo de fútbol en la PlayStation, pero era injusto, porque Valeria siempre nos ganaba a todos fácilmente. Cosa que hacía enojar mucho a Magnus, porque el muy machista no podía tolerar que una mujer (y para colmo su hermana menor) lo pudiera derrotar, con resultados tan abultados como 9 a 0. Así que, para evitar una guerra familiar, esa idea quedó rápidamente descartada. Al parecer, no podíamos ponernos de acuerdo en nada; estábamos por cancelar la lluvia de ideas justo cuando mi tío Henry hizo un comentario que nos despertó la curiosidad: ―Cuando yo era pibe bastaba con un mazo de cartas, y algunas bebidas, para tener una buena velada de Póker. ―Eso pasó hace un millón de años, tío, ―dijo Magnus―. Ahora ya nadie juega a las cartas… a menos que vengan en una aplicación para el celular. ―A mí me gusta jugar a las cartas, ―dije. ―Yo no sé jugar al póker, ―dijo mi hermanita. ―Es muy fácil, especialmente si es el estilo Texas Hold’em. ―Mi tío estaba captando nuestra atención; bueno, al menos la mía. ―Yo jugué póker online, con mis amigos. ―Acotó mi hermano―. Nos matamos de la risa; ellos se enojaron conmigo porque yo ganaba casi siempre. ―Claro, porque en esa mierda del póker online nadie te puede ver la cara, ―dijo Henry―. El póker en serio, cara a cara, es un juego mucho más difícil. ―Nada que ver. ―dijo Magnus, con arrogancia―. Lo que importa es saber elegir las cartas, cuándo arriesgar o cuándo no. Sé que les puedo ganar. ―La que tiene suerte con las apuestas, es tu mamá ―dijo mi papá―. Juega muy bien al póker. ―Eso nos causó curiosidad, nunca hubiéramos imaginado a mi mamá jugando al póker. ―Nacho, los chicos van a pensar que soy una timbera. ―Yo quiero aprender a jugar, ―dije, con una sonrisa que entusiasmó a todos. ―Y yo tengo justo lo necesario para jugar. ―Diciendo esto, mi tío Henry se puso de pie y fue hasta su cuarto. Regresó en poco tiempo, con una caja de madera que llevaba escrita la palabra Póker, en letras negras. De allí sacó dos mazos de carta, uno de reverso rojo y el otro azul. Además había un pequeño paño verde y varias fichas de diferentes colores. En pocos minutos nos acomodamos alrededor de una mesa hexagonal, con superficie de vidrio. Me molestó que mi hermano se sentara a mi derecha, seguía enojada y no lo quería cerca mío; pero no quería provocar una nueva disputa, así que me quedé callada. Mi tío Henry nos explicó las reglas y tuvo la amabilidad de anotar las posibles combinaciones de cartas para formar juegos, y el valor de cada una. Con esto en manos el Póker no parecía difícil, era cuestión de esperar a que salieran las cartas favorecedoras, y saber mentirle a los demás. La partida comenzó a buen ritmo, teniendo en cuenta que mi hermanita y yo aún estábamos aprendiendo a jugar y preguntábamos muchas boludeces. Sin embargo nos estábamos divirtiendo mucho. Mi mamá tuvo que intervenir unas cuantas veces, porque cuando yo preguntaba algo, Magnus me contestaba de mala manera, como si yo fuera estúpida. Algo muy hipócrita de su parte, teniendo en cuenta de que él, con diferencia, es el más lento de la familia. Sus comentarios me hacían hervir la sangre, y tenía ganas de azotarle la cabeza contra la mesa de vidrio. Pero Magda me calmó en cada ocasión. Tengo que admitir que, al principio, el juego me pareció muy divertido; pero después de una hora, comenzó a tornarse muy aburrido. No era la única que pensaba esto, Valeria estaba tan carilarga como yo. Mi mamá mantenía siempre una sonrisa en los labios, pero yo tenía la impresión de que lo hacía para no arruinar el momento. En cambio los tres hombres se los veía genuinamente entusiasmados. Intenté apostarlo todas las fichas que tenía, para perder de una vez; y me sorprendí, porque gané la mano, y recibí aún más fichas. Mi tío me felicitó por mi proeza, y a mi hermano le dio mucha bronca, lo cual me alegró momentáneamente. Pero si seguía ganando quedaría atrapada eternamente en un juego aburrido en el que, aparentemente, era muy buena, sin saber por qué. ―Esto no termina nunca, ya me estoy aburriendo, ―dije. No era mi intención arruinar la velada, pero no pude aguantarme. ―Es cierto, yo también me aburro. ―Me apoyó mi hermanita, mientras se inclinaba hacia su derecha para mirar las cartas que Henry tenía en mano―. Además el tío gana seguro en esta, tiene dos ases. ―¡Ey, pendeja buchona! ¡La vez que me tocan dos ases, y vos me arruinás la mano! ―Mi hermanita empezó a reírse a carcajadas. Noté que la mente de mi mamá trabajaba deprisa, seguramente intentaba encontrar la forma de arreglar todo antes de que la situación se pusiera fea. ―Es porque falta el alcohol, ―dijo, por fin. A ella nunca le molestó que bebiéramos ocasionalmente. ―Puede ser. ―La idea de tomar algo me agradaba, pero igual el juego seguiría siendo aburrido―. Lo que pasa es que no le veo la gracia a estar ganando fichitas de plástico. Nadie gana ni pierde nada de valor. No digo que juguemos por plata, ―de hecho eso me desfavorecía mucho, porque no tenía ni un centavo para apostar―; pero ¿hay algún otro tipo de apuesta que se pueda hacer? ―Se puede apostar lo que uno quiera, ―dijo mi mamá―. Algunos apuestan por “desafíos”, como: “El que pierde sale a bailar bajo la lluvia”, o cosas así. También está la apuesta por tragos: los que pierden toman un shot de tequila… pero eso no lo vamos a hacer; porque vamos a terminar todos con un coma etílico. ―Especialmente Magnus, que pierde en todas las manos, ―dijo Valeria, en tono de burla. Magnus la fulminó con la mirada. ―Existen otras variantes, ―prosiguió mi mamá―. Está lo que se llama Strip Póker, por ejemplo. ―Mi padre soltó una estrepitosa risotada. ―¡Qué recuerdos! ―Exclamó Nacho―. Eso es lo que jugábamos con tu mamá, cuando nos pusimos de novios. Pero lo hacíamos los dos solos, y ella siempre me ganaba. Me dejaba en bolas, literalmente. ―¿Y por qué solos, tiene algo de malo? ―Preguntó Valeria, demostrando toda su ingenuidad. Hasta yo me había dado cuenta que el nombre del juego provenía de la palabra Striptease, y mi papá dijo que quedaba desnudo cuando jugaba con mi madre. ―Es que en ese juego cuando uno pierde, tiene que quitarse alguna prenda de vestir. ―Explicó mi mamá, con su santa paciencia. ―Eso parece divertido. ―Opinó Magnus―. Ahí sí se pierde algo importante, podemos jugarlo de esa forma, ¿o te daría vergüenza, Gabriela? ―Me miró desafiante. ―Acá el único sinvergüenza sos vos; pero yo me animo a jugarlo, ya demostré que gano casi siempre. Vas a quedar en pelotas, adelante de todos. Cuando veamos tus “pasas de uva”, vas a querer inventar la excusa de que hace mucho frío. Cuenten conmigo. ¿Alguien más se suma? Mis padres y mi tío se miraron inquietos, ninguno sabía qué decir. De pronto mi mamá se puso de pie, diciendo: ―¿Me ayudan a buscar las bebidas y los vasos?
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