A veces se producen silencios incómodos, pero este adjetivo se queda corto a la hora de describir la embarazosa quietud que reinaba en la sala. No sólo nadie se atrevía a hablar sino que, al mismo tiempo, intentábamos esquivarnos con la mirada; sin embargo, al ser cinco personas completamente desnudas y excitadas, esto resultaba imposible. —Disculpen, pero ya no tengo ganas de seguir jugando —dijo mi madre, rompiendo el silencio, mientras se ponía de pie. Nadie le respondió, sólo vimos cómo caminaba con paso firme, meneando su cadera, hacia el pasillo. Al principio creí que entraría en su dormitorio, ya que estiró la mano hacia el picaporte de su puerta; pero, al parecer, recordó que su cuñada estaba encerrada allí dentro, por lo que continuó caminando hasta el baño. Allí la perdí de v