— ¿Qué deberíamos hacer para tu cumpleaños?
—Emborracharnos —responde Wayne; deja escapar el humo de su cigarro y mira a Kat con una sonrisa—. ¿Qué, Kat?
Kat toma su cigarro y lo golpea varias veces contra el cenicero. Me río un poco, pero continúo afinando mi guitarra y fingiendo que no sé que Kat me mira con intensidad.
—Mat. —Sólo hago un ruidito para que sepa que la escucho—. Ya, en serio, ¿qué haremos para tu cumpleaños?
—No lo sé, Kat —digo, cansado—. Emborracharnos.
—Los odio —dice Kat—. Y odio ser la única chica en el grupo porque ustedes son unas bestias. Quiero que April y Spence vuelvan, al menos la podía ver seguido.
No respondo y me guardo cualquier comentario porque juraría que April no volverá con Spence, mucho menos ahora que hay un tercero en discordia. Aunque no quieran que nadie lo sepa. Sinceramente, a mí me da igual; no me gusta meterme en la vida de las personas, cada quien puede hacer lo que le dé su puta gana mientras sea feliz.
—April es demasiado para el… noble Spencer —piensa Wayne—. No los veo juntos. Eran como ver el verde y el amarillo. —Levanto la mirada y lo observo sin comprender, al igual que Kat—. Ya saben…, no combinan.
—No mames, güey, qué puto ingenio te cargas.
Wayne se encoge de hombros y continúa con otro cigarro hasta que Kat lo obliga a ir con ella a su cocina para preparar un poco de botana para el ensayo. Sebas y Spencer llegan tiempo después y no tardamos mucho en comenzar a ensayar.
No me gusta hablar de mí por varias razones: la primera es que mi mamá decía que las cosas se salan de ese modo; y la segunda es que aún no termino de acostumbrarme a lo que estamos creando juntos los Red Crossroads.
Cuando me mudé a New York me imaginaba echándole mucha agua al shampoo, comiendo atún todos los días y viviendo en diez metros cuadrados, entre otras cosas; y sí, quizá algo de eso se cumplió, pero me ha ido mejor de lo que alguna vez pensé. Aún estamos en proceso de encontrar un buen inversor, pero el asunto se empieza a cocinar. Muchas cosas pasaron desde que llegué a New York y quizá algunas no hubieran ocurrido si cierta persona no me hubiera hablado tan claro y dado directo a mi orgullo.
— ¡Sonamos de puta madre! —exclama Wayne al final de la canción.
Bueno, según mi oído, desafiné una vez, Sebas dos, Spencer entró tarde y Wayne se equivocó de nota; pero no lo menciono.
—Siempre que creo que has escrito tu mejor canción —me dice Spence—, terminas escribiendo otra el doble de buena.
Resopló con diversión y dejo mi guitarra en su lugar, evitando sus miradas sobre mí.
—A ver, dinos la verdad —dice Sebas en voz baja y luego de asegurarse de que Kat sigue en su cocina enfrascada en su teléfono—. ¿Le escribiste a alguien esa canción?
Me río un poco.
—Soy muy bueno inventando letras, sólo eso. —Me encojo de hombros y comienzo a recoger nuestro estudio improvisado.
—Ajá, por eso le pusiste: waiting for you.
—Sí, güey, te vale v***a cómo le ponga a la canción.
Wayne se ríe en mi cara, pero no vuelve a molestarme. El único que me ayuda a recoger es Spence; Sebas se va a besar a Kat y Wayne no tengo idea de lo que hace, pero se pierde un poco. Tomamos un par de cervezas muy tranquilos y hablamos de cosas sin sentido hasta que se hace tarde.
—Vamos a cenar al bar —propone Kat.
Los chicos están de acuerdo; le hablan por teléfono a Dave para que se reúna con nosotros el viernes por la noche, pero éste dice que está muy cansado. De nuevo, me guardo mis verdaderos pensamientos. A los chicos les digo que se adelanten y que iré a mi departamento a darme un baño rápido. Es verdad, los mexicanos somos muy limpios y que no se diga lo contrario.
Han sido días muy pesados, entre el trabajo en la radio, investigar sobre discográficas, los ensayos y las tocadas de fin de semana, apenas tengo tiempo de dormir, pero ¡vamos! Somos jóvenes. Si no me desvelo a esta edad ¿Cuándo lo haré?
Al llegar a mi departamento una videollamada de un número desconocido entra a mi teléfono; claro está, la rechazo. Pero insisten una vez más. Y otra, y otra. Hasta el quinto intento es que tapo la cámara frontal de mi teléfono y respondo a la videollamada.
— ¿Quién mierda eres y qué quieres? —suelto. Pero todo cambia cuando veo su rostro en pantalla—. Issa.
Sonríe lentamente y me saluda con la mano. Destapo la cámara del teléfono y paso mi mano por el cabello, incrédulo de ver a Issa frente a mí. Han pasado casi cuatro meses desde que Issa se fue; la última vez que la vi ella estaba perdida, pero decidida a salir adelante, y ahora… me pregunto si lo ha hecho.
—Issa, no sabía que eras tú. Lo siento, no quería hablarte así —me disculpo, avergonzado.
Issa se ríe con nerviosismo, pero es su risa, la que siempre ha tenido. La que compartió conmigo. No sé qué decirle, no sé qué hacer. Sólo me siento en una silla y sigo sosteniendo el teléfono frente a mí.
—Hola ¿Interrumpo algo?
Mierda, su voz.
Siempre he tenido el oído muy educado y presto atención a cada melodía, hasta ahora no he encontrado nada fuera de la música que me suene tan dulce como la voz de Issa.
—Eh, no —respondo. Tengo que aclarar mi garganta porque estoy nervioso y me siento como un pendejo—. Estaba fuera y acabo de llegar, sólo me iba a bañar. ¿Cómo… cómo estás? Luces bien.
No, ella luce diferente. Y no sólo su aspecto físico ha cambiado; la expresión se le ve llena, el cabello lo trae más corto y pintado de n***o, también tiene fleco, la mirada aguda y las mejillas sonrojadas. Pero, además, luce como el fuego en pleno apogeo.
—Quería un cambio y, la verdad, no me decidía —me cuenta—, pero mi tía Miranda una tarde sólo me llevó al salón de belleza y me hizo cerrar los ojos para elegir el color del tinte. Tuve mucha suerte que de no fuera verde o rosa.
—Oh, no, ahí va mi sueño frustrado de verte con el cabello rosado.
—Quizá en mi próxima crisis existencial —bromea; o al menos, creo que lo hace.
No respondo de inmediato porque no quiero decir algo incorrecto, no quiero sacar algún tema que le traiga malos recuerdos o que la haga sentir mal. Antes sentía que hablar con Issa era lo más fácil del mundo, como si lo hubiéramos hecho desde niños, pero ahora no sé cómo comportarme sin hacer algo incorrecto.
—Tranquilo, Mat —continúa Issa con una leve sonrisa. Al parecer también sabe descifrarme—. Mi psiquiatra dice que la risa es un mecanismo de defensa positivo, así que intento burlarme de mí misma de vez en cuando.
—Me gusta verte reír —digo después de escucharla, dejo el teléfono sobre la mesa y la observo.
Aún siento que el corazón me late con mucha prisa, ver a Issa luego de tanto tiempo es complicado y a la vez… esperanzador. Se siente como conocerla de nuevo, sólo que no es así y ahora es volver a descubrir cómo hablar con ella de forma tan natural hasta que se haga sin pensar.
Porque algo ocurrió. Algo le pasó. Y no lo podemos ocultar con un dedo.
— ¿Cómo estás, Issisita? —Algo cruza por su mirada al escucharme llamarla de ese modo, pero se recupera rápido y respira antes de encogerse de hombros—. Lo siento…, no tienes que contarme nada que no quieras.
—En realidad, quiero contarte —admite—. Me gustaría ser capaz de contarte todo a ti porque… me siento bien hablando contigo, pero… sigo en el proceso de sanar. Estoy… sobreviviendo, un día a la vez. Aunque ya me encuentro mucho mejor, lo juro.
Me llega un mensaje de Sebas, pero lo ignoro. Me olvido de ellos y sólo pienso en Issa.
—Me da mucho gusto, Issa —aseguro, sonriéndole por primera vez—. Y no te preocupes, puedes hablar conmigo cuando tú quieras.
—Había estado armándome de valor para hablarte —confiesa—. Hace varias semanas fue cuando la psiquiatra me dijo lo de la risa y eso… me recordó a ti. En mi último cumpleaños me dijiste que lo importante era divertirse y que si no era divertido algo estabas haciendo mal. Y que no importaba cómo me caía sino el modo en que me levantaba. Creías en mí más que yo misma. Y… he estado buscando el valor para decirte: gracias.
— ¿Por qué? —pregunto realmente confundido.
Sus palabras son muy firmes, quizá le cuesta hablar de esto, pero no lo da a notar. Se ve entera, se ve fuerte, se ve feroz. La voz no se le quiebra, y quién sabe desde hace cuánto tiempo ha guardado estas palabras. Sin duda, no esperaba que la primera vez que volviera a hablar con Issa fuera de esto.
—Porque lo que me dijiste me salvó la vida —suelta. Algo me oprime el pecho y no me gusta. Quisiera poder atravesar la pantalla y abrazar a Issa con fuerza, que sepa que no está sola y que ella misma fue la que se salvó de este hijo de perra—. Yo estaba en un hoyo sin fondo, Alex me había dejado seca en muchos sentidos…
Y de pronto, ya no la quiero escuchar. No quiero que me hable de él porque no me gusta sentirme tan enojado, tan asqueado con ese cabrón y tan vulnerable respeto a Issa. Pero no se trata de mí, sino de ella. Issa necesita hablarlo, por eso me buscó.
—… y un día… tus palabras me levantaron. Creías en mí y me di cuenta de que yo debía hacerlo, que debía levantarme. No sé cuánto tiempo me hubiera llevado si no fuera por ti. Tu voz fue como… mi último aliento de vida.
Me paso las manos por la cara mientras mi corazón no deja de latir a más de cien latidos por minuto. Me quedo en silencio porque no tengo idea de qué decirle.
Issa para mí fue como una chispa que se encendió en mi interior y que no sabía que tenía, me hizo sentir como si mi vida estando con ella fuera mi mejor canción escrita, pero nunca pensé que ella se sintiera así por mí. Y ahora, no es gratificante descubrirlo, porque se siente como si hubiera podido hacer más, ayudarla antes de que todo empeorara, y eso no me lo puedo perdonar. Puedo ser indiferente en muchas cosas, pero no con Issa. Si yo hubiera…
—Apenas puedo hablar —admito como un pinche niñito.
—No necesitas decir nada.
—Pero quiero hacerlo —interrumpo. Respiro y me comporto como el adulto que se supone soy—. Eres la persona más fuerte que conozco, Issa. No tengo idea de lo que es estar en tu lugar y no pretendo fingir que lo sé; de lo único que estoy seguro es que se necesita ser muy valiente para sobrevivir a lo que hiciste. Y no creo que haya sido por mí, fue por ti. Porque estás hecha de fuego y sólo necesitabas algo o alguien que te lo recordara.
Los ojos de Issa se iluminan y quiero refrescar la imagen que tenía de ella. Sus ojos ovalados, cafés brillantes, sus mejillas, los labios carnosos y la piel blanca, la determinación de su mirada, la inocencia y la nobleza de su ser.
—Y yo también he querido decirte algo desde hace mucho —continúo, sintiéndome más de la mierda—. Lo siento, Issa. —Eso la confunde—. Mira, no pretendo que esto se vuelva algo mío, esta no es mi historia. Sé que los hombres como ese hijo de puta son retorcidos y muy jodidos, nada los detiene, pero… muchas veces he pensado que no debí alejarme de ti. Que si no fuera tan… yo, hubiera podido estar ahí si necesitabas un amigo.
—Jamás he pensado que tengas la culpa, Mat, o que hubieras sido mi salvador. —Me sonríe un poco y más que nunca me gustaría poder tocarla—. Antes me culpaba mucho, todas las noches, pero luego entendí que fui parte de un escenario bien planificado. Y también eras parte de él. En realidad, ya no pienso en el hubiera, ahora sólo pienso en el presente.
Creo que ninguno de los dos está seguro de qué decir, sé que Issa necesitaba esto, es parte de su proceso, como dijo; pero nunca me había sentido tan perdido hablando con ella. Me gustaría poder volver a ser los amigos que éramos, que habláramos de cualquier tema con una facilidad envidiable de cualquier pareja, me gustaría escucharla hablar de temas extraños y jugar con ella como dos niños.
Pero quizá no es nuestro tiempo perfecto. No aún.
—Es muy tarde por aquí —dice Issa luego de varios segundos en silencio— y mañana debo levantarme muy temprano, así que… debo irme.
—Sí, está bien. Gracias por llamarme y hablar conmigo.
—Ojalá no fuera este tipo de conversación, pero yo… lo necesitaba y sé que tú lo entiendes —explica. Los ojos de Issa se llenan de lágrimas y la voz se le quiebra—. Lo siento mucho, Mat, me gustaría poder hablar más, pero…
—Issa, no. No lo hagas, no te disculpes por eso. Está bien, estamos bien.
Ella asiente lentamente y da una gran respiración.
—Te llamaré después ¿sí? Cuídate mucho, Mat.
—Nos vemos cuando estés lista, Issisita.