POV Rosa
—¡Rosa! Hermanita, ¿estás bien? Gracias al cielo que no te ocurrió nada malo. Estaba tan preocupada por ti que justo hablaba con los muchachos de ti.
Perla sonreía con tanta hipocresía, que me di cuenta de lo estúpida que me debí haber visto cuando confiaba ciegamente en ella y en su falsa amabilidad, sin saber realmente cuántas veces más habría hablado de mí a mis espaldas, inventando una y mil mentiras con tal de que yo fuera vista de la peor manera.
No había escuchado toda la conversación que ella había tenido con los demás trabajadores, pero imaginaba que no debía ser algo bueno. Disfrazaba su amabilidad muy bien.
—Oh, ya veo que te acompañan el señor Gabriel y la señora Brunella —Perla se acerca a ellos y, como si realmente hubiera estado preocupada, les agradece.
—Le doy las gracias por haber cuidado de mi hermanita. Realmente me preocupé mucho cuando vi al señor Gabriel bajando con ella en sus brazos. Temí lo peor y estuve muy angustiada. No se imaginan cómo me sentí. Es que yo soy muy delicada con este tipo de situaciones, mi corazón no soporta tanto dolor. Por eso siempre necesito cuidados. No puedo recibir impresiones fuertes.
—Y si estabas tan preocupada, ¿por qué no fuiste al hospital? —Brunella la interrumpió. —En cambio, lo único que has hecho es estar aquí parada y hablar de ti y de tu supuesta debilidad.
—Señorita Brunella —Perla retrocede sintiéndose regañada—. Yo sabía que ustedes cuidarían muy bien de mi hermana. Además, no podía descuidar mi trabajo. Soy muy responsable, por eso decidí quedarme.
—Entiendo. Entonces preferiste el dinero antes que tu hermana —responde Brunella, causando la incomodidad de Perla y los murmullos entre los demás empleados.
—Bueno, es que yo... —Ella trataba de encontrar la respuesta entre los demás y fue cuando su vista encontró a Lauro, a quién se acercó. —Lo que sucede es que si yo hubiera visto mal a mi hermana, probablemente me hubiera desmayado, y Lauro se preocupa demasiado por mí. Él sabe que yo soy muy débil y delicada, ¿verdad que sí, mi amor?
Lauro solamente asiente y aparta la mirada. Parecía estar incómodo.
—Rosa, necesito que me acompañes a mi oficina. ¿Puedes venir? —dice Gabriel, colocando su mano en mi hombro frente a todos.
—Está bien, voy ahora mismo.
—Perfecto. Entonces, apóyate de mi brazo, acabas de salir del hospital. No quiero que vayas a accidentarte.
No sabía si esto estaba bien, era muy pronto para tomarme tanta confianza, ya que ni siquiera lo conocía del todo.
—Vamos, Rosa —me indica, y debido a que todos nos estaban mirando, accedí a hacerlo.
Juntos caminamos al ascensor, esperamos a que este se cierre y luego llegamos al piso de su oficina.
—Entra —me pide tras abrir la puerta.
—Yo ingreso y acepto el asiento que él me ofrece.
—Bueno, ya estoy aquí. ¿Qué es lo que me quieres decir?
—En realidad te pedí que subieras aquí porque quiero consultarte algo importante y si tu respuesta es afirmativa, entonces se hará lo que tú decidas.
—Lo que yo decida... No comprendo de qué me estás hablando.
—Rosa, no estoy sordo. Cuando entramos, pude escuchar muy bien lo que Perla dijo y bueno, no quiero que en mi empresa haya discusiones o peleas. Por lo tanto, al ser tú la Gerenta de Administración y ser prácticamente la jefa de ella, te consulto: ¿estás de acuerdo en que se le despida?
—Despedirla... —Me sorprendí de que él quiera tomar una decisión tan repentina, sobre todo por el hecho de que habíamos escuchado a Perla hablar mal de mí, ¿entonces Gabriel se preocupaba por mí?—. ¿Estás dispuesto a hacer eso solo por mí?
—Por ti no, ¿no entiendo? Lo que intento imponer es orden. Lo hago por la empresa, por mi trabajo. No quiero que esto se convierta en una discusión familiar. Es un trabajo. Además, ¿qué tipo de hombre va a permitir que hablen mal de su esposa? Así que dime de una vez, ¿deseas que se despida a Perla?
—Pues yo no estoy de acuerdo —sorpresivamente la hermana de Gabriel ingresa.
—Brunella, ¿qué haces aquí? —pregunta Gabriel.
—Trabajo aquí.
—No me refiero a qué haces en la empresa. Mi pregunta es qué haces en mi oficina.
—Como integrante de este equipo, merezco saber lo que está ocurriendo y al escucharte qué estás consultándole sobre lo que planeas hacer con esa mujercita, no pude evitar intervenir.
—No te entiendo. Antes hubieras estado feliz de que se despidiera a Perla. Es evidente que no la toleras. ¿O es que cambiaste de opinión? —le pregunta a su hermana y ella se burla.
—¿Cambiar de opinión? Esa mujercita me sigue pareciendo insoportable. No he conocido a alguien tan falsa e hipócrita como ella.
—Entonces no entiendo cuál es tu punto. Deberías estar feliz.
—Admito que me causaría mucha felicidad que esa mujercita desapareciera de nuestras vidas así como su marido. Pero luego de ver lo que hoy ha ocurrido, he pensado mejor que deberíamos mantenerla en el equipo.
Brunella toma asiento al lado mío y voltea a mirarme.
—Esa mujer no solo te envidia, te odia.
—Lo sé perfectamente —respondo.
—Bien, es bueno que te des cuenta y no te dejes lavar el cerebro como los otros idiotas que creen que esa mujercita es inocente y santa.
—Sé de lo que es capaz de hacer Perla con tal de conseguir lo que quiere —agrego.
—Perfecto. Nos estamos entendiendo mejor. Y si sabes de lo que ella es capaz de hacer, entonces creo que estarás de acuerdo conmigo al no permitir que se le despida por ahora.
Brunela y yo compartimos miradas y parece que puedo entenderla.
—Siempre he escuchado que las mujeres tienen un sexto sentido y que a veces hablan entre ellas sin lenguaje verbal. Pero esto ya sobrepasa mi imaginación. ¿Qué están planeando?
—La razón por la que no se le puede despedir a Perla es porque no tenemos suficiente motivo para hacerlo. Ella fácilmente puede ir y denunciarnos, lo cual causaría un gran problema al grupo Grimaldi. En cambio, si recolectamos las suficientes pruebas de sus errores, tendremos más que motivos suficientes para echarla de una patada en el trasero.
Entonces Gabriel lo entiende.
—Hasta ahora, esa mujercita no ha tenido ningún solo error. Aunque claro, creo saber la razón. El anterior gerente del departamento de administración era un viejo verde que se dejaba lavar el cerebro muy fácilmente por esa baba de animal. No me sorprendería que durante todo ese tiempo él le haya tapado todas sus tonterías. Recuerdo una vez haberla visto saliendo muy tarde de la oficina de ese sujeto. No me sorprendería que le hubiera estado pagando los favores.
—¿Quiere decir que es probable que ella haya estado engañando a su esposo? —pregunto.
—No me gusta afirmar nada sin pruebas, pero creo que a veces las cosas son más evidentes de lo que uno cree. Además, se supone que es tu hermana; deberías conocerla a la perfección.
—Creí conocer a Perla, pero jamás terminamos de conocer a las personas hasta el último día de su vida.
—Por tu expresión, puedo intuir que a ti también te vio la cara durante un tiempo. Entonces, no estoy tan equivocada. Esa mujer es una manipuladora de lo peor. Y claro, con esa cara de angelito, muchos caen como idiotas.
—Bueno, si esa es la decisión que han tomado, entonces no hay nada más de qué hablar —finaliza Gabriel.
Al salir de la oficina, me dirijo al ascensor justo en el instante en que Brunella también venía detrás de mí.
—Mantén los ojos bien alerta —susurra.
—¿Perdón? —digo, ya que no la había escuchado bien.
—Que estés atenta a todos los movimientos de ella. No le perdones ningún solo error.
—A usted no le agrada Perla, ¿verdad? ¿Es porque ella fue pareja de Gabriel?
—Lo de Perla y mi hermano fue algo fugaz. Y me alegra de que no haya llegado a más, ya que alguien de clase baja como ella y sintiéndose la reina, era de lo peor. Sin embargo, debo admitir que te prefiero mil veces a ti como mi cuñada en lugar de a esa baba de ostra.
Las puertas del ascensor se abren y ella es quién baja primero.
Qué extraña era la hermana de Gabriel. Parecía muy seria, pero cuando se trata de su hermano, algo cambia en su mirada.
Llego a mi piso, y al dirigirme a mi oficina, Ariel deja lo que estaba haciendo y corre a verme.
—Oh, por Dios. No estoy alucinando. De verdad eres tú. No te imaginas la preocupación que me causaste. Creí que tu desmayo había sido por lo que te di de comer.
—Oh no, estoy bien —le respondo—. Mi desmayo se debió a otro motivo. No te preocupes.
—Bueno, me alegro oír eso. Pero, ¿está todo bien contigo? ¿No sería mejor que fueras a casa a descansar? Si vuelves a desmayarte, esta vez Gabriel sí me matará.
—Todo está bien, te lo aseguro. Además, ya me siento mucho mejor. Debo volver al trabajo; de lo contrario, se acumulará.
—Bueno, está bien. Pero si te sientes mal, avísame, aunque sea da un grito, y yo acudiré de inmediato a ti. Eres una muy buena chica, totalmente diferente al antiguo gerente, que era un viejo gritón.
—¿Tan malo era?
—Uy, por dónde empiezo…
—POV Perla—
Días después, en mi día de descanso, Lauro y yo regresábamos de visitar a su madre.
—No entiendo por qué debo gastar un día en el que al fin puedo liberarme de todo el trabajo para ir a visitar a la vieja de tu madre.
—Cuida tu boca. Recuerda que está enferma —replica Lauro.
—¿Enferma? ¡Enferma estoy yo de tener que aguantar y ver cómo nos saca dinero con sus supuestas dolencias! ¿Acaso cree que somos ricos?
—¡Por supuesto que sé que no somos ricos! —responde Lauro mientras maneja—. Al menos mi vida económica era mejor antes de casarme contigo.
—¿Qué acabas de decir? Más te vale que cuides las palabras que dices, Lauro. Te recuerdo que quien me prometió vivir la vida de reina fuiste tú.
—Por supuesto. Pero, ¿qué hiciste con todo el dinero que teníamos? Lo despilfarraste. Te creías muy inteligente y lo metiste en negocios que supuestamente iban a funcionar y quebraron en menos de un mes.
—Por lo menos, yo sí intenté invertir el dinero, no como tú que te compraste este mugre auto, el cual está lleno de fallas.
—Pues si tanto te molesta este mugre auto… ¡entonces bájate y lárgate caminando a casa!
—Eso quisieras, ¿verdad? Pero te recuerdo que este auto también lo compraste con el dinero de ese seguro. Así que, por lo tanto, es de ambos. Si por lo menos hubiéramos guardado un poco, podríamos tener un lindo vehículo en este momento.
—No haces más que quejarte. Si al menos procuraras no gastarte el sueldo en maquillaje y ropa, podríamos ahorrar algo para poder comprar un nuevo auto.
—Y ¿por qué debería hacer eso? El dinero que gano es para mí. Es tu responsabilidad mejorar nuestra situación.
Mientras discutíamos, pasamos por un negocio gigante donde vendían autos de último modelo. Todo era maravilloso y lindo, que sentí tanta envidia.
—Oh, mira ese —le señalé a Lauro—. Ese es el último modelo que salió este año en las revistas. Es el vehículo más lujoso que toda mujer desearía. Se vería tan perfecto conmigo.
—Pues yo creo que te verías ridícula. Ese auto vale más de lo que vales tú, así que deja de soñar tan alto.
—¿Qué acabas de decir, estúpido?
—Estúpida tú. Ese auto no lo podrías comprar ni en diez vidas. Es imposible que alguien pueda tener el dinero necesario para comprarlo, así que deja de soñar.
—POV Rosa—
—¿Un auto? —me sorprendo ante la propuesta de Gabriel.
—Mereces tener un vehículo personal que puedas utilizar cuando tengas alguna emergencia o contratiempo. No siempre estaré cerca de ti, ya que también debo atender otros proyectos. Además, Brunella tiene su vehículo, aunque no suele utilizarlo, ya que odia manejar.
—Pero yo no sé manejar.
—Bueno, ya aprenderás. Es algo fácil. Así que te espero en 5 minutos, cambiada, en mi auto.
No sabía qué decir. Para mí,esto era muy apresurado, pero no me dio tiempo a decir que no.
Luego de cambiarme, acompañé a Gabriel a ver unos hermosos autos que lucían realmente costosos.
—¿Qué te parece este? —Gabriel me muestra uno en color n***o.
—Es bellísimo —digo, sorprendida.
—O ¿qué te parece este en color gris?
—Se ve tan sofisticado. ¿De verdad, manejaré uno de estos vehículos?
—Ya te dije que sí. Solo elige uno. Lo pagaré y nos iremos.
—No creo que sea correcto, señor Don Gabo.
—Ya te dije que me digas Gabriel —tenso, él se frota la cabeza—. Mira, lo dejaré pasar con una condición. Elige ahora mismo un auto.
—Es que no sé cuál elegir. No sé mucho de vehículos.
Él exhala y se frota la cabeza. Entonces nos llevaremos este. —Su mano toca un auto blanco.
—De verdad, ¿se llevará este, señor? Es el exclusivo y más lujoso auto que tenemos en nuestra tienda —dice el encargado.
—¡El más lujoso! —me sorprendo—. Entonces, no...
—No te he preguntado, Rosa —dice Gabriel, y luego se dirige al vendedor—. Nos llevaremos este, y es mi última palabra.
Pese a que consideré que era un auto demasiado caro, Gabriel lo compró. En menos de lo que esperé, estaba frente a mí, entregándome las llaves.
—No pretenderá que yo...
—Por supuesto que lo pretendo —él abre la puerta y se sienta en el lado del copiloto—. Te indicaré todo lo que debes hacer. Así que, siéntate.
No serviría de nada negarme. Me senté frente al timón y, tras seguir las indicaciones que él me daba, miré el pedal que estaba frente a mi pie.
—Estoy lista —digo y él exhala.
—No sé cómo estás viva, espero que no sea mala idea haber comprado el auto —murmura, antes de estirar el brazo y ajustarme el cinturón, su cuerpo está demasiado cerca que siento su perfume llegar a mi nariz.
—Ahora vas a pisar eso suavemente, ¿de acuerdo?
—Está bien —pero debido a los nervios, terminé pisando con más fuerza de la necesaria, y el auto salió tan rápido que casi me estrello contra otro vehículo que estaba estacionado. Al mirar por el espejo, me di cuenta de que las personas que ocupaban ese auto eran Perla y Lauro, quienes estaban sorprendidos al verme manejar.