No diré que no imaginé la persona que me envió la nota. Sabía quién era aun cuando no escribió su nombre. Después de leerla, para no dejar ninguna evidencia de su existencia, busqué una de las velas que se mantenían encendidas dentro de la habitación y quemé cualquier rastro. Una vez que todo se quemó, lo arrojé por el inodoro y bajé tantas veces la palanca como fue necesario. Conocía lo que pensaban algunos de los empleados que nos vieron, pero de allí a tener evidencia concreta existía una gran distancia. No necesitaba que Drake me siguiera encubriendo. Era tiempo de ser la valiente, la astuta, la mujer que no permitía que un príncipe la salvara.
Cuando las luces de los pasillos fueron apagadas, me quedé sumida en la oscuridad al bajar las escaleras a la biblioteca. Me sentía mareada y un poco indispuesta, pero hubiese hecho lo que fuera para estar con él en nuestra última noche. Entré al oscuro salón y lo encontré en uno de los rincones, con una vela en sus manos. No quería verlo de una forma romántica, pero fue imposible no imaginarlo como el hombre con el que hubiese querido pasar el resto de mi vida. Drake se convirtió en alguien muy especial para mí, como ningún hombre jamás lo fue. Él estaba a metros de mi lugar en el umbral, sin embargo pude vislumbrar su sonrisa en medio de la oscuridad.
―Sabía que vendrías ―emitió al cerrar la distancia.
Drake caminó al centro de la biblioteca, visible bajo las luces de la tormenta. El frío dentro de la biblioteca era terrible, no podía siquiera imaginar el grado de frialdad de la lluvia. Drake se cambió de ropa. Lucía más juvenil con su pantalón de algodón y un suéter blanco.
―Te esperaba —profirió con una sonrisa.
Inspiré profundo y avancé para acortar la separación de nuestros cuerpos. Por lo elevado de la hora, era improbable que alguien nos molestara, pero intenté no provocar ningún ruido. Inhalé todo el aire posible antes de acercarme y absorber el aroma de su cuerpo, el olor del champú para el cabello, el enjuague bucal y la fragancia varonil de su cuello. Me detuve a una distancia promedio. Si me acercaba suficiente podía pecar y cae en el mar de sus ojos.
―No sé por qué estoy aquí.
―Yo sí. ―Extendió su mano―. Acércate.
La sujeté con total confianza. Drake me condujo a la ventana, donde el frío de sus manos me debilitaba los huesos. Cerrar los ojos significaba escuchar las gotas impactar el cristal, las hojas, el techo, toda la mansión. Respirar era aspirar el aroma a tierra mojada y la esencia de la naturaleza; era sentir el calor del humano a mi lado, el agarre en mi mano y el sonido de su respiración.
—¿Cómo sabías que me encanta este lugar? —pregunté.
—Sé muchas cosas de ti.
Giré para encararlo.
—¿Por qué?
—Me intereso por las personas que quiero.
¿Significaba eso que me quería de la misma manera que yo lo hacía? Tragué el dulce sabor de su confesión, apreté mis manos y pensé en algo que quizá no me agradaría saber. Drake conocía varias cosas de mí, pero algunas de ellas era tan íntimas u ocultas que ni siquiera Dominic las conocía. Al principio tuve miedo de lo que podría llegar a ocurrir con esa información, pero en ese instante solo pensaba en lo extraño que era todo. No era posible que él me conociera mejor que mi esposo. Reusándome a pensar mal de él, alejé los malos pensamientos.
―¿Por qué haces esto? —inquirí con temor en mi voz.
Drake bajó la mirada a nuestros dedos entrelazados, los subió a su boca y besó mis nudillos. No dijo nada con relación a mi pregunta. Se limitó a ver la lluvia caer. Me causaba un agudo dolor fijar la vista en un objetivo, por lo que separé nuestros dedos y me senté. No me comportaba como la niña consentida. Se trataba de respuestas. Drake quería conocer lo poco que no sabía de mi vida, sin embargo él era un libro cerrado con candado. Si lo que él quería era conocerme, debía confiar en mí de la misma manera que yo quería confiar ciegamente en él.
Drake me observó como un doctor al ver que su paciente esta a punto de morir: una manera abrasiva que me debilitaba de forma extraordinaria. Soportó demasiado tiempo la incertidumbre de mi enfermedad. Había llegado el momento de decir la verdad que nos quemaba la lengua como sopa caliente. No sabía cómo reaccionaría, pero era imperativo contarle la verdad. Sujeté su mano entre las mías y lo senté a mi lado. Sería lo más difícil que alguna vez haría por una persona que me importaba. Drake esperó que las palabras fluyeran de mi cabeza y le asegurara que nada malo ocurría. La mentira hubiese sido mejor que la verdad, pero recordando las palabras de Rose, me inyecté coraje y seguí mi corazón. Debía ser sincera con él. El afecto no perdona mentiras.
―Estoy muriendo —exhalé en un hilo de voz.
Sus ojos se ampliaron.
―¿Qué? —soltó entrecortado.
―No literal. —Inhalé varias bocanadas de aire antes de culminar—. Este cuerpo se debilita a medida que transcurren los días, pero no de la forma normal.
Drake frunció el ceño, pestañeó e intentó entenderme.
―¿Es algo mortal?
―Es más complicado que eso. ―Pestañeé para alejar las lágrimas que comenzaba a humedecer mis ojos―. Estoy maldita, Drake. Nada me salvará de morir.
Apretó mis mejillas.
―¿De qué estás hablando? —replicó enojado consigo mismo.
Sentía el dolor acumularse en mi garganta a medida que Drake me pedía explicaciones. Cuando no pude hablar, me atrajo a su pecho para que descansara sobre su corazón. Dejé que las lágrimas buscaran su camino a la libertad. Las manos de Drake acariciaron mi hombro, mientras me aseguraba que estaría bien, que lo que fuese que tuviese él lo curaría. “No importa donde este, con quien este, si no puedo ir a tu encuentro inmediatamente, encontraré la manera de hacerte saber que no estás sola, que cuentas conmigo. Siempre estaré a tu lado”. Esas fueron sus palabras, unas que me fundieron a su lado como un trozo de metal a fuego vivo.
Si quería contarle lo que me ocurría, debía ser fuerte. Y nunca me consideré una persona fuerte. Stella le infundía fortaleza a mi vida. No obstante, mi mejor amiga no estaba conmigo cuando más la necesitaba. Estaba en una guerra a mares de separación. Quería inhalar la fortaleza de Drake. Él era toda la valentía que necesitaba. No solo era la persona que tenía a mi total disposición, sino que habría sido capaz de darme su corazón en lugar de entregar el mío. Nuestra vida no era más que un drama sin fin, con unas pocas escenas de romance prohibido. Típica historia de cine mal hecho, donde dices: ¿por qué perdí mi tiempo viendo esta porquería?
Me separé de su cuerpo para continuar la conversación.
―No quiero involucrarte.
Levantó mi rostro con su pulgar y limpió una lágrima.
―Te daría mi vida si eso te salva de morir —sentenció.
Rozó mi mejilla con su nariz y sujetó mi cuello. Moría por decirle que dejara todo lo que tenía en Alemania y nos fugáramos sin dejar indicaciones, pero no podíamos hacerlo. La conciencia me carcomería por el resto de mi vida, sin mencionar que jamás me perdonaría marchame con el hermano de mi esposo. Era demasiado buena para hacer una locura como esa, así que preferí seguir viviendo en esa mentira, que perseguir los pasos del amor. Me odié en ese momento, sin embargo, lo que ocurrió después fue algo que odié durante más tiempo, con el doble de intensidad.
Estaba maravillada con su comprensión, aunque también me pareció extraño que no preguntara al respecto. Lo creí como un atisbo de desinterés, pero también pensé que se trataba de un truco que utilizaba para enloquecerme aún más. Ya no sabía qué era real y que no, comenzando por él. Me forcé a creer que se trataba de respeto a mi vida privada, no a un simple interés por lo carnal.
Drake se acercó a mi rostro, insertó su mano por detrás de mi cuello y detuvo su mirada en mis labios. El cielo se caía sobre nosotros, lo que nos permitía vernos cuando los rayos iluminaban la biblioteca. Por un segundo, cuando uno de los rayos retumbó en el horizonte, creí ver sus ojos de un tinte dorado. Eso me asustó, pero lo que él me preguntó, me dejó sin aliento.
―¿Puedo besarte? ―susurró sobre mis labios―. La noche esconderá el pecado.
Acercó sus labios a los míos. Sentí el calor de su aliento propagarse con cada respiración que soltaba. Aunque mis labios lo anhelaban, mi mente estaba confundida entre seguir el corazón o hacer lo correcto. De nuevo estuve en ese maldito debate. Sabía que era un simple beso, pero también me conocía lo suficiente para saber que lo recordaría por el resto de mi vida.
―No puedo ―le susurré al sentir el roce de sus labios―. No es correcto.
Todo cambió al soltar esas palabras. A centímetros para que nuestros labios se unieran en un beso desesperado, Drake articuló algo más que me rompió el corazón.
―No consigo apartarme de ti. Pienso todo el día en cómo sería abrazarte, tocarte, besarte. Estamos tan cerca que puedo oler tu cabello y escuchar tu respiración, pero existen kilómetros que nos separan. —Él separó sus labios—. No sé qué hacer para deshacer lo que siento por ti.
Sujetó un mechón de mi cabello.
―Lo lamento ―emití al separar el rostro y limpiar un lágrima de mi mejilla―. No debería estar aquí, a mitad de la noche, contigo. Cada vez que nos vemos, pecamos en desear estar juntos. Un beso no significa solo un beso. Si me besas, Drake, me sellarás como tuya para siempre.
—¿Tiene algo de malo que seas solamente mía?
—Sí. —Una lágrima se escapó—. Porque estoy casada con tu hermano.
Más lágrimas inundaron mis ojos. Drake me apresó a su pecho, en un sube y baja de sus manos por mi espalda. Me aferré a su camisa como si eso le impidiera alejarse de mi. Cuando el momento llegara, tendríamos que matar lo que sentíamos. Su hermano jamás le perdonaría pretender a su esposa mientras él estuvo fuera, cuando estábamos solos y cuando yo se lo permitía. Era un delito no solo moral sino familiar. Cuando eso se supiera, estaríamos desterrados para siempre. ¿Y saben qué era lo peor? No me habría importado ser desterrada con él. Habría sido feliz por primera vez.
—No queremos lágrimas esta noche. —Me separó de su cuerpo—. Quiero que seamos felices.
Observé bajo el resplandor de los relámpagos, media sonrisa aparecer en su rostro. Quizá no había entendido bien mis palabras, pero sonreía ante mi rechazo y las lágrimas que corrían por mis mejillas. No separé mi rostro del suyo lo suficiente como para evitar un beso, me acerqué aún más. Drake alejó su mano de mi cuello, separó nuestros cuerpos y ensanchó su sonrisa.
―Me iré al amanecer. Regálame un baile.
Estiró su mano ante mí, me ayudó a levantarme del sillón y sujetó mi cintura con ambas manos. Reposé la mejilla en su hombro, me sostuve de su cuello y permití que el sonido de la lluvia creara una melodía perfecta. La sonata de los relámpagos en el jardín y el resplandor de la luz lo hizo aún más especial. Bailamos como dos personas que se despedían para nunca más volverse a ver.
—No me olvides —articuló con un nudo en la garganta.
Sorbí la nariz.
―Siento que te despides para siempre.
Apretó mi cintura.
―No se despide ni se aleja a quien se ama ―citó una frase de un libro mientras escuchaba los latidos de su corazón―. ¿Por qué no te conocí en otra vida? Una donde el caballero se queda con la doncella de cabello brillante y labios rojos. ¿Por qué nos encontramos cuando era demasiado tarde?
No tenía una respuesta para sus preguntas, por lo que me apreté aún más a su cuerpo. Suspiré mientras la melodía que se creaba en mi cabeza terminaba. Lo abracé con fuerza, impregnándole la necesidad que sentía por él y el agudo dolor de su ausencia. Mi corazón se partía al escuchar en mi cabeza como la música sonaba sus últimos acordes, antes de separarnos para siempre.
―No te vayas —le supliqué.
―Volveré. —Me separó veinte segundos para mirarme a los ojos—. Volveré por ti.
Esa palabra quedó flotando en el aire por largo tiempo. Ambos sabíamos lo que significaba prometer sin conocer el futuro. Solo guardábamos esperanzas que con el tiempo se tornaron tan frías como un iceberg en el mar. Pero allí, cuando salieron de su boca, fueron tan calientes como su aliento. Cerré los ojos con fuerza y le supliqué al cielo que el amor que sentíamos fuera tan fuerte que no se apagara con la furia de las tempestades que arreciaban en nuestra vida.
―Promételo ―apelé con fuerza.
―Lo prometo.
El reloj principal anunció la medianoche con unas sutiles campanas que detestaba más que el dolor en mi cuerpo. Drake se marcharía al rayar el alba. Estuvimos juntos hasta que la lluvia cesó. Me acompañó de regreso a la habitación cuando el baile terminó. Nos detuvimos en la puerta de mi habitación por largo rato sin pronunciar palabra, limitándonos a observarnos como dos chicos después del toque de queda. Cuando el desgarrador silencio impedía una despedida, Drake caminó un paso más cerca, musitó un par de palabras en alemán e insertó sus manos en los bolsillos.
―La veré pronto, Alteza —concluyó.
Sujetó mi mano y depositó un cálido beso en la superficie. Esa sería la última vez que vería a Drake, con el corazón palpitante y esa promesa de vernos una vez más. Mis planes siempre fueron huir cuando las cadenas fuesen cortadas. Mi deseo era renunciar a la monarquía, empacar mis cosas y mudarme al lugar más lejano. Era un sueño imposible, sin embargo Drake me mostró otra realidad, otro futuro, uno donde la maldad no ganaría y sí podíamos ser felices.
Drake se alejó de mi lado. Sentí mi corazón arrastrarse por el piso que el transitó, mientras su imagen se volvía distante a medida que se alejaba. Me quedé en el umbral, sin saber qué hacer. Y por ese preciso instante, algo me iluminó, llevándome de regreso a él.
―¡Drake! ―llamé con energía.
Cuando sus pasos se detuvieron, me acerqué lo suficiente y, por primera vez desde que nos conocimos, tuve la osadía de besar su mejilla. Fue un acto de cariño, indicándole de esa manera que nada de lo que sucediera cambiaría lo que sentía por él ni aquello que ambos queríamos.
―Cuídate mucho —susurré—. Te estaré esperando.
Él se marchó con una sonrisa y pasos apresurados. Con una sonrisa que se agrandó cada segundo, regresé a mi habitación y busqué el collar en la cómoda. La hermosa mariposa reposaba en la pequeña caja. La saqué y coloqué en mi cuello. Sentí que al llevarla, Drake estaría conmigo en todo momento. Apenas se marchó, mi corazón lo extrañó, pero tenía la esperanza de verlo de nuevo. Esa noche, cuando el cansancio me doblegó, el sueño regresó.