CAPÍTULO CUATRO Caitlin se sentó en el cuarto austero del monasterio franciscano y se asomó por la ventana mirando la noche. Finalmente, había dejado de llorar. Habían pasado varias horas desde que se había despedido del sacerdote, cuando supo la noticia de su hijo perdido. No había podido contener las lágrimas, ni dejar de pensar en la vida que habría llevado. Todo era demasiado doloroso. Pero después de muchas horas, lloró todo lo que pudo y ahora lo que le quedaba eran las lágrimas secas en sus mejillas. Miró por la ventana tratando de distraerse y respiró hondo. La campiña de Umbría se extendía ante ella, y desde este punto de vista, desde lo alto de la colina, pudo apreciar las colinas de Asís. Había una luna llena y la luz suficiente para que pudiera notar que la campiña era verd