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Las fuertes manos que me recogieron del piso y me llevaron hasta la cabaña, estaban extendidas ante mí, con el mismo pergamino enrollado con la cinta sangrienta. Solo necesitaba unas gotas de linaje para estampar la firma que Luciano tanto esperaba. En la mesa el fondo de la cabaña reposaba un cuchillo con filo. Lo había pensado suficiente. Si quería liberarme de mi esposo, tendría que perder mi cobardía, mi indecisión y ser la mujer que Luciano esperaba. Me abalancé sobre el cuchillo. Me reflejé en el metal. Lo sujeté con mayor fuerza, susurré una plegaria e hice una pequeña incisión en la mano izquierda. Delgadas líneas de sangre se deslizaban por la herida, mientras un dolor se elevaba por mi mano. Inserté la punta de la pluma en la herida y estampé mi firma.
Un escalofrío se esparció por mi cuerpo, provocando que el vello de mis brazos se erizara. Luciano me quitó el pergamino de las manos y examinó la firma bajo la oscuridad que siempre lo arropaba. Cuando verificó la autenticidad, lo enrolló y ajustó con la cinta. Él no tardó en buscar una silla y ocultarse en la penumbra de la noche, aun cuando era tiempo de conocerlo. Mi cuerpo estaba húmedo, el caballo a kilómetros de allí, pero nada más importaba que lo que sucedería de allí en adelante. Había firmado algo que no leí con anterioridad, sin saber por qué él quería mi sangre, la insistencia del mismo y la importancia que le daba a algo tan simple como un pergamino.
―¿Has pensado en tu deseo? —preguntó.
―Sé lo que quiero. —Me abracé para alejar el frío—. Pero antes quiero saber qué implica firmar ese pergamino. No cuestiono tus intenciones, es curiosidad por el mismo.
―Esto es un contrato para ti y tu descendencia —respondió acariciando el pergamino sobre la mesa—. De lo que decidas, dependerán tus futuras generaciones. Solo dos personas pagarán las consecuencias de tu elección, no obstante, tendrás el deseo de tu corazón.
Las palabras de Luciano zumbaron en mi cabeza. Dos personas pagarían por algo que desearía en favor propio. Era egoísta pensar en mi cuando una persona que no conocía terminaría sufriendo las consecuencias. No entendía qué significaba firmar un contrato con él, ni lo que implicaba. Tenía demasiado frío para pensar con claridad, por lo que preferí preguntarle mis dudas.
―¿Qué sucederá si desacierto?
―Habrá consecuencias.
Temblaba, mis dientes castañeaban, no podía mantenerme en pie.
—¿Cuáles?
Él se levantó de la silla y buscó una manta. La colocó en mis hombros y regresó de nuevo a su lugar. Todo dependía de lo que eligiera en ese momento, por lo que era imperativo pensar antes de tomar una decisión. Por un instante dudé, pero al cabo de unos segundos entendí que no tenía nada que perder. Tenía a mi bebé, y a ella nada malo le sucedería, así que por primera vez en la vida pensé en mí, en lo que yo quería, deseaba, lo que realmente anhelaba que sucediera en mi vida. Luciano me dio las riendas de mi destino. Él nunca me obligó a hacer algo que no quisiera, no me torturó, tampoco me dañó. Él quería mi bienestar, el de mi bebé. Él deseaba estar conmigo, por eso el contrato, el secretismo, arroparse en la oscuridad y visitarme como un condenado a muerte.
―¿Qué deseas? —inquirió Luciano.
―Deseo que Agustín desaparezca.
Un rayo surcó el horizonte al pronunciar mi deseo más profundo. Era un crimen lo que anhelaba, pero estaba cansada de estar junto a él. No podía divorciarme de un hombre que era el rey de Inglaterra, sin embargo, tampoco podía quedarme con él mientras mi ser se consumía como los trozos de madera de una chimenea. Era injusto, lo sabía. Después de pedir mi deseo, fue demasiado tarde para mirar atrás y arrepentirme de mi decisión. Agustín saldría de mi vida.
―¿Quieres asesinarlo? ―preguntó.
No dudé, no pestañeé. Eso era lo que realmente quería.
―Sí.
―¿Estás segura?
No existía otra manera de hacerlo. Agustín era mi esposo legítimo, el rey de Inglaterra por votos matrimoniales. No existían los divorcios en la monarquía. Lo único que nos liberaba era la muerte.
―Lo quiero fuera de mi vida —expresé de inmediato.
―Concedido.
Al Luciano chasquear los dedos, un rayo resonó tan fuerte que me aturdió y una luz se proyectó en el exterior, tan nítida, que me cegó algunos segundos. Fue la naturaleza conspirando para cumplir mi deseo, seguido de una lluvia aún más torrencial. Tenía demasiado miedo de las consecuencias, pero como dije, era tarde para elegir un destino diferente. Miré en todas las direcciones y no lo encontré. Se había perdido de mi visión. Al elevarme de la silla y buscarlo, lo encontré detenido en la puerta, con las manos sobre sus muslos. Lucía tan relajado, aun cuando no podía ver sus facciones. Luciano era un misterio que nunca descifré. Estuve tentada a lanzarme contra él y sufrir las consecuencias de una regla, no obstante, sabía que podía ser contraproducente.
―¿Qué eres? ―le pregunté.
―Alguien que te protege.
Caminé un poco más cerca, pero él me detuvo.
―¿Algún día podré verte?
Despegó su cuerpo del umbral y caminó en mi dirección.
―A su tiempo ―afirmó.
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Esa madrugada me desperté con el sonido de la tormenta que no cesaba. Encendí la luz de la mesa y busqué el diario entre mis cosas. Hojeé la parte que había dejado marcada en la tarde y seguí la continuación de la revelación.
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Fue la última vez que vi a Luciano.
Cada noche durante un mes estuve esperándolo como siempre lo hacía, pero él jamás regresó. Siento una inmensa desilusión por creer que con mi deseo todo se solucionaría. El simple hecho de no querer contarme sus más oscuros secretos, me resulta intrigante y escalofriante. Quiero creer que Luciano no se aprovechó de mi necesidad y volverá como las otras veces, pero algunas noches me siento estúpida por confiar en alguien que nunca conocí. La verdad es que él se llevó más que mi sangre en un pergamino. Luciano se llevó mi corazón sin derecho a devolución.
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14 de Julio, 1820
Hace un año conocí a Luciano. Hace un año me asustó al punto de tratar de galopar por todo el bosque. Hoy, en la cúspide del día, le doy el último adiós a mi esposo, al padre de mi hija, al hombre que le confió su vida a la persona equivocada. Entre lágrimas y rosas negras se despide a la persona que me dio al ser más importante de mi vida. Amo a mi hija como no he amado a nadie. Y aunque me duele la trágica partida de su padre, respiro libertad por primera vez en tres años.
Cada foto del matrimonio fue quemada en una hoguera, la misma hoguera donde Agustín se quemó vivo y suplicó ayuda. Solo conservé una, para que mi descendencia pueda ver como era. No sé el precio que debo pagar por pensar de esta manera, pero sería un crimen llorar por alguien que jamás me importó. Hace un año conocí a Luciano. Hace un año me enamoré de él.
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Cerré el diario y suspiré. No tenía palabras para lo que leí. No era sencillo procesar que tu antecesora fue una asesina al pedir la muerte de su esposo. Recordé las palabras de mi madre: nada de lo que está en ese diario es cierto. Ella perdió la cabeza. No sabía si había enloquecido o eso quiso hacernos creer. Lo único que tenía claro era que deseó la muerte de Agustín y Luciano se la concedió. Luciano no era más que un demonio que quería su alma, y después de leer lo del pergamino, entendí que también vendió las nuestras. Por esa razón me lo mostraba en sueños. Me alertaba sobre lo que sucedería. Eso significaba que no solo corría peligro, también los que amaba.
Drake se marchó a Alemania horas atrás. Rose estaba tomando el té con sus amigas de la sociedad en un club. Dominic seguía de viaje con su padre, así que estaba sola en la mansión. Mi cuerpo se encontraba mejor que la noche anterior, cuando sudé en mi pesadilla. Estaba acompañada de los empleados, los caballos y las personas que entraban para dejar pedidos de Rose. Desayuné sola, me alisté sin ayuda y bajé a leer el diario en uno de los salones principales. Me sentaba a abrir el diario, cuando Nora, la mucama que se encargó de mí, entró.
―Alguien vino a verla, Alteza.
No conocía a muchas personas que quisieran verme, así que poco importaba quién era. Además, cualquier cosa que pudiera pasarme, tendría suficiente evidencia para acusar a mi agresor.
―¿Quién es? —pregunté.
—Una persona que quiere lo mejor para ti —respondió Giselle.
Salió de la espalda de Nora e hizo una reverencia. Nora se alejó y cerró las puertas de pino. Giselle arribó con una sonrisa en su rostro, el traje blanco y un corte nuevo de cabello.
―Buenos días, Alteza —saludó.
Me erguí y la invité a sentarse. Sabía por qué se encontraba allí, pero igual pregunté.
―Drake fue a verme anoche. Dijo que necesitabas ayuda.
Las gotas de lluvia que salpicaron la camisa de Drake, eran provenientes del exterior al visitar a su tía. Me alegró saber que hizo algo que no quería por mí y se marchó sin recibir agradecimiento. Todo un caballero de los que no existían como años atrás. Comencé a extrañarlo, pero no tenía tiempo de sentarme a pensar en él. Tenía una visita importante que debía atender.
―Quiero preguntarte algunas cosas.
―Usted dirá, Alteza.
Lucía un traje blanco holgado con un cinturón dorado, por lo que al sentarse frente a mí, reacomodó su atuendo. Era una mujer hermosa a pesar de la edad. Me resultaba insólito que estuviese sola en un mundo donde las mujeres como ella eran admiradas por su inexplicable don.
―Los sueños han aumentado. Sé más cosas que la primera vez que fui a verte, pero todo es lento. Mi cuerpo se deteriora al paso de los días y no puedo acelerarlo. —Froté mis manos—. Quería preguntarte si puedes hipnotizarme o inducir un estado comatoso donde duerma por días. Necesito respuestas. Ya no tengo tiempo. Mi cuerpo sufre, mi alma arde y mi corazón se debilita.
—Debes saber que así no funciona —respondió—. Pero tengo algo que puede ayudarnos.
Buscó en su bolso un manojo de cartas de Tarot. Giselle se levantó del sillón y me indicó que nos moviéramos al comedor. Con su ayuda me elevé del sillón. Llevé el diario conmigo. No me gustaba dejarlo en terceras manos. Cuando nos sentamos alrededor de la enorme mesa de comedor, Giselle esparció las cartas sobre la madera. Tenían un grabado singular: flores que se enredaban en calaveras, mientras la sangre se deslizaba del cráneo. Giselle respiró, susurró unas palabras con los ojos cerrados y soltó de forma abrupta la respiración, antes de comenzar a lanzarlas sobre la mesa.
―Pasa tu mano sobre las cartas.
―¿Es necesario? —pregunté incrédula—. No creo en la suerte.
—No es suerte, Alteza. —Cortó el manojo en dos—. Es destino.
No conocía los mundos espiritistas ni el vudú. Era incrédula con ello, pero con Giselle debía acceder o no tendría respuestas. De igual forma, ella obvió mis palabras y, tras pasar la mano derecha sobre las cartas, extrajo cinco de diferentes puntos. Las colocó en forma de cruz y las fue destapando una por una, a medida que me explicaba lo que significaba cada dibujo impreso en ellas. Giselle entrecerró los ojos y observó unos minutos el resultado, antes de explicarme.
―Traduciré lo que las cartas nos señalan. La carta del lado derecho es El Enamorado. Esta carta representa la posibilidad de verte enfrentada ante una elección, pero una elección que realmente ha sido elegida por el destino. Este es La Muerte. ―Señaló la carta izquierda―. Simboliza cambio, transformación. Puede ser la muerte de algo, pero no necesariamente anuncia la muerte física de la vasija que lo porta. Muchas veces el cambio es positivo para salir de tu zona de confort, porque llega otra persona u otro acontecimiento a tu vida que produce un cambio.
Señaló la carta de arriba.
―El Diablo representa los instintos más bajos, las pasiones, las dificultades en enfrentamientos, las relaciones de fuerzas, las desdichas. Todo por lo que has pasado.
Cada carta señalaba un punto de mi vida que creí oculto.
―¿Cómo lo sabe? ―pregunté al ver mi vida plasmada en las cartas.
―El Tarot no miente ―comentó al pasar el dedo por la carta al sur―. La Luna. Un período de confusión y oscuridad del que debes salir lo más pronto posible. Arrancarte del pasado y mirar al futuro es la única salida. Tienes la necesidad de cambiar y renovarte. Debes enfrentarte a los problemas para restablecer el orden natural, a pesar del miedo que sabes que sientes.
Cada vez que le daba la vuelta a una carta, mi corazón se detenía milésimas de segundos. Todo lo revelado era cierto. Giselle leyó el diario de mi vida como si fuese un libro abierto en una biblioteca pública. Y lo que más me impactaba, era que ocurrió al pasar mis manos sobre algo a lo que no le tenía fe. Nunca he confiado en ello, pero ella me ayudó a creer.
Al final giró la carta central, la más importante.
―Los Amantes. Tu primer instinto será asociar esta carta como representante del amor, pero al igual que el amor esta no posee una naturaleza simple. El amor no solo viene en formas diversas, sino que Los Amantes pueden indicar que se avecinan decisiones difíciles o importantes en tu vida.
No sabía qué decir. Los Amantes podía ser cualquier cosa, pero al escuchar la palabra pensé que estaba hablando de Drake y lo que hicimos. Me sentí horrible al pensar de esa manera cuando nunca hicimos nada, pero nos dejamos llevar por lo que sentíamos. De igual forma no éramos amantes ni estábamos destinados a morir como lo hizo Romeo y Julieta.
—Es malo. Estas decisiones son precisas, son caminos a dos futuros diferentes —comentó—. Pero también es buena, ya que confirma que al menos uno de esos caminos te llevará al lugar correcto. Esta carta dice que vienen decisiones difíciles, incluso dolorosas, pero la decisión correcta que traerá un resultado positivo estará al alcance de tus manos.
Una vez que explicó las cinco cartas sobre la mesa, recogió todo y alcanzó mis manos. Ella sabía lo destruida que estaba, por lo que fue tierna conmigo. Estaba pasando por un momento de transición en el que necesitaba que me apoyaran. Tenía decisiones que tomar y personas que salvar.
―Todas tus cartas fueron Arcanos Mayores —articuló con fuerza—. Poderosas decisiones están en sus frágiles manos, Alteza. Debe actuar con cautela y precaución, o perderá la batalla.
Recordé la pregunta de Keyla.
―¿Qué sucede si desacierto?
―No lo sé. Lo único que sé es que tiene el poder de cambiar el futuro, Alteza ―articuló al sujetar la carta del Enamorado entre sus dedos―. Tienes luz y oscuridad representada en esta imagen. Una fuerte elección, un guerrero y un caballero. Uno de ellos te salvará y el otro te destruirá hasta convertir tu vida en un baño de sangre. De su elección depende el futuro de todos los demás.
Me perturbé por completo; esa si era una manera de enmudecer. El miedo fluía por mis venas como un río sin cauce. La fragilidad que experimenté no se comparaba con lo que vendría ni lo que ese caballero y el guerrero harían. Quería algo más que simples misterios, pero no debía forzar la situación, así que le pregunté a Giselle cómo sabría quién era el bueno de la historia.
―Es la parte difícil. Ambos hombres usan antifaz, lo que vuelve complicado reconocerlos con facilidad. —Una mueca nació en su rostro—. Lo único que puedo decirte, es que el caballero oscuro se muestra como un ángel de luz, cuando su corazón es tan n***o como la noche.
Intenté no tener miedo, pero Giselle me contaba las cosas como si fuera una escritora y quisiera perturbar al lector con los detalles. Separé los labios, apreté sus manos y pestañeé para alejar las lágrimas. Era necesario convertirme en una guerrera que soportaría lo que sucedería, las decisiones que cambiarían mi vida y la revelación de esos caballeros de antifaz.
—No tema —pronunció al ver el miedo en mis ojos—. Estaré con usted hasta el final.
Sentía la garganta seca. Mis labios temblaban. No soportaba un segundo más de rudeza ante ella. Giselle notó el grado de ansiedad y angustia que tenía, por lo cual se levantó y me abrazó. Inhalé el aroma de su cabello, el perfume de su ropa. Sentí la suavidad de su piel en la mía. Fue un abrazo que calentó mi corazón y me mostró que no estaba sola.
―No puedo entenderla, pero pronto terminará. Lo prometo.
Al separarme para despedirla, un súbito mareo me regresó a la silla. Toda mi vista se nubló y el mundo dio vueltas. Apreté el collar con una de mis manos y esperé que las náuseas pasaran. Pocas veces me ocurría, pero lo oculté tras el telón de no comer ni dormir bien, cuando la realidad era que los nervios por lo que ocurriría me cegaban por completo y me convertían en un títere.
Giselle, tras preguntarme si estaba bien, clavó sus ojos en mi collar.
—Es hermoso.
―Es un obsequio —musité al acariciarlo.
Ella se acercó para acariciar la mariposa con la punta de sus dedos. Me sentía expuesta ante alguien que conocía todo de mí. Giselle sabía quién me había regalado el collar, lo que me regresó de nuevo la ansiedad de ser descubierta. Después de acariciarlo, lo regresó de nuevo a mi pecho y mostró esa sonrisa de complicidad que tanto me apenaba.
―Tu collar tiene una historia roja. Además, tiene una belleza singular que ninguna joya de más de doscientos años posee. —Recogió su bolso del sofá, me guiñó y agregó—: Drake es perfecto.
Giselle se marchó y dejó la estela de un destino incierto que tan pronto como todas las cartas se alinearon sobre la mesa, comenzó a descubrirse. Las estrellas fueron testigos de destinos tan crueles como enterrarte una daga en el corazón, mientras en mi pecho sostuve a mi amado Drake.